27 de mayo de 2018

4° (TODOS) EL GITANO EN LA OBRA DE LORCA.

EL GITANO
EN LA OBRA DE FEDERICO GARCIA LORCA
FELIX HERRERO SALGADO
Escuela Universitaria E.G.B. Zamora
En 1928 Ernesto Giménez Caballero entrevistaba a Federico García Lorca:
— «Dime más datos para tu solución de herencia.
—Yo no soy gitano.
—¿Qué eres?
—Andaluz, que no es igual, aun cuando todos los andaluces seamos algo gitanos.
Mi gitanismo es un tema literario. Nada más»1.
He querido comenzar mi trabajo con esta entrevista porque desearía acotar desde
el principio tres ideas: Primera: Los gitanos son en Lorca un tema, y un tema de
poeta, no de sociólogo, ni menos de político. Segunda: El tema gitano no le es tema
obsesivo que invada e ilumine toda su obra. Está circunscrito a un período, 1923-
1928, y a un libro, Romancero gitano. Después, algunas lecturas y comentarios
sobre este libro. Y antes, 1921, Poema de cante jondo, libro no abiertamente gitano,
pero en el que se dan todos los elementos del mundo gitano. Tercera: En Lorca es
muy difícil deslindar lo gitano de lo andaluz.
Lorca llega al tema gitano a través del cante. Había crecido en ambiente propicio.
«El padre de Lorca —dice José Monleón— era hombre a quien gustaba reunir
guitarristas y cantaores tras la jornada del campo. Allí se cantaba y se hablaba de
cante. Allí empezaría a oír Federico muchas de las cosas desarrolladas más tarde en
sus famosas conferencias sobre el cante y sobre el duende. Allí conocería las primeras
cosas de los futuros gitanos de su Romancero, las primeras imágenes de su Poema
de cante jondo. Para el niño Federico García Lorca debió quedar muy claro desde
el principio que el cante era cosa seria, una dramaturgia del pueblo gitano-andaluz»2.
También del poeta tenemos testimonio directo de su estimación del cante y de su
contacto con el mundo gitano. El 2 de agosto de 1921, escribe a Adolfo Salazar:
«...estoy aprendiendo a tocar la guitarra; me parece que lo flamenco es una de las
creaciones más gigantescas del pueblo español. Acompaño ya fandangos, peteneras
y er cante de los gitanos, tarantas, bulerías, ramonas. Todas las tardes vienen a
enseñarme El Lombardo (un gitano maravilloso) y Frasquito er de la Fuente (otro
gitano espléndido)»3.
No es ajena a esta afición la sabia dirección de don Manuel de Falla, amigo íntimo
de la familia. Con él organiza en 1922 el Concurso del Cante Jondo en el Centro
Artístico Granadino, y ese mismo año pronuncia su famosa conferencia El Cante
9
jondo (Primitivo cante andaluz), en la que están patentes vivencias personales y un
estudio y conocimiento profundos de la materia.
De esta conferencia me interesa destacar dos puntos, claves en la conexión del
cante, los gitanos y su poesía. El primero: dice Lorca: «Según la versión (del origen
índico de los gitanos), las tribus gitanas, perseguidas por los cien mil hijos del Gran
Tamerlán, huyeron de la India. Veinte años más tarde, estas tribus aparecen en
diferentes pueblos de Europa y entran en España con los ejércitos sarracenos, que
desde la Arabia y el Egipto desembarcaban periódicamente en nuestras costas. Y
estas gentes, llegando a nuestra Andalucía, unieron los viejísimos elementos nativos
con el viejísimo que ellos traían y dieron las definitivas formas a lo que hoy llamamos
'cante jondo'»4. Serían, pues, los gitanos los que aglutinaron los elementos del
milenario cante de Tartesos, el que cantaban las «puellae gaditanae» en Roma, con
los de la legendaria India para conformar la «siguiriya», alma del cante jondo, que
significativamente se adjetiva «gitana».
Segundo: Pero, además, junto a la melodía, están los poemas. Continúa la conferencia:
«Todos los poetas que actualmente nos ocupamos, en más o menos escala,
en la poda y cuidado del demasiado frondoso árbol lírico que nos dejaron los románticos
y los postrománticos, quedamos asombrados ante dichos versos. Las más
íntimas gradaciones del Dolor y de la Pena, puestas al servicio de la expresión más
pura y exacta, laten en los tercetos y cuartetos de la «siguiriya» y sus derivados.
No hay nada, absolutamente nada en toda España, ni en estilización, ni en ambiente,
ni en justeza emocional... Ya vengan del corazón de la sierra, ya vengan del naranjal
sevillano o de las armoniosas costas mediterráneas, las coplas tienen un fondo común:
el Amor y la Muerte»5.
Lorca, que viene de su primera y virginal vocación, la música clásica, entra en
la hondura del cante gitano-andaluz para hallar su segunda y definitiva vocación, la
de poeta. Del cante jondo toma la forma escueta y limpia, los temas y el color que
tiñe sus versos: El Amor, la Muerte, la Pena, el «magnífico panteísmo» y el misterio
de las viejas edades, del «primer llanto y del primer beso».
La práctica había precedido a la teoría, porque un año antes, en 1921, había
compuesto Poema de cante jondo. El poeta era consciente de que el libro representaba
una innovación en el mundo contemporáneo de la poesía. Así se lo confesaba a su
amigo Adolfo Salazar: «Ahora pongo los tejadillos de oro al «Poema de cante jondo»,
que publicaré coincidiendo con el concurso. Es una cosa distinta de las suites y llena
de sugestiones andaluzas. Su ritmo es estilizante y popular, y saco a relucir a los
cantaores viejos y a toda la fauna y flora fantástica que llenan estas sublimes
canciones. El Silverio, el Juan Breva, el Loco Mateo, la Parrala, el Filio... ¡y la
Muerte!... El poema comienza con una crepúsculo inmóvil y por él desfilan la
siguiriya, la soleá, la saeta y la petenera. El poema está lleno de gitanos, de velones,
de fraguas, tiene alusiones a Zoroastro. Es la primera cosa de otra orientación mía
y no sé todavía qué decirte de él... ¡pero novedad tiene!... Los poetas españoles
nunca han tocado este tema»6.
Había intuido las posibilidades poéticas del cante viejo elaborándolo desde experiencias
líricas personales, y compuso los poemas que forman el libro teniendo
como base expresiva el empleo intenso de la metáfora y el símbolo.
En Poema de cante jondo están latiendo todos los componentes del mundo gitanoandaluz:
10
— La siguiriya, lo más puro del cante jondo andaluz que «tiene el corazón de
plata y un puñal en la diestra».
— La guitarra, «corazón malherido por cinco espadas».
— La tierra, la «Andalucía del llanto», de «largos caminos rojos»:
«Tierra
vieja
del candil
y la pena...
Tierra
de la muerte sin ojos
y las flechas».
— El puñal:
«Por todas partes
yo
veo el puñal
en el corazón».
— La muerte:
«La muerte
entra y sale
y sale y entra
de la taberna».
— Y los ríos, y las ciudades, y el amor, y la naturaleza.
En Poema de cante jondo —«libro interior que busca la esencia oculta y oscura
del mundo del cante»— Lorca trata el tema gitano indirectamente y por vías estética
y sentimental.
El libro, a la hora de publicarlo, 1931, resultaba demasiado pequeño. Para
alargarlo, Lorca incluyó los diálogos del Teniente Coronel de la Guardia Civil y del
Amargo. Me interesa el primero: «Escena del Teniente Coronel de la Guardia Civil».
Escrito en 1925, cuando el poeta se halla zambullido en la composición del Romancero
gitano, adopta una nueva estructura —el diálogo esperpéntico en prosa—
y aborda directamente el tema gitano. Lorca enfrenta abiertamente dos mundos
sociales: el mundo del gitano —libertad y fantasía— y el mundo burgués, ordenancista,
representado por el Teniente Coronel de la Guardia Civil. El Teniente Coronel
de la Guardia Civil, «alma de tabaco y café con leche», no puede soportar el choque
dialéctico con el gitanillo, «alas para volar», «azufre y rosa en mis labios», y, «pun,
pin, pan», «cae muerto». Lorca acota al final del diálogo: «En el patio del cuartel,
cuatro guardias civiles apalean al gitanillo... Veinticuatro bofetadas, Veinticinco
bofetadas...». Esta es la reacción de la sociedad organizada, el apaleamiento contra
quien construye torres de canela y tiene «anillos y nubes en la sangre». La «guardia
civil caminera» de la canción del gitano apaleado nos introduce en el Romancero
gitano.
Lorca elabora gozosamente, pero trabajosamente, el Romancero gitano. Con la
efusión propia de su carácter comunica a sus amigos el largo proceso de gestación:
