19 de septiembre de 2018

4° FUENTEOVEJUNA. LOPE DE VEGA. ACTO III PARLAMENTO DE LAURENCIA

FUENTEOVEJUNA. LOPE DE VEGA.
ACTO III. FRAGMENTO.

 PARLAMENTO DE LAURENCIA 

ESTEBAN: ¡Hija mía!
LAURENCIA: No me nombres
 tu hija.
ESTEBAN: ¿Por qué, mis ojos?
 ¿Por qué?
LAURENCIA: Por muchas razones,
 y sean las principales:
 porque dejas que me roben
 tiranos sin que me vengues,
 traidores sin que me cobres.
 Aún no era yo de Frondoso,
 para que digas que tome,
 como marido, venganza;
 que aquí por tu cuenta corre
 Llevóme de vuestros ojos
 a su casa Fernán Gómez;
 la oveja al lobo dejáis
 como cobardes pastores.
 ¿Qué dagas no vi en mi pecho?
 ¿Qué desatinos enormes,
 qué palabras, qué amenazas,
 y qué delitos atroces,
 por rendir mi castidad
 a sus apetitos torpes?
 Mis cabellos ¿no lo dicen?
 ¿No se ven aquí los golpes
 de la sangre y las señales?
 ¿Vosotros sois hombres nobles?
 ¿Vosotros padres y deudos?
 ¿Vosotros, que no se os rompen
 las entrañas de dolor,
 de verme en tantos dolores?
 Ovejas sois, bien lo dice
 de Fuenteovejuna el hombre.
 Dadme unas armas a mí
 pues sois piedras, pues sois tigres...
 --Tigres no, porque feroces
 siguen quien roba sus hijos,
 matando los cazadores
 antes que entren por el mar
 y pos sus ondas se arrojen.
 Liebres cobardes nacistes;
 bárbaros sois, no españoles.
 Gallinas, ¡vuestras mujeres
 sufrís que otros hombres gocen!
 Poneos ruecas en la cinta.
 ¿Para qué os ceñís estoques?
 ¡Vive Dios, que he de trazar
 que solas mujeres cobren
 la honra de estos tiranos,
 la sangre de estos traidores,
 y que os han de tirar piedras,
 hilanderas, maricones,
 amujerados, cobardes,
 y que mañana os adornen
 nuestras tocas y basquiñas,
 solimanes y colores!
 A Frondoso quiere ya,
 sin sentencia, sin pregones,
 colgar el comendador
 del almena de una torre;
 de todos hará lo mismo;
 y yo me huelgo, medio-hombres,
 por que quede sin mujeres
 esta villa honrada, y torne
 aquel siglo de amazonas,
 eterno espanto del orbe.
ESTEBAN: Yo, hija, no soy de aquellos
 que permiten que los nombres
 con esos títulos viles.
 Iré solo, si se pone
 todo el mundo contra mí.
JUAN ROJO: Y yo, por más que me asombre
 la grandeza del contrario.
REGIDOR: ¡Muramos todos!
BARRILDO: Descoge
 un lienzo al viento en un palo,
 y mueran estos enormes.
JUAN ROJO: ¿Qué orden pensáis tener?
MENGO: Ir a matarle sin orden.
 Juntad el pueblo a una voz;
 que todos están conformes
 en que los tiranos mueran.
ESTEBAN: Tomad espadas, lanzones,
 ballestas, chuzos y palos.
MENGO: ¡Los reyes nuestros señores
 vivan!
TODOS: ¡Vivan muchos años!
MENGO: ¡Mueran tiranos traidores!
TODOS: ¡Tiranos traidores, mueran!
Vanse todos
LAURENCIA: Caminad, que el cielo os oye.
 ¡Ah, mujeres de la villa!
 ¡Acudid, por que se cobre
 vuestro honor, acudid, todas!
Salen PASCUALA, JACINTA y otras mujeres
PASCUALA: ¿Qué es esto? ¿De qué das voces?
LAURENCIA: ¿No veis cómo todos van
 a matar a Fernán Gómez,
 y nombres, mozos y muchachos
 furiosos al hecho corren?
 ¿Será bien que solos ellos
 de esta hazaña el honor gocen?
 Pues no son de las mujeres
 sus agravios los menores.
JACINTA: Di, pues, ¿qué es lo que pretendes?
FRAGMENTO.

4°4 El tema del honor y la honra en el Cid. Artículo

EL HONOR EN EL POEMA DE MÍO CID H O N O R I N T H E P O E M O F T H E C I D 

                                                                  Federico García Larraín
 Universidad Católica de la Santísima Concepción Departamento de Filosofía Alonso de Ribera 2850 Concepción Chile fedgarcia@ucsc.cl Resumen En este estudio se analiza el uso que se da a al término honor en el Poema de Mío Cid, en relación a la realidad social del Cid Campeador. Se intenta mostrar que el honor, si bien tiene un significado primario relacionado con bienes materiales, principalmente tierras, va más allá de eso. Constituye este un bien intangible más importante que la vida, además de poder ganarse, aumentarse, perderse y compartirse. Palabras claves: Poema de Mío Cid, Cid Campeador, Honor, Sociedad del Honor, Reconquista. REVISTA DE HUMANIDADES Nº30 (JULIO-DICIEMBRE
 Abstract In this paper the uses of the word honor in the Poem of the Cid are examined, in relation to the social reality of the Cid. It intends to show that honor, even though it has a primary meaning of material possessions, mainly land, goes further than that, being an immaterial good, more important than life itself, and it can be won, increased, lost and shared. Key words: Poem of the Cid, the Cid, Honor, Society of Honor, Spanish Reconquista. Recibido: 10/01/2014
Aceptado: 18/06/2014 1

. El contexto histórico del poema del Mío Cid El Poema de Mío Cid es un cantar de gesta español que relata las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Rodrigo Díaz de Vivar nació cerca de Burgos a mediados del s. XI y sirvió a Sancho II de Castilla y luego a Alfonso VI de Castilla y León. Tras un desencuentro con su soberano, partió al exilio y pasó a servir al rey musulmán de Zaragoza. Hacia el año 1086, Rodrigo Díaz se reconcilió con Alfonso VI, pero luego volvió a incurrir en la ira del rey. Desterrado nuevamente, salió de tierras cristianas y conquistó Valencia, donde murió en paz el año 1099 (Fletcher 107-185). El Cid, como figura histórica, fue muy importante al poco tiempo de haber muerto (Campbell 6). Puede notarse que la crónica narrada en la historia del Cid, la Historia Roderici (c. 1125), es una de las primeras biografías que cuenta la vida de un laico que no sea un rey o un santo (Barton y Fletcher, 2000: 90). Además, el Poema (c.1200) es la primera obra extensa de la narrativa española en lengua romance. Es también el único poema épico español que se conserva casi por completo. La composición del Poema de Mío Cid¸ como el Cid mismo, se enmarca en la España de la Reconquista, una sociedad compleja, dividida FEDERICO GARCÍA LARRAÍN · EL HONOR EN EL POEMA DE MÍO CID · 99 en reinos independientes. El Cid de la realidad histórica no coincide plenamente con el del Poema, sujeto al ideal de caballero cristiano, fiel a su señor. Esta diferencia entre ambos puede deberse a motivos puramente literarios, como a necesidades políticas y militares de la época: un héroe cristiano serviría de modelo e impulso en la Reconquista (Linehan 47). Desde esta perspectiva, resulta interesante investigar el concepto del honor, como un aspecto del Poema relevante en la sociedad de la época en que fue escrito. 2. La importancia del honor en el Poema del Mío Cid Distintos autores discuten el lugar que ocupa el honor en el Poema de Mío Cid. Pedro Salinas dice en su ensayo “El Cantar de Mío Cid, Poema de la Honra” (42) que el tema principal del Cid es el honor, mientras que Colin Smith afirma que el Poema trata principalmente del derecho (Estudios cidianos 65). Sea o no el tema principal, el honor es sin duda importante en esta obra; a lo largo de la misma hay setenta referencias al honor, la honra y la deshonra. Aunque las posiciones de autores como Salinas y Smith son diferentes, no son totalmente opuestas, ya que honor y derecho son conceptos relacionados, tanto en la realidad como en el Poema. Esto se ve en el final de las Cortes de Toledo, cuando el honor del Cid es, en parte, restituido por el derecho. 3. El concepto de honor en el Poema del Mío Cid No es fácil definir con exactitud en qué consiste el honor. En el presente estudio se intentará aclarar dicho concepto, según como aparece en el Poema de Mío Cid. Las palabras usadas para referirse al honor son “onor”, “ondra” y “ondrança”; y para referirse a la deshonra, “biltança”. En el glosario al final de su edición del Poema, Smith define “onor” como “heredades”, “feudos”, “tierras”; y “ondrança” como “honra”, que sería 100 · REVISTA DE HUMANIDADES Nº30 (JULIO-DICIEMBRE 2014): 97-108 equivalente a “ondra”. El adjetivo “ondrado” es entendido como “digno”, “honrado”, “bueno”, “excelente”, “espléndido”. Además, en la introducción al Poema, menciona que en tiempos del Cid los conceptos de “onor” y “ondra” no estaban diferenciados (82). Sin embargo, la lectura del Poema de Mío Cid indica que “onor” tiene un significado más amplio que “heredades”, “feudos”, “tierras”. Smith no define “ondra” en su glosario, pero el concepto de la honra, como se ve en la lectura del Poema, está ligado al concepto del honor. Hay muchas referencias al honor en el Poema, a través de diferentes palabras. El significado de ellas varía según el contexto en que son usadas y no todas se refieren al honor como algo relacionado a la fama o a la virtud, que es una de las acepciones más corrientes. Por ejemplo, en los versos 289, 887 y 2565, “onor” es usado en el sentido de tierras o heredades, como indica Smith, y como también nota Pavlovic (Textos épicos castellanos 104-106). Se distingue el honor personal, público y también el honor en cuanto posesiones materiales de la persona. Estas posesiones materiales, indica Fuentes (163), pueden tener también un valor simbólico, que remiten a los otros significados de honor. Esto puede verse en los versos 1888, 1905, 1934, 2198, 2495: el uso de “onor” y “ondra” es algo ambiguo, no está claro si el poeta se refiere a tierras o a algún bien intangible como la fama. El verso 3413 (“ca creçe vos i ondra e tierra e onor”) es más interesante, ya que se puede suponer que el autor del Poema hace una distinción entre “tierra”, “ondra” y “onor” al usar tres palabras diferentes, aunque también podría estarse repitiendo. Si se comparan los versos 2015 (“recibir lo salen, con tan grand onor”) y 3111 (“a grand ondra lo reciben, al que en buena ora naçio”), se puede ver que “onor” y “ondra” pueden ser equivalentes. Las circunstancias en que se usan “onor” y “ondra” son las mismas: el rey don Alfonso saliendo a recibir al Cid. El adjetivo “ondrado”, u “ondrada” según sea el caso, lo usa el Cid para referirse a su mujer, doña Jimena (“mugier ondrada”) en los versos 1604, 1647, 2187. También lo usan el poeta y algunos personajes para referirse al Cid y al rey don Alfonso. Al comienzo del Poema, lo usa el judío Rachel pidiendo al Cid que le obsequie con “una piel vermeja morisca e FEDERICO GARCÍA LARRAÍN · EL HONOR EN EL POEMA DE MÍO CID · 101 ondrada” (verso 179). En este último ejemplo, el adjetivo obviamente no significa lo mismo que en los casos anteriores, sino que hace referencia a la fama u honra que recibirá quien use dicha piel. De todos los usos de “onor” y “ondra”, el que resalta, más allá de tierras y heredades, es el honor concebido como un bien espiritual que debe defenderse y aumentarse, que puede perderse, incluso por las acciones de otros, y en esto es de alguna manera diferente a la sola reputación o buen nombre. Existe un honor personal, pero, al ser un bien participado, se extiende al ámbito familiar, como se ve en el episodio de la Afrenta de Corpes y como nota Montaner (29) al refererirse a la presencia simbólica del Cid en sus seguidores, y cómo al ser estos honrados, lo es también el Cid. En los versos 14 y 14b del Poema, el Cid le dice a Álvar Fañez: albricia Alvar Fañez ca echados somos de tierra mas a grand ondra tornaremos a Castiella El verso 14b es una reconstrucción de Ramón Menéndez Pidal, y no está presente en la edición de Smith. Suponiendo que esta reconstrucción de Menéndez Pidal es correcta, se puede decir que al ser desterrado, el Cid ha perdido algo y espera recuperarlo. El Cid dice que volverá a Castilla con más “ondra”, pero no es claro en qué consiste exactamente ello. En el Poema de Mío Cid, el honor, como dice Smith, no tiene un matiz sexual (cómo en los dramas de Calderón de la Barca, o algunas historias de las Mil y una Noches), sino más bien se refiere al rango o posición social (Poema del Mío Cid 82). Se puede agregar que está también relacionado con el orgullo de cada persona. Gustavo Correa analiza el honor desde la perspectiva de las relaciones señor-vasallo entre el Cid y el rey don Alfonso (1952). Su tesis es que, dado que el honor proviene del rey, el Cid recupera su honra perdida, gradualmente a medida que, poco a poco, recupera el amor del rey. Al final del Poema, el Cid alcanza tal honra que supera al rey, y es él quien hace entrega de ella en vez de Alfonso su señor (verso 3725: “a todos alcalnça la honra del que en buena hora naçio”). 102 · REVISTA DE HUMANIDADES Nº30 (JULIO-DICIEMBRE 2014): 97-108 Sin embargo, Correa no define qué es el honor. En su argumento, la primera referencia al honor (o a la honra, considerando ambos términos equivalentes), está en el destierro del Cid. El Cid, al perder el amor del rey, al incurrir en la ira regia, pierde también tierras, bienes muebles y honra, como menciona María Eugenia Lacarra (14-16). Respecto de Correa, se puede notar, sin embargo, que ciertas acciones que ocurren en el Poema no están dentro de la relación señor-vasallo entre el rey Alfonso y el Cid, por lo que pueden ayudar a ampliar y comprender mejor el concepto del honor. Un episodio que puede resultar iluminador es la derrota del Conde de Barcelona por el Cid y la conducta de ambos adversarios (versos 1000- 1075). El Conde, humillado por haber sido vencido y hecho prisionero por el Cid, se niega a comer pese a la insistencia de este: quiere morir. El Conde don Remont Verengel pronuncia unas líneas muy interesantes en los versos 1021 al 1023: Non combre un bocado por quanta ha en toda España, Antes perdere el cuerpo e dexare el alma Pues tales malcalçados me vençieron de batalla. Es claro que la humillación, la deshonra de haber perdido la batalla, es peor que la muerte. El honor, en este caso, es un bien muy querido y muy similar al orgullo personal, va más allá del solo buen nombre de una persona, y es claramente el bien más importante que se puede poseer. El Cid, sin embargo, no quiere la humillación de don Remont Verengel, y no toma su triunfo como algo personal en contra de este. El Cid necesita del botín para sobrevivir, nada más (versos 1041-1045). El Cid anima al Conde a que coma y a que no se sienta ofendido. A cambio de que coma, don Ramón lleva tres días sin probar bocado, el Cid promete al Conde su libertad, la de dos de sus vasallos y lo ayuda. El Conde de Barcelona, maravillado con la magnanimidad del Cid, asiente y ambos caballeros parten en amistad (versos 1049-1076). FEDERICO GARCÍA LARRAÍN · EL HONOR EN EL POEMA DE MÍO CID · 103 Se pueden discernir aquí dos elementos del honor, uno por parte del sujeto a quien la honra se refiere y otro por parte de quien la da y quita. El Conde se siente deshonrado, aun cuando el Cid no tenía esa intención al vencerlo. La batalla no tenía un carácter de enfrentamiento personal (a diferencia de los duelos al final del Poema). El ser derrotado en el campo de batalla trae consigo deshonra y, por tanto, el Conde se siente humillado y quiere morir, pues es mejor no vivir que vivir en deshonra. Este gesto muestra al Conde como un personaje orgulloso, pero a la vez noble, en tanto la vida no es para él un bien supremo. Sin embargo, el Cid no quiere la destrucción del Conde ni quiere directamente su deshonra. Podría decirse que el Cid, al animar a don Remont a que coma, a que viva, le dice que no todo está perdido, restituyéndole el honor. Sin embargo, como nos dice el Poeta en el verso 1011 (“i bencio esta batalla por o ondro su barba”), el Cid se honró en esta batalla y don Remont quedó en un plano inferior. Otro elemento recurrente en el Poema, relacionado con el honor, que se puede notar en este episodio, es el de la barba. Además del verso 1011, hay en el Poema al menos veinte referencias a la barba. Menéndez Pidal dice que mesar la barba al adversario era un insulto gravísimo y causaba enemistad perpetua (260). Lacarra nota que el castigo por mesar la barba era equivalente al castigo dado al que castraba a otro (91). Esto es mencionado en relación a la ocasión, anterior al destierro, en la que el Cid mesó la barba al Conde de Nájera. La barba es en el Poema un símbolo del honor personal y cualquier insulto a ella es muy grave, porque el honor es un bien más preciado que la vida. El Cid, siendo un personaje muy honrado, tiene una larga barba que nadie ha mesado (verso 3186), y que simboliza su gran honor. Smith indica que este rasgo era en la Edad Media un símbolo de virilidad, honor y autoridad (Estudios citadinos 261). Al final del primer Cantar del Poema se puede ver, además del tema de la barba, otro elemento a nuestro parecer muy importante: cómo se honró el Cid. Ello se produjo por medio de acciones concretas, en este caso, venciendo una batalla. Si las batallas son de cristianos contra cristianos, los vencidos pierden honor. Si son contra moros, el vencedor es honrado por 104 · REVISTA DE HUMANIDADES Nº30 (JULIO-DICIEMBRE 2014): 97-108 sus acciones, pero no se menciona que los moros sean deshonrados, pues no forman parte de la “sociedad de la honra” de la cual habla Salinas (35). El Cid va recuperando su honra (el favor del rey, en este caso) poco a poco, a medida que obtiene victorias en territorio de Moros, hasta que finalmente es perdonado por el rey a orillas del río Tajo. En este episodio, el Cid se humilla ante su señor (versos 2021 a 2024): los inojos e las manos en tierras los finco, las yerbas del campo a dientes las tomo lorando de los ojos, tanto avie el gozo mayor ai sabe dar omildança a Alfonsso so señor. Este episodio se puede comparar con aquel, en el cual el líder Normando Rollón, al jurar fidelidad al rey de Francia se negó a besarle el pie. Ordenó a uno de sus hombres a que lo hiciera en su lugar, quien sin inclinarse, tomó el pie del rey y lo besó, mientras el rey de Francia caía de espaldas (Holden 54). Para Rollón, humillarse ante el rey era algo impensable, ya que iba en contra de su orgullo, de su honor. Pero el Cid es buen vasallo, como menciona el Poema (verso 20: “¡Dios, que buen vassalo! ¡Si oviesse buen señor!”), y humillarse ante su señor no le quita honor, al contrario, es una virtud, pues es el rey quien da honor. Salinas dice que “el rey es la cabeza de esa sociedad de la honra; él da y quita honor, él pone y depone honrados . . . Aunque las gentes vayan devolviendo al Cid su buena opinión, aún sigue su persona incompleta dentro del orden del honor, mientras el rey que le condenó a perderlo no se lo restituya públicamente” (35) Correa indica también que los hechos del Cid son “hechos gloriosos que por sí solos son creadores de honra pero que únicamente cobran su significado esencial en nuestro Poema en la medida del acercamiento del Cid al soberano” (198). El rey perdona al Cid en el verso 2034 (“Aqui vos perdono e dovos mi amor”) y el Cid recupera su honra perdida al comienzo del Poema, o mejor dicho, la honra ganada en sus hechos de armas es legitimada por el rey. Cuando el Cid es reintegrado a la sociedad (cuando el vínculo vasallo-señor es rehecho), también lo es su honra. FEDERICO GARCÍA LARRAÍN · EL HONOR EN EL POEMA DE MÍO CID · 105 4. Otros elementos del honor en el Poema de Mío Cid Los anti-héroes del Poema, los enemigos del Cid, tienen un concepto diferente de la honra. Para los Infantes de Carrión la honra es algo heredado, basado en la sangre, en la alcurnia. Esta concepción del honor no es completamente errónea, ya que, como se verá más adelante, la honra se comparte y transmite a los miembros de la sociedad. Pero está claro que alcurnia no basta. Los Infantes de Carrión son miembros de una familia importante (Lacarra 141), no son infanzones como el Cid, pero no tienen nada más de que jactarse. Es más, están llenos de vicios: son cobardes, como queda comprobado en el episodio del león (versos 2280 a 2310) y en algunos otros; son traidores, pues planean la muerte del moro Avengalbón, amigo del Cid, quien les escoltó en el camino a Carrión; y son codiciosos, ya que desean la muerte del Moro para obtener sus riquezas (versos 2659 a 2664), y se casan con doña Elvira y doña Sol, hijas del Cid, con miras a aumentar su fortuna. Son la más completa antítesis del Cid, contrastan con su valor, lealtad y generosidad. No obstante, ellos se consideran superiores por su alcurnia (versos 3296 a 3300): ¡De natura somos de condes de Carrion! Deviemos casar con fijas de reyes o de enperadores Ca no perteneçien fijas de infançones. Por que las dexamos derecho fiziemos nos; Mas nos preciamos sabet, que menos no. Aún así, el poeta nos hace ver muy claramente que la honra del Cid es más alta que la de los Infantes. Es más, al final del Poema los enemigos del Cid quedan deshonrados. Las palabras y acciones de estos personajes tan viles pueden ayudar a discernir mejor algunas características del honor en el Poema de Mío Cid. Como se dijo anteriormente, la honra proveniente de la alcurnia no vale si no hay hechos honrosos, y se pierde con los vicios. También se puede notar que si la honra del Cid crece, la de sus enemigos disminuye, en las palabras del Conde don García ¡Maravilla es del Çid, que su ondra creçe tanto! En la ondra que el ha nos seremos abiltados. Esta honra, a la que se refiere el Conde de Nájera, está en directa relación con el favor del rey; si el Cid es favorecido por este sus enemigos serán deshonrados. Parece ser que no hay honra para todos en igual medida, lo cual es lógico, pues si se considera la honra en relación a la fama, es muy difícil que haya dos hombres igualmente famosos (u honrados): uno siempre excederá al otro. Se puede notar que los enemigos del Cid también son capaces de insultar al héroe de manera tal que le manchan su honra. Tal es el conocido episodio de la Afrenta de Corpes, en el Tercer Cantar. Podemos ver aquí también cómo se comparte la honra: las hijas del Cid fueron maltratadas por los Infantes de Carrión, sus esposos, pero es el Cid quien es insultado por esto, y el rey es también deshonrado, pues él aconsejó el mal acabado matrimonio (en el verso 2950 el Cid le dice al rey: “tienes por desondrado, pero la vuestra es mayor”). También son deshonrados quienes forman parte del séquito del Cid, especialmente sus sobrinos. El Cid recupera su honra primero en un juicio (las Cortes de Toledo) y también en los duelos al final del Poema. Si bien en el juicio el rey hizo justicia al Cid, este es un guerrero y no un jurista, por lo cual debe limpiar su honor definitivamente con un combate. Lacarra indica que “el riebto (reto) es la solución legal a los problemas planteados por el ataque a la honra o al honor” (79). A diferencia del Conde de Barcelona, los de Carrión prefieren escapar con vida, y se rinden ante los campeones del Cid (que habían dicho a su señor en el verso 3529: “¡Podedes oir de muertos ca de vençidos no!”). Después de recuperado el honor, el Poeta no relata otras hazañas del Cid, dice, en el verso 3725 que “a todos alcança ondra por el que en buena ora naçio”, y después informa de su muerte (versos 3726 - 3728). Una vez recuperada y aumentada su honra, al Cid no le queda nada más que hacer en esta vida y muere. · 107 En el verso 3725 se ve una vez más cómo la honra se puede comunicar a quienes son parte de la sociedad y cómo, en palabras de Correa, “el Cid es colocado a la par del personaje más honrado de la tierra”, en vista de que “el emperador se hallaba en el plano mas alto y era superior en atributos de honra a todos los hombres de la tierra” (188). Se puede ver “una escala más en el engrandecimiento del Cid, lo vemos a éste en los versos finales del Poema convertido en principio inmanente de honra. De él emana honra que cobija a todos los hombres de su pueblo” (199). 5. Conclusiones Como conclusión se puede decir, primero, que aun si el honor no es el tema principal del Poema de Mío Cid, es de gran importancia. El Cid comienza deshonrado, y muere en la más alta honra imaginable. Hay referencias al honor y la honra a lo largo de todo el Poema. En segundo lugar, podemos decir que el honor en el Poema de Mío Cid, es una posesión, (que podría caracterizarse como espiritual) tan real como las tierras y otros bienes materiales, y como éstos, no lo hay en igual medida para todos. Además, es la posesión más importante: vale más que la vida. El honor está relacionado con la reputación de la persona, (y por lo tanto con su fama) y por eso depende en varias formas de los demás (es algo social), pero en primer lugar depende del rey, que como “cabeza de la sociedad de la honra” (Salinas 35) lo da y quita. En la misma línea se puede notar que el honor de una persona se comunica a quienes le son cercanos. El honor se puede perder o manchar por insultos de distinta gravedad, por lo que éstos deben ser vengados. Finalmente, como se ha dicho anteriormente, el honor se comparte, pero resalta el Poema, más que nada, que el honor se gana. Sólo los hechos heroicos dan honor (sin ellos la alcurnia nada vale), y es el rey quien confirma el honor ganado en hazañas épicas. Sin duda que dejar estas cosas en claro era de vital importancia en una sociedad en guerra y tendiente a la fragmentación, como lo era la de los reinos españoles en la Reconquista.