cinco años. A Melchor Fernández Almagro: «He trabajado bastante y estoy terminando
una serie de romances gitanos que son por completo de mi gusto»7. «También
11
te mando este romance gitano nuevo, «Romance gitano de la luna luna de los
gitanos». Mi idea es hacer un romancero gitano»8. A su hermano Francisco: «El
romancero gitano quisiera reservarlo y hacer un libro sólo de romances. Estos días
he hecho algunos, como el de Preciosa y el «Prendimiento de Antoñito el Camborio».
Son interesantísimos9. A Jorge Guillen: «Ahora trabajo mucho. Estoy terminando
el Romancero gitano». Nuevos temas y nuevas sugestiones»10. Al mismo: «No quiero
dejar de enviarte este fragmento del «Romance de la Guardia Civil española» que
compongo estos días... Una vez terminado este romance, y el «Romance de la gitana
Santa Olalla de Mérida», daré por terminado el libro. Será bárbaro»11.
Entusiasmo, esfuerzo y gitanos, gitanos, gitanos. Federico está entusiasmado
con el tema. Da a conocer los romances en cartas, en revistas y en lecturas-representaciones.
Los amigos y los amigos de los amigos saben los romances de memoria,
y, juego peligroso, comienzan a identificar a agonista con creador. Empieza a circular
el mito de gitanería del poeta. Este reacciona. A principios del 27 dice a Guillen:
«Estoy dispuesto a dar mi cuota para «Verso y Prosa». Encantado... Pero mandaros
algo no puedo. Más adelante. Y desde luego no serán romances gitanos. Me va
molestando un poco mi mito de gitanería. Confunden mi vida y mi carácter... Además
el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educación y de poeta salvaje
que tú sabes bien que yo no soy»12. Y a José Bergamín, por las mismas fechas: «A
ver si nos reunimos este año y dejas de considerarme como un gitano, mito que
sabes lo mucho que me perjudica»13.
Reacción visceral, vano empeño. Había creado un personaje de tan recia contextura
que llenaba el verso, lo inundaba y arrasaba consigo al creador. (La inundación
llegó, tenía que llegar, hasta la Residencia de Estudiantes, y salió en forma de título
humorístico de película). Lorca se quedó con el marbete de gitano de por vida. Tan
difícil sería la tarea de borrarlo como querer hacer volver ya a los estrechos límites
del verso a Antoñito el Camborio o a los altos barandales de la luna a la niña amarga
y a los dos compadres. Algunas citas: Arturo Serrano en El Sol, 15 de mayo de
1932: «Sin proponérselo tal vez, quizá sin darse cuenta, un fino andaluz y un gracioso
gitano son acaso los más destacados poetas de su generación: Rafael Alberti y
Federico García Lorca». Y R. Aguirre Ibáñez, en El Adelanto, mayo de 1932: «Había
que resucitar —dice— el cante «jondo»... y para ello, nadie mejor, ni con más
autoridad ni más sensibilidad, que un músico como Falla, gaditano, de la Andalucía
blanca y salada del Puerto de Santa María, y un poeta como Lorca, gitano, granadino,
verde y negro como un faraón de la raza»14. Y finalmente, ya en 1936, en comentario
a un recital del poeta en el Ateneo guipuzcoano: «El recio poeta de la gitanería glosó
sus poesías contenidas en el Romancero, faro de nuevas fórmulas»15.
La consecuencia del tópico hiriente es fulminante. En carta a J. Guillen, finales
de 1926, escribe: «Una vez terminado este romance y el «Romance del martirio de
la gitana Santa Olalla de Mérida», daré por terminado el libro... Después no tocaré
¡jamás!, ¡jamás! este tema»16 (Curioso: un poeta da por terminado el ciclo temático
que aborda en un libro antes de haberlo publicado).
Romancero gitano es secuencia y consecuencia de Poema de cante jondo. En
éste había poetizado el alma, las esencias dramáticas del cante jondo, o lo que es
lo mismo, del alma gitana, del alma andaluza. Ahora siente la necesidad de revestir
esas almas de un cuerpo: de Antoñito el Camborio, de Soledad Montoya, de la
monja gitana, de la Guardia Civil.
12
Lorca, que siempre lleva consigo un comentarista y un crítico de su propia obra,
define el libro y su contenido: «El libro es un retablo de Andalucía con gitanos,
caballos, arcángeles, planetas, con su brisa judía, con su brisa romana, con ríos,
crímenes, con la nota vulgar del contrabandista y la nota celeste de los niños desnudos
de Córdoba que se burlan de San Rafael. Un libro donde apenas si está expresada
la Andalucía que se ve, pero donde está temblando la que no se ve... Un libro
antipintoresco, antifolklórico, antiflamenco. Donde no hay ni una chaquetilla corta
ni un traje de torero, ni un sombrero plano, ni una pandereta, donde las figuras
sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje (grande y
oscuro como un cielo de estío), un solo personaje que es la Pena...»17.
Da la razón de llamarlo gitano: «El libro en conjunto, aunque se llama gitano,
es el poema de Andalucía, y lo llamo gitano, porque el gitano es lo más elevado,
lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y
el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza universal»18.
Lorca —aclara él mismo— no se refiere a «los gitanos sucios y harapientos, ni
a esas gentes que van por los pueblos y roban», sino a esas «diez familias desde
Jerez a Cádiz» que sorbieron en los comienzos del siglo XV, con la avidez del
neófito, el espíritu de la tierra milenaria andaluza, la fusionaron con su alma índica
y la han sabido guardar con el celo propio de las razas marginadas e incontaminables.
El gitano lorquiano es, pues, un guardador de esencias, de esencias que implican
una forma de ser y estar andaluzas.
No todo el libro es gitano. «El Romancero gitano» —declaraba el poeta en 1931
a Gil Benumeya— no es gitano más que un trozo al principio. Es en esencia un
retablo andaluz de todo el andalucismo. Al menos como yo lo veo. Es un canto
andaluz en que los gitanos sirven de estribillo. Reúno todos los elementos poéticos
locales y les pongo la etiqueta más fácilmente visible. Romances de varios personajes
aparentes que tienen un solo personaje esencial: Granada»19.
Sin embargo, aunque el poeta quiera ser en esta ocasión restrictivo —no olvidemos
que se halla bajo los efectos del pleno fervor del mito de gitanería—, la
realidad es que el mundo gitano llena y contagia todo el libro. Unos poemas, por
personaje y ambiente, son abiertamente gitanos; otros, pocos, quedan envueltos en
la atmósfera gitana del libro.
Veamos ahora los elementos del tema gitano y su tratamiento.
La mayoría de los romances de Romancero gitano tienen dos componentes: uno
real, anecdótico, y otro mítico. Esto, que es la tesis del libro de Gustavo Correa,
ya lo dijo el poeta: «Desde los primeros versos se nota que el mito está mezclado
con el elemento que podríamos llamar realista, aunque no lo es, puesto que al contacto
con el plano mágico se torna más misterioso e indescifrable, como el alma misma
de Andalucía, lucha y drama del veneno del Oriente del andaluz con la geometría
y el equilibrio que impone lo romano, lo bélico»20. La parte anecdótica revela,
comenta Correa, «lo que podríamos llamar vida, pasión y muerte del gitano del
Romancero»21. La parte mítica conforma con sus elementos fabuladores una nueva
realidad.
El libro comienza con el «Romance de la luna luna de los gitanos», «mito —en
palabras del poeta— de la luna sobre tierras de danza dramática, Andalucía interior
concentrada y religiosa». La anécdota, muerte de un niño gitano en la fragua; el
elemento mitificador, la luna personificada en una mujer bailarina de danza ritual y
13
mágica; y todos los instrumentos creadores de una atmósfera agitanada: nardo, fragua,
collares, anillos; y los gitanos: al fondo, por el olivar, «bronce y sueño»; en la
fragua, llanto y gritos. Así, trascendiendo la frustración de una vida sesgada en la
niñez, entra la Muerte, universal, y toma posesión desde el primer verso, en el
Romancero gitano.
«Preciosa y el aire» —«mito de playa tartesa..., donde todo, drama o danza,
está sostenido por una aguja inteligente de burla e ironía»— inicia la galería de
gitanas. Preciosa, nombre de claras resonancias cervantinas, con su inocencia y su
música excita las apetencias sexuales del viento. Sexo y violencia, de la mano del
mito, entran también en el Romancero.
Segundo romance de mujer: la estampa de una monja gitana que borda alhelíes,
prisionera en el «silencio de cal y mirto» de su convento. Para algún crítico hay un
posible tema social: enfrentamiento entre el sedentarismo impuesto a los gitanos y
su ansia inconformista de libertad. Lorca comentaba en Impresiones y paisajes: Estas
enclaustradas «son esencias rotas de amor y maternidad... El convento es como un
enorme corazón frío que guardara en su seno a las almas que huyeron de los pecados
capitales»22. El poema habla de juegos de luz y de fantasía, de caballistas, de rumores
íntimos y sordos, de corazones de azúcar y yerbaluisa, que perfilan el mundo interior
de la gitana, en concreto, y del gitano en general. Choque de la imaginación, de
los sueños de libertad contra tantos muros de conventos y contra tantos ríos puestos
en pie.
En contraposición, la gitana del «Romance de la casada infiel» es el deseo sexual
hecho realidad en la aventura amorosa de una noche «ardiente y marchosa». Lorca
decía que el romance, «gracioso de forma e imagen», era superficial, pura anécdota
andaluza. Sin embargo, vertió sobre las carnes de la lozana andaluza sus piropos
preferidos del repertorio gitano: pechos de jacinto, cutis de cristal de luna, muslos
como peces, potra de nácar. El sexo se hace mito en el Romancero.
Soledad Montoya, agonista del «Romance de la pena negra», es la gitana lorquiana
más profunda. El poeta ha elegido conscientemente, sabiamente el nombre,
Soledad (qué bellamente glosado por otro andaluz, José María Pemán: «si con tres
sílabas basta / para decir el vacío / del alma que está sin alma / So-le-dad»), y el
apellido, Montoya, de rancia reciedumbre gitana. Y se ha recreado sensualmente en
su descripción: «Cobre amarillo, su carne / huele a tabaco y a sombra. / Yunques
ahumados sus pechos / gimen canciones redondas». En Soledad Montoya simboliza
el poeta la frustración individual —«Soledad, qué pena tienes» — , pero, trascendida
ésta, Soledad Montoya encarna el personaje esencial del Romancero gitano, la Pena
negra de los gitanos —«¡Oh pena de los gitanos!» — . Lorca ya la define en el
romance: pura y profunda. Pero, además, en varias ocasiones tuvo comentarios
esclarecedores: En Romancero gitano «no hay más que un solo personaje... que es
la Pena, que se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles..., que
es un sentimiento más celeste que terrestre, pena andaluza que es una lucha de la
inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y no puede comprender». Pena
que es «la razón del pueblo andaluz. No es angustia..., ni es dolor..., es un ansia
sin objeto, es un amor agudo a la nada»23.
Luis Rosales, en Andalucía del llanto, define la esencia de este misterioso personaje,
andaluz y gitano: «La pena es la consecuencia del afincamiento andaluz en
soledad y en desplazamiento en busca de sí mismo. Pena soterrada, la verdadera
tierra de la tierra andaluza. La pena es la religión del campo andaluz, el estado
14
normal de su sensibilidad, el agua, la sombra y el árbol, los angustiados en su sitio.
Es la pena del ser y no puede esfumarse en la niebla del llanto»24.
La niña amarga de «Romance sonámbulo» —«Cara fresca, negro pelo». «Verde
carne, pelo verde»—, envuelta en una atmósfera de panteísmo y misterio —barco
y caballo, luna y monte, higuera y pitas agrias, mar amarga—, personifica, en sus
altas barandales, un doble tema universal: la frustración y la muerte.
Anunciación de los Reyes —«morena de maravilla», «bien lunada y mal vestida
»— es, como se ha señalado, la única gitana feliz del Romancero. Tiene la alegría
de la felicidad familiar y el gozo de la fecundidad: «Dios te salve, Anunciación, /
Madre de cien dinastías».
En «Romance de la luna luna» se inicia la galería de gitanos. Lorca talla a cincel
carne y espíritu, con todas las connotaciones de la raza: «Por el olivar venían, /
bronce y sueño, los gitanos, / las cabezas levantadas / y los ojos entornados».
En «Reyerta de gitanos» sobre el elemento anecdótico —querella entre familias
rivales gitanas— se tejen los mitos de la sangre y la muerte. El gitano tiene nombre:
Juan Antonio el de Montilla; hermoso por la tragedia de la muerte: «su cuerpo lleno
de lirios / y una granada en sus sienes». Lorca trata aquí un tema social; él mismo
lo apunta: «esa lucha social sorda, latente, en Andalucía y España». Los romanos
y los cartagineses de toda nuestra historia triste, con toda la violencia de las navajas,
la sangre, los caballos enfurecidos y el toro de la reyerta; aunque metáforas y símbolos
eleven el tema a categoría estética.
Los dos compadres del «Romance sonámbulo», que atraviesan el romance en
busca de los altos barandales, representan el tema social del gitano perseguido: sangre
y lágrimas.
Lorca retrata el tipo del gitano juncal —gracia, hermosura y altivez— en el
arcángel S. Gabriel y en Antoñito el Camborio.
S. Gabriel, que es palma, emperador, lucero y biznieto de la Giralda, ha arrancado
del poeta, que se recrea, la descripción perfecta de la guapura viril:
Un bello niño de junco,
anchos hombros, fino talle,
piel de nocturna manzana,
boca triste y ojos grandes,
nervio de plata caliente,
ronda la desierta calle.
Sus zapatos de charol
rompen las dalias del aire.
Lorca presenta a Antoñito el Camborio como «uno de los héroes más netos»,
«gitano verdadero, incapaz del mal». Eleva a rango mítico en los dos romances a
un gitano de Chauchina, pueblo próximo a Fuentevaqueros, tratante de ganados, con
fama de buen jinete y mejor bebedor, a quien encontraron muerto una mañana en
un sendero; se había clavado, al caer del caballo, la navaja que llevaba a la cintura.
Encarna en él el orgullo de la raza: «Antonio Torres Heredia, / hijo y nieto de
Camborios»; el garbo, la marchosidad y la hermosura: «Moreno de verde luna, /
anda despacio y marchoso. / Sus empavonados bucles / le brillan entre los ojos»..
15
En los dos gitanos se cifra la exaltación de la raza, la libertad, el coraje, el orgullo
y la prestancia del pueblo gitano.
El tema del gitano y la Guardia Civil es el más polémico y visceral del Romancero
gitano. Por supuesto que Lorca conocía las relaciones conflictivas de ambos. Vivía
en una región en que por razones históricas, económicas y sociales los enfrentamientos
de las Fuerzas del Orden Público, casi siempre la Guardia Civil, con payos
o gitanos eran muy frecuentes. En carta de febrero de 1926 escribe a su hermano
Francisco, que residía temporalmente en Francia: «Hice una espléndida excursión a
las Alpujarras llegando hasta el riñon. El país está gobernado por La Guardia Civil.
Un cabo de Carataúnas a quien molestaban los gitanos, para hacer que se fueran los
llamó al cuartel y con las tenazas de la lumbre les arrancó un diente a cada uno
diciéndoles: «Si mañana están aquí caerá otro». Naturalmente, los pobres gitanos
mellados tuvieron que emigrar a otro sitio. Esta Pascua en Cañar un gitanillo de
catorce años robó cinco gallinas al alcalde. La Guardia Civil le ató un madero a los
brazos y lo pasearon por las calles del pueblo, dándole fuertes correazos y obligándole
a cantar en alta voz. Me lo contó un niño que vio pasar la comitiva desde la escuela.
Su relato tenía un agrio realismo conmovedor. Todo esto es de una crueldad insospechada...
y de un fuerte sabor fernandino»25.
A estos relatos ajenos hay que añadir los comentarios sobre el tema de don
Fernando de los Ríos, su maestro y amigo, y las propias vivencias personales. Esto,
unido a su carácter sentimental y a su naturaleza granadina —«Yo creo que el ser
de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos»26—, crea en
el poeta una voluntad de benevolencia hacia el gitano y de indiferencia o aversión
hacia la Guardia Civil que pasa, tamizado por la intención estética, a los poemas
del Romancero. Este sentimiento, o resentimiento, es, nada más, uno de los varios
elementos afectivos del libro, no es su esencia, que hay que buscar en la voluntad
creadora de una obra de arte.
Creo que Arturo Barea vio claro el simbolismo del tema y la intencionalidad del
escritor: «Lorca nunca presentó la Guardia Civil como un mecanismo político-social.
Sin embargo, todas sus referencias incidentales a la «Benemérita» surgen del mismo