6 B| Información sobre el teatro de O Neill


INTRODUCCIÒN A EUGENE O´NEILL



Jorge Albistur en un capìtulo de su libro “Literatura del siglo XX” dedica al teatro algunas consideraciones muy interesantes. Señala que todos sabemos que desde los tiempos de los griegos la pieza teatral fue un  asunto prioritario de las poéticas, siempre se creyò que eran posible discernir ciertas reglas que limitasen su libertad. Quizás por haber crecido en vecindad con las preceptivas, el teatro estuvo siempre en el centro de las polémicas, y baastaría revisar los siglos clásicos en Francia y España para apreciar la magnitud de estas controversias. En el siglo actual , se rinde culto a la libertad.Ya no se discute si debe respetarse la unidad de lugar, ni la de tiempo,  pero sí se pone en tela de juicio otro aspecto más significativo: el concepto mismo de la acción dramática.
El teatro ha desarrollado durante los últimos años del siglo XX un gran desarrollo y una clara competencia entre el cine y la televisión.
El autor cita las diferentes concepciones teatrales que representan el amplìsimo espectro en cuanto al teatro de nuestro siglo: el teatro realista , el teatro no ilusionista, el teatro dentro del teatro, el expresionismo, el teatro poético o simbólico , el teatro existencialista y el teatro del absurdo
 Sería interesante que el alumno realizara un breve recorrido por estas diferentes concepciones teatrales, como la extesiòn del proyecto no lo permite se sugiere abordar el libro citadno anteriormente Jorge Albistur: Literatura del siglo XX:.
En cuanto  a la ubicación del autor en el panorama del teatro norteamericano ,se señala  que extraña divisiòn entre la recepciòn del público y la de la crìtica, esta última se ha divorciado del gusto de los espectadores y considera a los dramaturgos más aclamados como taquilleros que sacrifican temas y formas al interés comercial. Es así que en el caso de muchos críticos  la figura de Eugene O¨Neill (1888 1953) casi no aparece.  
Si es cierto que es el teatro comercial el que retrata costumbres sociales y la protesta contra el orden social y contra la condiciòn humana es una de las características del nuevo drama norteamericano.  En el caso de O¨Neill es lo que primero aflora en cada una de sus obras y en todas las èocas, la de los dramas marinos, los dramas sobrenaturalistas  y los simbolistas.Técnica y temáticamente el autor está proximo a sus colegaseuropeos. El dramaturgo francés jean Tardiue revitalizará a fines del 40, el drama en un solo acto, como lo hará el autor en varias de sus obras, entre ellas la que proponemos “Antes del desayuno”.
Según Wellwarth dicha estructura “ha sido siempre una especie de cenicienta teatral” ,después del “entremés”del siglo XVII su período más popular fue el siglo XIX en que todas las representaciones iban precedidas de una pieza de un solo acto y a menudo seguida de otras. Generalmente se trataba de comedias. Nadie las tomaba en serio, ni los empresarios, ni los intérpretes, ni el público, ni desde luego los autores quesolìan estar muy mal pagos. Se daba por sentado que el prólogo no tenía otro objeto que proporcionar a los concurrentes celebres la satisfacciòn   de causar expectación con su entrada sin perderse parte de la atracción principal.
En cuanto a su concepción teatral se reconócela autor como un expresionista “el drama expresionista   notablemente rico aunque fugaz irradio estìmulos fuera de Europa especialmente absorbidos por O¨Neill.”  Es así que Rodolfo Modern cita algunos rasgos del expresionismo presente en la obra de este autor norteamericano:
Personasque actúan en función de “Tipos”.
Acción sintética y tensa.
Abundancia de monógos.
Escenografìa expresionista apoyando la acción dramática.
Presencia de elementos lìricos   (misterio, musicalidad)
Resurrección de los viejo unidocon la renovación.
Retorno del género religioso.
Empleo de pantomimas y marionetas, farsa y grotesco.
Técnica de sucesiòn de cuadros y escenas.

El autor ataca  en su obra “una conciencia fosilizada, muerta en realidad y la autocontemplaciòn de una burguesìa superficial. La gran tragedia que los personajes  expresan reside precisamente en que la adopción del idealismo predicado conduce irremediablemente a la desesperación a la locura, e inclusive a la acciòn criminal. Es éste el padecimiento de los personajes o¨neillianos.
Según Jorge Albistur entre las corrientes menos dóciles a concebir al teatro como espejo de la vida se cita al expresionismo, lejos del realismo esta modalidad supuso una estilizaciòn de larealidad, es decir su representación con arreglo a un determinado patrón artístico. Y así como en otras tendencias se tiende a embellecer todo aquì todo conduce hacia un feísmo. La exageración, la caricatura, lo que deforma a la figura original,, todo esto surge como consecuencia de la gran crsiis alemana en la primera postguerra.






6°B1 ANTES DEL DESAYUNO. EUGENE O NEILL (comopleto)


ANTES DEL DESAYUNO.


Escenario: una pequeña habitación que sirve a un tiempo de cocina y de comedor en un departamento de la calle Christopher,  en Nueva York. A foro, una puerta que lleva al vestíbulo. A la izquierda de la puerta, una pileta y una cocina de gas de dos mecheros Mas allá de la cocina y hacia la pared de la izquierda, un armario de madera para platos, etc. A la izquierda, dos ventanas que dan sobre una escalera de emergencia, donde varias plantas en sus tiestos agonizan en el abandono. Delante de las ventanas, una mesa cubierta con un hule. Dos sillas con asiento de caña junto a la mesa. Otra contra la pared, a la derecha de la puerta de foro. En la pared de la derecha, foro, una puerta que lleva a una puerta a una alcoba. Más adelante diversas prendas de vestir de hombre y de mujer penden de unas clavijas. Desde el rincón de la izquierda, foro, hasta la pared de la derecha, primer término, hay tendida una cuerda con ropa.
Son aproximadamente las ocho y media de la mañana de un día hermoso y lleno de sol, a comienzos del otoño.
La señora Rowland viene de la alcoba, bostezando, dando aún los últimos toques a un desaliñado tocado, insertando horquillas en su cabello, recogido en pardusca masa en lo alto de su cabeza redonda .Es de mediana estatura y propensa gordura sin líneas, acentuada por su vestido azul, deformado, humilde y raído. Su rostro es impersonal, de facciones pequeñas y regulares y ojos extrañamente azules. En sus ojos, su nariz y su boca débil y rencorosa, hay una expresión atormentada. Tiene poco más de veinte años pero parece mucho mayor.
Llega al centro de la habitación y bosteza, desperezándose. Sus soñolientos se pasean absortos por     todo lo que la rodea, con la irritación propia de aquel para quien un largo sueño no ha significado un largo descanso. Va con aire cansado hacia la ropa que cuelga a la derecha y descuelga un delantal. Se lo ciñe a la cintura, dejando escapar un “maldito sea” cuando el nudo no obedece a sus torpes dedos. Por fin consigue atarlo y va lentamente hacia la cocina de gas y enciende uno de los mecheros.  Llena la cafetera en la pileta y la pone sobre la llama. Luego se desploma en una silla que está junto a la mesa y se pone una mano sobre la frente, como si le doliera la cabeza. De pronto su rostro se ilumina, como si recordara algo y mira el armario de los platos; luego dirige una penetrante mirada hacia la puerta del dormitorio y escucha atentamente durante unos instantes.
SRA ROWLAND (en voz baja). -¡Alfred! ¡Alfred! (del cuarto contiguo no llega respuesta alguna y la señora Rowland prosigue con tono desconfiado, alzando la voz) No tienes que fingir que estás dormido. (De la alcoba no llega la menor respuesta y la señora Rowland, tranquilizada, se levanta y va cautelosamente hacia el armario. Abre con lentitud una de las puertas, cuidando mucho de no hacer ruido, y saca de su escondite, detrás de los platos una botella de ginebra Gordon y un vaso. Al hacerlo mueve el plato de arriba que tintinea levemente. Al oír esto, la señora Rowland sufre un sobresalto culpable y mira con malhumorado desafío la puerta del cuarto contiguo .Con la voz trémula: )
-¡Alfred!
(Después de una pausa, durante la cual trata de percibir algún sonido, toma el vaso y se sirve una buena cantidad de ginebra y lo apura; luego, precipitadamente, repone la botella y el vaso en su escondite. Cierra el armario con el mismo cuidado con que lo ha abierto y con un gran suspiro de alivio se deja caer nuevamente en su silla. La gran dosis de alcohol le ha causado un efecto casi inmediato. Sus facciones se vuelven más animadas, parece cobrar energías y mira la puerta de la alcoba con una sonrisa dura y negativa. Sus ojos pasean una rápida mirada por la habitación y se posan, sobre un saco y un chaleco de hombre que penden a la derecha. Se encamina cautelosamente hacia la puerta abierta, y se detiene allí , sin que la vea el que está dentro, y escucha, tratando de sorprender algún movimiento)
(Llamando, casi en un susurro.) ¡Alfred!
(Nuevamente no hay respuesta. Con ágil movimiento, la señora Rowland, descuelga el saco y el chaleco y vuelve con ellos a su silla. Se sienta y saca los diversos objetos que contiene cada bolsillo, pero los reintegra rápidamente a su sitio. Por fin, en el bolsillo interior del chaleco encuentra una carta)


(Mirando la letra, se dice lentamente) Lo sabía.
(Abre la carta y la lee. En el primer momento, su expresión revela odio e ira, pero a medida que avanza en la lectura hasta acabarla se trueca en triunfante malignidad. Durante un instante queda muy pensativa. Luego vuelve a poner la carta en el bolsillo del chaleco, y cuidando aún de no despertar al durmiente, cuelga nuevamente las prendas en la misma clavija, va hacia la puerta de la alcoba    y atisba)
(Con voz sonora y chillona) ¡Alfred! (Más fuerte) ¡Alfred!
(Del cuarto contiguo llega un gemido ahogado que se confunde con un bostezo.) ¿No te parece que ya se hora de levantarse? (Volviéndose y regresando a su silla) Ya sé que eres lo suficientemente haragán para pasarte la vida en la cama. (Se sienta, mira por la ventana  y dice con irritación:) ¿Qué hora será? Ya no podemos saberlo desde que empeñaste estúpidamente tu reloj. Era el último objeto de valor que teníamos, y lo sabias. Sólo has pensado en empeñar, empeñar, empeñar… Cualquier cosa con tal de alejar la hora de buscar empleo, cualquier cosa con tal de no trabajar como un hombre. (Golpea el suelo con el pie nervosamente, mordiéndose los labios) (Después de una breve pausa) ¡Alfred! Levántate… ¿Me oyes? Quiero hacer esa cama antes de salir. Estoy harta de que esto esté en desorden por tu culpa.  (Con cierta vengativa satisfacción) Y por cierto que no podremos quedarnos mucho tiempo aquí, a menos que consigas dinero en alguna parte. Dios sabe que yo hago lo mío – y más aún yendo a coser a domicilio todos los días, mientras tú hacer el caballero y holgazaneas por las tabernas con ese hato de inútiles artistas Square.
(Breve pausa, durante la cual la señora Rowland, juega nerviosamente con una taza un platito que están sobre la mesa)
¿Y dónde conseguirás dinero, quisiera saber yo? En esta semana tenemos que pagar el alquiler, y ya saber cómo es el dueño de casa. No nos dejará vivir aquí un solo minuto más si no lo pagamos puntualmente. Dices que no puedes conseguir trabajo. Eso es mentira, y tú lo sabes. Nunca lo buscaste, siquiera. Te pasas los días vagabundeando por ahí, escribiendo poemas y cuentos estúpidos que nadie quiere comprar… Y me explico que no quieren comprarlos. Pero advierto que yo siempre puedo conseguir trabajo y lo consigo; y sólo eso nos salva de morirnos de hambre.
(Se levanta y va hacia la cocina, mira la cafetera para ver si el agua hierve y vuelve y se sienta)
Hoy tendrás que conseguir dinero en alguna parte. Yo no puedo hacerlo todo y no lo haré. Tienes que recobrar el sentido común. Tienes que pedirlo, mendigarlo, o robarlo donde sea. (Con desdeñosa risa)
Pero… ¿dónde, quisiera yo saber? Eres demasiado orgulloso para mendigar y has pedido ya todos los préstamos posibles, y no tienes valor para robar.
(Después de una pausa, levantándose irritada.) ¡Por amor de Dios! ¿No te has levantado todavía? Es muy propio de ti eso de volverte a dormir, o de fingirlo. (Va hacia la puerta del dormitorio y atisba.) ¡Ah, te has levantado! Bueno, ya era hora. No tienes por qué mirarme así. Tus desplantes no me engañan, ya.  Te conozco demasiado… mejor de lo que supones…a ti a tus andanzas. (Alejándose de la puerta, con tono significativo) Conozco un montón de cosas, querido. Ahora, no te preocupes de lo que sé. Te lo diré antes de irme, no te aflijas. (Va hacia el centro del aposento y se detiene allí, frunciendo el ceño)
(Con tono irritado)  ¡Hum! ¡Supongo que más vale preparar el desayuno… y no porque haya mucho que preparar (Con   tono de interrogación) Salvo que tengas algún dinero…(Hace una pausa esperando una respuesta del cuarto contiguo, que no llega) ¡Qué pregunta estúpida! (Con dura risita) A estas horas, yo debiera conocerte mejor ya. Cuando te fuiste anoche malhumorado, me imaginé qué pasaría. No se te puede tener la menor confianza. ¡En lindo estado viniste a casa! Nuestra riña sólo te sirvió de pretexto para mostrarte bestial. ¿De qué te valió empeñar el reloj si sólo querías el dinero para derrocharlo en whisky?
(Va hacia el armario y saca platos, tazas, escètera, mientras habla)
¡Apresúrate! Últimamente, gracias a ti, no tarde mucho en preparar el desayuno. Esta mañana sólo tenemos pan, manteca y café: y ni siquiera tendrías eso si yo no me estropeare los dedos cosiendo.
El pan está duro. Supongo que te gustará. Tú no te mereces nada mejor, pero no veo por qué he de sufrir yo. (Yendo hacia la cocina de gas) El café estará dentro de un momento y no esperes que te lo sirva.

(Repentinamente, con violenta ira)  ¿Qué diablos estás haciendo ahora? (Va hacia la puerta y atisba) Buenos, por lo menos estás casi vestido. Creí que te habías metido en la cama de nuevo. Eso sería muy propio de ti. ¡Qué aspecto horrible tienes esta mañana! ¡Aféitate, por amor de Dios! Pareces un vagabundo. Por algo nadie quiere darte un empleo. No los culpo…Tu aspecto no es medianamente decente (Va hacia la cocina de gas) Aquí hay mucha agua caliente. No tienes la menor excusa. (Toma un tazón y vierte en él un poco de agua de la cafetera.) Toma.
(Él tiende la mano en procura del tazón. Se ve una mano sensible, de dedos finos que tiembla, y parte del agua se derrama sobre el piso)
(La señora Rowland, con tono insultante) ¡Mira cómo te tiembla la mano! Mas vale que abandones la bebida. No puedes soportarla. Los hombres como tú son los mejores candidatos al delírium tremens. ¡Eso sería la gota que hace desbordar el vaso! (Mirando el piso) Mira como has dejado el piso… hay colillas y cenizas en toda la habitación. ¿Por qué no los tiraste sobre un plato? No, no serías lo bastante considerado para hacerlo. Nunca piensas en mí. Tú no tienes que barrer la habitación, y eso es todo lo que te importa.
(Toma la escoba y comienza a barrer malignamente, levantando una nube de polvo. De las habitaciones interiores llega el rumor de una navaja de afeitar que afilan.)
(Barriendo) ¡Apresúrate! Ya debe ser casi la hora de que me vaya. Si llegara tarde, me expondría a perder mi empleo y entonces ya no te podría seguir manteniendo. (Y al ocurrírsele algo más, agrega sarcásticamente) Y entonces, tendrías que trabajar o hacer alguna cosa horrible de esa especie (Barriendo debajo de la mesa). Lo que quiero saber es si buscarás hoy trabajo o no.    Sabes que tu familia no nos seguirá ayudando. También ellos ya están hartos de ti. (Después de barrer en silencio durante unos instantes) Estoy cansada de toda esta vida. Ganas  me dan de irme de casa, pero soy demasiado orgullosa para permitir que  te sepan  un fracasado… a ti, el hijo único del millonario Rowland, el egresado de Harvard, el poeta, el hombre notable del pueblo… ¡Bah! (Con amargura) No serían muchas las que me envidiarían mi hombre notable si supieran la verdad. Me gustaría saber una cosa… ¿Qué ha sido nuestro matrimonio? Aún antes de que tu padre millonario muriera debiéndole dinero a todo el mundo, nunca derrochaste un solo minuto con tu esposa. Supongo que a tu entender, yo debía darme por satisfecha con tu honorable  actitud al casarte  conmigo…después de haberme puesto en dificultades. Yo te avergonzaba ante tus refinados amigos porque mi padre sólo es un almacenero, eso es lo cierto. Por lo menos es un hombre honrado y tú no podrías decir lo mismo del tuyo. (Sigue barriendo enérgicamente hacia la puerta. Se apoya sobre su escoba por un momento)
Suponías que todos creerían que te habías visto obligado a casarte conmigo y te compadecerían… ¿verdad? No vacilaste mucho para decirme que me querías y para hacerme creer en tus mentiras antes de que sucediera aquello… ¿no es eso? Me hiciste suponer que no querías  que tu padre me sobornara, como trató de hacerlo. Pero ya sé a qué atenerme. Por algo he vivido tanto tiempo contigo. (Sombriamente) Es una suerte que nuestro pobre hijo naciera muerto, después de todo. ¡Qué padre hubieras sido! (Permanece en silencio, y cavilando hoscamente durante un instante, luego prosigue con una serie de salvaje alegría)
Pero no soy la única que tiene que agradecerte su desdicha. Hay, por lo menos otra, y ésa no puede tener esperanzas de casarse contigo ahora. (Asoma la cabeza al cuarto contiguo) ¿.Qué me dices de Helen? (Retrocede del vano de la puerta con un sobresalto, algo asustada)
¡No me mires así! Sí, he leído esa carta. ¿Y qué? Tenía derecho a leerla. Soy tu esposa. Y sé todo lo que hay que saber, de modo que no me mientas: No tienes por qué mirarme así. Ya no podrás intimidarme con esos aires de hombre superior. Si no fuese por mí, te irías sin desayunarte esta mañana (Vuelva a dejar la escoba en el rincón y dice, con tono gimoteante:)  Nunca me agradeciste en lo más mínimo lo que he hecho. (Va hacia la cocina de gas y echa el café en la cafetera) El café está listo. No te esperaré. (Vuelve a sentarse)
(Después de una pausa, llevándose la mano a la cabeza, malhumorada) ¡Cómo me duele la cabeza esta mañana! Es una vergüenza que deba irme a trabajar todo el día en una habitación asfixiante, en este estado. Y no iría si fueras un hombre. Debiera ser yo quien pasara el día tendida en la cama, y no tú.  Bien sabes lo enferma que he estado en este último año;  y sin embargo cuando tomo alguna pequeñez para levantarme el ánimo, me lo echas en cara. Ni siquiera quisiste dejarme tomar ese tónico que compré en la farmacia. (Con risa cruel) Sé que te alegraría verme muerta y que no te estorbara; entonces podrías correr detrás de esas muchachas estúpidas que te creen maravilloso e incomprendido… Esa Helen y las demás.(Del cuarto contiguo llega una agua exclamación de dolor)
(Con satisfacción) ¡Claro! ¡Ya sabía yo que te cortarías! Eso te servirá de lección. Bien sabes que no debes pasarte las noches vagabundeando por ahí y bebiendo, con tus nervios en tan deplorables condiciones (Va hacia la puerta y se asoma a la otra habitación)
¿Por qué estás tan pálido? ¿Por qué te mirar así, fijamente, en el espejo? ¡Por amor de Dios! ¡Quítate esa sangre de la cara! (Con un escalofrío) Es horrible. (Con tono de alivio) Bueno, ya estás mejor. Nunca he podido soportar el espectáculo de la sangre (Se aparta un poco de la puerta) Más vale que renuncies a afeitarte solo y vayas a una peluquería. Tu mano tiembla horriblemente. ¿Por qué me miras así? (Se aleja de la puerta)  ¿Todavía estás furioso conmigo a causa de esa carta? (Desafiante) Pues yo tenía derecho a leerla. Soy tu esposa. (Va hacia la silla y vuelve a sentarse. Después de una pausa)  Hace tiempo que estoy enterada deque tienes una aventura. Tus débiles pretextos de que te pasabas el tiempo en la biblioteca no me engañaron. Y después de todo… ¿quién es esa Helen? ¿Una de esas artistas? ¿O también escribe poemas? A juzgar por tu carta lo parece. Apostaría a que te dijo que tus cosas eran lo mejor que se había escrito en el mundo, y que te lo creíste como un imbécil. ¿Es joven y linda? También yo era joven y linda cuando me engañaste con tu palabrería poética; pero la vida contigo la consume pronto a cualquiera. ¡Las que he pasado!
(Va hacia la cocina de gas y retira el café) El desayuno está listo. (Con una mirada de  desdén) ¡El desayuno! (Se sirve una taza de café y deja la cafetera sobre la mesa) Se te enfriará el café. ¿Qué estás haciendo? ¿Afeitándote, todavía? ¡Por amor de Dios! Más vale que renuncies a eso. Una de estas mañanas te harás un buen tajo. (Se corta pan y lo hunta con manteca. Durante los párrafos siguientes, come y bebe su café)
Tendré que irme corriendo, apenas concluya de comer. Uno de nosotros tiene que trabajar (Irritada) ¿Vas a buscar trabajo hoy o no?  Seguramente, alguno de tus refinados amigos te ayudaría si te creyera realmente tan talentoso. Pero supongo que todos ellos prefieren oírte hablar. (Se queda sentada en silencio, durante un minuto).
Lo siento por esa Helen, sea quien sea. ¿No tienes ninguna consideración por los demás? ¿Qué dirá su familia? Veo que ella la menciona en su carta. ¿Qué hará? ¿Alumbrar al niño… o ir a ver a uno de esos médicos? Linda situación, hay que confesarlo. ¿Dónde conseguiría el dinero? (Espera una respuesta a esta andanada de preguntas)
Hum…No me digas nada sobre ésa… ¿verdad? ¡Tanto me da! Después de todo, no lo lamento por ella… Sabía que estaba haciendo. A juzgar por su carta, no es una colegiala como lo era yo. ¿Sabe que estás casado? Claro que debe saberlo. Todos tus amigos están enterados de tu infortunado matrimonio. Sé que te compadecerán, pero no conocen mi versión del asunto. Hablarían de otro modo si la conociesen.
(Está demasiado ocupada comiendo para seguir hablando, durante un segundo o dos)
Esa Helen debe ser una buena pieza,  si sabe que eres casado. ¿Qué esperaba? ¿Qué yo te concediera el divorcio y te dejara casarte con ella? ¿Cree que soy lo bastante chiflada para eso…después de todas las que me hiciste pasar? ¡Por cierto que no! Y  tú no podrías conseguir el divorcio de mí y bien lo sabes. Nadie podrá decir jamás que yo he hecho algo malo. (Apura el resto de su café)
Ella merece sufrir, es todo lo que puedo decirte. Te diré lo que pienso: creo que tu Helen no pasa de ser una vulgar trotacalles. Esa es mi opinión. (Del cuarto contiguo llega un sofocado gemido).
¿Has vuelto a cortarte? Bien merecido lo tienes (Se levanta y se quita el delantal) Bueno, tengo que irme sin demora. (Malhumorada) ¡Vaya una vida la que llevo! No soportaré por más tiempo tu haraganería. (Oye algo y hace una pausa, escuchando atentamente) ¡Eso es! ¡Has volcado toda el agua!  No digas que no. La oigo gotear por el piso (Una vaga aprensión aparece en su rostro) ¡Alfred! ¿Por qué no me contestas?
(Va lentamente hacia la otra habitación. Se oye caer una silla y algo se desploma pesadamente en el suelo. La señora Rowland se detiene, temblando de pánico y exclama:
¡Alfred! ¡Alfred! ¡Contéstame! ¿Qué has hecho caer? ¿Estás borracho todavía? (Incapaz de soportar la tensión ni por un momento más, se lanza hacia la puerta del dormitorio)
¡Alfred!
(Se detiene en el umbral, mirando el suelo del cuarto interior, transfigurada de horror. Luego lanza un salvaje alarido y corre hacia la otra puerta, hace girar la llave y la abre frenéticamente de par en par. Y  se precipita al vestíbulo gritando como una loca)
                                                                                                                            TELÓN.

                                                                                                                 EUGENE O´NEILL

6°B! Información sobre el teatro de Henryk Ibsen.


APROXIMACIÓN A “CASA DE MUÑECAS ”  DE HENRYK IBSEN (1879).



Ibsen presenta  en “Casa de muñecas”  (1879) el tema del feminismo que ya había sido presentado en “Las columnas de la sociedad” La obra fue escrita en una vija a Roma y fue terminada en un monasterio convertido en albergue al sur de Torrento. En1979.
Precisamente había escrito “Notas para la tragedia del tiempo presente” las cuales se referían a la tragedia de la mujer en la sociedad moderna.
Si bien puede citarse a Camila Collett como posible vinculaciòn a la obra, mujer lider del feminismo escandinavo, el personaje inspirador de la obra fue Laura Petersen, autora de la obra “De las hijas de brand”. Era una joven a la cual Ibsen llamaba “alondra” como luego lo hará Helmer con el personaje de Nora. Su historia es similar a la de la obra: ella se casó con Víctor Kieler el cual sufría de una enfermedad nerviosa, ella pidió dinero prestado para su curación pero luego al no poder devolverlo fue ella quien enfermó. Ibsen aconsejó contarle todo a su marido (lo mismo que Cristina en la obra) . Como vimos muchos hechos expuestos en la obra fueron reales: la enfermedad del marido, el préstamo secreto, el viaje a Italia, la salvaciòn del marido.

El problema de Ibsen por la mujer lo preocupaba enormemente sobre todo en un aspecto que él lo define así: “los obstáculos impuestos por una sociedad constituida por los hombres en contra del desarrollo de la mujer como ser humano”.
Este es el tema de “Casa de muñecas” en donde la mujer aparece como víctima de la sociedad y del marido, típico representante de la sociedad victimaria.
El antecedente literaria de la obra fue “Leonarda” de Bjjjjotnson (1879);con respecto a esta obra del autor al cual se le critiçaba su  defensa del amor libre, Ibsen ha señalado que defiende la moralidad en el matrimonio pues sólo un matrimonio donde hay mutua estima es moral, aquel que no la tiene debe dejarsen en lugar de darse a la mentira.
La obra fue representada en 1899 en todos los teatros e idiomas del mundo. Pero lo más desconcertante fue el desenlace y así Ibsen se vio obligado a modificar el final para que la obra fuera representada. Así la actriz Niemann Reake que hacía el papel de Nora declaró  que no abandonaría a sus hijos; otra ocasión en 1906 en una representación econ el desenlace primitivo la actriz que los encarnaba no pudo pese a los esfuerzos abrir la puerta e irse de su casa.
Grandes actrices reclamaban el papel de Nora,    amplios sectores del público reclamaban un final feliz,otros la criticaron como inmoral, disolvente y corruptora.Los ambientes sociales conservadores prohibían hablar del tema delante de los jóvenes y los pastores condenaban a Nora en sus sermones. Sin duda la obra no resultó indiferente a ningún estrato social y significò un adelanto en el tema de la reinvidicaciòn del papel en la sociedad, aún cuando no había llegado el siglo XX.
Ofelia Machado Bonet de Benvenuto quien ha realizado un estudio sobre la obra señalala que el tema del feminismo ha sido el determinante en esta obra y que el tema de la misma es la imposibilidad que encuentra Nora para realizarse como ser humano. De ahí que lo que reivindica Ibsen  es la libertad moral de la mujer cuando ella adquiere conciencia de su ser; de ahí se justifica el desenlace.
Jorge Albistur ha señalado que cuando Nora, al final de la obra ,en una escena que más adelante se propondrá le dice a su esposo “Siéntate, Torvaldo, tenemos que hablar” se abre una etapa distinta para el teatro . Nunca se mostró más abiertamente, que el teatro podía ser sólo un diálogo, las razones para una acción, mas bien que ella misma en lugar de una serie de acontecimientos. Dos sillas, dos personajes y un diálogo entre ellos, nada más.