pozo oscuro del miedo popular. Su tema es sólo el duelo entre el guardia civil y el
contrabandista..., pero cada encuentro entre gitanos, eternamente ingenuos, aventureros
y valientes hasta en sus más pequeñas vanidades, se convierte en un choque
entre la sombría violencia organizada y la libertad humana, generosa y alegre»27.
Símbolo y representación, mas también elemento y fuerza necesaria, la Guardia
Civil, para conformar el mundo lorquiano, épico y dramático, forjado, a veces, por
el erotismo, y, casi siempre, por la violencia, la destrucción y la muerte. Podría
aducirse el valioso testimonio de Melchor Fernández Almagro, buen amigo y cumplido
conocedor de la obra y el pensamiento del poeta: «Por lo mismo que el gitano
incorpora formas reales, proyecta sombra. Ya sabemos cuál: la Guardia Civil. Luchan
la navaja y el màuser, como en el fondo mítico de todos los abolengos pelean dioses
y titanes. No hay héroes sin antagonista. La Benemérita es la gran posibilidad de
que ha partido Federico García Lorca para conferir rango épico a la gitanería de
cédula andaluza, logrando así una nueva y genial alegoría de las fuerzas naturales
en lucha perenne»28.
La Guardia Civil se asoma al Romancero gitano en «Preciosa y el aire». Los
carabineros, «que guardan las blancas torres / donde viven los ingleses», son ele-
16
mentos decorativos, espectadores del ataque lujurioso del viento-hombrón a la asustada
gitanilla del pandero.
En «Reyerta», los «señores guardias civiles» son comparsa del juez, y testigos
de que «aquí pasó lo de siempre: / han muerto cuatro romanos / y cinco cartagineses».
Orden subvertido, presencia del orden establecido.
En «Romance sonámbulo», la Guardia Civil, que viene persiguiendo a los dos
compadres desde los Puertos de Cabra, entra en el texto para poner una nota prosaica
y vinosa a esa sinfonía de misterio y tragedia que modulan la luna, la noche íntima
y la gitana «con ojos de fría plata: «Guardias civiles borrachos / en la puerta golpeaban
».
Lorca perfiló dos personalidades en Antoñito el Camborio; de igual forma trazó
dos comportamientos de la Guardia Civil. En el «Predimiento», la voz de la estirpe
se revuelve en la tumba, y grita la falta de virilidad de los nuevos gitanos y el odio
ancestral de la raza a los civiles:
«Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros...
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo».
En la «Muerte...», se apagan los fusiles de los puertos de Cabra, y se da silencio
a la sangre y a los viejos cuchillos. Ahora es el gitano, en la ronda de la muerte,
el que llama al poeta, su hacedor, y a la Guardia Civil, la ya única posible vengadora
contra los cuatro Heredias de Benamejí: «¡Ay, Federico García, / llama a la Guardia
Civil!».
El «Romance de la Guardia Civil española» es el. primero y único romance que
tiene como personaje principal a la Guardia Civil. Ya no se trata de unos carabineros
que —¡todo es posible en Granada!— «duermen guardando»; ni de unos guardias
civiles, devotos de Baco, que «a las nueve de la noche... beben limonada todos»;
ni de alguacilillos del juez de guardia. Aquí llega la máquina de la destrucción y la
muerte:
«Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinte y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por las carreteras...»
En la conferencia sobre el Romancero gitano, Lorca introducía así la lectura de
este romance: «Pero ¿qué ruido de cascos y correas se escucha por Jaén y por las
17
sierras de Almería? Es que viene la Guardia Civil. Este es el tema fuerte del libro
y el más difícil por increíblemente antipoético. Sin embargo, no lo es»29.
La crítica ha diversificado sus opiniones sobre el romance. Para Francisco Umbral
—la cita es de segunda mano— se trataría del poema español más directamente
político. Para Miguel García-Posada, «la primera gran creación poética en que, si
no la revolución, sí es la represión implacable la que se manifiesta rotundamente...
La imaginación, el juego, la libertad, son sacrificados por la ley de una civilización
siniestra... Hay que esperar al «Guernica» picassiano para encontrar otro testimonio
artístico semejante de masacre»30 (Yo añadiría: tiene un antecedente en las pinturas
negras de Goya y en esa máquina de la muerte ciega que son los «Fusilamientos del
tres de mayo»).
Otras opiniones ponen el énfasis no en las dimensiones socio-políticas del romance,
sino en su vertiente esteticista: el poeta ante todo y sobre todo, quiso hacer
una obra de arte.
Pedro Salinas examina el romance desde la perspectiva de su idea de que el
Romancero gitano configura «un mundo luminoso y enigmático, sometido a un
poder único y sin rival: la muerte». Y así escribe: «Inventa Lorca en el «Romance
de la Guardia Civil» una de las más fabulosas urbes de confitería y de tragedia,
juego y sino, artificio y misericordia. Ciudad de la fiesta la titula. Pero ya se presenta,
presagiante, un caballo:
Un caballo malherido
llamaba a todas las puertas.
Y luego la Guardia Civil, símbolo aquí de la fuerza destructora, que arrasa las
torres de canela y las inocentes alegrías. Ni siquiera esta ciudad, obra de la imaginación,
se evade de la fatalidad de la muerte. La visión de la vida y de lo humano,
que en Lorca luce y se trasluce en la muerte»31.
Interesa conocer otros comentarios de Lorca sobre este romance. El 8 de noviembre
de 1926 escribe a Jorge Guillen: «No quiero dejar de enviarte este fragmento
del «Romance de la Guardia Civil» que compongo estos días. Lo empecé hace dos
años... ¿recuerdas? [sigue parte del romance]. Hasta aquí llevo hecho. Ahora llega
la Guardia Civil y destruye la ciudad. Luego se van los guardias civiles al cuartel
y allí brindan con anís Cazalla por la muerte de los gitanos. Las escenas del saqueo
serán preciosas. A veces sin que se sepa por qué se convertirán en centuriones
romanos. Este romance será larguísimo, pero de los mejores. La apoteosis final de
la Guardia Civil es emocionante»32 (Huelga advertir que el poeta acortó el romance.
Y así nos quedamos sin saber cómo lucirían los civiles de soldados romanos).
Para mí es incuestionable que Lorca está haciendo literatura, esencialmente literatura,
y no sociología, y menos política. Entre otras razones, porque, como dice
López-Morillas, «Lorca no es poeta de ideas, sino de mitos». Tal vez creó un poema
político, pero sería «malgré lui». Vuelvo al texto anterior: «Las escenas del saqueo
serán preciosas»: la frase es elocuente por sí misma. Aunque no sea necesario, cabría
añadir lo que Lorca, herido en su aristocrática dignidad, repetía insistentemente:
«Los gitanos son un tema y nada más. Yo podría ser lo mismo poeta de agujas de
coser o de paisajes hidráulicos»33. El poeta exagera. No le eran lo mismo los gitanos
que las agujas y los paisajes por muy de coser e hidráulicos que fueran. Hay un
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poso en el corazón y en la mente del poeta, como ya he apuntado, formado de
profundo conocimiento, de convivencia aunque fuera ocasional, de compasión, de
experiencias del mundo gitano y de amor a la raza, que está latiendo en Romancero
gitano y, en especial, en este romance. Esto también se lo dijo a Jorge Guillen: «En
esta parte del romancero procuro armonizar lo mitológico gitano con lo puramente
vulgar de los días presentes y el resultado es extraño, pero creo que de belleza
nueva»34. Y esto también lo dice el poeta en el romance que comentamos:
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te ve y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente;
juego de luna y arena.
Y termino. Federico García Lorca escribió Romancero gitano, «el libro de poesía
—en opinión de Pedro Salinas— más sonado y triunfal del siglo XX». Y lo escribió
con materiales —vida, pasión y muerte de una raza marginada— que en otra pluma
habrían degenerado en pura bazofia costumbrista. Lorca, catador de raíces, buceador
en los viejos misterios de los siglos y las razas, alma de grandísimo poeta, los
dignifica, y, trascendiéndolos, los eleva a mitos de la estirpe gitana y de la humanidad:
Pena y muerte, sexo y amor, frustración y violencia, libertad y represión, y hermosura,
soberbia y altivez de una raza.