INNOVACIONES AL TEATRO REALIZADAS POR IBSEN

                         Propuestas por Enrique Anderson Imberg.



·         No teje tramas sino busca situaciones cotidianas, familiares, problemas íntimos de la conducta.
·         El drama se convierte en una discusión pues los personajes, discuten esos problemas.
·         Puesto que esas discusiones son sobre temas cotidianos el público se identifica con ellos, hay una comunicón entre escenario y público.
·         Al ser problemas cotidianos, desaparecen las convenciones tradicionales como por ejemplo el desenlace feliz que tanto se le criticó al autor en “Casa de muñecas”
·         Cuando el telón se alza ya está por comenzar la crisis y hay todo un pasado al que vamos conociendo en medio de esa crisis. Pasado y prersente se van revelando simultáneamente.
·         Se cumplen rigurosamente las unidades aristotélicas por eso respetando la unidad de tiempo y lugar se nos presentan vidas enteras e historias de años.
·         El diálogo es drama puro, no ventriloquia, cada personaje hace valer su punto de vista.(nos recuérdale diálogo estíquico que veíamos en la tragedia griega).


La obra “Casa de muñecas” puede ser considerada como un ejemplo de obra que reúne las características del teatro de Ibsen ya señaladas por Anderson Imberg.
Pues como Ibsen no teje tramas sino que busca situaciones cotidianas, familiares, en la obra todo se desenvuelve en una casa  de familia, en donde todo se desarrolla normalmente, no hay ninguna trama excepcional.
La obra comienzaa cuando está por estallar la crisis en el momento en que Kragstad comienza a amenazar a Nora y allí todo se desencadena. La acción comienza en la inminencia de esa crisis.
Siempre hay un hecho ocurrido en el pasado que es el propiamente desencadenante (influencia de Mauricio Hansen) y que se conoce en el desarrollo de la acción. Este hecho ya está ocurrido en el pasado, la obra comienza con el inicio de la crisis.
Se respetan las unidades aristotélics por ello lo sucedido en el pasado sólo se conoce a través del diàlogo.
El centro de la acciòn es el diálogo puro entre los personajes que discuten problemas familiares (Nora y Torvaldo)


6°B1, CASA DE MUÑECAS. IBSEN. (OBRA COMPLETA)


Henrik Ibsen


CASA DE MUÑECAS



DRAMA EN TRES ACTOS


(1879)






Scan: Risardo
Corrección : Fiosue
Biblioteca_irc . MMIV


NOTA PRELIMINAR



Casa de muñecas se publicó por primera vez en Copenhague, el 4 de diciembre de 1879, apareciendo sucesivamente otras ediciones hasta llegar a la definitiva, donde no dejaría de incluirse, por supuesto. Fue traducida desde luego al inglés para Inglaterra y Norteamérica, al francés, al holandés, al italiano, al portugués, al ruso, al servio, al español, al alemán, al sueco, al finlandés y al polaco, vertiéndose después a los demás idiomas.
Comienzan sus representaciones con el estreno oficial en el Teatro Real, de Copenhague, el 21 de diciembre de 1879; en el Teatro de Crístianía, el 20 de enero de 1880; en el Teatro Noruego, de Bergen, el 30 del mismo mes, y aquel año, de febrero a mayo, la divulgaron por toda la nación compañías danesas y noruegas; las de Rasmussen y Petersen hicieron otro tanto por toda Dinamarca; el 8 de enero de 1880 la estrenó el Teatro Real, de Estocolmo; el Teatro Finlandés, de Helsingfors, el 25 de enero, y el Teatro Sueco, de la misma capital y de Aabo, dentro del año, difundiéndola más tarde por toda Suecia; el Teatro de Goteborg, el 13 de marzo. En Munich la dio a conocer el Residenztheater el 3 del citado mes, con asistencia de Ibsen, y tiempo adelante se pondría en los principales teatros de Alemania, Austria, Bohemia, Rusia, Italia, Polonia, Servia, Holanda, Inglaterra, España, Francia, Australia, Egipto y América del Norte y del Sur. Ha alcanzado millares y millares de representaciones, y la han interpretado las actrices mejores del mundo entonces, entre ellas la danesa Betty Hennings, la alemana Niemann-Raabe, la italiana Eleonora Duse, la francesa Réjane y la española Catalina Barcena.
Ha suscitado innumerables críticas de Prensa a raíz de sus estrenos, y estudios en los libros consagrados a Ibsen. En distintos países, además de Noruega, se han hecho parodias de este drama.
Varios traductores han osado añadir un cuarto acto a la obra, y en Alemania se alteró alguna vez el desenlace, por exigencias de cierta artista, con permiso del autor, como ya se ha dicho.








PERSONAJES




helmer, abogado.
nora, su esposa.
El doctor rank.
krogstad, procurador.
señora linde, amiga de Nora.
ana maría,   su  niñera.
elena,  doncella de los Helmer.
Los Tres Niños del matrimonio Helmer.
Un  Mozo  de  cuerda.



La acción, en Noruega, en casa de los Helmer.




ACTO PRIMERO



Sala acogedora, amueblada con gusto, pero sin lujo. En el fondo, a la derecha, una puerta conduce a la antesala, y a la izquierda, otra al despacho de Helmer. Entre ambas, un piano. En el centro del lateral izquierdo, otra puerta, y más allá, una ventana. Cerca de la ventana, mesa redonda, con un sofá y varias sillas alrededor. En el lateral derecho, junto al foro, otra puerta, y en primer término, una estufa de azulejos (1), con un par de sillones y una mecedora enfrente. Entre la estufa y la puerta lateral, una mesita. Grabados en las paredes. Repisa con figuritas de porcelana y otros menudos objetos de arte. Una pequeña librería con libros encuadernados primorosamente. Alfombra. La estufa está encendida. Día de invierno.

En la antesala suena una campanilla; momentos más tarde, se oye abrir la puerta. nora entra en la sala tarareando alegremente, vestida de calle y cargada de paquetes, que deja sobre la mesita de la derecha. Por la puerta abierta de la antesala, se ve un Mozo con un árbol de Navidad y un cesto, todo lo cual entrega a la doncella que ha abierto.

NORA.
Esconde bien el árbol, Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera hasta esta noche, cuando esté arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca el portamonedas.) ¿Cuánto es?
el Mozo.
Cincuenta ore (2)..[1]
nora.
Tenga: una corona. No, no; quédese con la vuelta. (El Mozo da las gracias y se va. nora cierra la puerta. Continúa sonriendo mientras se quita el abrigo y el sombrero. Luego saca del bolsillo un cucurucho de almendras y come un par de ellas. Después se acerca cautelosamente a la puerta del despacho de su marido.) Sí, está en casa. (Se pone a tararear otra vez según se dirige a la mesita de la derecha.)
helmer. (Desde su despacho.)
¿Es mi alondra la que está gorjeando ahí fuera?
nora. (A tiempo que abre unos paquetes.) Sí, es ella.
helmer.
¿Es mi ardilla la que está enredando?
nora. ¡Sí!

helmer.
¿Hace mucho que ha llegado mi ardilla?
nora.
Ahora mismo. (Guarda el cucurucho en el bolsillo y se limpia la boca.)
Ven aquí, mira lo que he comprado.
helmer.
¡No me interrumpas por el momento! (Al poco rato abre la puerta y se asoma con la pluma en la mano.) ¿Has dicho comprado? ¿Todo eso? ¿Aún se ha atrevido el pajarito cantor a tirar el dinero?
nora.
Torvaldo, este año podemos excedernos un poco. Es la primera Navidad que no tenemos que andar con apuros.
helmer.
Sí, sí, aunque tampoco podemos derrochar, ¿sabes?
nora.
Un poquito sí que podremos, ¿verdad? Un poquitín, nada más. Ahora que vas a tener un buen sueldo, y a ganar muchísimo dinero...
helmer.
Sí, a partir de Año Nuevo. Pero habrá de pasar un trimestre antes que cobre nada.
nora.
¿Y qué importa eso? Entre tanto, podemos pedir prestado.
helmer.
¡Nora! (Se acerca a ella, y bromeando, le tira de una oreja.) ¿Reincides en tu ligereza de siempre?... Suponte que hoy pido prestadas mil coronas, que tú te las gastas durante la semana de Navidad, que la Noche Vieja me cae una teja en la cabeza, y me quedo en el sitio...
nora.
¡Qué horror! No digas esas cosas.
helmer.
Bueno; pero suponte que ocurriera. Entonces, ¿qué?
nora.
Si sucediera semejante cosa, me sería de todo punto igual tener deudas que no tenerlas.
helmer.
¿Y a los que me hubiesen prestado el dinero?
nora.
¡Quién piensa en ellos! Son personas extrañas.
helmer.
¡Nora, Nora! Eres una verdadera mujer. En serio, Nora, ya sabes lo que pienso de todo esto. Nada de deudas, nada de préstamos. En e] hogar fundado sobre préstamos y deudas se respira una atmósfera de esclavitud, un no sé qué de inquietante y fatídico que no puede presagiar sino males. Hasta hoy nos hemos sostenido con suficiente entereza. Y así seguiremos el poco tiempo que nos queda de lucha.

nora.
En fin, como gustes, Torvaldo.
helmer. (Que va tras ella.)
Bien, bien; no quiero ver a mi alondra con las alas caídas. ¿Qué, acaba por enfurruñarse mi ardilla? (Saca su billetero.) Nora, adivina lo que tengo aquí.
nora. (Volviéndose rápidamente.) ¡Dinero!
helmer.
Toma, mira. (Entregándole algunos billetes.) ¡Vaya, si sabré yo lo que hay que gastar en una casa cuando se acercan las Navidades!
nora. (Contando.)
Diez, veinte, treinta, cuarenta... ¡Muchas gracias, Torvaldo! Con esto tengo para bastante tiempo.
helmer.
Así lo espero.
nora.
Sí, sí; ya verás. Pero ven ya, porque voy a enseñarte todo lo que he comprado. Y además, baratísimo. Fíjate... aquí hay un sable y un traje nuevo, para Ivar; aquí, un caballo y una trompeta, para Bob, y aquí, una muñeca con su camita, para Emmy. Es de lo más ordinario: como en seguida lo rompe... Mira: aquí, unos cortes de vestidos y pañuelos, para las muchachas. La vieja Ana María se merecía mucho más...
helmer. Y en ese paquete, ¿qué hay?
nora. (Gritando.)
¡No, eso no, Torvaldo! ¡No lo verás hasta esta noche!
helmer.
Conforme. Pero ahora dime, manirrota: ¿has deseado algo para ti?
nora.
¿Para mí? ¡Qué importa! Yo no quiero nada.
helmer.
¡No faltaba más! Anda, dime algo que te apetezca, algo razonable.
nora.
No  sé...   francamente.   Aunque  sí...
helmer. ¿Qué?
nora. (Juguetea con los botones de la chaqueta de su marido, sin mirarle.)
Si insistes en regalarme algo, podrías... Podrías...
helmer. Vamos, dilo.
nora. (De un tirón.)
Podrías darme dinero, Torvaldo. Nada, lo que buenamente quieras, y un día de éstos compraré una cosa.
helmer.
Pero, Nora...
nora.
Sí, Torvaldo; oye, vas a hacerme ese favor. Colgaré del árbol dinero envuelto en un papel dorado, ¿te parece bien?
helmer.
¿Cómo se llama ese pájaro que siempre está despilfarrando?
nora.
Ya, ya; el estornino; lo sé. Pero vamos a hacer lo que te he dicho, ¿eh, Torvaldo? Así tendré tiempo de pensar lo que necesite antes. ¿No crees que es lo más acertado?
helmer. (Sonriendo)
Por supuesto, si verdaderamente guardaras el dinero que te doy y compraras algo para ti. Pero luego resulta que vas a gastártelo en la casa o en cualquier cosa inútil, y después tendré que desembolsar otra vez...
helmer.  
¡Qué idea, Torvaldo!...
helmer.
Querida Nora: no puedes negarlo. (Rodeándole la cintura.) El estornino es encantador, pero gasta tanto... ¡Es increíble lo que cuesta a un hombre mantener un estornino!
nora.
¡Qué exageración! ¿Por qué dices eso? Si yo ahorro todo lo que puedo.
helmer. (Riendo.)
Eso sí es verdad. Todo lo que puedes; pero lo que pasa es que no puedes nada.
nora.  (Canturrea y sonríe alegremente.)
¡Si   tú supieras lo que tenemos que gastar las alondras y las ardillas, Torvaldo!
helmer.
Eres una criatura original. Idéntica a tu padre. Haces verdaderos milagros por conseguir dinero, y en cuanto lo obtienes, desaparece de tus manos, sin saber nunca adonde ha ido a parar. En fin, habrá que tomarte tal como eres. Lo llevas en la sangre. Sí, sí, Nora; no cabe la menor duda de que esas cosas son hereditarias.
nora.
¡Bien me hubiera gustado heredar ciertas cualidades de papá!
helmer.
Pero si yo te quiero conforme eres, mi querida alondra. Aunque... Oye, ahora que me fijo..., noto que tienes una cara..., vamos..., una cara de azoramiento hoy...
nora. ¿Yo?
helmer.
Ya lo creo. ¡Mírame al fondo de los ojos!
nora. (Mirándole.) ¿Qué?
helmer. (La amenaza con el dedo.)
¿Qué diablura habrá cometido esta golosa en la ciudad?
nora.
¡Bah, qué ocurrencia!
helmer.
¿No habrá hecho una escapadita a la confitería?
nora.
No;  te lo aseguro, Torvaldo.
helmer.
¿No habrá chupeteado algún caramelo?
nora.
No, no; ni por asomo.
helmer.
¿Ni siquiera habrá roído un par de almendras?
nora.
Que no, Torvaldo, que no; puedes creerme.
helmer.
Pero, mujer, si te lo digo en broma.
nora. (Aproximándose a la mesa de la derecha.)
Comprenderás que no iba a arriesgarme a hacer nada que te disgustara.
helmer.
No, ya lo sé. Además, ¿no me lo has prometido?... (Acercándose a ella.) Puedes guardarte tus secretos de Navidad. Esta noche, cuando se encienda el árbol, supongo que nos enteraremos de todo.
nora.
¿Te has acordado de invitar al doctor Rank?
helmer.
No, ni es necesario. De sobra sabe que cenará con nosotros; está descontado. De todos modos, le invitaré ahora por la mañana cuando venga. He encargado buen vino. Nora, no puedes formarte idea de la ilusión que tengo por esta noche.
nora.
Yo también. ¡Cómo se van a divertir los niños, Torvaldo!
helmer.
¡Ah, qué alegría pensar que estamos en una posición sólida con un buen sueldo...! ¿No es ya una dicha el mero hecho de pensar en ello?
nora.
¡Oh, sí!   ¡Parece un sueño!
helmer.
¿Te acuerdas de la última Navidad? Durante tres semanas te encerrabas todas las noches hasta después de las doce, haciendo flores y otros mil prodigios para el árbol. ¡Uf! fue la temporada más aburrida que he pasado.
nora.
¡Entonces sí que no me aburría yo!
helmer. (Sonriente.)
Pero el resultado fue bastante lamentable, Nora.
nora.
¡Oh! no dejas de hacerme burla con lo mismo. ¿Qué culpa tengo yo de que el gato entrase y destrozara todo?
helmer.
No, claro que no, querida Nora. Ponías el mayor empeño en alegrarnos a todos, que es lo principal. Pero, en suma, más vale que hayan pasado los malos tiempos.
nora.
Es verdad; casi me parece una pesadilla.
helmer.
Ahora ya no hace falta que me quede aquí solo y aburrido, y tú no tendrás que atormentar más tus queridos ojos y tus lindas manilas.
nora. (Palmoteo.)
¿Verdad que no, Torvaldo? Ya no hace falta. ¡Qué alegría me da oírtelo!
(Cogiéndole del brazo.) Te voy a decir cómo he pensado que vamos a arreglarnos en cuanto pasen las Navidades... (Suena la campanilla en la antesala.) ¡Ah! llaman. (Ordena un poco los muebles.) Ya viene alguien. ¡Qué contrariedad!
helmer.
Acuérdate de que no estoy para las visitas.
elena.  (Desde  la  puerta  de  la  antesala.) Señora, es una señora desconocida...
nora. Que pase.
elena. (A helmer.)
También acaba de llegar el señor doctor.
helmer.
¿Ha pasado directamente al despacho?
elena. Sí, señor.
(helmer entra en su despacho. La doncella introduce a la señora linde, en traje de viaje, y cierra la puerta tras ella.)
señora linde. Buenos días, Nora.
nora. (Indecisa.) Buenos días.
señora linde. Por lo visto, no me reconoces.
nora.
No..., no sé... ¡Ah!, sí, me parece... (De pronto, exclama:) ¡Cristina! ¿Eres tú?
señora linde. Sí, yo soy.
nora.
¡Cristina! ¡Y yo que no te he reconocido! Pero ¡quién diría que...! (Más bajo.) ¡Cómo has cambiado!
señora linde. Sí, seguramente. Hace nueve años largos...
nora.
¿Es posible que haga tanto tiempo que no nos vemos? Sí, en efecto. ¡Ah! no puedes figurarte qué felices han sido estos ocho años últimos. ¿Conque ya estás aquí, en la ciudad? ¿Como has emprendido un viaje tan largo en pleno invierno? Has sido muy valiente.
señora linde.
Ya ves; acabo de llegar esta mañana en el vapor.
nora.
Para festejar las Navidades, naturalmente. ¡Qué bien! ¡Cuánto vamos a divertirnos! Pero quítate el abrigo. ¡Ajajá! Ahora nos sentaremos aquí, con comodidad, al lado de la estufa. No; mejor es que te sientes en el sillón. Yo me siento en la mecedora. (Cogiéndole las manos.) ¿Ves? Ya tienes tu cara de antes; era sólo en el primer momento... De todos modos, estás algo más pálida, Cristina... y quizá un poco más delgada.
señora linde. Y muchísimo más vieja, Nora.
nora.
Acaso un poco más madura..., un poquito, no mucho. (Se para, repentinamente seria.) ¡Qué distraída soy! ¡Sentada aquí, cotorreando! Mi buena Cristina, ¿puedes perdonarme?
señora linde.
¿Qué quieres decir, Nora?
nora. (Bajando la voz.)
¡Pobre Cristina! Te has quedado viuda, ¿no?
señora linde.
Sí, hace ya tres años.
nora.
Lo sabía; lo leí en los periódicos. ¡Ay, Cristina! tienes que creerme: pensé muchas veces escribirte; pero lo fui dejando de un día para otro, y por añadidura, siempre había algo que lo impedía.
señora linde. Lo comprendo perfectamente.
nora.
Sí, Cristina, me he portado muy mal. ¡Pobrecita! ¡Cuánto habrás sufrido!... ¿No te ha dejado nada para vivir?
señora linde. No.
nora.
¿Y no tienes hijos?
señora linde. No.
nora.
Así, pues, ¿nada?
señora linde.
Ni siquiera una pena..., ni una nostalgia.
nora. (Mirándola, incrédula.) Pero Cristina, ¿cómo es posible?
señora linde. (Sonríe tristemente mientras le acaricia el cabello.) Son cosas que ocurren a veces, Nora.
nora.
¡Tan sola! Debe de ser horriblemente triste para ti. Yo tengo tres niños encantadores. Por el momento no puedes verlos; han salido con la niñera. Vamos, cuéntamelo todo.
señora linde.
No, no; primero, tú.
nora.
No; te toca empezar a ti. Hoy no quiero ser egoísta; sólo quiero pensar en tus asuntos. Únicamente voy a decirte una cosa. ¿Te has enterado de la fortuna que nos ha sobrevenido estos días?
señora linde. No. ¿Qué es?
nora.
¡Imagínate! ¡A mi marido le han nombrado director del Banco de Acciones!
señora linde.
¿A tu marido?   ¡Qué suerte!
nora.
¡Sí, grandísima! ¡Es tan insegura la posición de un abogado!... Sobre todo cuando no quiere ocuparse más que de asuntos lícitos... Y como es lógico, así ha hecho Torvaldo, en lo cual me hallo de completo acuerdo. No puedes figurarte lo contentos que estamos. Para Año Nuevo tomará posesión, y percibirá un buen sueldo, con muchos beneficios. Por fin podremos cambiar del todo esta manera de vivir... enteramente a nuestro gusto. ¡Oh, Cristina, cuan feliz me siento! Es algo maravilloso eso de poseer mucho dinero y verse libre de preocupaciones, ¿verdad?
señora linde.
Sí; al menos, debe de ser una tranquilidad poseer lo necesario.
nora.
No, no sólo lo necesario, sino dinero en abundancia.
señora linde. (Sonríe.)
¡Nora, Nora! ¿Todavía no tienes sentido común? En el colegio eras una malgastadora.
nora. (Sonríe a su vez.)
Sí, eso dice aún Torvaldo. (Amenazando con el dedo.) Pero "Nora, Nora" no es tan loca como suponéis. Además, no hemos tenido mucho que derrochar, realmente. Los dos nos hemos visto obligados a .trabajar.
señora linde. ¿También tú'?
nora.
Sí; nada, pequeñeces: bordar, hacer ganchillo... (Sin darle importancia.) ¡Qué sé yo!... No ignorarás que Torvaldo salió del ministerio cuando nos casamos. Tenía pocas esperanzas de ascenso, y como había de ganar más que antes... Pero el primer año se abrumó de trabajo. Debía buscarse toda clase de quehaceres, según comprenderás, y trabajaba día y noche. Pero no pudo resistirlo y cayó gravemente enfermo. Los médicos declararon indispensable que se marchara al Mediodía.
señora linde.
Es cierto. Estuvisteis un año en Italia...
nora.
Sí, y no creas que fue nada fácil marcharnos. Justamente acababa de nacer Ivar... Pero había que partir. Fue un viaje encantador, y gracias a él, Torvaldo salvó la vida. Eso sí, costó dinero en grande.
señora linde. Ya lo presumo.
nora.
Unas cuatro mil ochocientas coronas. Bastante, ¿eh?
señora linde.
Sí; pero, en casos como ése, es toda una chiripa poseerlo.
nora.
Porque nos lo dio papá.
señora linde.
¡Ah!, sí. Fue poco antes de morir, si mal no recuerdo.
nora.
Sí, Cristina, exactamente. ¡Y pensar que se me hizo imposible ir a cuidarle! Estaba esperando de un día a otro que naciera Ivar, y también debía preocuparme de mi pobre Torvaldo moribundo. ¡Padre querido! No volví a verle, Cristina. Es lo más penoso que hube de pasar desde que me casé.
señora linde.
Ya sé que le tenías mucho cariño. ¿De modo que os marchasteis a Italia?
nora.
Sí; contábamos con el dinero, y los médicos nos apremiaban. Nos marchamos un mes después.
señora linde.
¿Y volvió tu marido radicalmente curado?
nora.
Radicalmente.
señora linde. Luego ¿ese médico...?
nora.
¿Cómo dices?
señora linde.
Me ha parecido oír a la doncella que ese señor que entraba conmigo era un doctor...
nora.
¡Ah, sí! Es el doctor Rank; pero no viene como médico. Es nuestro mejor amigo, y nos hace, cuando menos, una visita al día. No., Torvaldo no se ha sentido enfermo desde entonces. Los niños también están muy sanos, igual que yo. (Se levanta de repente, palmeteando.) ¡Dios mío! ¡Cristina, es una delicia vivir y ser feliz!... Pero ¡qué torpeza!... No hago más que hablar de mis cosas. (Se sienta en un taburete junto a cristina, acodándose en sus propias rodillas.) ¡No te enfades conmigo!... Dime, ¿es verdad que no querías a tu esposo? Pues ¿por qué te casaste con él?
señora linde.
En aquel tiempo aún vivía mi madre; pero estaba enferma e inválida. Para colmo, debía yo sostener a mis dos hermanitos. Por tanto, no juzgué oportuno rechazar la oferta.
nora.
Puede que tuvieses razón. ¿Luego era rico?
señora linde.
Sí, creo que gozaba de buena posición. Pero sus negocios eran inseguros, ¿sabes? Cuando murió, se vino todo abajo y no quedó nada.
nora.
¿Y qué hiciste?
señora linde.
Hube de ingeniarme con una tiendecita, con un modesto colegio y con lo que pude encontrar. Los tres últimos años han sido para mí como un largo día de trabajo sin tregua. Pero se acabó todo, Nora. Mi pobre madre no me necesita ya, y los chicos, tampoco; tienen sus empleos y pueden mantenerse por sí mismos muy bien.
nora.
¡Qué alivio debes de sentir!
señora linde.
No, Nora; lo que siento es un vacío inmenso. ¡No tener nadie a quien consagrarse!... (Se levanta, intranquila.) Por eso no podía aguantar al cabo en aquel rincón. Aquí debe de ser más fácil encontrar en qué ocuparse y distraer los pensamientos. Si me cupiera la fortuna de conseguir un empleo; en una oficina, por ejemplo...
nora.
Pero, Cristina, ¡es tan fatigoso., y. tú pareces ya tan cansada! Sería mejor para ti que fueses a un balneario.
señora linde. (Acercándose a la ventana.) Yo no  tengo ningún padre que me pague los gastos, Nora.
nora. (Se levanta.)
¡Mujer, no lo tomes a mal!
señora linde. (Vuelve hacia ella.)
No, Nora, todo lo contrario. Eres tú la que no debe enfadarse conmigo. Lo peor de una situación como la mía es que se torna una tan "agria... No se tiene a nadie por quien trabajar, y sin embargo, se ve una obligada a valerse de todos. Hay que vivir, y eso nos hace egoístas... No querrás creerme, pero cuando me has contado vuestro cambio de posición, me alegraba más por mí que por ti.
nora.
¡Cómo!... ¡Ah!, sí... comprendo; querrás decir que quizá Torvaldo pueda hacer algo por ti.
señora linde.
Sí, eso he pensado.
nora.
Y lo hará. Déjalo en mis manos. ¡Ya verás qué bien voy a prepararlo! Buscaré algo agradable para predisponerle. ¡Tengo tantas ganas de serte útil!
señora linde.
Eres muy buena al tomarte ese interés por mí, Nora. Doblemente buena, pues desconoces los sinsabores y las amarguras de la vida.
nora.
¿Yo?...  ¿Que no conozco...?
señora linde. (Sonriendo.)
Sí, mujer... Bordar un poco y labores por el estilo... Eres una niña, Nora.
nora. (Con un gesto de orgullo lastimado.)
No debías decirlo en ese tono de superioridad.
señora linde. ¿Por qué?
nora.
Eres lo mismo que los demás. Todos estáis convencidos de que no valgo para nada serio...
señora linde. ¡Vamos, mujer!
nora.
...de que no he pasado por dificultades en este mundo.
señora linde.
Querida Nora, acabas de contarme todos tus contratiempos...
nora.
¡Bah!..., eso son pequeñeces. (Baja la voz.) No te he contado lo principal.
señora linde.
¿Lo principal?... ¿Qué quieres decir?
nora.
Me crees demasiado insignificante, Cristina, y no debieras hacerlo. Te sientes orgullosa de haber trabajado tanto por tu madre.
señora linde.
Yo no creo insignificante a nadie. Pero, eso sí, lo confieso..., me siento orgullosa y satisfecha de haber conseguido que fuesen tranquilos, hasta cierto punto, los últimos días de mi madre.
nora.
Y también te sientes orgullosa pensando en lo que has hecho por tus hermanos.
señora linde. Creo que estoy en mi derecho.
nora.
Lo mismo creo yo. Pues ahora, Cristina, voy a decirte algo. Yo también tengo de qué sentirme orgullosa y satisfecha.
señora linde. No lo dudo. Pero ¿de qué se trata?
nora.
Habla más bajo, no te vaya a oír Torvaldo. Por nada del mundo conviene que él... No debe saberlo nadie más que tú.
señora linde.
Pero, criatura,  ¿qué es ello?
nora.
Acércate aquí. (Le hace sentarse a su lado, en el sofá.) Pues verás... También tengo de qué estar orgullosa y satisfecha. Fui yo quien salvé la vida a Torvaldo.
señora linde.
¿Tú?...  ¿Que tú le salvaste...?
nora.
Ya te he contado lo del viaje a Italia. Torvaldo no viviría si no hubiera ido allá...
señora linde.
Sí, porque tu padre te dio el dinero necesario...
nora. (Sonriendo.)
Sí, eso es lo que creen Torvaldo y todo el mundo; pero...
señora linde. Pero... ¿qué?
nora.
Papá no nos dio nada. Fui yo la que busqué el dinero.
señora linde.
¿Tú? ¿Una suma tan grande?
nora.
Cuatro mil ochocientas coronas. ¿Qué te parece?
señora linde.
¿Y cómo te las arreglaste? ¿Te tocó la lotería?
nora. (Desdeñosamente.)
¡La lotería! (Hace un gesto despectivo.) De ser así, ¿qué mérito habría tenido?
señora linde. En ese caso, ¿de dónde las sacaste?
nora.  (Canturrea y  sonríe enigmáticamente.) ¡Ah!... ¡Trala... lalá!
señora linde.
No1 creo que lo consiguieras prestado.
nora.
¡Ah! ¿No?... ¿Y por qué no?
señora linde.
Porque una mujer casada no puede pedir prestado sin el consentimiento de su marido.
nora. (Con un ademán de orgullo.)
¡Ah! ¿Y cuando se es una mujer casada que tiene algún sentido de los negocios..., una mujer que sabe administrarse con un poco de inteligencia?...
señora linde.
Nora, no me explico lo que quieres decir...
nora.
Ni es menester. Nadie afirma que haya pedido el dinero prestado. Lo he podido adquirir de otra manera. (Dejándose caer en el sofá.) He podido recibirlo de algún admirador. Teniendo un aspecto tan atractivo como el mío...
señora linde. ¡Eres una loca!
nora.
Ya no puedes negar que sientes una curiosidad enorme, Cristina.
señora linde.
Óyeme, Nora: ¿no habrás obrado irreflexivamente?
nora. (Irguiéndose.)
¿Es irreflexivo salvar una la vida de su marido?
señora linde.
Lo que estimo irreflexivo es hacerlo sin que lo supiera él...
nora.
Pero  si lo que importaba era que no supiese  nada. ¡Vamos!, ¿no comprendes?...  No debía enterarse de la gravedad de  su estado. Fue a mí a quien vinieron    los médicos diciéndome que peligraba su vida, y que solamente una estancia en el Mediodía podría salvarle. ¡No creas que al principio no intenté hablarle con diplomacia! Le hice ver lo delicioso que sería para mí viajar por el extranjero, ni más ni menos que tantas otras mujeres; con súplicas y lloros, le dije que debía tener en cuenta las circunstancias en que me encontraba, que había de ser comprensivo y ceder... Entonces fue cuando insinué que podía pedir un préstamo. Pero al oírme casi se enfadó, Cristina. Me replicó que era una insensata, y que su deber de esposo le dictaba no someterse a mis caprichos, como él los llamaba. "Bueno, bueno—pensé—; de todos modos, hay que salvarte." Y a la postre busqué otra salida...
señora linde.
¿Y por tu padre no se enteró tu marido de que el dinero no procedía de él?
nora.
No, nunca. Papá murió por aquellas mismas fechas. Yo había pensado hacerle cómplice en el asunto y rogarle que no revelara nada. Pero ¡estaba tan enfermo!... Por desgracia, no hubo necesidad.
señora linde.
¿Y después?... ¿Nunca te has confiado a tu marido?
nora.
¡No lo quiera Dios! ¿Cómo se te ocurre tal idea? ¡A él, tan severo para estas cosas! Por lo demás, a Torvaldo, con su amor propio de hombre, se le haría muy penoso y humillante saber que me debía algo. Se habrían echado a perder todas nuestras relaciones, y la felicidad de nuestro hogar terminaría para siempre.
señora linde.
¿No piensas decírselo jamás?
nora. (Pensativa, inicia una sonrisa.)
Sí, acaso alguna vez..., después de muchos años, cuando no sea yo tan bonita como ahora. ¡No te rías! Quiero decir que cuando ya no guste tanto a Torvaldo, cuando ya no se divierta viéndome bailar y disfrazarme y declamar... Entonces sería bueno tener un cable al que asirme... (Interrumpiéndose.) ¡Bah, qué tonterías! Ese día no llegará nunca. Vamos a ver, Cristina, ¿qué opinas de mi gran secreto? ¿No entiendes que yo también sirvo para algo?... Puedes creer que el asunto me ha ocasionado serias preocupaciones. No ha sido nada fácil para mí cumplir mi compromiso a tiempo. Porque te advierto que en este mundo de los negocios hay lo que se llaman vencimientos y lo que se llama amortización. ¡Y todo eso es tan difícil de solucionar! De manera que he tenido que ahorrar un poco de aquí y otro poco de allí..., de donde he podido, ¿sabes? Del dinero de la casa no podía economizar mucho, porque Torvaldo tenía que comer bien. Tampoco podía dejar que los niños fuesen mal vestidos, porque todo lo que me daba para ellos me parecía intangible, como cosa suya. ¡Angelitos míos!
señora linde.
¡Pobre Nora! Por ende, tus necesidades personales han debido de pagar las consecuencias.
nora.
Efectivamente. Era algo que me correspondía. Cada vez que Torvaldo me daba dinero para mi adorno, sólo gastaba la mitad. Siempre compraba de lo más barato y corriente. Era una ventaja que todo me sentara a maravilla; de modo que Torvaldo no ha notado nada. Pero muchas veces se me hacía demasiado cuesta arriba, Cristina. ¡Es tan agradable ir bien vestida! ¿Verdad?
señora linde. ¡Y tanto!
nora.
Asimismo he tenido otras fuentes de ingresos. El invierno pasado pude encontrar un trabajo de copias. Me encerraba y escribía todas las noches hasta muy tarde. ¡Oh!, con frecuencia me sentía muy cansada. A pesar de todo, era un placer trabajar y ganar dinero. Parecía casi como si fuese un hombre.
señora linde.
¿Y cuánto has podido devolver así?
nora.
No sabría decírtelo al detalle. Es muy difícil llevar cuentas en esta clase de negocios. Sólo sé que he pagado cuanto me ha sido posible reunir. Muchas veces no se me ocurría ya qué hacer. (Sonríe.) Entonces me quedaba aquí sentada, ideando que un señor viejo y rico se había enamorado de mí...
señora linde.
¡Cómo!... ¿Quién?
nora.
...que se había muerto, y que, al abrir su testamento, se leía en letras muy grandes: "Todo mi dinero será pagado al contado inmediatamente a la encantadora señora Nora Helmer."
señora linde.
Pero, Nora, ¿qué dices?... ¿De quién estás hablando?
nora.
¿No te das cuenta?... No existe tal señor; es una cosa que me imaginaba siempre cuando no sabía qué hacer para encontrar dinero. Pero ¡qué más da! Por mí, ese dichoso señor viejo puede estar donde le plazca.: no me importan nada él ni su testamento; ya se acabaron las preocupaciones. (Irguiéndose de repente.) ¡Dios mío! ¡Qué gusto poder pensarlo, Cristina! ¡Sin preocupaciones! ¡Poder sentirse tranquila, absolutamente tranquila; jugar y alborotar con los niños; tener la casa preciosa, todo como le gusta a Torvaldo! ¡Y calcular que ya se acerca la primavera con su cielo azul! Para entonces quizá podamos viajar un poco, volver a ver el mar. ¡De veras es magnífico vivir y ser feliz!
(Se oye la campanilla en la antesala.)
señora linde. (Levantándose.) Llaman; será mejor que me vaya.
nora.
No, quédate. No aguardo a nadie; de fijo, es para Torvaldo...
elena. (Desde la. puerta.)
Perdón, señora; hay un caballero que desea hablar con el señor abogado...
nora.
Con el señor director, querrás decir...
elena.
Sí, señora, con el señor director. Pero como el señor doctor está ahí dentro... no sabía si...
nora.
¿Quién es ese caballero?
krogstad. (En la antesala.) Soy yo, señora.
(La señora linde, turbada, se vuelve, estremeciéndose, hacia la ventana.)
nora. (Avanza un paso hacia él, intrigada y dice a media voz:) ¿Usted? ¿Qué hay? ¿Qué quiere hablar con mi marido?
krogstad.
Nada; asuntos bancarios... Tengo un modesto empleo en el Banco, y he oído decir que su esposo ha sido nombrado director...
nora.
Pero ¿es que...?
krogstad.
Negocios a secas, señora, y nada más.
nora.
Pues haga el favor de entrar por la puerta del despacho. (Saluda con indiferencia y cierra la puerta de la antesala; luego se acerca a ver el fuego de la estufa.)
señora linde. Nora...   ¿quién es ese hombre?
nora. Es un tal Krogstad..., procurador.
señora linde. ¡Ah!,  ¿es él?
nora.
¿Le conoces?
señora linde.
Le conocí... hace años. Fue pasante de procurador de nuestro distrito.
nora.
¡Ah,  sí!   Ya  recuerdo.
señora linde.
¡Qué cambiado está!
nora.
Creo que ha sido desdichado en su matrimonio.
señora linde. Y ahora es viudo, ¿no?
nora.
Sí, con una caterva de hijos. ¡Ya se anima el fuego! (Cierra la portezuela de la estufa y retira un poco la mecedora.)
señora linde.
Dicen que se dedica a toda clase de negocios.
nora.
¡Ah! ¿Sí?... Puede ser; no sé... Pero no pensemos en negocios; es una cosa tan aburrida...
(El doctor rank sale- del despacho de helmer.)
doctor rank. (Todavía desde la puerta del despacho.)
No, no; no quiero estorbar. Prefiero charlar un rato con tu mujer. (Cierra la puerta y repara en la. señora linde.) ¡Ah! perdón. Por las trazas, también estorbo aquí.
nora.
No, no, de ninguna manera. (Presentando.) El doctor Rank. La señora Linde.
doctor rank.
¡Ah! sí. Es un nombre que se oye mucho en esta casa. Creo que he pasado delante de usted al subir la escalera.
señora linde.
Sí; yo subo muy despacio, porque me canso.
doctor rank.
Algo de debilidad, al parecer.
señora linde. Sólo fatiga.
doctor rank.