4°(TODOS) LA CASADA INFIEL. FEDERICO GARCIA LORCA.

                                                        
                                                               LA CASADA INFIEL

                                                                                A Lydia Cabrera y su negrita.

Y que yo me la llevé al río 
creyendo que era mozuela, 
pero tenía marido. 

Fue la noche de Santiago 
y casi por compromiso. 
Se apagaron los faroles 
y se encendieron los grillos. 
En las últimas esquinas 
toqué sus pechos dormidos, 
y se me abrieron de pronto 
como ramos de jacintos. 
El almidón de su enagua 
me sonaba en el oído, 
como una pieza de seda 
rasgada por diez cuchillos. 
Sin luz de plata en sus copas 
los árboles han crecido, 
y un horizonte de perros 
ladra muy lejos del río. 



Pasadas las zarzamoras, 
los juncos y los espinos, 
bajo su mata de pelo 
hice un hoyo sobre el limo. 
Yo me quité la corbata. 
Ella se quitó el vestido. 
Yo el cinturón con revólver. 
Ella sus cuatro corpiños. 
Ni nardos ni caracolas 
tienen el cutis tan fino, 
ni los cristales con luna 
relumbran con ese brillo. 
Sus muslos se me escapaban 
como peces sorprendidos, 
la mitad llenos de lumbre, 
la mitad llenos de frío. 
Aquella noche corrí 
el mejor de los caminos, 
montado en potra de nácar 
sin bridas y sin estribos. 
No quiero decir, por hombre, 
las cosas que ella me dijo. 
La luz del entendimiento 
me hace ser muy comedido. 
Sucia de besos y arena 
yo me la llevé del río. 
Con el aire se batían 
las espadas de los lirios. 

Me porté como quien soy. 
Como un gitano legítimo. 
Le regalé un costurero 
grande de raso pajizo, 
y no quise enamorarme 
porque teniendo marido 
me dijo que era mozuela 
cuando la llevaba al río.

                                                                    FEDERICO GARCIA LORCA.

                                                                                 De: Romancero gitano. 

21 de mayo de 2018

6°B1 Algunos trabajos sobre la novela Las cuitas del joven Werther. (trabajo grupal)


LAS CUITAS DEL JOVEN WERTHER.
GOETHE.


          Karen Depratti, Ángela Díaz. Valery Montes de Oca. Anaclara Roselli. Micaela Silva.