¿Nada más? Y, probablemente, viene usted a descansar acá yendo de festejo en festejo...
señora linde.
He venido a buscar trabajo.
doctor rank.
¿Será ése un remedio eficaz contra el exceso de fatiga?
señora linde.
¡Una tiene que vivir, doctor!
doctor rank.
Sí, eso opina todo el mundo: que es necesario vivir.
nora.
¡Vamos, vamos, doctor! También tendrá usted ganas de vivir.
doctor rank,
¡Ya lo creo! A pesar de lo mal que estoy, prefiero seguir sufriendo durante el mayor tiempo posible. Todos mis pacientes piensan otro tanto. Y lo mismo pasa con los que padecen achaques morales. En este momento acabo de dejar a uno de esos enfermos morales en el despacho de Helmer...
señora linde. (Con voz apagada.) ¡Ah!
nora.
¿A quién se refiere usted?
doctor rank.
¡Oh!, es un tal Krogstad, procurador; usted no le conoce. Tiene el carácter podrido hasta las raíces... Pues a su vez ha osado decir que hay que vivir, como si supusiera una cosa de máxima importancia.
nora.
¿Sí? Entonces, ¿de qué quería hablar con Torvaldo?
doctor rank.
No lo sé a ciencia cierta. Sólo he oído que se trataba del Banco.
nora.
Yo ignoraba que Krogs... que el procurador tuviera que ver con el Banco.
doctor rank.
Sí; le han dado una especie de empleo. (A la señora linde.) No estoy al tanto de si por allá, entre ustedes, hay esa clase de hombres que se debaten afanosos por descubrir podredumbres morales, y en cuanto tropiezan con un individuo enfermo, le adjudican una buena plaza para tenerle en observación. Mientras, que se queden fuera los sanos.
señora linde.
No obstante, los enfermos son, en realidad, los más necesitados.
doctor rank. (Encogiéndose de hombros.)
Es ese punto de vista el que convierte la sociedad en un hospital.
nora. (Como abstraída en sus pensamientos y palmeteando.) ¡Ja, ja, ja!
doctor rank.
¿De qué se ríe usted? ¿Sabe acaso qué es la sociedad?
nora.
¡Qué me importa la dichosa sociedad!... Me reía de algo muy distinto... algo verdaderamente gracioso... Dígame, doctor... Todos los que están empleados en el Banco dependerán desde ahora de Torvaldo, ¿no es así?
doctor rank.
¿Y eso la divierte a usted tanto?
nora. (Sonríe y canturrea.)
No me haga caso. (Paseándose.) Sí que es verdaderamente gracioso pensar que nosotros... que Torvaldo haya ganado tanto autoridad sobre tanta gente... (Saca del bolsillo un cucurucho de almendras.) ¿Una almendrita, doctor?
doctor rank.
¡Cómo! ¿Almendritas? Tenía entendido que eso era mercancía prohibida aquí.
nora.
Sí; pero éstas me las ha dado Cristina.
señora linde. ¿Qué? ¿Yo?...
nora.
¡Vaya, vaya, no te asustes! ¿Qué sabías tú de si Torvaldo me había prohibido comer almendras? Es porque le da miedo que se me estropeen los dientes, ¿comprendes? Pero por una vez, no hay cuidado. ¿Verdad, doctor? Tenga. (Le mete una almendra en la boca.) Y tú, otra, Cristina. Yo también tomaré una, sólo una pequeñita... lo más, dos. (Paseándose.) Ahora sí que me siento feliz. AJ presente hay una sola cosa que tengo unas ganas vivísimas de hacer.
doctor rank.
¡Ah!  ¿Sí? ¿Y qué es?
nora.
Es algo que siento unos deseos irresistibles de decir delante de Torvaldo.
doctor rank.
¿Y por qué no lo dice?
nora.
No me atrevo... Es una cosa muy fea.
señora linde. ¿Fea?
doctor rank.
En ese caso, no le aconsejo que lo diga. Aunque, a nosotros, bien podía... ¿Qué es lo que tiene usted tantas ganas de decir delante de Helmer?
nora.
Tengo unas ganas enormes de gritar: ¡Demonios coronados!
doctor rank.
Pero  ¿está usted loca?
señora linde. ¡Por Dios, Nora!
doctor rank. Ya puede usted decirlo. Aquí viene.
nora. (Que esconde el cucurucho.)
¡Chis! (helmer sale del despacho con el sombrero en la mano y el abrigo colgando del brazo. nora va hacia él.) ¿Qué, por fin has podido quitártele de encima?
helmer.
Sí; acaba de irse.
nora.
Te voy a presentar; es Cristina, que ha llegado de fuera.
helmer.
¿Cristina?... Perdón; pero no sé...
nora.
La señora Linde, Torvaldo; Cristina Linde...
helmer.
¡Ah, sí! una amiga de la infancia, supongo.
señora linde.
Sí; nos conocimos en otro tiempo.
nora.
Y fíjate: ha hecho este viaje para poder hablar contigo.
helmer. ¿Qué oigo?
señora linde. Vamos... es decir...
nora.
¿Sabes? Cristina entiende bastante de trabajos de oficina, y ahora tiene mucho interés en ponerse a las órdenes de un hombre competente, para adquirir más conocimientos...
helmer.
Lo estimo muy acertado, señora.
nora.
Cuando se enteró de que te habían nombrado director del Banco...—llegó un telegrama, ¿comprendes?—, se apresuró a venir aquí. ¿Verdad, Torvaldo, que harás algo por Cristina para complacerme, eh?
helmer.
No parece del todo imposible. ¿Es usted viuda quizá?...
señora linde. Sí.
helmer.
¿Y conoce usted estos trabajos de oficina?
señora linde. Bastante.
helmer.
¡Ah! entonces es muy probable que pueda encontrarle una colocación...
nora. (Batiendo palmas.) ¿Lo ves, lo ves?...
helmer.
Llega usted en un momento oportuno, señora.
señora linde.
¡Oh! ¿Cómo podría agradecérselo?...
helmer.
No se preocupe por eso. (Poniéndose el gabán.) Pero hoy tendrá usted que disculparme...
doctor rank.
Aguarda; voy contigo. (Busca su abrigo de pieles y lo calienta ante la estufa.)
nora.
No tardes mucho, Torvaldo.
helmer.
Una hora, nada más.
nora.
¿Te vas tú también, Cristina?
señora  linde.  (Mientras  se  pone  el abrigo.)
Sí; ahora tengo que buscar habitación.
helmer.
Pues bajaremos a la calle juntos.
nora. (Ayudándola.)
¡Qué lástima que vivamos tan estrechos! Pero nos es completamente imposible...
señora linde.
¿En qué estás pensando, mujer? Adiós, Nora, y gracias por todo.
nora.
Adiós, o hasta luego. Porque vendrás esta noche, por de contado. Y usted también, doctor. ¡Cómo! ¿Si se siente usted con bríos?... ¡No faltaba más! Abríguese. (Pasan, charlando, a la antesala. Se oyen voces de niños fuera, en la escalera.) ¡Ya están aquí, ya están aquí! (Corre a abrir. La niñera ana maría viene con los niños.) ¡Entrad, entrad! (Se agacha para besarlos.) ¡Angelitos míos!... ¿Ves, Cristina? ¿Verdad que son preciosos?
doctor rank.
Nos os quedéis ahí hablando., que hay corriente.
helmer.
Venga, señora Linde. Permanecer aquí ahora es algo que sólo puede resistirlo una madre.
(El doctor rank, helmer y la señora linde bajan la escalera. ana maría entra con los niños en el salón, seguida de nora, que cierra la puerta.)
nora.
¡Tenéis un aspecto estupendo! ¡Vaya unos colores que traéis! Parecéis manzanas y rosas. (Los niños le hablan todos a la vez hasta el final del parlamento.) ¿Os habéis divertido mucho? Así me gusta. ¡Ah! ¿Sí?... ¿Conque has llevado a Emmy y a Bob en el trineo?... ¡Qué enormidad! ¿A los dos juntos? ¡Sí que eres valiente, Ivar!... ¡Oh! déjame tenerla un poquito, Ana María. ¡Muñequita mía! (Toma a la pequeña en brazos y baila con ella.) Sí, sí, Bob; mamá bailará contigo también. ¡Cómo! ¿Os habéis tirado bolas de nieve? ¡Qué pena no haber estado con vosotros! No, deja, Ana María; yo misma les quitaré los abrigos. Sí, mujer, me encanta hacerlo. Entre tanto, pasa ahí; tienes cara de frío. Hay café caliente esperándote. (ANA maría pasa a la habitación de la izquierda. nora quita los abrigos a los niños, desperdigándolos por la escena. Los niños siguen hablando todos a la vez.) ¿Sí?... ¿Decís que os ha seguido un perro grande, corriendo detrás de vosotros? Pero no os mordería, ¿en?... No; los perros no muerden a los muñequitos encantadores como vosotros, ¡Ivar, no toques los paquetes! ¡Si tú supieras lo que hay dentro!... Una cosa horrenda... ¡Anda, vamos a jugar! Al escondite... ¿queréis?... Bob se esconderá el primero... ¿O preferís que me esconda yo?...
(Se ponen a jugar todos, riendo y alborotando, en el salón y en la biblioteca de la derecha. Por fin, nora se esconde debajo de la mesa. Los niños irrumpen precipitadamente, sin encontrarla; pero, al oír su risita contenida, se lanzan todos hacia la mesa, levantando el tapete, y la descubren. Ruidosa alegría. nora sale a gatas como para asustarlos. Mientras, ha llamado alguien a la puerta, sin que nadie lo note. Se abre la puerta un poco, y aparece krogs-tad. Se detiene un momento en tanto que el juego continúa.)
krogstad.
Usted perdone, señora...
nora. (Emite un grito ahogado, levantándose a medias.) ¡Ah! ¿Qué desea usted?...
krogstad.
Dispénseme. Como la puerta estaba abierta... Se habrán olvidado de cerrarla.
nora. (Levantándose.)
No está en casa mi marido, señor Krogstad.
krogstad. Ya lo sé.
nora.
¿A qué viene usted aquí, pues?
krogstad.
A hablar dos palabras con usted.
nora.
¿Conmigo?... (A los niños, en voz baja.) Marchaos con Ana María. ¿Cómo? No, no, el hombre no va hacer nada malo a mamá. En cuanto se haya ido, volveremos a jugar. (Conduce a los niños a la habitación de la izquierda y cierra la puerta tras ellos. Con inquietud, intrigada.) ¿Quería usted hablarme?...
krogstad.
Sí, eso quiero.
nora.
¿Hoy?... Pero si aún no estamos a primeros de mes...
krogstad.
No, hoy es Nochebuena; y de usted depende cómo va a pasar estas Navidades...
nora.
Habrá de hacerse cargo. Hoy no puede de ninguna manera...
krogstad.
Por ahora no vamos a hablar de eso. Se trata de otra cosa. Me figuro que podrá dedicarme un momento.
nora.
¡Oh! sí, claro, por supuesto... aunque...
krogstad.
Muy bien. Estaba yo sentado en el restaurante Olsen, cuando he visto pasar a su marido...
nora. Sí, sí.
krogstad.
...con una señora.
nora.
¿Y qué...?
krogstad.
¿Puedo hacerle una pregunta? ¿No era la señora Linde?
nora. Sí.
krogstad.
¿Acaba de llegar a la ciudad?
nora.
Sí, ha llegado hoy.
krogstad.
¿Y es amiga íntima de usted?
nora.
Sí; pero no veo qué relación...
krogstad.
Yo también la conocía.
nora. Lo sé.
krogstad.
¿De veras? Así, estará usted enterada. Me lo suponía. Entonces podré preguntarle con toda franqueza: ¿es verdad que la señora Linde va a tener un empleo en el Banco?
nora.
Señor Krogstad, ¿cómo se permite preguntarme eso usted, que es un subordinado de mi marido? Pero, ya que me lo pregunta, voy a responderle. Es verdad; la señora Linde tendrá una colocación, y además, soy yo quien ha influido para ello. Ya lo sabe usted, señor Krogstad.
krogstad. He acertado.
nora. (Paseándose.)
Como puede suponer, una tiene algo de influencia. No crea que ser mujer no quiere decir que... Cuando se es un subordinado, señor Krogstad, hay que obrar con un poco de tacto para no mortificar a una persona que...
krogstad.
¿...que tiene influencia?
nora. Eso es.
krogstad. (Cambiando de actitud.)
Señora, ¿sería usted tan amable que empleara su influencia en mi favor?
nora.
¡Cómo!   ¿Qué se propone?
krogstad.
¿Sería usted tan amable que se preocupara de que pueda yo conservar mi empleo en el Banco?
nora.
¿Qué significa esto?... ¿Quién ha pensado en quitarle su empleo?
krogstad.
¡Oh! no hay para qué fingir. Comprendo muy bien que a su amiga no le guste tropezarse conmigo, y ahora, además, comprendo a quién debo agradecer mi cesantía.
nora.
Le aseguro que...
krogstad.
Bueno, bueno. En una palabra, todavía está usted a tiempo de impedirlo.
nora.
Pero, señor Krogstad, si no tengo ninguna influencia...
krogstad.
¡Ah! ¿No? Pues me parece que acaba usted de afirmar...
nora.
Sin duda, no he querido decir que... ¿Cómo puede usted creer que yo tenga tanta influencia con mi marido?
krogstad.
¡Oh! conozco a su esposo desde que éramos estudiantes. Y dudo mucho de que el señor director sea más enérgico que otros maridos.
nora.
Si habla usted despectivamente de mi esposo, puede ir tomando la puerta.
krogstad.
Es usted valiente, señora.
nora.
Ya no le tengo miedo. Después de Año Nuevo me veré libre en absoluto.
krogstad. (Reprimiéndose.)
Óigame, señora. Si hay que hacerlo, lucharé con todas las armas por mantener mi puesto en el Banco.
nora.
Es de presumir.
krogstad.
No sólo por los ingresos, que son lo que menos me importa. Por otra cosa que... Bien; se lo diré. Usted sabrá, indudablemente, como todo el mundo, que hace unos cuantos años cometí cierta imprudencia...
nora.
Sí; creo que he oído hablar algo de eso.
krogstad.
El asunto no llegó a los tribunales, aunque en seguida se me cerraron todos los caminos. Y entonces emprendí esa clase de negocios que usted no ignora. A algo tenía que agarrarme, y me atrevo a decir que no he sido peor que otros. Pero hoy necesito salir de todo eso. Mis hijos ya van siendo mayores, y se impone que recobre mi reputación. El empleo del Banco representaba para mí el primer escalón, y ahora resulta que su esposo quiere arrojarme de él para hacerme caer nuevamente en el fango.
nora.
Pero, por amor de Dios, señor Krogstad; no está en mis manos ayudarle.
krogstad.
Porque no quiere usted; pero cuento con medios para obligarla.
nora.
¿Será usted capaz de decir a mi marido que le debo dinero?
krogstad.
¿Y si lo hiciera?
nora.
Sería una infamia por su parte. (Con voz rota.) ¡Ese secreto que es mi alegría y mi orgullo... saberlo él de una manera tan indigna y vergonzosa... saberlo por usted! Me expondría a los mayores disgustos...
krogstad.
¿Sólo a disgustos?...
nora. (Con vehemencia.)
Pero hágalo, si quiere; será para usted peor... Así, se dará cuenta mi marido de lo despreciable que es usted, y entonces sí que se quedará sin su empleo.
krogstad.
Acabo de preguntar si no son más que disgustos familiares lo que usted teme.
nora.
No cabe duda de que, si mi marido se entera, pagará en el acto el resto de la deuda; y así acabaremos con usted definitivamente.
krogstad. (Avanza un paso hacia ella.) Oiga, señora... ¿es que no tiene usted memoria, o es que no entiende de negocios? Por lo que veo habré de ponerla al corriente sobre este particular.
nora. ¡Cómo!
krogstad.
Cuando estaba enfermo su esposo vino usted a pedirme prestadas cuatro mil ochocientas coronas...
nora.
No conocía a nadie más...
krogstad.
Yo prometí procurarle ese dinero.
nora. Y me lo procuró.
krogstad.
Pero en ciertas condiciones. Estaba usted entonces tan preocupada con la enfermedad de su esposo, y tan ansiosa de encontrar dinero para el viaje, que creo que no pensó bien en los detalles. Y no me parece inoportuno recordárselos. Le prometí proporcionarle el dinero, contra un recibo que yo mismo había redactado.
nora.
Sí, y lo firmé.
krogstad.
De acuerdo. Pero a continuación, había yo agregado algunas líneas, por las cuales su padre se hacía responsable de la deuda. Esas líneas debía firmarlas él mismo.
nora.
¿Qué debía...? Las firmó.
krogstad.
Dejé la fecha en blanco, para que su padre la pusiera cuando firmase el documento. ¿Se acuerda usted?
nora.
Sí, creo que sí.
krogstad.
Y después le di a usted el recibo para que lo enviase por correo a su padre. ¿No fue así?
nora. Así fue.
krogstad.
Como es natural, lo hizo usted en seguida, porque, pasados unos cinco o seis días, me devolvió el mismo documento con la firma de su padre. Y entonces cobró usted el dinero.
nora.
Sí, bien. ¿Y no he ido pagando con regularidad?
krogstad.
Poco más o menos. Pero, volviendo a lo de antes... Aquéllos eran tiempos bastante difíciles para usted, señora...
nora. Lo eran, sí.
krogstad. Y su padre estaba muy enfermo, creo,
nora.
Muriéndose.
krogstad.
¿Y murió poco después?
nora. Sí.
krogstad.
Dígame, señora, ¿recuerda usted, por casualidad, la fecha de la muerte de su padre?
nora.
Papá murió el veintinueve de septiembre.
krogstad.
Exactamente. Lo sabía. Por eso mismo (Saca un papel), no acabo de explicarme cierta particularidad...
nora,
¿Qué particularidad? No caigo...
krogstad.
Es sorprendente, señora, que su padre firmara el documento tres días después de su muerte. (nora guarda silencio) ¿Puede explicármelo usted? (nora. permanece callada.) También es singular que la fecha dos de octubre y el año, no estén escritos por la mano de su padre, sino por otra mano que creo reconocer... Bueno; eso es explicable. Puede que su padre se olvidara de fechar la firma, y que lo haya hecho cualquiera antes de saber su muerte. En eso no hay nada malo. Lo que importa es la firma. Me figuro que será auténtica, ¿verdad? Porque supongo que sería su propio padre quien puso su nombre...
nora.  (Tras  de una corta pausa,  levanta desdeñosamente la cabeza y le mira con resolución.) No, no fue él. Fui yo misma quien escribió el nombre de papá.
krogstad.
Oiga, señora, ¿se percata usted de lo grave que es esa confesión?
nora.
¿Por qué, si pronto va usted a percibir su dinero?...
krogstad.
¿Me permite otra pregunta? ¿Por qué razón no envió usted el papel a su padre?
nora.
Era imposible: ¡estaba papá tan enfermo! Si le hubiese pedido la firma, también habría tenido que concretarle en qué se invertiría el dinero. ¿Y cómo iba a decirle, tan enfermo como estaba, que peligraba la vida de mi marido? Era imposible.
krogstad.
En tal caso, lo mejor para usted habría sido prescindir de ese viaje al extranjero.
nora.
Era no menos imposible. Ese viaje iba a traer la salvación de mi marido, y no podía yo desistir de él.
krogstad.
¿Y no se le ocurrió a usted que estaba cometiendo una estafa en contra mía?
nora.
No podía pararme a pensar en esas cosas. Para nada me cuidaba de usted. Se me hacía odioso por la frialdad de los razonamientos que oponía a mis deseos, aun sabiendo el peligro en que estaba mi marido.
krogstad.
Señora, con toda evidencia desconoce usted la gravedad de lo que ha hecho. Sólo le diré que lo que hice yo cuando perdí toda mi posición social no fue ni más ni menos que eso.
nora.
¿Usted? ¿Quiere convencerme de que ha hecho algún sacrificio por salvar la vida de su mujer?
krogstad.
A las leyes no les importan los motivos.
nora.
Pues son unas leyes muy malas.
krogstad.
Malas o no... si yo presento este documento a las autoridades, será usted condenada por esas leyes.
nora.
Me resisto a creerlo. ¿Acaso una hija no tiene derecho a evitar a su anciano padre moribundo inquietudes y disgustos? ¿Acaso una esposa no tiene derecho a salvar la vida de su esposo? Yo no conozco las leyes a fondo; pero estoy segura de que en algún sitio se dice que esas cosas están permitidas. ¿Y usted, procurador, no se ha enterado de ello? Debe de ser bastante mal jurista, señor Krogstad.
krogstad.
Posiblemente. Pero en negocios como los que median entre usted y yo, espero que concederá que soy bastante entendido. Bien. Haga lo que quiera, aunque conste que, si me hundo por segunda vez, irá usted a hacerme compañía. (Saluda y vase.)
nora. (Se queda largo rato pensativa.
Levantando la cabeza.)
¡Bah, querrá asustarme! Pero no soy tan cándida. (Empieza a ordenar la ropa de los niños, que abandona pronto.) Aunque... ¡No, no es posible! Si lo hice por amor...
Los niños. (A la puerta de la izquierda.) ¡Mamá, se ha ido el hombre!
nora.
Sí, sí; ya lo sé. Pero no habléis más de él, ¿habéis oído? ¡Ni a papá!
Los niños.
No, mamá. ¿Jugamos ya?
nora.
No, no; ahora no.
Los niños.
¡Oh, mamá! nos lo habías prometido.
nora.
Sí; pero ahora no puedo: tengo mucho que hacer. Andad, marchaos3 hijos míos. (Empujándolos cariñosamente, cierra la puerta tras ellos. Se sienta en el sofá, toma su labor y da algunas puntadas, interrumpiéndose luego.) ¡No! (Deja caer su labor, va a la puerta de la antesala y llama.) ¡Elena! ¡Tráeme el árbol! (Se acerca a la mesa de la izquierda, abre el cajón y se queda suspensa.) ¡No; es de todo punto imposible!
elena. (Con el árbol.) ¿Dónde lo dejo, señora?
nora.
Aquí en medio.
elena.
¿Hay que traer algo más?
nora.
No, gracias; tengo lo que necesito. (ELENA sale después de dejar el árbol. nora empieza a arreglarlo.) Hacen falta velas y flores... ¡Qué persona tan repugnante!... ¡Es absurdo, absurdo! No pasará nada. El árbol va a quedar precioso... Haré todo lo que quieras, Torvaldo... cantaré para ti, bailaré para ti... (Entra helmer con un rollo de papeles bajo el brazo.) ¡Ah! ¿Ya estás aquí?
helmer.
Sí. ¿Ha venido alguien?
nora.
¿Aquí? No.
helmer.
¡Qué extraño! He visto a Krogstad salir del portal.
nora.
¡Ah! sí, es verdad. Krogstad ha estado un momento.
helmer.
Nora, te lo conozco en la cara; ¿a que ha venido a pedirte que me hablaras en su favor?
nora. Sí.
helmer.
Y debías hacerlo como si fuese por tu propia iniciativa, ocultándome que había estado aquí. ¿No te lo ha pedido también?
nora.
Sí, Torvaldo; pero...
helmer.
¡Nora, Nora! ¿Y tú has sido capaz de eso? ¡Mantener una conversación con semejante individuo, haciéndole una promesa inclusive! ¡Y encima, decirme una mentira!...
nora.
¿Una mentira?...
helmer.
¿Pues no me has dicho que no había venido nadie? (Amenazando con el dedo.) No volverá a hacer eso mi pajarito cantor. Un pajarito cantor debe tener el pico limpio para gorjear sin desafinaciones. (Cogiéndola por la cintura.) Así ha de ser, ¿no? (Soltándola.) Y ahora, no hablemos más de ello. (Se sienta delante de la estufa.) ¡Qué bien se está aquí! (Hojea sus papeles.)
nora. (Ocupada en arreglar el árbol, después de una pausa.) \ Torvaldo!
helmer. ¿Qué?
nora.
Estoy muy ilusionada con el baile de máscaras de pasado mañana en casa de los Stenborg.
helmer.
Y yo estoy intrigadísimo pensando en la sorpresa que me preparas.
nora.
¡Oh, qué pesadez!
helmer. ¿Cuál?
nora.
No se me ocurre ningún disfraz que valga la pena; todo resulta soso y disparatado.
helmer.
¿Ahora sales con ésas?
nora. (Detrás del sillón, con los brazos apoyados en el respaldo.) ¿Estás muy atareado, Torvaldo?
helmer. Regular.
nora.
¿Qué papeles son ésos?
helmer.
Cosas del Banco.
nora. ¿Ya?
helmer.
El director saliente me ha dado plenos poderes para introducir los cambios necesarios en el personal y en la organización de los negocios. Dedicaré la semana de Navidad a hacerlo. Quiero que para Año Nuevo esté en regla todo.
nora.
Entonces, ¿por eso el pobre Krogstad...?
helmer. ¡Ejem!...
nora.  (Sigue  apoyada en el respaldo, mientras le acaricia el cabello.) Si no  estuvieras  tan  atareado,  querría pedirte un favor muy grande.
helmer.
Vamos  a ver:   ¿en qué  consiste?
nora.
No hay nadie con un gusto tan exquisito como tú. ¡Tengo tantos deseos de aparecer bonita en el baile de máscaras!... Torvaldo, ¿no podrías ocuparte un poco de mí, y elegirme el disfraz?
helmer.
¡Vaya, vaya! ¿Conque la testarudita se decide a pedir ayuda, eh?
nora.
Sí, Torvaldo; si no me ayudas, no se me ocurrirá nada.
helmer.
Bien, bien; lo pensaré. Ya buscaremos algo.
nora.
¡Qué bueno eres! (Se dirige de nuevo al árbol.) ¡Cómo lucen las flores encarnadas en el árbol!... Pero oye, di: ¿es realmente tan grave lo que ha hecho Krogstad?..,
helmer.
Ha falsificado firmas. ¿Te percatas de lo que representa eso?
nora.
¿No puede haberlo hecho movido por la necesidad?
helmer.
Sin duda, si no movido por la irreflexión, igual que muchos otros. Pero yo no tengo tan poco corazón como para condenar sin piedad a un hombre sólo por un acto de esa índole.
nora.
¿Verdad que no, Torvaldo?
helmer.
Muchos pueden rehabilitarse, si confiesan de plano su delito y sufren el correspondiente castigo.
nora.
¿Castigo...?
helmer.
Sí; pero Krogstad no ha seguido ese camino. Se ha valido de trampas y artimañas, y eso es lo que le ha arruinado moralmente.
nora,
¿Crees que...?
helmer.
Piensa que un hombre así, con la conciencia de su falta, tiene que mentir, disimular y fingir en todas partes; tiene que enmascararse hasta en familia, delante de su mujer y de sus propios hijos. Y lo de que mezcle en ello a sus hijos es lo peor de todo, Nora.
nora.
¿Por qué?
helmer.
Porque una atmósfera semejante de falsedad contamina irremisiblemente el hogar. Cada vez que respiran, los hijos se contagian de gérmenes malsanos.
nora. (Acercándose.) ¿Estás seguro de eso?
helmer.
¡Claro! Como abogado, lo he comprobado en numerosas ocasiones. Casi todas las personas depravadas en su juventud han tenido madres embusteras.
nora.
¿Por qué madres... precisamente?
helmer.
De ordinario son las madres; aunque, como es lógico, también los padres influyen en este sentido. Bien lo saben todos los abogados. Sin embargo, Krogstad ha estado envenenando a sus hijos año tras año en su propio hogar, con mentiras y simulaciones. Por eso le considero moralmente arruinado. (Tendiéndole las manos.) Y por eso, mi querida Nora, vas a prometerme no hablar más en su favor. ¡Dame tu mano! Pero, mujer, ¿a qué aguardas... qué es eso?... ¡Dámela! Así. Entonces, convenido. Te aseguro que me hubiera sido absolutamente imposible trabajar con él. Siento un verdadero malestar físico junto a tales personas.
nora. (Retira su mano, y se dirige al otro lado del árbol.)
¡Qué calor se nota aquí! ¡Y yo que tengo tanto que hacer...!
helmer. (Se levanta y recoge sus papeles.)
Voy a echar una ojeada a esto antes de sentarnos a la mesa. Luego me ocuparé de tu disfraz. ¡Quién sabe si, a lo mejor, tengo algo dispuesto para colgarlo del árbol, envuelto en un papel dorado! (Poniéndole una mano sobre la cabeza.) ¡Querido pajarito cantor! (Entra en su despacho cerrando la puerta.)
nora. (En voz baja, luego de un silencio.) ¡No, no es verdad!... ¡Es imposible!
¡Tiene que ser imposible!...
ana maría. (A la puerta de la izquierda.)
Los niños piden que su mamá les permita entrar,
nora.
¡No, no; no les dejes venir conmigo! Quédate tú con ellos, Ana María.
ana maría.
Está bien, señora. (Cierra la puerta.)
nora. (Pálida de terror.)
¡Pervertir a mis hijos!... ¡Envenenar el hogar! (Pausa. Levanta la cabeza.) ¡No, no es verdad!... ¡No puede serlo!



ACTO SEGUNDO



La misma  decoración. Junto al piano está el árbol de Navidad,   despojado y con las velas consumidas. Sobre el sofá yace el abrigo   de Nora.

Ésta, sola en el salón, se pasea, intranquila, de un lado a otro. Al cabo se detiene frente al sofá y coge el abrigo.

nora. (Dejando el abrigo nuevamente.) ¡Alguien viene!... (Se acerca a la puerta y escucha.) No, no hay nadie. ¡Quién iba a venir el día de Navidad... ni mañana tampoco! Peto cuando menos se piense... (Abre la puerta y mira.) Pues no hay nada en el buzón; está vacío. (Paseándose.) ¡Qué necedad! ¡Claro que no lo hará!... No es posible que suceda una cosa así. No puede ser. ¡Tengo tres hijos pequeños!
(ana maría entra por la puerta de la izquierda, con una caja grande de cartón.)
ana maría. Por fin encontré la caja del disfraz.
nora.
Gracias; déjala sobre la mesa.
ana maría. (Saliendo.) El disfraz necesita bastante arreglo.
nora.
¡Oh, lo haría trizas!
ana maría.
¡Vamos, señora! Con un poco de paciencia, puede arreglarse.
nora.
Sí;   iré a pedir  a la  señora Linde que me ayude.
ana maría.
¿Salir otra vez? ¿Con el tiempo que hace?... Va usted a atrapar frío y a ponerse enferma.
nora.
¡Bah! no es eso lo peor que puede pasarme... ¿Qué hacen los niños?
ana maría.
Los pobrecitos juegan con sus regalos; pero...
nora.
¿Preguntan a menudo por mí?
ana maría.
Como están tan acostumbrados a jugar con su mamá...
nora.
Sí, Ana María; pero ya no podré permanecer con ellos tanto como antes.
ana maría.
Menos mal que los niños se habitúan a todo.
nora.
¿Crees que olvidarán a su mamá si se fuera para siempre?...
ana maría.
¡Qué idea!...  ¿Para siempre?
nora.
Dime, Ana María... Muchas veces me he preguntado cómo fuiste capaz de dejar a tu hija en manos extrañas.
ana maría.
¡Qué remedio quedaba, si había que criar a Norita!...
nora.
Bueno; pero ¿cómo pudiste hacerlo?
ana maría.
¡Me ofrecían una colocación tan buena...! Si una muchacha pobre ha tenido un desliz, por fuerza ha de amoldarse. Porque el infame no quiso hacer nada por mí.
nora.
Pero, de seguro, te habrá olvidado tu hija.
ana maría.
¡No, eso sí que no! Me escribió cuando la confirmaron, y también después, cuando se casó.
nora. (Abrazándola.)
¡Ana María, fuiste muy buena madre para mí, cuando yo era pequeña!...
ana maría.
La pobre Norita no tenía otra madre que yo...
nora.
Si los niños llegaran a no tenerla tampoco... estoy convencida de que tú... (Abre la caja.) Ve con ellos. Ahora tengo que... Ya verás qué guapa voy a ponerme mañana.
ana maría.
No me cabe duda de que en todo el baile no habrá otra tan guapa como la señora. (Sale por la puerta de la izquierda.)
nora. (Empieza a sacar las cosas de la caja; pero luego deja todo a un lado.)
Si me atreviese a ir... Sí estuviera segura de que no venía nadie... Si no ocurriese nada en casa entre tanto... ¡Qué tontería! No vendrá nadie. ¡Más vale no pensar! Cepillaré el manguito... ¡Qué bonitos son estos guantes!... Uno, dos, tres... cuatro, cinco... seis... (Da un grito.) Alguien viene... (Intenta ir hacia la puerta; pero se para, indecisa. La señora linde entra por la antesala, donde ha dejado su abrigo.) ¡Ah!... eres tú, Cristina... No ha venido nadie más, ¿verdad? ¡Cuánto me alegro de que hayas llegado!
señora linde.
Me han dicho que habías estado en casa preguntando por mí.
nora.
Sí, pasaba por allí casualmente. Quería pedirte que me ayudases a algo. Vamos a sentarnos aquí, en el sofá. Oye: mañana por la noche hay un baile de máscaras en el piso de arriba, en casa del cónsul Stenborg, y Torvaldo quiere que me disfrace de pescadera napolitana y baile la tarantela que aprendí en Capri.
señora linde.
¡Hola! ¿Conque vas a dar una función?
nora.
Sí, eso quiere Torvaldo. Mira, aquí tengo el traje que él encargó confeccionarme allá; pero está tan estropeado, que francamente, no sé qué hacer...
señora linde.
No te apures; lo arreglaremos en seguida. Es sólo el adorno, que se ha descosido por algunos sitios. ¿Tienes hilo y aguja? ¡Ah! pero si aquí hay todo lo que necesitamos.
nora.
¡Qué buena eres!
señora linde. (Cosiendo.)
¿De manera que te disfrazas mañana?... Entonces vendré un momento a verte. Por cierto que se me había olvidado darte las gracias por la velada tan deliciosa que pasé ayer.
nora. (Se levanta y pasea.)
¡Oh! Pues a mí me pareció que ayer no lo pasamos tan bien como otros años. Debías haber venido a la ciudad antes, Cristina. Torvaldo se ingenia muy bien para hacer amable y acogedora la casa.
señora linde.
Y tú lo mismo... Por algo eres hija de tu padre. Pero dime: ¿está el doctor Rank siempre tan decaído como ayer?
nora.
No; ayer lo estaba más que de ordinario. El pobre se encuentra gravemente enfermo. Padece una tuberculosis de la medula, ¿sabes?... Su padre era un hombre detestable que tenía queridas, y otras cosas peores,.. Debido a eso, el hijo fue enfermizo desde su niñez.
señora linde. (Dejando la labor.)
Pero, Nora, criatura, ¿cómo te enteras de semejantes cosas?
nora. (Paseándose.)
¡Oh!... Cuando una ha tenido tres niños, recibe a veces la visita de ciertas señoras... que son casi médicos y dan determinados detalles.
señora linde. (Vuelve a su labor. Breve silencio.)
¿Viene aquí el doctor Rank a diario?
nora.
Todos los días. Es el mejor amigo de la infancia de Torvaldo, y también muy buen amigo mío. Le consideramos como de la familia.
señora linde.
Pero ¿es un hombre verdaderamente sincero?... Vamos, quiero decir que si le gusta adular.
nora.
No; todo lo contrario. ¿Cómo has pensado eso?
señora linde.
Ayer, cuando me lo presentaste, me afirmó que había oído aquí frecuentemente mi nombre, y luego me di cuenta de que tu marido no tenía ni la menor noción de quién era yo. Dime, ¿cómo podía, entonces, el doctor Rank...?
nora.
Pues es muy sencillo, Cristina. Torvaldo siente tal adoración por mí, que quiere que sea sólo para él, como dice. Figúrate que al principio se ponía medio celoso sin más que oírme hablar de los seres queridos de mi familia. Desde entonces, como es natural., dejé de hacerlo. Pero con el doctor Rank hablo a menudo de estas cosas; a él le gusta oírme.
señora linde.
Escucha, Nora: en muchos aspectos eres todavía una niña, y como yo soy bastante mayor que tú y tengo un poco más de experiencia, entiendo que puedo darte un consejo: deberías cortar con el doctor Rank.
nora.
¿Cortar?   ¿Qué?
señora linde.
Esas relaciones. Por ejemplo, ayer me hablaste de un admirador rico, que iba a proporcionarte dinero...
nora.
Sí, te hablé de uno; pero no existe, por desgracia... ¿Qué más?
señora linde.
¿Tiene  fortuna  el  doctor?
nora. Si.
señora linde. ¿Y familia?
nora. No, familia no;   pero...
señora linde.
¿Y viene aquí todos los días?
nora.
Sí, ya  te lo he  dicho.
señora linde.
¿Y cómo es posible que un hombre tan correcto llegue a ese extremo?
nora. No te comprendo.
señora linde.
¡Vamos, Nora! Es inútil disimular. ¿Crees que yo no he deducido quién te prestó las cuatro mil ochocientas coronas?
nora.
Pero ¿has perdido el juicio? ¿Eres capaz de creer tal cosa? ¡Un amigo que viene aquí todos los días! ¡Figúrate qué situación tan violenta!
señora linde.
¿Conque de veras no es él?
nora.
No, te aseguro que no. Ni siquiera se me ha pasado por la imaginación... Por otra parte, en aquella época, él no tenía dinero para prestar a nadie; heredó después.
señora linde.
Ha sido una suerte para ti, querida Nora.
nora.
No, jamás se me habría ocurrido... y eso que estoy segura en absoluto de que si se lo pidiera...
señora linde. Pero no lo harás, por supuesto.
nora.
Por supuesto que no. Además, no creo que sea necesario. Sin embargo, estoy bien persuadida de que si yo hablara con el doctor Rank...
señora linde.
¿A espaldas de tu marido?...
nora.
Tengo que salir de esta situación, aunque sea a espaldas suyas. Es indispensable.
señora linde.
Eso te decía yo ayer; pero...
nora. (Paseándose.)
Un hombre puede arreglar esos asuntos mucho mejor que una mujer...
señora linde.
Si aludes al marido, sí.
nora.
¡Niñerías! (Se detiene.) Cuando se han pagado todas las deudas, devuelven el recibo, ¿no es verdad?
señora linde. Por de contado.
nora.
Y ya se puede romper en cien mil pedazos el maldito papel... arrojándolo al fuego.
señora linde. (La mira con fijeza, deja la labor y se levanta lentamente.) Nora, tú me ocultas algo.
nora.
¿En qué lo notas?
señora linde.
Desde ayer por la mañana ha sobrevenido alguna novedad. Nora, ¿qué te ha pasado?
nora.  (Volviéndose  hacia ella.)
¡Cristina! (Escuchando.) ¡Chis! Ha llegado Torvaldo. Anda, ve con los niños por el momento. Torvaldo no puede ver coser... Di a Ana María que te ayude.
señora linde. (Mientras recoge algunas de las prendas.) Está bien;  pero no pienso marcharme de aquí hasta que hayamos hablado sin rodeos. (Vase por la puerta de la   izquierda,   al   mismo   tiempo   que helmer entra por la de la antesala.)
nora. (Yendo hacia él.)
¡Con qué impaciencia te esperaba, Torvaldo!
helmer.
¿Era la costurera?
nora.
No; era Cristina. Está ayudándome a arreglar el traje. Ya verás qué bien voy a quedar.
helmer.
Sí;   ¿no he tenido una buena idea?
nora.
¡Magnífica! Pero yo a mi vez tengo el mérito de procurar complacerte.
helmer. (Acariciándole el mentón.)
¿Mérito... por complacer a tu marido?... Bueno, bueno, locuela; ya sé que no es eso lo que querías decir. Pero no deseo estorbarte más, porque irás a probarte, supongo.
nora.
¿Y tú irás a trabajar?
helmer.
Sí. (Le enseña un rollo de papeles.) Mira: he estado en el Banco... (Se dirige a. su despacho.)
nora.
¡Torvaldo!
helmer. (Deteniéndose.) ¿Qué?
nora.
Si tu ardillita te pidiera encarecidamente una cosa...
helmer. ¿Qué cosa?
nora.
¿La harías?
helmer.
Primero necesito saber de qué se trata, como es natural.
nora.
Si quisieras ser tan bueno y complacerme, la ardillita brincaría de gozo...
helmer.
¡Vaya! Dime qué es.
nora.
Tu alondra cantaría por toda la casa...
helmes.
¡Oh! eso ya lo hace mi alondra de continuo.
nora.
Haría la sílfide y bailaría para ti a la luz de la luna, Torvaldo.
helmer.
Nora, espero que no insistirás en lo que pretendías esta mañana.
nora.  (Aproximándose.)
Sí, Torvaldo... ¡Te lo pido por favor!
helmer.
¿Y te atreves a volver a hablarme de ese asunto?
nora.
Anda, sé complaciente. Deja que continúe Krogstad en el Banco.
helmer.
Pero, querida Nora, si ya he destinado ese puesto a la señora Linde.
nora.
Sí, has sido muy amable; pero puedes despedir a otro empleado en lugar de Krogstad.
helmer.
¡Eres de lo más testaruda! ¿Crees que yo, porque le hayas prometido irreflexivamente interceder en favor suyo...?
nora.
Si no es por eso, Torvaldo. Es por ti. Tú mismo me has dicho que ese hombre escribe en los peores periódicos. Puede hacerte muchísimo daño. Le tengo miedo...
helmer.
Sí, ya comprendo. Te acuerdas de lo que pasó en otra época, ¿no?
nora.
¿Qué quieres decir?
helmer.
Me figuro que piensas en tu padre.
nora.
Sí, ciertamente; no olvides lo que escribieron en los periódicos personas viles, diciendo verdaderas atrocidades de él. Si no llega a enviarte el ministerio para hacer indagaciones, y si no hubieras sido tan benévolo con él, estoy convencida de que habrían acabado por destituirle.
helmer.
Querida Nora, hay una gran diferencia entre tu padre y yo. Tu padre no era realmente un funcionario inatacable. Yo, sí, y espero seguir siéndolo en tanto que conserve mi puesto.
nora.
¡Oh! nadie sabe lo que son capaces de inventar las malas lenguas. Y ahora que podríamos vivir tan tranquilos y tan felices en nuestro apacible hogar... tú, yo y los niños... Por eso te pido con tanto ahínco...
helmer.
Pues justamente porque eres tú la que intercedes por él, me es imposible acceder. Ya saben en el Banco que voy a despedirle; si llegara a hacerse público que el nuevo director se había dejado influir por su mujer...
nora. ¿Y qué?
helmer.
Te veo venir; lo importante es que la tozudilla se salga con la suya... ¿Debería ponerme en ridículo delante de todo el personal... permitir pensar a la gente que me dejo llevar de cualquiera? Créeme: muy pronto habría de tocar las consecuencias. Por añadidura, existe otra razón que no hace posible la permanencia de Krogstad en el Banco mientras yo sea director.
nora. ¿Cuál?
helmer.
Hasta cierto punto, habría podido pasar por alto su tara moral...
nora.
Sí, ¿eh, Torvaldo?
helmer.
Máxime habiendo oído que es un empleado bastante apto. Pero le conozco desde que éramos jóvenes. Nos liga una de esas amistades hechas a la ligera y que después resultan muy molestas en la vida. Para decírtelo con franqueza, nos tuteamos. Y el descarado tiene la desfachatez de no disimularlo delante de otras personas. Por el contrario, cree que eso le da derecho a emplear un tono familiar conmigo, y a cada momento se recrea diciéndome: "Oye, Helmer..." Te aseguro que eso me molesta en alto grado. Consigue hacerme insoportable mi situación en el Banco.
nora.
No sientes nada de lo que estás hablando.
helmer.
¡Ah!  ¿No?... ¿Por qué no?
nora.
Porque ésas  son razones mezquinas.
helmer.
¿Qué dices?... ¿Mezquinas? ¿Me crees mezquino?
nora.
No; todo lo contrario, Torvaldo, y por eso precisamente...
helmer.
Da lo mismo. Dices que mis razones son mezquinas; luego debo de serlo yo. ¿Mezquino? ¡Ah! ¿Sí?... Pues ha llegado el momento de poner fin a todo esto. (Dirigiéndose a la puerta de la antesala.) ¡Elena!
nora.
Pero ¿qué vas a hacer?
helmer. (Buscando entre sus papeles.) Adoptar una resolución. (Entra la doncella.) Toma esta carta y entrégala en seguida a un mozo para que la lleve, ¡deprisa! Las señas están en el sobre. Aquí tienes dinero.
elena.
Bien, señor. (Se marcha con la carta.)
helmer. (Conforme recoge los papeles.) Ahora verás; señora  terca.
nora. (Sin aliento.)
Torvaldo... ¿Qué contiene esa carta?
helmer.
La cesantía de Krogstad.
nora.
¡Recupérala, Torvaldo! Todavía estás a tiempo. ¡Hazlo por mí, por ti, por los niños! Óyeme, Torvaldo... ¡hazlo! Tú no sabes lo que puede esto acarrearnos.
helmer.
Ya es tarde.
nora.
Sí, demasiado tarde.
helmer.
Nora, te perdono esa angustia que experimentas, aunque, en el fondo, constituye para mí un insulto. ¡Sí, lo es! ¿Acaso no constituye un insulto pensar que yo podía temer la venganza de un pobre abogaducho sin escrúpulos? Pero te perdono, a pesar de todo, porque eso demuestra el gran cariño que sientes por mí. (Abrazándola.) Así tiene que ser, querida Nora, pase lo que pase. Créeme que, cuando verdaderamente hace falta, me asisten fuerzas y valor. Ya verás cómo soy lo bastante hombre para llevar todo sobre mis hombros.
nora. (Alarmada.)
¿Qué intentas decir con eso?
helmer.
Todo, he dicho todo...
nora. (Firmemente.) No puedo consentirlo.
helmer.
Bien; pues compartiremos la carga... como marido y mujer. Es lo que se impone. (Acariciándola.) ¿Estás contenta ahora? Vamos, vamos, no pongas esos ojos de paloma asustada. Si no son más que figuraciones sin fundamento. Ahora debías dedicarte a tocar la tarantela y ensayar con la pandereta. Yo me confinaré en el despacho del fondo y cerraré la otra puerta para no oír nada: así puedes mover todo el ruido que quieras. (Volviéndose desde el umbral.) Y cuando venga Rank le dices dónde puede encontrarme. (Le hace un saludo con la cabeza, entra en su despacho y cierra tras sí.)
nora. (Loca de angustia, se queda como clavada en el sitio, y murmura.) ¡Sería capaz de hacerlo! ¡Sí, lo hará!... Lo hará, a pesar de todo... ¡No! ¡Eso, jamás, todo antes que eso!... ¡Serenidad...!  ¡Un recurso!... (Campanillazo.) El doctor Rank... ¡Antes cualquier cosa! ¡Sea lo que sea! (Se pasa la mano por la cara, recobrándose, y va a abrir la puerta de la antesala. Se ve al doctor rank colgando su abrigo de pieles. Empieza a oscurecer.) Buenas tardes, doctor. Le he reconocido por la manera de llamar. No entre ahora a ver a Torvaldo; creo que está muy ocupado.
doctor rank. ¿Y usted?
nora. (A la vez que el doctor entra en la sala y ella cierra la puerta.) Ya sabe que para usted siempre tengo un momento.
doctor rank.
Muy agradecido. Pienso aprovecharme de ello todo el tiempo que pueda.
nora.
¿Cómo todo el tiempo que pueda?
doctor rank.
Sí. ¿Le asusta eso?
nora.
Es un modo de expresarse bastante extraño. ¿Aguarda algún acontecimiento?
doctor rank.
El acontecimiento previsto desde larga fecha. Pero no creía que viniera tan pronto.
nora. (Cogiéndole del brazo.)
¿Qué ha llegado a saber? No puede negarse a decírmelo, doctor.
doctor rank. (Se sienta al lado de la estufa.)
La cosa va de mal en peor. No tiene remedio.
nora. (Con un suspiro de alivio.) ¿Se refiere  a usted?...
doctor rank.
¿A quién iba a referirme? Ya es inútil que me engañe a mí mismo. Soy el más desdichado de mis pacientes, señora Helmer. Estos últimos días he hecho un balance general de mi estado interior. Es una efectiva bancarrota. Dentro de un mes, probablemente, estaré pudriéndome en el cementerio.
nora.
¡Oh, qué manera  de hablar!...
doctor rank.
No es para menos. Aun así, lo peor serán los horrores que habré de pasar antes. Sólo me resta por hacer un examen; en cuanto lo haya hecho, sabré, poco más o menos, cuándo empezará la descomposición. Quiero decirle una cosa: Helmer, con su carácter delicado, tiene una verdadera aversión a todo lo que es repugnante. No quiero verle a mi cabecera...
nora. Pero, doctor...
doctor rank.
No quiero que venga. Le cerraría mi puerta. Tan pronto como esté seguro del desastre, enviaré a usted mi tarjeta, marcada con una cruz negra, y así se enterará de que ha empezado la catástrofe.
nora.
¡Hoy está usted tremendo! ¡Y yo que tenía tanta necesidad de verle de buen humor!...
doctor rank.
¿Con la muerte a dos pasos?... ¿Y debiendo pagar así por otro? ¿Es eso justo?... Y en casi todas la familias se da esa represalia inexorable...
nora. (Se tapa los oídos.)
Está usted diciendo bobadas... ¡Vamos, anímese!
doctor rank.
Sí, a fe mía, es algo como para animarse, ¡Mi inocente espina dorsal teniendo que purgar las culpas de los alegres días que pasó mi padre cuando era teniente!...
nora. (Junto a la mesa de la izquierda.)
Así, pues, ¿le gustaban mucho los espárragos y el foie gras?
doctor rank.
Sí, y las trufas.
nora.
Las trufas eran de rigor. Y también las ostras, ¿no?
doctor rank.
Sí, las ostras, indudablemente.
nora.
Y para colmo, aquellas cantidades de oporto y champaña... Es una lástima que todas esas cosas tan buenas perjudiquen a la espina dorsal.
doctor rank.
Sobre todo cuando perjudican a una espina dorsal que jamás las disfrutó.
nora.
En efecto, eso es lo más triste.
doctor   rank.   (Mirándola   fijamente.) ¿Eh?...
nora. (Después de una pausa.) ¿Por qué sonríe usted?
doctor rank.
No;  es usted la que ha sonreído.
nora.
No;  ha sido usted, doctor.
doctor rank. (Se levanta.)
La encuentro más bromista de lo que sospechaba.
nora.
Es que hoy estoy dispuesta a hacer locuras.
doctor rank. Así parece.
nora. (Poniéndole las manos sobre los hombros.) Querido doctor, no me avengo a que se muera usted, abandonándonos a Torvaldo y a mí.
doctor rank.
Es una ausencia que olvidará usted sin tardanza.
nora. (Le mira con angustia.) ¿Usted cree?...
doctor rank.
Se contraen nuevas amistades, y después...
nora.
¿Que se contraen nuevas amistades?
doctor rank.
Eso harán usted y Helmer no bien haya desaparecido yo. Usted, por su parte, advierto que ya está empezando. ¿A qué venía aquí anoche la señora Linde?
nora.
¡Hombre, no irá usted a tener celos de la pobre Cristina!...
doctor rank.
Sí, los tengo. Va a ser mi sucesora en esta casa. Cuando yo falte, esa mujer...
nora.
¡Chis!... No hable tan alto, está ahí dentro.
doctor rank.
¿Hoy también?...  ¿Lo ve usted?
nora.
Sólo ha venido a arreglar mi traje. ¡Dios mío, qué desatinado está usted!... (Sentándose en el sofá.) Sea bueno, doctor; ya verá mañana lo bien que voy a bailar. Entonces podrá figurarse que no lo hago sino por usted... y por Torvaldo, naturalmente. (Saca varios objetos de la caja.) Siéntese aquí, doctor; le voy a enseñar una cosa.
doctor  rank.  (Sentándose.) ¿Qué es?
nora. Mire.
doctor rank. Medias de seda.
nora.
Color carne. ¿No son bonitas? Ahora está demasiado oscuro; pero mañana... No, no; no le dejaré ver más que el pie. Aunque, al fin y al cabo... vea toda la media.
doctor rank. ¡Hum!
nora.
¿Por qué pone usted esa cara de incertidumbre? ¿Acaso cree que no me van a sentar bien?
doctor rank.
No tengo ninguna razón fundada para opinar sobre ese particular...
nora. (Mirándole un  momento.)
¿No le da vergüenza?... (Le golpea ligeramente en una oreja con una de las medias.) ¡Tome, por malo! (Envuelve las medias de nuevo.)
doctor rank.
¿Y qué más maravillas iba usted a enseñarme?
nora.
Ya no le enseño nada más, por atrevido. (Revuelve en la caja canturreando.)
doctor rank. (Luego de un breve silencio.)
Cuando estoy aquí sentado con usted, no puedo comprender... no, no me cabe en la cabeza... lo que habría sido de mí si no hubiera venido a esta casa.
nora. (Sonríe.)
Por lo visto, lo pasa usted agradablemente entre nosotros.
doctor rank. (Bajando la voz, con la mirada fija  en el vacío.) ¡Y  tener  que  abandonarlo  todo!...
nora.
¡Tonterías! ¡Qué ha de abandonar usted!
doctor rank.
¡Y no dejar siquiera la más leve señal de gratitud!... A lo sumo, un vacío pasajero... un sitio vacante que podrá ocupar el primero que llegue.
nora.
¿Y si ahora le pidiera yo algo?...
doctor rank. ¿Qué?
nora. Una gran prueba de amistad...
doctor rank. ¿Nada menos?
nora.
Quiero decir que si yo le pidiera un favor inmenso...
doctor rank.
¿Me proporcionará usted por una vez esa gran alegría?
nora.
Pero si no se imagina lo que es.
doctor rank.
Pues bien: dígamelo.
nora.
No puedo, doctor; es demasiado ¿comprende? Un consejo, una ayuda y un servicio...
doctor rank.
Mejor que mejor. No acierto a comprender en qué consiste. Pero, por Dios, ¡hable!... ¿No merezco su confianza?
nora.
Usted, más que nadie. Sé de sobra que es mi mejor y más fiel amigo. Por eso voy a decírselo. Verá usted, doctor; tiene que ayudarme a evitar una cosa. Le consta lo mucho que me quiere Torvaldo quien no dudaría un momento en dar su vida por mí...
doctor rank. (Inclinándose hacia ella.) Nora, ¿cree usted tal vez que él es el único...?
nora.  (Ligeramente  agitada.) ¡Cómo!
doctor rank.
¿...el único que con gusto daría por usted la vida?
nora. (Tristemente.) Pero ¿usted...?
doctor rank.
Me he jurado a mí mismo que lo sabría usted antes de desaparecer yo. Y nunca hubiera hallado mejor ocasión que ésta... Sí, Nora, ya lo sabe. Y también sabe que puede confiar en mí como en nadie.
nora.   (Levantándose,   con   toda  tranquilidad.) Déjeme pasar.
doctor  rank.  (Dejándole  paso,  pero sin levantarse.) Nora...
nora.  (Desde  la  puerta  de  la  antesala.)
¡Elena, trae una lámpara! (Acercándose a la estufa.) ¡Ah! querido doctor, eso está muy mal por su parte...
doctor rank. (Se levanta.)
¿Está mal haberla querido más que a nadie?
nora.
No, sino habérmelo dicho. No había ninguna necesidad...
doctor rank.
¿Qué insinúa usted?... ¿Lo sabía? (Entra la doncella con la lámpara, la deja encima de la mesa y vase.) Nora, señora, permítame preguntarle si lo sabía.
nora.
Ignoro si lo sabía o no... No puedo decírselo... ¿Cómo ha sido usted tan torpe, doctor? ¡Con lo bien que iba todo!
doctor rank.
En fin, por lo menos al presente tiene usted la seguridad de que estoy a su disposición en cuerpo y alma. ¿Quiere hablar sin ambages?
nora. (Mirándole.)
¿Después de lo que ha pasado?
doctor rank.
Se lo ruego, dígame qué hay.
nora.
Ya no puedo decirle nada.
doctor rank.
Sí, sí; no me castigue de ese modo. Déjeme hacer por usted cuanto sea humanamente posible.
nora.
Ya no puede usted hacer nada por mí... Por lo demás, presiento que no necesitaré ayuda al cabo. Verá cómo todo han sido alucinaciones mías. (Se sienta en la mecedora, afrontándole, sonriente.) ¡Pues sí que es usted un caballero, doctor! ¿No se abochorna ahora, con la luz encendida?
doctor rank.
No; sinceramente, no. Pero ¿será cuestión de que me marche... para siempre?
nora.
Ni por asomo. Tiene que seguir viniendo como antes. Sabe muy bien que Torvaldo no puede pasarse sin usted.
doctor rank.
Bueno;  pero...  ¿y usted?
nora.
¿Yo?... Se me antoja todo tan agradable cuando usted viene...
doctor rank.
Eso mismo me ha inducido a caer en el error. Es usted un enigma para mí. Muchas veces he tenido la impresión de que estaba usted tan a gusto en mi compañía como en la de Helmer.
nora.
Sí, porque verá, a ciertas personas se les tiene más cariño, y no obstante, se prefiere la compañía de otras.
doctor rank.
Sí, hay algo de verdad en lo que dice.
nora.
Cuando estaba yo en casa a quien más quería era a papá, evidentemente. Pero mi mayor diversión era poder hacer una escapadilla al cuarto de las muchachas; no me amonestaban nunca, y además, siempre hablaban entre sí de cosas muy divertidas.
doctor rank.
¡Ah! ¿De suerte que he sustituido a las muchachas ?...
nora. (Se levanta repentinamente y va hacia él.) ¡Oh, doctor! No es eso lo que quería decir... Pero debe comprender que me pasa con Torvaldo lo mismo que con papá.
elena. (Que entra por la antesala.)
Señora... (Secretea con ella un momento y le entrega una tarjeta.)
nora.  (Mirando la tarjeta.)
¡Ah! (Se la guarda en el bolsillo.)
doctor rank.
¿Algún contratiempo?
nora.
No, no, nada; es solamente... mi vestido nuevo...
doctor rank.
¡Cómo!   Pero  si  está  ahí.
nora.
¡Ah! sí, ése; pero es otro que he encargado... No quiero que lo sepa Torvaldo...
doctor rank.
¡Ya!... ¿Conque era ése el gran secreto?
nora.
Pues claro. Pase usted a ver a Torvaldo; está en el despacho del fondo. Y procure distraerle mientras tanto...
doctor rank.
Esté usted tranquila, que no se me escapará. (Entra en el despacho.)
nora. (A la doncella.)
¿Y está esperando en la cocina?
elena.
Sí, señora; ha venido por la escalera de servicio...
nora.
¿No le has dicho que tenía visita?
elena.
Sí; pero ha sido en balde.
nora.
¿No ha querido marcharse?
elena.
No; dice que no se irá hasta haber hablado con la señora.
nora.
Bueno; hazle que pase, pero con cautela... No se lo digas a nadie, Elena; es una sorpresa para el señor.
elena.
Sí, sí, comprendo. (Base.)
nora.
Ya ha llegado el momento fatal. Tenía que ser... No, no; no puede ser. (Echa el pestillo a la. puerta del despacho. elena, que vuelve, abre la de la antesala, dando paso a krogstad, y la cierra. krogstad viste abrigo y gorro de pieles. nora avanza hacia él.) Hable bajo; mi marido está en casa.
krogstad.
¡Oh!... Es igual.
nora,
¿Qué desea usted de mí?
krogstad. Un pormenor.
nora.
Dése prisa. ¿Qué es?
krogstad.
Sabrá usted que he recibido la cesantía.
nora.
No pude evitarlo, señor Krogstad. He defendido con el mayor empeño su causa, pero en vano.
krogstad.
¿Tan poco la quiere a usted su esposo? Conoce a lo que puedo exponerla, y con todo, se atreve...
nora.
¿Cómo supone usted que él está al corriente?
krogstad.
La verdad es que no lo supongo. No creo que mi buen Torvaldo Helmer tenga valor...
nora.
Señor Krogstad, le exijo respeto para mi marido.
krogstad.
Eso es... todo el respeto que se merece. Pero., en vista de que oculta usted ese asunto con tanto interés, me tomo la libertad de presumir que está mejor informada que ayer de la importancia de lo que hizo.
nora.
Mejor que hubiera podido ser por usted.
krogstad.
Sin duda; un jurista tan malo como yo...
nora.
¿Qué desea usted de mí?
krogstad.
Nada; sólo ver cómo se encontraba, señora Helmer. He estado todo el día pensando en usted. También un hombre indeseable como yo tiene un poco de eso que llaman corazón.
nora.
Demuéstrelo, pues, y piense en mis hijos.
krogstad.
¿Es que usted y su marido han pensado en los míos?... Pero ya no importa. Simplemente, quería decirle que no tome este asunto demasiado en serio. Por ahora no pienso presentar ninguna denuncia contra usted.
nora.
No, ¿verdad? Lo sabía.
krogstad.
Todo puede arreglarse amistosamente, sin tener que mezclar a otras personas; todo puede quedar entre nosotros.
nora.
No conviene que se entere nunca mi marido.
krogstad.
¿Cómo va usted a impedirlo? ¿Puede pagar acaso el resto de la deuda?
nora.
No;  ahora mismo, no.
krogstad.
¿O quizá ha encontrado medio de conseguir el dinero uno de estos días?
nora.
No; medio que quiera emplear, ninguno.
krogstad.
Tampoco le hubiera servido de nada. Ni por todo el dinero del mundo le devolvería el papel.
nora.
Entonces, explíqueme cómo quiere utilizarlo.
krogstad.
No quiero más que conservarlo, tenerlo como garantía para protegerme. A ningún extraño llegará el menor rumor de ello. De modo que si ha adoptado usted alguna resolución desesperada...
nora.
Sí, la he adoptado.
krogstad.
...si  ha  pensado  abandonar  su  hogar...
nora.
Lo he pensado.
krogstad.
...o algo peor todavía...
nora.
Pero  ¿cómo puede usted saberlo?
krogstad.
...deseche esas ideas.
nora.
¿Y por qué sabe usted que las tengo?
krogstad.
Casi todos las tenemos al principio. Yo mismo las tuve; pero confieso que me faltó valor...
nora. (Con voz ahogada.) A mí también.
krogstad. (Tranquilizado.)
Sí, ¿eh? ¿A usted también le falta valor?...
nora. Sí.
krogstad.
En suma3 sería una verdadera estupidez. Pasada la primera tempestad conyugal... Aquí en el bolsillo llevo una carta para su esposo...
nora.
¿Y le cuenta usted todo?
krogstad.
En los términos más suaves.
nora. (Precipitadamente.)
No quiero que vea esa carta. Rómpala. Ya daré con un medio de pagarle.
krogstad.
Perdone usted, señora; pero me parece que acabo de decirle...
nora.
Si no hablo del dinero que le debo. Dígame la cantidad que va a exigir a mi marido, y yo la buscaré.
krogstad.
No exijo ningún dinero a su esposo.
nora. Pues ¿qué se propone usted?
krogstad.
Se lo diré. Deseo rehabilitarme, señora; deseo prosperar, y su esposo va a ayudarme. Hace año y medio que no he cometido ningún acto deshonroso. Durante todo este tiempo he luchado contra las circunstancias más adversas. Me contentaría con volver a subir poco a poco. Ahora me han despedido, y no me conformo sólo con que me admitan otra vez por misericordia. Le re-repito que deseo prosperar. Quiero volver al Banco... tener un cargo más importante. Quiero que su marido cree un empleo para mí...
nora.
¡Eso no lo hará en la vida!
krogstad.
Lo hará; le conozco... No se atreverá a protestar. Y cuando yo lo haya logrado, ya verá usted... Antes de un año seré la mano derecha del director. Quien dirigirá el Banco será Nils Krogstad, y no Torvaldo Helmer.
nora.
¡Eso no sucederá jamás!
krogstad.
¿Tal vez intenta usted...?
nora.
Ahora sí que tengo valor para ello.
krogstad.
¡Oh! no crea que me asusta. Una mujer tan mimada como usted...
nora.
¡Ya lo verá, ya lo verá!
krogstad.
¿Debajo del hielo quizá? ¿En el fondo frío y sombrío?... Y más tarde, por la primavera, volver a la superficie, desfigurada., desconocida, sin cabello...
nora.
No me asusta usted tampoco.
krogstad.
Ni usted a mí. Esas cosas no se hacen, señora Helmer. Además, ¿para qué?... De todos modos, la tengo en mi bolsillo.
nora.
¿Después, cuando yo ya no...?
krogstad.
Olvida usted que su memoria estará entonces en mis manos. (NORA le mira, atónita.) Oiga; ya se lo he advertido. ¡Nada de tonterías! En cuanto Helmer reciba mi carta, espero tener noticias de él. Y recuerde que es su propio esposo quien me ha obligado a dar este paso. No se lo perdonaré nunca. Adiós, señora. (Vase por la puerta de la antesala.)
nora. (Que entreabre la puerta y escucha.) Se va.  No ha dejado la carta. No, no sería posible...  (Abriendo la puerta poco a poco.) ¿Qué es eso? Se ha detenido. No se va. ¿Será que se arrepiente? ¿O será...? (Se oye caer una carta en el buzón, y luego, los pasos de krogstad que se pierden por la escalera. nora, tras de ahogar un grito, vuelve corriendo al soja. Pausa corla.) En el buzón. (Se acerca sigilosamente a la puerta de la sala.) ¡Ahí está!... ¡Torvaldo, Torvaldo... no hay salvación para nosotros!
señora linde. (Entrando con el vestido por la puerta de la izquierda.) No se puede arreglar más.  ¿Quieres probártelo?
nora. (Con voz ronca.) Cristina, ven aquí.
señora linde. (Dejando el vestido en el soja.) ¿Qué te pasa? Pareces trastornada...
nora.
Ven   aquí.   ¿Ves   esa   carta?...   Ahí; mira por la abertura del buzón.
señora linde. Sí, ya la veo.
nora.
Esa carta es de Krogstad.
señora linde.
¡Nora!...   ¿Fue  Krogstad  quien  te prestó el dinero?
nora.
Sí. Y a la postre Torvaldo va a enterarse de todo.
señora linde.
Créeme, Nora; es lo mejor para vosotros dos.
nora.
Pero  hay  más  aún:   he  falsificado una firma...
señora linde.
¡Por amor de Dios!...  ¿Qué dices?
nora.
Ahora sólo voy a decirte una cosa, Cristina: quiero que me sirvas de testigo.
señora linde.
¿De testigo? ¿Qué es lo que...?
nora.
Si me volviera loca... lo cual muy bien puede acontecer...
señora linde. ¡Nora!
nora.
O si sobreviniese alguna desgracia que me impidiera estar presente...
señora linde. Nora, Nora, ¿has perdido la razón?
nora.
Si hubiese alguien que quisiera cargar con toda la culpa, ¿comprendes?...
señora linde.
Sí; pero ¿cómo se te puede ocurrir...?
nora.
Entonces actúa de testigo de que no es verdad, Cristina. No he perdido la razón; estoy en mi pleno juicio. Te digo que nadie ha sabido nada. Yo sola lo hice todo. Acuérdate bien.
señora linde. Descuida. Pero no comprendo...
nora.
¿Cómo has de comprenderlo? Va a realizarse un milagro.
señora linde. ¿Un milagro?
nora.
Sí, un milagro. Pero es tan terrible... No debe suceder eso por nada del mundo.
señora linde.
Voy a hablar con Krogstad sin demora.
nora.
No vayas; es capaz de hacerte cualquier canallada.
señora linde.
Hubo un tiempo en que habría hecho por mí lo que fuese.
nora. ¿Eh?
señora linde. ¿Dónde vive?
nora.
¡Oh, yo qué sé!... ¡Ah, sí! (Buscando en el bolsillo.)   Aquí tengo su tarjeta. Pero la carta...   ¡la carta!
helmer.   (Llama  a  la  puerta  de  su despacho.) ¡Nora!
nora.  (Con  un grito  de  espanto.) ¿Qué pasa?  ¿Qué quieres?
helmer.
Bien, bien; no te asustes. Si no vamos a entrar; has cerrado la puerta... ¿Estás probándote?
nora.
Sí... sí, estoy probándome. Ya verás qué bien voy a resultar, Torvaldo.
señora linde. (Después de leer la tarjeta.) Vive aquí al lado, en la esquina.
nora.
Sí; pero es inútil. No hay escape. La carta está en el buzón.
señora linde.
¿Y tiene la llave tu marido?
nora.
Sí, siempre.
señora linde.
Krogstad ha de buscar un pretexto cualquiera para reclamar la carta antes que sea leída...
nora.
Pero da la casualidad de que a esta hora es cuando Torvaldo acostumbra...
señora linde.
Entretenle mientras voy. Volveré lo antes que pueda. (Sale a toda prisa por la antesala.)
nora. (Abriendo la puerta de helmer y mirando.) \ Torvaldo!
helmer. (Desde dentro.)
¡Ya era tiempo de que pudiese uno entrar en su propio salón!.., Ven, Rank, vamos a ver... (A la puerta.) Pero ¿qué es esto?
nora.
¿Qué,  Torvaldo?
helmer.
Rank me había anunciado una magnífica exhibición del disfraz...
doctor rank. (A la puerta también.) Así lo había entendido; pero, al parecer,   me   he   equivocado.
nora.
Hasta mañana nadie me verá en todo mi esplendor.
helmer.
Querida Nora, ¡qué mala cara tienes! ¿Es que has estado ensayando demasiado el baile?
nora.
No, no he ensayado todavía.
helmer.
Pues no habrá más remedio...
nora.
Sí, Torvaldo, efectivamente. Pero no puedo hacer nada sin tu ayuda: lo he olvidado todo.
helmer.
Pronto lo recordaremos.
nora.
Oye, Torvaldo: vas a ocuparte de mí. ¿Me lo prometes? Estoy tan inquieta... Esta noche tienes que dedicármela por completo. Nada de negocios, ni siquiera una letra. ¿Eh, Torvaldo?
helmer.
Te lo prometo. Esta noche estoy a tu disposición... duendecillo. ¡Hum! el caso es que... antes voy a... (Se dirige hacia la puerta de la antesala.)
nora.
¿Qué vas a hacer?
helmer.
Sólo a mirar si han llegado cartas.
nora.
No,  no,  Torvaldo,  no  vayas.
helmer. ¿Por qué?
nora.
Por favor, Torvaldo... No hay nada.
helmer.
Déjame mirar. (Intenta salir. nora se sienta al piano y toca los primeros acordes de la tarantela. helmer se detiene a la puerta.) ¡Ah!...
nora.
No podré bailar mañana si no quieres ensayar conmigo.
helmer. (Acercándose a ella.)
¿Tanto miedo tienes, querida Nora?
nora.
Sí, un miedo atroz. Déjame ensayar al instante; todavía hay tiempo antes de ponernos a la mesa. Siéntate al piano y toca, Torvaldo. Corrígeme y aconséjame como de costumbre.
helmer.
Con sumo gusto, ya que es tu voluntad. (Se sienta al piano.)
nora. (Saca de la caja una pandereta y un mantón multicolor. Se lo pone nerviosamente y de un salto se planta en medio de la habitación, gritando:) ¡Ahora toca ya! Voy a bailar.
(helmer toca y nora baila; el doctor rank permanece al lado de helmer, mirándola.)
helmer. (Tocando.)
¡Más despacio, más despacio!
nora.
No puedo.
helmer.
No bailes tan de prisa, Nora.
nora.
Así tiene que ser exactamente.
helmer. (Para.) No, no; así no.
nora. (Ríe y agita la pandereta.) ¿No te lo había dicho?
doctor rank.
Déjame tocar a mí.
helmer. (Levantándose.)
Sí, hazlo. Así podré enseñarla mejor. (El doctor rank se sienta al piano y empieza a tocar. nora baila con creciente excitación. helmer, junto a la estufa, la corrige a menudo durante el baile; pero ella parece no oír. Se le suelta el cabello, cayéndole por los hombros, mientras sigue bailando sin hacer caso. Entra la señora linde.)
señora linde. (Se queda atónita a la puerta.) ¡Ah!
nora. (Sin cesar de bailar.)
¡Nos sorprendes en pleno holgorio, Cristina!
helmer.
Pero, querida Nora, bailas como si te fuese en ello la vida...
nora.
Y así es, ni más ni menos.
helmer.
Para, Rank; esto es un frenesí. ¡Para, te digo! (El doctor rank deja de tocar y nora se detiene al punto. helmer le dice:) Jamás lo hubiera creído. Has olvidado todo lo que te enseñé.
nora. (Tirando la pandereta.) Pues ya ves.
helmer.
¡Vaya si necesitas ensayarlo!
nora.
¡Claro! Ya has visto si lo necesito. Me enseñarás hasta el último momento. ¿Me lo prometes, Torvaldo?
helmer. Puedes contar con ello, de fijo.
nora.
Hoy y mañana no vas a pensar más que en mí. No quiero que abras una carta siquiera... ni aun el buzón.
helmer.
¡Vamos! todavía tienes miedo a ese individuo...
nora.
Sí; también es algo de eso.
helmer.
Nora, lo estoy viendo en tu cara: hay una carta suya.
nora.
No lo sé; me lo figuro... Pero no vas a leer una cosa así ahora... Nada desagradable ha de interponerse entre nosotros hasta que todo haya acabado.
doctor rank.  (En voz  baja, a helmer.) No  debes contrariarla.
helmer. (.Abrazando a nora por la cintura.)
Se hará lo que quiere la niña... Pero mañana por la noche, en cuanto hayas bailado...
nora.
Quedarás  en libertad.
elena.  (Desde  la  puerta  de la derecha.) La  señora  está  servida.
nora.
Tráenos champaña, Elena.
elena.
Bien, señora. (Sale.)
helmer.
¡Anda, anda! ¿Conque tenemos gran fiesta, eh?
nora.
Fiesta y champaña hasta que llegue la aurora. (Llamando a la doncella.) Y unas cuantas almendras, Elena... mejor dicho, muchas... ¡por una vez!
helmer. (Cogiéndole las manos.)
¡Basta ya de inquietudes! Sé mi alondrita de siempre...
nora.
Sí, Torvaldo, sí. Pero sal un momento, y usted también, doctor. Cristina, ¿quieres ayudarme a que me arregle el pelo?
doctor rank.  (Por  lo bajo, mientras salen.) ¿No será que esperáis... algo?
helmer.
No, no; nada de eso. No es más que el miedo infantil de que te he hablado.
(Vanse los dos por la derecha.)
nora. ¿Qué?
señora linde. Se ha marchado al campo.
nora.
Lo   he   adivinado   en   tu   cara.
señora linde.
Vuelve mañana por la noche; le he puesto unas líneas.
nora.
Mejor habría sido que no lo hicieses. No hay que evitar nada. En el fondo, es una verdadera alegría esto de estar esperando algo maravilloso.
señora linde. ¿Qué esperas?
nora.
¡Oh! tú no puedes comprenderlo. Ve con ellos. En seguida iré yo. (La señora linde pasa al comedor. nora hace un esfuerzo para dominarse y mira su reloj.) Las cinco. De aquí a medianoche quedan siete horas. Y luego, veinticuatro horas hasta la próxima medianoche. Entonces habré terminado de bailar la tarantela... Veinticuatro y siete, treinta y una. Tengo treinta y una horas de vida.
helmer. (A la puerta de la derecha.) Pero ¿no viene la alondra?
nora. (Precipitándose hacia él con los brazos abiertos.) ¡Aquí la tienes!