                               
26 de mayo
En 1774 Goethe públicó  “Las cuitas del joven Werther”, una novela con estructura epistolar,  escrita en forma de cartas, ordenadas cronológicamente. El receptor de dichas cartas era su amigo Guillermo, el cual podríamos decir que en la novela, es la conciencia del joven Werther, a quien comunica sus decisiones y pide consejos.
Esta novela con relato autobiográfico se encuentra dividida en dos secciones, el primer libro, el cual da comienzo a la novela el 4 de mayo de 1771 y finaliza con la carta de diciembre de 1772; en cuanto al segundo libro, el mismo está escrito por el editor, quien completa la historia del personaje con los documentos que recopila, como lo dice el editor en el prólogo “he recogido con afán todo lo que he podido encontrar referente a la historia del desdichado Werther…”, éll intenta contar la historia de la forma más objetiva.
Esta obra literaria significa en la literatura alemana el surgimiento de un estilo sumamente abierto hacia la integridad de la vida humana, el cual recibió el nombre de pre-romanticismo, se comenzó a afirmar el predominio de los sentimientos frente a la razón. Este movimiento se da en el siglo XVIII, en Europa, el concepto abarca tendencias estéticas y las manifestaciones de sensibilidad en este siglo. Esta literatura va más allá de las reglas, los escritores expresan sus sentimientos más tristes y exaltados, mediante una relación entre la naturaleza y el yo, de esta forma el personaje podrá expresar los estados del alma a través de la naturaleza. La libertad de esta literatura permite que los sentimientos sean desbordados en forma de confesión, provocando en los lectores diversas reacciones afectivas.
La siguiente carta  fue escrita el 26 de mayo de 1771, ésta describe el momento en el cual el personaje está en total plenitud.
La carta comienza describiendo la ubicación de la aldea en la que Werther vive transitoriamente. Se encuentra a una legua de la ciudad de Wahlhelm. La aldea está situada en el pie de una colina, en la salida de la misma se halla una vereda que cruza una loma allí hay una señora mayor que tiene un pequeño puesto, donde vende vino cerveza y café. Frente a la iglesia se haya una plazoleta con una gran variedad de árboles, rodeada de casas rusticas, cortijos y chozas.
En el primer párrafo de la carta del 26 de mayo, Werther le recuerda a Guillermo y nos informa a nosotros su forma de alojarse, “…mi costumbre de (…) genero de comodidades…”; su forma de vivir es hacerse una cabaña sin muchas comodidades en algún lugar recóndito, le dice a su amigo que encontró un sitio ideal.
Más adelante nos cuenta de su lugar preferido en esta pequeña aldea “Lo que más me encanta (…) delante de la iglesia.”, es estar a la sombra, podemos deducir que estos están ubicados a la mitad del pueblo, ya que dice que estos tilos están ubicados en una plazoleta en frente a la iglesia, y en la antigüedad la iglesia se encontraba en medio del pueblo.
Todos los días se sientan bajo los árboles con una mesa y una silla, y tomando café “Hago que (…) y leo a  Homero.”.
En la aldea Werther se encuentra con un perfecto escenario artístico, con una naturaleza inspiradora para el amor y el arte, “Esto me aferro a mi propósito (…) a los grandes artistas.”. Por lo contrario en la ciudad Werther se siente solo y podemos decir que esta depremido “…en esta cabaña, en la soledad, en esta cárcel…”. También cuando inicia su trabajo con un embajador, éste le hace pasar malos momento, ya que nunca está satisfecho y no hay forma de contentarle; sin embargo en todo este tiempo conoce al conde C, Werther lo ve con un alma buena, de corazón frio, con el cual genero una relación de amistad “He hecho conocimiento con el conde C (…) esa persona de superior inteligencia, no es, sin embargo un corazón gélido…”. También conoce a la señorita B una mujer que posee gran belleza, pero no se puede comparar con la de Carlota “Solo una criatura eh visto aquí digna de nombre de mujer: la señorita B. Se parece a mi querida Carlota, si es que algo puede parecérsete.”. Estas amistades que el personaje forja en este lapso de tiempo se terminan al momento en el que el conde C realiza una tertulia, a la cual en joven Werther, sin embargo el conde C le pide que se retire ya que la gente de allí, estaban desconforme con su presencia “-Ya conoces- me dijo- nuestras costumbres. He observado que la gente en general está disconforme de verte aquí y aunque yo no lo desearía, por nada del mundo…”; y la relación con la señorita B, se acaba cuando su tía, al verlos conversando en la tertulia le exige a la señorita que cortaran todo trato “-Mi tía- continuó-, al que ya conoce, estaba presente ¡Que disgusto le dio verme conmigo! Werther, ayer por la noche 1y esta mañana he tenido que sufrir un sermón por ser su amiga y me he visto forzada a oír que lo insultaban, que lo humillaban, sin poder defenderlo, sin intentar a hacerlo más que a medias.
Al suceder esto, Werther renuncia a su trabajo y continua su camino yendo a su querida y tranquila aldea, en la cual nació, para recordar sus días de infancia, buscando satisfacer sus deseo. Rememora el trágico momento de la muerte de su padre y el momento en el que su madre toma la decisión de mudarse a la ciudad, la cual el describe como horrorosa, “Marcho mañana y como solo son seis millas de camino al lugar donde nací, quiero volver a verle y recordar mis días de infancia que fueron como un sueño. Deseo entrar por la misma puerta por donde salí con mi madre cuando, después de fallecer mi padre, abandono esta querida y tranquila aldea, para encerrarse en esa horrorosa ciudad.”


Luego, él va a vivir a la casa de campo del  príncipe, en la cuan estuvo un tiempo, pero después, él dice que se traslada de un lugar a otro, en busca de su lugar, el cual nunca encontrara, ya que el solo desea estar junto a Carlota “A donde deseo ir? Te lo diré con confianza. Estaré aquí unos quince días y luego hare creer que deseo visitar las ruinas de ***, aunque en realidad no hay nada de ello; solo quiero acercarme a Carlota, esa es la verdad. Me rio de mi propio corazón a al fin concluyo por hacer lo que él de




                                        Caceres Alan, Harispe Isabela, Imbernó Jimena


16 de junio.
Werther comienza caracterizando a Carlota  como alguien que “interesa su corazón” y que ha conocido a la “más amables de las criaturas”, luego se refiere a ella como “ángel”, “perfecta”, la idealiza, un ser divino.
“Yo no podré decirte cuan perfecta es y por qué es perfecta” se le hace imposible explicarlo ya que ha esclavizado todo su ser como él dice.

Se presenta un sentimiento amoroso hacia ella, y lo relaciona como algo angelical, hasta ahora solo sabemos como Werther la ve, ya que aún no sabemos quién es.

Es mucho mas lo que siente que lo que puede decir al respecto de sus sentimientos hacia ella, esto se ve reflejado en el siguiente fragmento:

“Otra vez…no quiero contártelo enseguida. Si lo dejo, no lo haré nunca, porque (dicho sea, para nosotros) desde que he comenzado esta carta, tres veces he tenido intención ya de soltar la pluma, hacer ensillar mi caballo y marcharme”, además, aquí al mencionar al caballo hace referencia a que es su único medio en el que puede llegar a ella, el no quiere escribir sobre ella, sino estar con ella.

Finalmente, sus ganas de verla lo vencen y va a la casa a verla.
Luego parece que si puede comenzar a contar como conoció a la mujer a la cual le tiene tanto amor.
siendo la mujer el centro. “Contemplaron mis ojos el espectáculo más encantador que he visto en mi vida”, “…saltaban alrededor de una hermosa joven, de mediana estatura, vestida con una sencilla túnica blanca…”
sigue contemplando la belleza y sencillez de esta mujer.
Cuando Werther y Carlota establecen una conversación, Werther se olvida del resto, está muy concentrado escuchándola hablar con sus gestos.
En el baile Carlota al preguntar por Alberto, en ese momento comienza la tormenta que se aproximaba “Aún duraba el baile cuando los relámpagos que desde mucho antes esclarecían el horizonte…” 
Werther al preguntarle a Carlota sobre quien era Alberto como si no supiera, y ésta contestarle “Alberto es un joven muy apreciable al cual estoy prometida”, Werther se atormenta por dicha respuesta y el clima refleja su estado de ánimo. 




    Bentancur Agustina , González Sol, Marzat Oriana, 



 21 de junio
Comienza exaltando su estado de ánimo y lo compara con Dios, lo cual hace que parezca un estado de felicidad inmensa, “Pasó unos días tan felices como los que Dios reserva a sus elegidos…”, el personaje expresa que nada podrá opacar la felicidad que siente por encontrarse en ese lugar, lo goza aún mas ya que esta cerca de Carlota. Se plantea que ha dedicado tanto tiempo por paseos increíbles, nunca pensó que una casa de campo se transformaría en el mayor de sus deseos, compara el lugar con el cielo, símbolo de paraíso, libertad, sueños, así lo muestra en el siguiente fragmento “Cuando elegí a Walheim  por límite de mis excursiones, ¿Cómo hubiera yo podido figurarme que estuviese tan cerca del cielo? “. Werther cuenta que ha reflexionado ya que siempre sigue lo que siente en el momento, buscarse límites sin pensar en las consecuencias, no tiene un objetivo o un sueño fijo. Le describe a Guillermo la belleza de la naturaleza la cual contempla todos los días, aunque parece que estando allí no necesita nada más, siempre vuelve sin encontrar lo que busca o lo que cree que busca. Se siente tan pleno en la naturaleza que desea entregarle todo su ser. 

22 de agosto 
Comienza diciéndole al amigo que se siente inquieto, las ganas de hacer algo lo consumen pero, sin embargo, termina no haciendo nada; ya no goza de estar en ese lugar, no lo conmueve lo que ve y ya no siente a la naturaleza como un refugio, lo que antes le daba placer ahora le da fastidio viéndolo en este fragmento “Mi imaginación y mi sensibilidad no se conmueven ante la naturaleza, los libros me causan tedio”. El personaje se siente insuficiente, perdido. Ya no se siente satisfecho con su vida actual, desea una vida que no tiene o que ya dejó atrás, hasta llega a envidiar la vida de alguien más “Envidio con frecuencia a Alberto cuando le veo enterrado en papeles hasta los ojos”. Este cree que valoraría y sería feliz estando en su lugar. Se plantea aceptar un trabajo ya que le han insistido para que lo tome, lo piensa y reflexiona pero al final termina rechazándolo. El personaje se plantea si ese estado de ánimo será por esa insoportable impaciencia que lo persigue por todas partes. Werther escapó y dejo mucho atrás, fue a este lugar creyendo que su vida cambiaría, ahora que está en otro ´´eelugar se siente insatisfecho, se plantea si el problema es el lugar o él mismo.1- “Las cuitas del joven Werther” es una novela epistolar publicada en el año 1774. Esta novela está escrita en forma de cartas que cuentan la vida del personaje durante dos años, las mismas están destinadas a un receptor con el cual tiene una relación íntima de amistad.


“Las cuitas del Joven Werther” es una novela epistolar escrita en el año 1774, que narra los dos últimos años del personaje desde Mayo de 1771 hasta Diciembre de 1772.
Ducha novela fue escrita en el pre-romanticismo, el cuál presenta una nueva visión del paisaje y de la naturaleza, ya no se trata de más capacidad descriptiva del mundo exterior como una visión del personaje, es decir, entre la naturaleza y el “yo” se establecen relaciones afectivas como los árboles, lagos que se asocian a los estados del alma en el cual el escritor vuelca en ellos emociones y sueños.
Comenzando el análisis de la carta de 12 de Diciembre, se reconoce una comparación entre el estado de ánimo que presenta el personaje con los del espíritu maligno, tanto que ni él mismo puede  entender lo que le está sucediendo. Su estado de ánimo es tan sofocante que provoca que pase las noches vagando por lugares desiertos donde abunda la estación enemiga  intentando huir de si mismo.
Continuando con un paralelismo psico-cósmico entre la naturaleza y el estado de ánimo, además de esto podemos  destacar que esta carta está escrita en Diciembre, donde ya sobre él predomina la muerte, es así que intenta refugiarse en la naturaleza. “Me dirigí a él cuando rayaba la medianoche y presencie un espectáculo aterrador”, son tan negativos sus pensamientos y sentimientos que hacen que compare a la naturaleza con algo tenebroso, desbordado como sus sentimientos.
“Vi desaparecer el valle; vi en su lugar un mar rugiente y espumoso, azotado por el soplo de los huracanes”, refiriéndose con esta metáfora a como se sentía el personaje tras ver toda esa situación e imaginarse en la misma situación que la naturaleza.
Los sentimientos cada vez son más inexplicables; la soledad se apodera más de él, “Me encontraba allí con los brazos extendidos hacia el abismo, acariciando la idea de arrojarme en él. Si, arrojarme y sepultar conmigo en su fondo mis dolores y sufrimientos”, claramente podemos notar y percibir el predominio de tirarse al río sin importar nada y llevarse con él sus sufrimientos.
Cundo menciona que “no tuve fuerzas para concluir de una vez con mis males, mi hora no ha llegado todavía” ante todo fue capaz de no cometer ninguna locura y entender que no era su momento de partir.
Continúa de manera u otra dándose cuenta que había hecho lo correcto.
En el momento que la tristeza se apodera de él, en sus ojos se fijó el sitio donde con Carlota había estado luego de un paseo, “un luminoso rayo del pasado brilló ante mi alma, como brilla en los sueños de un cautivo una ola de luz que le finge praderas ganado o grandezas de la vida” quizás a ese luminoso rayo lo está comparando con un motivo salvador que lo ayuda a darse cuenta que todavía no era tiempo de marcharse.

Finalmente, el personaje se compara también con “una pobre vieja que recoge del suelo sus andrajos y va de puerta en puerta pidiendo pan para sostener y prolongar un instante más su miserable vida”, refiriéndose aquí, que al no tomar una mala decisión logró de alguna manera u otra, pidiendo ayuda o recordando momentos, prolongar su vida, más allá de que él se refiere a la misma como “su miserable vida”.