ACTO TERCERO



La misma decoración. La mesa, con el sofá y las sillas ha sido trasladada al centro. Sobre ella, una lámpara encendida. La puerta de la antesala está abierta. Se oye música de baile procedente del piso superior.
La señora linde, sentada junto a la mesa, hojea distraídamente un libro. Hace un esfuerzo para leer; pero parece que no puede concentrarse. De cuando en cuando escucha con atención hacia la puerta.
señora linde. (Mirando su reloj.)
Aún no... y ya ha pasado la hora. Con tal que... (Escucha de nuevo.) ¡Aquí está! (Sale a la antesala y abre con cuidado la puerta del piso. Se oyen pasos por la escalera. En voz baja.) Pase. No, no hay nadie.
krogstad. (A la puerta.)
He encontrado una carta suya en casa. ¿Qué quiere decir eso?
señora linde.
Es indispensable que hable con usted.
krogstad.
¿Sí? ¿Y tiene que ser en esta casa precisamente?
señora linde.
Donde vivo es imposible: mi habitación no tiene entrada independiente. Pase usted; estamos los dos solos: las muchachas duermen y los Helmer asisten a un baile en el piso de arriba.
krogstad.
¿Conque los Helmer están de baile esta noche? ¿De veras?
señora linde. ¿Por qué no?
krogstad. Es cierto.
señora linde.
Bueno, Krogstad; vamos a hablar.
krogstad.
¿Tenemos algo de qué hablar nosotros?
señora linde. Mucho.
krogstad.
No lo hubiera creído.
señora linde.
Es que usted jamás me ha comprendido bien.
krogstad.
No había nada que comprender; esas cosas son muy corrientes en la vida; una mujer sin corazón se quita de encima a un hombre, cuando se le depara algo más ventajoso.
señora linde.
¿Cree usted que no tengo corazón? ¿Cree que rompí nuestras relaciones sin pensar?
krogstad. ¡Ah! ¿No?
señora linde.
Krogstad, ¿ha creído usted eso, en efecto?
krogstad.
Si no es así, ¿por qué me escribió usted como lo hizo?
señora linde.
No podía hacer otra cosa. Resuelta a romper con usted, estimé deber mío arrancar de su corazón todos sus sentimientos hacia mí.
krogstad. (Apretando los puños.)
¿De manera que fue así? ¡Y todo... por dinero!
señora linde.
No debe olvidar que yo tenía una madre inválida y dos hermanos pequeños. No podíamos aguardarle a usted, Krogstad; sus esperanzas eran tan lejanas...
krogstad.
Puede ser; pero, aun así, no tenía usted derecho a rechazarme por otro.
señora linde.
No sé. Muchas veces me lo he preguntado.
krogstad. (Más bajo.)
Cuando la perdí, fue como si desapareciera bajo mis pies la tierra firme. Míreme ahora: soy un náufrago agarrado a una tabla.
señora linde. Puede estar cerca su salvación.
krogstad.
Cerca estaba; pero vino usted a ponerse por medio.
señora linde.
Yo no sabía nada, Krogstad. Hasta hoy no me he enterado de que es a usted a quien voy a sustituir en el Banco.
krogstad.
Lo creo, puesto que usted lo dice. Pero ahora que lo sabe, ¿no piensa retirarse?
señora linde.
No, porque no sería de ningún provecho para usted.
krogstad.
¿Provecho?... Yo que usted, lo haría, de todos modos.
señora linde.
He aprendido a proceder con sensatez. La vida y la amarga necesidad me lo han enseñado.
krogstad.
Pues a mí me ha enseñado la vida a no creer en frases.
señora linde.
Y le ha enseñado la vida una cosa muy sensata. Pero en hechos creerá usted, ¿no?
krogstad.
¿Qué   quiere   usted   insinuar?
señora linde.
Me ha dicho que se encontraba como un náufrago agarrado a una tabla.
krogstad.
Tenía mis razones para hablar así.
señora linde.
Yo también soy un náufrago agarrado a una tabla. No cuento con nadie por quien sufrir, con nadie a quien consagrarme.
krogstad.
Usted misma lo ha querido.
señora linde. No  podía  elegir.
krogstad.
En fin, ¿qué más?
señora linde.
Krogstad: ¿y si estos dos náufragos se unieran en la misma tabla?
krogstad.
¿Qué dice usted?
señora linde.
Dos náufragos en la misma tabla están mejor que cada uno en la suya.
krogstad. ¡Cristina!
señora linde.
¿Por qué cree usted que he venido a la ciudad?
krogstad.
¿Habrá pensado usted en mí?
señora linde.
He de trabajar para soportar la vida. He trabajado siempre desde que tengo uso de razón, y ésta ha sido mi mayor y única alegría. Pero ahora me encuentro sola en el mundo, sola en absoluto y abandonada. Trabajar para una misma no produce alegría. Krogstad, búsqueme alguien por quien poder trabajar...
krogstad.
No la creo a usted. Eso no es sino generosidad exaltada de mujer que quiere sacrificarse.
señora linde.
¿Me ha visto usted exaltada alguna vez?
krogstad.
¿Sería usted verdaderamente capaz de hacer lo que dice?
señora linde. Sí.
krogstad.
Dígame: ¿conoce usted bien mi pasado?
señora linde. Sí.
krogstad.
¿Y sabe cómo me consideran aquí?
señora linde.
Me parece haberle entendido hace poco que presume que conmigo habría sido otro hombre.
krogstad.
De eso estoy bien seguro.
señora linde.
¿Y no podrá serlo todavía?...
krogstad.
¡Cristina!... ¿Ha reflexionado despacio lo que dice?... ¡Sí, lo veo en su cara!... ¿Tendrá usted valor...?
señora linde.
Necesito alguien a quien servir de madre. Sus hijos están tan necesitados de una... Nosotros también nos necesitamos el uno al otro. Krogstad, creo en su buen fondo... Con usted me atrevo a afrontarlo todo.
krogstad. (Cogiéndole las manos.)
Gracias, gracias., Cristina... Ahora sabré rehabilitarme... ¡Ah! pero me olvidaba...
señora linde. (Escuchando.)
¡Chis!... ¡La tarantela!... ¡Váyase, váyase!
krogstad.
¿Por qué?... ¿Qué pasa?...
señora linde.
¿Oye esa música? Cuando haya acabado, volverán...
krogstad.
Sí, ya me voy. Todo es inútil. Usted desconoce, naturalmente, el paso que he dado contra los Helmer.
señora linde.
No, Krogstad; estoy enterada.
krogstad.
Y a pesar de eso, ¿tiene usted valor para...?
señora linde.
Comprendo perfectamente hasta qué extremos lleva la desesperación a un hombre como usted.
krogstad.
¡Ah! si pudiera deshacer lo que he hecho...
señora linde.
Puede deshacerlo; su carta sigue aún en el buzón.
krogstad.
¿Está usted segura?
señora. linde.
Por completo;   pero...
krogstad. (Con una mirada inquisitiva.)
¿Será eso la explicación de todo?... Usted quiere salvar a su amiga, no importa cómo. Haría mejor en decírmelo francamente. ¿Es así?
señora linde.
Krogstad, cuando una persona se ha vendido una vez por salvar a alguien, no reincide.
krogstad.
Le pediré que me devuelva la carta.
señora linde. ¡No, no!
krogstad.
¡Pues no faltaba más! Aguardaré a que baje Helmer y le diré que tiene que devolverme la carta... que sólo trata de mi cesantía... y que no debe leerla...
señora linde.
No, Krogstad; no pida usted esa carta.
krogstad.
Vamos, dígame: ¿no fue en realidad ésa la razón por la cual me citó aquí?
señora linde.
Sí, con el sobresalto del primer momento... Pero han pasado veinticuatro horas, y durante ese tiempo he sido testigo de cosas increíbles en esta casa. Helmer debe enterarse de todo. Es indispensable una explicación entre los dos; tantos pretextos y ocultaciones tienen que desaparecer de una vez.
krogstad.
¡Ea! si usted se atreve a tomarlo por su cuenta... Pero se puede hacer una cosa, y ahora mismo...
señora linde.
¡Dése prisa! ¡Váyase, váyase!... Ha terminado la música; ya no estamos seguros ni un momento más...
krogstad.
La espero abajo.
señora linde.
Conforme; puede acompañarme hasta la puerta de mi casa.
krogstad.
¡Jamás en mi vida he sido tan indeciblemente feliz! (Vase, dejando abierta la puerta de la antesala.)
señora linde. (Arregla un poco la habitación, y prepara su abrigo y su sombrero.)
¡Qué giro han tomado las cosas! Ya tengo por quién trabajar... por quién vivir... un hogar al que llevar un poco de calor... ¡Claro que lo haré!... Pero ¿no bajan todavía?...    (Escuchando.) ¡Ah! ya vienen.  Me  pondré el abrigo. (Se pone el abrigo y el sombrero.) (Óyense las voces de los helmer y el ruido de la llave en la cerradura. Entra helmer trayendo casi a la fuerza a nora. Esta aparece vestida con el traje italiano  y  un  gran  mantón  negro sobre los hombros. helmer viste de  frac   y   va  cubierto   con  un dominó negro también.)
nora. (Desde la puerta, resistiéndose.) No, no, no;   aquí no.  Quiero subir otra   vez.  No  quiero  marcharme   tan temprano.
helmer.
Pero, mi querida Nora...
nora.
Te lo pido por favor, Torvaldo. ¡Te lo suplico!... ¡Solamente una hora!
helmer.
Ni un minuto, Norita. Ya sabes lo convenido. Vamos adentro; estás enfriándote aquí. (A despecho de la resistencia de nora, la conduce suavemente al salón.)
señora linde. Buenas noches.
nora.
¡Cristina!
helmer.
¡Cómo, señora Linde! ¿Usted aquí, tan tarde?
señora linde.
Sí, perdón; ¡tenía tantas ganas de ver a Nora disfrazada!
nora.
¿Has estado aquí aguardándome?
señora linde.
Sí. Desgraciadamente, no pude venir a tiempo; cuando llegué, ya habías subido, y por mi parte, no quería irme sin verte.
helmer. (Quitando a nora el chal.)
Mírela bien. Creo que vale la pena. ¿No está maravillosa, señora Linde?
señora linde. Sí que está muy guapa.
helmer.
Encantadora de bonita, ¿verdad? Esa ha sido también la opinión de todo el mundo en la fiesta. Pero es terriblemente testaruda. ¿Cómo remediarlo? Figúrese que he tenido que emplear la fuerza para traerla conmigo.
nora.
¡Ah! Torvaldo, vas a arrepentirte de no haberme concedido media hora siquiera.
helmer.
Ya lo oye usted, señora. Ha bailado su tarantela con un éxito loco... por cierto, bien merecido, a pesar de que en la interpretación ha hecho demasiados alardes de naturalidad; vamos, algunos más de los estrictamente necesarios, según las exigencias del arte. Pero, en suma, lo principal es que ha tenido éxito, un éxito rotundo. ¿Cómo iba yo a consentirle que permaneciese allí más tiempo? Hubiera echado a perder todo el efecto, ¡y eso sí que no!... Cogí del brazo a la encantadora chiquilla de Capri: una vuelta por la sala, una inclinación a cada lado, y como dicen las novelas, se desvaneció la bella aparición. En los desenlaces siempre conviene el efecto, señora; pero no puedo inculcar esto a Nora. ¡Uf, qué calor hace aquí! (Tira el dominó sobre una silla y abre la puerta de su despacho.)
¡Cómo! ¿No hay luz?... ¡Ah! sí, claro. Usted dispense. (Entra y enciende dos bujías.)
nora. (Sofocada, cuchicheando.) ¿Qué hay?
señora linde. (En voz baja.) He hablado con él.
nora. ¿Y qué?
señora linde.
Nora...   debes   decírselo   todo  a   tu marido.
nora. (Con acento desmayado.) Lo sabía...
señora linde.
No tienes que temer nada de Krogstad;  pero debes hablar.
nora.
No hablaré.
señora linde.
En ese caso, hablará la carta por ti.
nora.
Gracias, Cristina; ahora ya sé lo que tengo   que  hacer.   ¡Chis!...   ¡Cállate!
helmer. (De vuelta.)
¿Qué, señora: la ha admirado usted a su sabor?
señora linde.
Sí, y ahora voy a despedirme.
helmer.
¿Ya?... ¿Es suya esta labor?
señora linde. (Recogiéndola.) Gracias; por poco la olvido.
helmer.
¿De modo que hace usted punto?
señora linde. Un poco.
helmer.
Debería usted bordar en vez de hacer punto.
señora linde. ¿Sí?  ¿Por qué?
helmer.
Es mucho más bonito. Mire: se tiene la labor en la mano izquierda y luego, con la mano derecha, se lleva la aguja, haciendo una ligera curva. ¿No es así?...
señora linde. Sí, tal vez...
helmer.
Mientras que hacer punto resulta siempre antiestético. Mire: los brazos pegados al cuerpo, las agujas subiendo y bajando... parece un trabajo de chinos... ¡Oh, qué estupendo champaña nos han servido!
señora linde.
¡Vaya! Nora, buenas noches: y no seas tan terca.
helmer.
¡Bien dicho, señora Linde!
señora linde. Buenas noches, señor director.
helmer   (Acompañándola  a  la  puerta.)
Buenas noches, buenas noches; espero que llegará bien a su casa. Yo, por supuesto, con mucho gusto... Pero como está tan cerca... Buenas noches, buenas noches. (La señora linde sale. helmer cierra la puerta y vuelve a entrar.) ¡Por fin nos la hemos quitado de encima! ¡Qué mujer más fastidiosa!
nora.
¿No  estás  muy  cansado,  Torvaldo?
helmer.
No, ni por asomo.
nora.
¿No tienes sueño tampoco?
helmer.
Nada. Al contrario, me siento muy animado. ¿Y tú?... Tú sí que tienes cara de sueño.
nora.
Sí, estoy muy cansada. En seguida me dormiré.
helmer.
¿No ves cómo tenía razón para no querer que nos quedásemos más tiempo en el baile?
nora.
¡Oh! Tú siempre tienes razón en todo.
helmer. (Le da un beso en la frente.)
Ya empieza a hablar la alondra como una persona. Dime: ¿Te fijaste en lo animado que estaba Rank esta noche?
nora.
¡Ah! ¿Sí?... No he llegado a hablar con él.
helmer.
Yo apenas le he hablado tampoco. Pero hace mucho tiempo que no le veía de tan buen humor. (La mira un rato y se acerca.) ¡Qué alegría estar de regreso en casa, solo contigo!... ¡Oh, qué mujercita tan linda y tan deliciosa!
nora.
¡No me mires así, Torvaldo!
helmer.
¿Es  que  no  puedo  mirar  mi  más caro tesoro,  toda   esta  hermosura  que es mía y nada más que mía?
nora. (Corriéndose al otro lado de la mesa.) No me hables así esta noche...
helmer. (Mientras la sigue.)
¡Cómo se nota que aún te bulle la tarantela en la sangre! ¡Y eso te hace más seductora...! ¡Escucha! Ya se van los invitados. (Bajando la voz.) Nora... pronto quedará toda la casa en silencio.
nora.
Sí, eso espero.
helmer.
¿Verdad, querida Nora?... ¡Oh! cuando estamos en una fiesta... ¿sabes por qué te hablo tan poco, por qué permanezco lejos de ti, lanzándote sólo alguna que otra mirada a hurtadillas? ¿Sabes por qué?... Porque entonces me imagino que eres mi amor secreto, mi joven y hermosa prometida, y que nadie sospecha lo que hay entre nosotros dos.
nora.
Sí, ya sé que todos tus pensamientos son para mí.
helmer.
Y al marcharnos, cuando echo el chal sobre tus delicados hombros juveniles, alrededor de esta nuca divina... me imagino que eres mi joven desposada, que volvemos de la boda, que por vez primera te traigo a mi hogar... que al cabo estoy solo contigo, enteramente solo contigo, mi tierna hermosura temblorosa. Durante toda esta noche no he tenido otro deseo que tú. Cuando te vi hacer como que perseguías, seducías y provocabas bailando la tarantela, empezó a hervirme la sangre, no pude resistir más, y por eso te hice salir tan de prisa.
nora. Vete, Torvaldo. Déjame. No seas así.
helmer.
¿A qué viene esa actitud? ¿Estás bromeando conmigo, Norita? Conque no quieres, ¿eh? ¿Acaso no soy tu marido?
(Se oye llamar a la puerta exterior.)
nora. (Se estremece.) ¿Has oído?
helmer. (Pasando a la antesala.) ¿Quién es?
doctor  rank.  (Desde  fuera.)
Soy yo.  ¿Puedo entrar un instante?
helmer. (Molesto, en voz baja.)
¡A quién se le ocurre...! ¿Qué querrá ahora? (Sube la voz.) Aguarda un momento. (Abre la puerta.) Es una atención eso de que no pases ante nuestra puerta sin llamar.
doctor rank.
Me ha parecido oír tu voz y se me ha antojado entrar a haceros una visita. (Pasea una ojeada en torno suyo.) ¡Ah, éste es el hogar familiar y querido! ¡Qué agradable y qué acogedor! ¡Sois felices!
helmer.
Pues a tu vez parecías pasarlo muy a gusto ahí arriba.
doctor rank.
¡Magníficamente! ¿Y por qué no divertirme? ¿Por qué no disfrutarlo todo en este mundo? Por lo menos, todo lo que se pueda, y mientras se pueda. El vino era excelente...
helmer.
En particular, el champaña.
doctor rank.
¿Tú también lo has notado? Es asombrosa la cantidad que he ingerido.
nora.
Torvaldo no ha bebido menos champaña esta noche.
doctor rank. ¿Sí?
nora.
Sí, y después se pone tan alegre...
doctor rank.
¡Diantre! ¿Por qué no va uno a pasar una velada agradable tras de un día bien empleado?
helmer.
Hoy, por desgracia, no me atrevo a ufanarme de que haya sido bien empleado el día.
doctor rank. Yo sí, ¿sabes?
nora.
Doctor, hoy, de seguro, ha estado usted haciendo alguna investigación científica...
doctor rank. Sí, justamente.
helmer.
¡Hombre! ¡Norita, hablando de investigaciones científicas!
nora.
¿Y puedo felicitarle por el resultado?
doctor rank. Ya lo creo.
nora.
Entonces,  ¿fue bueno?
doctor rank.
El mejor posible, tanto para el médico como para el paciente: la certidumbre.
nora.   (Precipitadamente,   en   tono   escrutador.) ¿La certidumbre?
doctor rank.
Una certidumbre absoluta. Después de todo, ¿por qué no iba a permitirme pasar una noche alegre?
nora.
Ha hecho usted muy bien, doctor.
helmer.
Lo mismo digo, siempre que no pagues las consecuencias el día de mañana.
doctor rank.
Todo se paga en esta vida.
nora.
Doctor... ¿le gustan a usted mucho los bailes de máscaras?
doctor rank.
Sí, cuando abundan los trajes divertidos,..
nora.
Oiga: ¿de qué vamos a disfrazarnos usted y yo para el próximo baile?
helmer.
¡Qué caprichosa! ¿Ya estás pensando en el próximo baile?
doctor rank.
¿Usted y yo?... Pues verá: usted irá de mascota...
helmer.
Ahora falta ver cómo concibes un disfraz de mascota.
doctor rank.
Deja a tu mujer presentarse tal como va todos los días...
helmer.
¡Bravo! Pero ¿y tú, no has pensado cómo vas a ir?
doctor rank.
Sí, amigo mío; ya lo tengo pensado.
helmer. ¿Cómo?
doctor rank.
En el próximo baile de máscaras yo seré invisible.
helmer.
¡Qué idea tan cómica!
doctor rank.
Existe un sombrerazo negro... ¿No has oído hablar del sombrero que hace invisible? (1). Cuando te lo pones no hay quien te vea.
helmer.  (Disimulando  una  sonrisa.) Eso  sí,  no  cabe  duda.
doctor rank.
Pero olvidaba enteramente a qué he venido. Helmer, dame un puro, uno de tus habanos negros.
helmer. (Le ofrece la cigarrera.) Con mucho gusto.
doctor rank. (Tomando un cigarro y cortándole la punta.) Gracias.
nora.  (Prende  una cerilla.) Permítame que se lo encienda.
.doctor rank.
Muchas gracias. (NORA acerca la cerilla para darle lumbre.) Y ahora... ¡adiós!
helmer.
Adiós, adiós, amigo mío.
nora.
Descanse bien, doctor Rank.
doctor rank.
Agradezco   sus  buenos  deseos.
nora.
Deséeme  usted  otro  tanto.
doctor rank.
¿A usted? Puesto que lo quiere... descanse bien. Y gracias por la lumbre. (Saluda y vase.)
helmer. (Con voz templada.) Ha bebido bastante.
nora.
Es posible. (helmer saca sus llaves del bolsillo y se dirige a la antesala.) Torvaldo... ¿qué vas a hacer?
helmer.
Quiero vaciar el buzón, está muy lleno; no va a haber sitio para los periódicos mañana por la mañana...
nora.
¿Vas a trabajar esta noche?
helmer.
Ya sabes que no... Pero ¿qué es esto? Alguien ha andado en la cerradura.

nora.
¿En  la  cerradura?
helmer.
¿Qué podrá ser? No paso a creer que las muchachas... Aquí hay un trozo de horquilla... ¡Nora, es tuya!
nora. (Azorada.)
Habrán sido los niños...
helmer.
Tienes que quitarles esa costumbre. ¡Hum! Ya he conseguido abrirlo. (Saca el contenido, y llama hacia la cocina.) ¡Elena... Elena! Apaga esta lámpara del vestíbulo. (Vuelve a entrar en el salón, cerrando la puerta de la antesala, con las cartas en la mano.) Mira, ya ves qué montón... (Examinando los sobres.) ¿Qué hay aquí?
nora. (Junto a la ventana.)
¡La carta!   ¡No, Torvaldo, no!
helmer.
Dos tarjetas de... Rank.
nora.
¿De Rank?
helmer. (Leyéndolas.)
"Rank, doctor en medicina." Estaban encima de todo. Las habrá echado al marcharse.
nora.
¿Tienen  algo  escrito?
helmer.
Hay una cruz encima del nombre. Míralo. ¡Qué ocurrencia! Es como si anunciara su propia muerte.
nora.
Es lo que hace exactamente.
helmer.
¿Qué? ¿Sabes algo? ¿Te ha dicho algo?...
nora.
Sí. Esas tarjetas indican que se ha despedido de nosotros. Quiere encerrarse para morir.
helmer.
¡Pobre amigo mío! Sospechaba que iba a faltarme dentro de muy poco tiempo. Pero ¡tan pronto!... Y va a esconderse como un animal herido.
nora.
Si ha de suceder, más vale que sea sin palabras. ¿Verdad, Torvaldo?
helmer. (Pensando.)
¡Estaba tan unido a nosotros!... Me cuesta trabajo creer que vayamos a perderle. Con sus achaques y su retraimiento constituía como el fondo sombrío de nuestra resplandeciente felicidad... Al fin y al cabo, quizá sea lo mejor... Para él, al menos. (Se detiene.) Y puede que asimismo para nosotros, Nora. Ahora nos debemos exclusivamente el uno al otro. (La abraza.) ¡Oh, adorada mujercita! Parece que nunca te estrecharé bastante. Figúrate, Nora... muchas veces desearía que te amenazase un peligro inminente para poder arriesgar mi vida, mi sangre y todo por ti...
nora. (Desasiéndose, con voz firme, decidida.) Lee las cartas, Torvaldo.
helmer.
No, no; esta noche, no. Quiero estar contigo, mi adorada mujercita.
nora.
¿Con la idea de la muerte de tu amigo?...
helmer.
Tienes razón. Nos ha afectado a los dos. Se ha interpuesto entre nosotros una cosa aborrecible: la imagen de la muerte y de la disolución. Hemos de deshacernos de ella. Hasta entonces... nos retiraremos cada cual por su lado.
nora. (Abrazándose a su cuello.)
¡Buenas noches, Torvaldo... buenas noches!
helmer.  (Besándola  en  la  {rente.)
¡Buenas noches, pajarito cantor! Que descanses, Nora. Voy a leer las cartas. (Pasa a su despacho con la correspondencia, cerrando la puerta.)
nora. (Tantea en torno suyo con ojos extraviados, coge el dominó de helmer y se envuelve en él, mientras murmura, con voz ronca y entrecortada.)
¡No volver a verle jamás! ¡Jamás, jamás, jamás! (Echándose el chal por la cabeza.) ¡Y a los niños... no volveré a verlos nunca tampoco!... ¡Oh! el agua helada... y negra... ¡Ah! ¡Si todo hubiera pasado ya!... Ahora la abre, la estará leyendo... No, no, todavía no. ¡Adiós, Torvaldo!... ¡Adiós, hijos míos!
(Se lanza hacia la antesala; pero en el mismo instante, helmer abre violentamente la puerta de su despacho, y aparece con una. carta desplegada en la mano.)
helmer. ¡Nora!
nora.  (Profiriendo un grito agudo.) ¡Ah!
helmer.
¿Qué significa esto?... ¿Sabes lo que dice esta carta?
nora.
Sí, lo sé. ¡Deja que me marche! ¡Déjame salir!
helmer.
¿Adonde  vas?  (Reteniéndola.)
nora.  (Intentando  desprenderse.) No debes salvarme, Torvaldo.
helmer  (Retrocede,  tambaleándose.)
¡Luego es verdad lo que dice! ¡Dios mío! ¡No es posible!...
nora.
Es verdad. Te he amado sobre todas las cosas.
helmer.
¡No más ridiculeces!
nora. (Dando un paso hacia él.) ¡ Torvaldo!...
helmer.
¡Desgraciada!...  ¿Qué has hecho?
nora.
Déjame marchar. Tú no vas a llevar el peso de mi falta. No debes hacerte responsable de mi culpa.
helmer.
¡Basta de comedias! (Cierra con llave la puerta de la antesala.) Te quedarás aquí a rendirme cuentas. ¿Comprendes lo que has hecho? ¡Respóndeme! ¿Lo comprendes ?...
nora. (Mirándole fija, con una expresión creciente de rigidez.) Sí;  ahora es cuando realmente empiezo a comprender...
helmer. (Paseándose.)
¡Qué horrible despertar1! ¡Durante ocho años... ella, que era mi alegría, mi orgullo... una hipócrita... una impostora... peor aún, una criminal!... ¡Oh, Dios! ¡Qué abismo de monstruosidad hay en todo esto! ¡Qué bajeza! (NORA continúa mirándole fija, sin hablar. Deteniéndose ante ella.) Debía haber presentido lo que iba a ocurrir. Con la ligereza de principios de tu padre... Tú los has heredado. Falta de religión, falta de moral, falta de sentido del deber... ¡Oh! bien castigado estoy por mi indulgencia para su conducta. Por ti lo hice, y así me correspondes.
nora. Sí, así.
helmer.
Has destruido toda mi felicidad. Has arruinado todo mi porvenir... ¡Oh! da espanto pensarlo. Estoy en manos de un hombre sin conciencia que puede hacer de mí cuanto quiera, exigirme lo que sea, sin que yo me atreva a rechistar. ¡Y tener que hundirme tan miserablemente por culpa de una mujer indigna!
nora.
Cuando yo desaparezca del mundo, serás libre.
helmer.
Déjate de frases huecas. Tu padre tenía también una provisión de frases parecidas a mano. ¿De qué me serviría que abandonaras el mundo? De nada. En todo caso, puede hacerse público el asunto, y entonces sospecharán que yo estaba enterado de tu delito. Hasta pueden creer que te apoyé... que te induje a cometerlo. ¡Y pensar que esto te lo debo agradecer a ti! ¡A ti, a quien he mimado hasta la exageración durante toda nuestra vida matrimonial! ¿Comprendes ya el daño que me has hecho?
nora.   (Con  fría  tranquilidad.) Sí.
helmer.
Es algo tan increíble, que no me cabe en la cabeza. Hemos de adoptar una resolución. ¡Quítate ese dominó!... ¡Que te lo quites, digo!... Tengo que satisfacerle en una forma u otra. Hay que ahogar el asunto, sea como sea... En cuanto a ti y a mí, haremos como si nada hubiese cambiado. Sólo a los ojos de los demás, por supuesto. Seguirás aquí, en casa, como es lógico. Pero no te será permitido educar a los niños; no me atrevo a confiártelos... ¡Ah, tener que decírselo a quien tanto he amado y a quien todavía...! ¡Vaya! esto debe acabar. Desde hoy no se trata ya de nuestra felicidad; se trata exclusivamente de salvar los restos, los despojos, las apariencias... (Suena la campanilla, y helmer se estremece.) ¿Qué será? ¡Tan tarde!... Sólo faltaría que... ¿Acaso habrá ese hombre...? ¡Escóndete, Nora! Diré que estás enferma.
(nora no se  mueve. helmer se dirige a abrir la puerta.)
elena. (A medio vestir, en la antesala.) Ha llegado una carta para la señora.
helmer.
Dámela. (Coge la cana, y cierra la puerta.) Sí, es de él. Pero no te la entregaré; quiero leerla yo mismo.
nora. Léela.
helmer. (Acercándose a la lámpara.)
Casi no tengo valor para ello. Quizá estemos perdidos tú y yo... No; he de saberlo. (Rompe precipitadamente el sobre, lee algunas líneas, examina un papel adjunto, y lanza un grito de alegría.) ¡Nora! (NORA le mira, interrogante.) ¡Nora!... No; voy a volver a leerlo... Sí, eso es. ¡Estoy salvado! ¡Nora, estoy salvado!
nora. ¿Y yo?
helmer.
Tú igual, naturalmente; los dos estamos salvados, tú y yo. Te devuelve el recibo. Dice que se arrepiente... Un cambio feliz en su vida... Bueno; ¡qué importa lo que diga! ¡Estamos salvados, Nora! Ya nadie puede hacerte nada... ¡Ah! Nora... primero hay que desentenderse de todas estas abominaciones. Vamos a ver... (Echa una ojeada al recibo.) No, no quiero verlo; supondré que todo ha sido una pesadilla. (Rompe las dos cartas y el recibo, arrojándolo lodo a la estufa, y contempla cómo arden los pedazos.) ¡Ea! se acabó todo... ¡Oh, qué tres días más horribles has debido de pasar, Nora!
nora.
Sí; durante estos tres días he sostenido una lucha atroz,
helmer.
¡Lo que habrás sufrido, sin ver otra salida que...! ¡No! olvidemos todos estos sinsabores. Sólo debemos alegrarnos y repetir de continuo: "Ya pasó, ya pasó"... Pero, mujer, Nora, óyeme; parece que no has comprendido... ¡Vamos! ¿Qué es eso... esa cara tan compungida?... ¡Oh! ya comprendo ¡pobrecita! No puedes creer que te haya perdonado. Créelo, Nora; te lo juro: estás de todo punto perdonada. Bien sé que lo has hecho por amor a mí.
nora. Así es.
helmer.
Me has amado como una esposa debe amar a su marido. Únicamente te faltó discernimiento en la elección de medios. ¿Crees que te quiero menos por eso, porque no sabes conducirte a ti misma?... No tienes más que apoyarte en mí, y te guiaré. Dejaría yo de ser un hombre si tu incapacidad de mujer no te hiciera el doble de atractiva a mis ojos. Olvida las duras palabras que te he dirigido en el primer arrebato, cuando creía que todo iba a derrumbarse sobre mí. Te he perdonado, Nora; te juro que te he perdonado.
nora.
Agradezco  tu  perdón.  (Vase  por  la derecha.)
helmer.
No; quédate. (Siguiéndola con la mirada.) ¿Qué haces en la alcoba?
nora. (Desde dentro.) Quitándome el disfraz.
helmer. (A la puerta.)
Sí, está bien; procura tranquilizarte, y reponerte, pajarito asustado. Descansa tranquila; yo tengo alas lo bastante grandes para cobijarte. (Paseándose, sin alejarse de la puerta.) ¡Oh, que hogar tan tranquilo y acogedor! Aquí estás segura; te guardaré como a una paloma perseguida a quien hubiese sacado sana y salva de las garras del gavilán. Lograré tranquilizar tu pobre corazón palpitante. Poco a poco lo conseguiré, Nora, créeme. Mañana lo verás todo de otra manera. Pronto tornará todo a ser como antes, y no habrá necesidad de repetirte que te he perdonado, porque, sin duda, lo advertirás por ti misma. ¿Cómo puedes pensar que se me pasara por la imaginación repudiarte ni recriminarte por nada? ¡Ah! Nora, no conoces la bondad de un verdadero hombre. ¡Le es tan dulce perdonar a su propia mujer cuando lo hace de corazón! Es como si fuese dos veces suya, como si hubiera vuelto a traerla al mundo, y ya no ve en ella sólo su mujer, sino también su hija. Eso es lo que vas a ser para mí desde hoy, criatura inexperta. No temas nada, Nora; sé franca conmigo; y yo supliré tu voluntad y tu conciencia... Pero ¿qué es eso? ¿No te acuestas? ¿Te has cambiado de ropa?
nora. (Que   entra  vestida   de   diario.)
Sí,   Torvaldo,  me   he   cambiado   de ropa.
helmer.
¿Por qué?  ¿A esta hora, tan tarde?
nora.
Esta noche no pienso dormir.
helmer.
Pero, querida Nora...
nora. (Mirando su reloj.)
Aún no es muy tarde. Siéntate, Torvaldo. Vamos a hablar. (Se sienta a un lado de la mesa.)
helmer.
Nora... ¿qué pasa? Esa cara tan grave...
nora.
Siéntate; va a ser largo. Tengo mucho que decirte.
helmer.  (Sentándose frente  a  ella.)
Me inquietas, Nora. No acabo de comprenderte.
nora.
No; eso es realmente lo que pasa: no me comprendes. Y yo nunca te he comprendido tampoco... hasta esta noche. No, no me interrumpas. Vas a escuchar todo lo que yo te diga... Vamos a ajustar nuestras cuentas, Torvaldo.
helmer.
¿Qué entiendes por eso?
nora. (Después de un corto intervalo.) Estamos aquí sentados uno frente a otro.  ¿No te extraña una anomalía?
helmer. ¿Qué?
nora.
Llevamos ocho años casados. ¿No te percatas de que hoy es la primera vez que tú y yo, marido y mujer, hablamos con seriedad?
helmer.
¿Qué quieres decir?
nora.
¡Ocho años... más todavía! Desde que nos conocimos no hemos tenido una sola conversación seria.
helmer.
¿Es que debía yo hacerte confidente de mis preocupaciones; que tú, a pesar de todo, no podías ayudarme a resolver?
nora.
No me refiero a preocupaciones. Estoy diciéndote que nunca hemos hablado en serio, que nunca hemos intentado llegar juntos al fondo de las cosas.
helmer.
Pero, querida Nora, ¿te habría interesado hacerlo?
nora.
De eso mismo se trata. Tú no me has comprendido jamás. Se han cometido muchos errores conmigo, Torvaldo. Primeramente, por parte de papá, y luego, por parte tuya.
helmer.
¡Cómo! ¿Por parte de nosotros dos... que te hemos querido más que nadie?
nora.   (Haciendo un gesto negativo con la cabeza.)
Nunca me quisisteis. Os resultaba divertido encapricharos por mí, nada más.
helmer.
Pero, Nora,  ¿qué palabras son ésas?
nora.
La pura verdad, Torvaldo. Cuando vivía con papá, él me manifestaba todas sus ideas y yo las seguía. Si tenía otras diferentes, me guardaba muy bien de decirlo, porque no le habría gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo ni más ni menos que yo con mis muñecas. Después vine a esta casa contigo...
helmer.
¡Qué términos empleas para hablar de nuestro matrimonio!...
nora.  (Sin  inmutarse.)
Quiero decir que pasé de manos de papá a las tuyas. Tú me formaste a tu gusto, y yo participaba de él... o lo fingía... no lo sé con exactitud; creo que más bien lo uno y lo otro. Cuando ahora miro hacia atrás, me parece que he vivido aquí como una pobre... al día. Vivía de hacer piruetas para divertirte, Torvaldo. Como tú querías. Tú y papá habéis cometido un gran error conmigo: sois culpables de que no haya llegado a ser nunca nada.
helmer.
¡Qué injusta y desagradecida eres, Nora! ¿No has sido feliz aquí?
nora.
No, nunca. Creí serlo; pero no lo he sido jamás.
helmer.
¿No... que  no  has  sido  feliz?...
nora.
No; sólo estaba alegre, y eso es todo. Eras tan bueno conmigo... Pero nuestro hogar no ha sido más que un cuarto de recreo. He sido muñeca grande en esta casa, como fui muñeca pequeña en casa de papá. Y a su vez los niños han sido mis muñecos. Me divertía que jugaras conmigo, como a los niños verme jugar con ellos. He aquí lo que ha sido nuestro matrimonio, Torvaldo.
helmer.
Hay algo de verdad en lo que dices... aunque muy exagerado. Pero desde hoy todo cambiará; ya han pasado los tiempos de jugar y ha llegado la hora de la educación.
nora.
¿La educación de quién? ¿La mía o la de los niños?
helmer.
La tuya y la de los niños, Nora.
nora.
¡Ay! Torvaldo, tú no eres capaz de educarme, de hacer de mí la esposa que necesitas.
helmer.
¿Y me lo dices tú?
nora.
¿Y yo... qué preparación tengo para educar a los niños?
helmer. ¡Nora!
nora.
¿No has dicho tú mismo hace un momento que es una misión que no te atreves a confiarme?...
helmer.
Estaba excitado... ¿Cómo puedes reparar en eso?
nora.
...Y tenías razón sobrada. Es una labor superior a mis fuerzas. Hay otra de la que debo ocuparme antes. Debo procurar educarme a mí misma. Tú no eres capaz de ayudarme en esta tarea. Para ello necesito estar sola. Y por esa razón voy a dejarte.
helmer. (Se levanta de un brinco.) ¿Qué dices?
nora.
Necesito estar completamente sola para orientarme sobre mí misma y sobre lo que me rodea. No puedo quedarme más contigo.
helmer.
¡Nora, Nora!
nora.
Quiero marcharme en el acto. Supongo que Cristina me dejará pasar la noche en su casa...
helmer.
¿Has perdido el juicio?... ¡No te lo permito! ¡Te lo prohíbo!...
nora.
Después de lo que ha pasado, es inútil que me prohíbas algo. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero nada, ni ahora ni nunca.
helmer.
¿Qué locura es ésa?
nora.
Mañana salgo para mi casa... es decir, para mi tierra. Allí me será más fácil encontrar un empleo.
helmer.
¡Qué ciega estás, criatura sin experiencia!
nora.
Ya procuraré adquirir experiencia, Torvaldo.
helmer.
¡Abandonar tu hogar, tu marido, tus hijos!... ¿Y no piensas en el qué dirán?
nora.
No puedo pensar en esos detalles. Sólo sé que es indispensable para mí.
helmer.
¡Oh, es odioso! ¡Traicionar así los deberes más sagrados!
nora.
¿A qué llamas tú los deberes más sagrados?
helmer.
¿Habrá que decírtelo? ¿No son tus deberes con tu marido y tus hijos?
nora.
Tengo otros deberes no menos sagrados.
helmer.
No los tienes. ¿Qué deberes son ésos?
nora. Mis deberes conmigo misma.
helmer.
Ante todo eres esposa y madre.
nora.
Ya no creo en eso. Creo que ante todo soy un ser humano, igual que tú... o, al menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, y que algo así está escrito en los libros. Pero ahora no puedo conformarme con lo que dicen los hombres y con lo que está escrito en los libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo esto y tratar de comprenderlo.
helmer.
Pero ¿no se te alcanza cuál es tu puesto en tu propio hogar? ¿No tienes un guía infalible para estos dilemas? ¿No tienes la religión?
nora.
¡Ay, Torvaldo! No sé lo que es la religión.
helmer.
¿Cómo que no?
nora.
Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen cuando me preparaba para la confirmación. Dijo que la religión era esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, examinaré también ese asunto. Y veré si era cierto lo que decía el pastor, o cuando menos, si era cierto para mí.
helmer.
¡Oh, es inaudito en una mujer tan joven!... Pero, si la religión no puede guiarte, déjame explorar tu conciencia. Porque supongo que tendrás algún sentido moral. ¿Os es que tampoco lo tienes? ¡Responde!..
nora.
No sé qué responder, Torvaldo. Lo ignoro. Estoy desorientada por completo en estas cuestiones. Lo único que sé es que tengo una opinión distinta del todo a la tuya. También he llegado a saber que las leyes no son como yo pensaba; pero no atino a colegir que estas leyes sean justas, ¡Cómo no va a tener una mujer derecho a evitar una molestia a su anciano padre moribundo, ni a salvar la vida de su marido! ¡No puedo creerlo!
helmer.
Hablas como una niña. No comprendes nada de la sociedad en que vivimos.
nora.
No, de fijo. Pero ahora quiero tratar de comprenderlo y averiguar a quién asiste la razón, si a la sociedad o a mí.
helmer.
Estás enferma, Nora; tienes fiebre, y casi temo que no te rija la cabeza.
nora.
Jamás me he sentido tan despejada y segura como esta noche.
helmer.
¿Y con esa lucidez y esa seguridad abandonas a tu marido y a tus hijos?
nora. Sí.
helmer.
Entonces no hay más que una explicación posible.
nora. ¿Cuál?
helmer.
Que ya no me amas.
nora.
No, en efecto.
helmer.
¡Nora!... ¿Y me lo dices así?
nora.
Lo lamento, Torvaldo, porque has sido siempre bueno conmigo... Pero no lo puedo remediar; ya no te amo.
helmer.  (Haciendo  esfuerzos  por dominarse.) Por  lo  visto,  también  de  eso  estás perfectamente convencida...
nora.
Sí, perfectamente, y por eso no quiero quedarme aquí ni un instante más.
helmer.
¿Y puedes razonarme cómo he perdido tu amor?
nora.
Con toda sencillez. Ha sido esta noche, al ver que no se realizaba el milagro esperado. Entonces comprendí que no eras el hombre que yo me imaginaba.
helmer.
Precisa algo más.
nora.
He esperado durante ocho años con paciencia. De sobra sabía, Dios mío, que los milagros no se realizan tan a menudo. Por fin llegó el momento angustioso, y me dije con toda certeza: "Ahora va a venir el milagro." Cuando la carta de Krogstad estaba en el buzón, no supe ni aun figurarme que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre. Estaba firmemente persuadida de que le dirías: "Vaya usted a contárselo a todo el mundo." Y cuando hubiera sucedido eso...
helmer.
¡Como!... ¿Cuándo yo hubiera entregado a mi propia esposa a la vergüenza y a la deshonra...?
nora.
...Cuando hubiera sucedido eso, tenía la absoluta seguridad de que te habrías presentado a hacerte responsable de todo, diciendo: "Yo soy el culpable."
helmer. ¡Nora!
nora.
¿Vas a añadir que yo jamás habría aceptado un sacrificio semejante? Claro que no. ¿Pero de qué habrían valido mis afirmaciones al lado de las tuyas?... Era ése el milagro que esperaba con tanta angustia. Y para evitarlo quería acabar con mi vida.
helmer.
Nora, por ti hubiese trabajado con alegría día y noche, hubiese soportado penalidades y privaciones. Pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.
nora.
Lo  han  hecho millares  de  mujeres.
helmer.
¡Oh! Hablas y piensas como una chiquilla.
nora.
Puede ser. Pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo pueda unirme. Cuando te has repuesto del primer sobresalto, no por el peligro que me amenazaba, sino por el riesgo que corrías tú; cuando ha pasado todo, era para ti como si no hubiese ocurrido nada. Volví a ser tu alondra, tu muñequita a la que tenías que llevar con mano más suave aún, ya que había demostrado ser tan frágil y endeble... (Levantándose.) Torvaldo, en ese mismo instante me he dado cuenta de que había vivido ocho años con un extraño. Y de que había tenido tres hijos con él... ¡Oh, no puedo pensar en ello siquiera! Me dan tentaciones de despedazarme...
helmer. (Sordamente.)
Lo veo... lo veo. En realidad, se ha abierto entre nosotros un abismo... Pero ¿no esperas, Nora, que pueda colmarse?
nora.
Tal como soy ahora, no puedo ser una esposa para ti.
helmer.
Puedo transformarme yo...
nora.
Quizá...  si te quitan tu muñeca.
helmer.
¡Separarme..., separarme de ti! No, no, Nora; no acierto a formularme esa idea.
nora.  (Saliendo  por la puerta de la derecha.)
Razón de más para que así sea. (Vuelve con el abrigo puesto y un maletín, que deja sobre una silla, cerca de la mesa.)
helmer.
¡Nora, Nora; todavía no! Aguarda a mañana.
nora. (Poniéndose el abrigo.)
No debo pasar la noche en casa de un extraño.
helmer.
Pero ¿no podemos vivir juntos como hermanos?...
nora.  (Atándose  el sombrero.)
Demasiado sabes que eso no duraría mucho... (Se envuelve en el chal.) Adiós, Torvaldo. No quiero ver a los niños. Sé que están en manos mejores que las mías. Dada mi situación, no puedo ser una madre para ellos.
helmer.
Pero ¿algún día, Nora... algún día...?
nora.
¿Cómo voy a saberlo? Si hasta ignoro lo que va a ser de mí...
helmer.
Pero eres mi esposa, sea de ti lo que sea.
nora.
Escucha, Torvaldo. He oído decir que, según las leyes, cuando una mujer abandona la casa de su marido, como yo lo hago, está él exento de toda obligación con ella. De cualquier modo, te eximo yo. No debes quedar ligado por nada., como tampoco quiero quedarlo yo. Ha de existir plena libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Dame el mío.
helmer.
¿También eso?
nora. Sí.
helmer.
Aquí  lo  tienes.
nora.
Bien. Ahora todo ha acabado. Toma las llaves. Las muchachas están al corriente de cuanto respecta a la casa... mejor que yo. Mañana, cuando me haya marchado, vendrá Cristina a recoger lo que traje de mi casa. Quiero que me lo envíen.
helmer.
¡Todo ha terminado! Nora, ¿no pensarás en mí nunca más?
nora.
Seguramente, pensaré a menudo en ti, en los niños, en la casa.
helmer.
¿Puedo escribirte, Nora?
nora.
¡No, jamás!   Te lo prohíbo.
helmer.
O por lo menos, enviarte...
nora.
Nada, nada.
helmer.
...ayudarte, en caso de que lo necesites.
nora.
He dicho que no, pues no aceptaría nada de un extraño.
helmer.
Nora... ¿no seré ya más que un extraño para ti?
nora. (Recogiendo su maletín.)
¡Ah, Torvaldo! Tendría que realizarse el mayor de los milagros.
helmer. Dime cuál.
nora.
Tendríamos que transformarnos los dos hasta el extremo de... ¡Ay, Torvaldo! ¡No creo ya en los milagros!
helmer.
Pero yo sí quiero creer en ellos. Di: ¿transformarnos hasta el extremo de...?
nora.
...hasta el extremo de que nuestra unión llegara a convertirse en un verdadero matrimonio. Adiós. (Vase por la. antesala.)
helmer. (Desplomándose en una silla, cerca de la puerta, oculta el rostro entre las manos.)
¡Nora, Nora!   (Mira en  tomo suyo, y   se  levanta.)  Nada.  Ha  desaparecido para  siempre.  (Con un rayo de  esperanza.)   ¡Él mayor de  los milagros!... (Se  oye  abajo  la  puerta  del portal al cerrarse.)



FIN de  "casa de  muñecas"



(1) En Noruega está bastante extendido el uso de estas estufas, llamadas suecas, con un metro de diámetro y dos de altura.
(2) Cincuenta céntimos