Romina Avelino. Lucía Celesia. Marr Ariela. Candela Nuñez




12 de diciembre 1772
“Las cuitas del Joven Werther” es una novela epistolar escrita en el año 1774, que narra los dos últimos años del personaje desde mayo de 1771 hasta diciembre de 1772.
Ducha novela fue escrita en el pre-romanticismo, el cual presenta una nueva visión del paisaje y de la naturaleza, ya no se trata de más capacidad descriptiva del mundo exterior como una visión del personaje, es decir, entre la naturaleza y el “yo” se establecen relaciones afectivas como los árboles, lagos que se asocian a los estados del alma en el cual el escritor vuelca en ellos emociones y sueños.
Comenzando el análisis de la carta de 12 de Diciembre, se reconoce una comparación entre el estado de ánimo que presenta el personaje con los del espíritu maligno, tanto que ni él mismo puede  entender lo que le está sucediendo. Su estado de ánimo es tan sofocante que provoca que pase las noches vagando por lugares desiertos donde abunda la estación enemiga  intentando huir de si mismo.
Continuando con un paralelismo psico-cósmico entre la naturaleza y el estado de ánimo, además de esto podemos  destacar que esta carta está escrita en Diciembre, donde ya sobre él predomina la muerte, es así que intenta refugiarse en la naturaleza. “Me dirigí a él cuando rayaba la medianoche y presencie un espectáculo aterrador”, son tan negativos sus pensamientos y sentimientos que hacen que compare a la naturaleza con algo tenebroso, desbordado como sus sentimientos.
“Vi desaparecer el valle; vi en su lugar un mar rugiente y espumoso, azotado por el soplo de los huracanes”, refiriéndose con esta metáfora a como se sentía el personaje tras ver toda esa situación e imaginarse en la misma situación que la naturaleza.
Los sentimientos cada vez son más inexplicables; la soledad se apodera más de él, “Me encontraba allí con los brazos extendidos hacia el abismo, acariciando la idea de arrojarme en él. Si, arrojarme y sepultar conmigo en su fondo mis dolores y sufrimientos”, claramente podemos notar y percibir el predominio de tirarse al río sin importar nada y llevarse con él sus sufrimientos.
Cundo menciona que “no tuve fuerzas para concluir de una vez con mis males, mi hora no ha llegado todavía” ante todo fue capaz de no cometer ninguna locura y entender que no era su momento de partir.
Continúa de manera u otra dándose cuenta que había hecho lo correcto.
En el momento que la tristeza se apodera de él, en sus ojos se fijó el sitio donde con Carlota había estado luego de un paseo, “un luminoso rayo del pasado brilló ante mi alma, como brilla en los sueños de un cautivo una ola de luz que le finge praderas ganado o grandezas de la vida” quizás a ese luminoso rayo lo está comparando con un motivo salvador que lo ayuda a darse cuenta que todavía no era tiempo de marcharse.
Finalmente, el personaje se compara también con “una pobre vieja que recoge del suelo sus andrajos y va de puerta en puerta pidiendo pan para sostener y prolongar un instante más su miserable vida”, refiriéndose aquí, que al no tomar una mala decisión logró de alguna manera u otra, pidiendo ayuda o recordando momentos, prolongar su vida, más allá de que él se refiere a la misma como “su miserable vida”.

















Ezequiel Cerruti De León Simara, Franco Agustina, Silva Valentina.                   
FINAL DE LA NOVELA

El  Pre- romanticismo: es una revolución artística, política, social e ideológica. Se desarrolla a mediado del siglo  XVIII “Siglo de las luces en Alemania con un movimiento llamado “Strund und Drang”  (Tormenta y pasión).
Se caracteriza por dar inicio a las manifestaciones, sentimientos, amor, melancolía y la fatalidad del destino. Los pre- románticos crean una literatura confesionalista donde se destaca la valoración de los sentimientos. También se destaca el sentimiento hacia el paisaje y la naturaleza. No se trata solo de mayor capacidad descriptiva; se trata de una nueva visión del paisaje: entre la naturaleza y el “yo”  se establecen relaciones afectivas. Este fragmento Pertenece al final de la novela. El final no está escrito de manera epistolar ya que es un hecho redactado por el narrador.
 El autor anticipa la muerte de Werther a través de cartas, un ejemplo claro es la que le escribe a Carlota ya que la misma comienza  “Ésta es la última vez que abro los ojos”. En esta carta es visible la  admiración a la naturaleza característica del pre- romanticismo ya que  el personaje en su último día de vida se “despide” de ella “¡Si, viste de luto, naturaleza! Tu hijo, tu amigo, tu amante se acerca a su fin”.
Werther no sabe como explicarle a Carlota lo que se siente saber que es el último día ya que ni siquiera el puede entenderlo “Es una cosa que no se parece de nada y que solo puede compararse con las percepciones confusas de un sueño, el decirse “¡Ésta mañana es la última!” Carlota apenas puedo darme cuenta del sentido de esta palabra “¡la última!”. Es visible en esta carta el desborde de pensamientos y sentimientos de Werther al saber que es su último día ya que comienza reflexionando “¡Morir! ¿Qué significa esto? Ya lo ves: los hombres soñamos siempre que hablamos de la muerte. He visto morir a mucha gente pero somos tan pobres de inteligencia, que a pesar de cuanto vemos, cunea sabemos nada del principio ni del fin de la vida.” continua con una serie de preguntas y afirmaciones “En este momento todavía soy mío.., todavía soy tuyo, si, tuyo, querida Carlota; y dentro de poco... ¡separados... desunidos, quizá para siempre! ¡No Carlota, no! ¿cómo puedo dejar de ser? Existimos, si. ¡Dejar de ser! ¿qué significa esto?” tantos son los  sentimientos y pensamientos encontrados que ni siquiera puede expresarlos con una sola palabra, reflexiona.. afirma.. pregunta.. y hasta recuerda la muerte de una amiga de su adolescencia. Podemos ver que no solo le aterra la idea que sea su último día sino también la idea de separarse para siempre de su gran amor Carlota, a su vez él siente culpa por haber dudado alguna vez que ella si lo amara, y continua pidiéndole disculpas “¡Perdóname, perdóname! Sabía que me amabas; lo sabia desde tus primeras miradas aquellas miradas llenas de tu alma; lo sabía desde la primera vez que estrechaste mi mano. Y, sin embargo, cuando me separaba de ti o veía a Alberto a tu lado, me asaltaba por doquiera numerosas dudas.” Termina la carta convencido de que estando al borde de la muerte su verdadera luz es el pensar que en algún momento se van a poder encontrar y ser feliz eternamente en presencia del Eterno, “No sueño ni deliro. Al borde del sepulcro brilla para mi la verdadera luz. ¡volveremos a vernos! ¡veremos a tu madre y le contaré todas las cuitas de mi corazón! ¡tu madre! ¡tu perfecta imagen!”. En el final de esta carta podemos ver una característica del pre-romanticismo que es la idealización de la mujer como la perfección.
5- El narrador cuenta los deseos de Werther a la hora de ser enterrado y luego cuenta detalladamente   el momento en el cual el personaje si quitó la vida, el hecho de que lo cuente tan detallado lo hace mas trágico y mas real ya que a medida que va describiendo la situación podemos ir imaginándola perfectamente.
Dejo una carta escrita para tu padre,  rogándole que proteja mi cadáver. Al final del cementerio,  en la parte que da al campo, hay dos tilos, a cuya sombra  deseo reposar.”
“Deseo que mi sepultura esté a orillas de un camino o en un valle solitario, para que, cuando el sacerdote o el  levita pasen junto a ella, eleven sus brazos al cielo,  bendiciéndome, y para que el samaritano la riegue con sus lágrimas.”

Al comienzo de la novela en la carta del  10 de mayo se puede observar como Werther disfruta de estar solo y en contacto con la naturaleza,  sus deseos para su sepulcro reafirman  esa idea ya que lo que quiere es que su sepultura esté a orillas de un camino o un valle solitario y poder reposar en una parte que da al campo a la sombra de dos tilos.
“Carlota,  deseo que me entierren con el traje que tengo puesto,  porque tú lo has bendecido al tocarlo. La misma petición  hago a tu padre. Prohibo que me registren los bolsillos.  Llevo en uno aquel lazo de cinta color de rosa que tenías en el pecho el primer da que te vi rodeada de tus niños…”
También podemos observar en sus deseos el gran amor que siente por Carlota ya que  no solo decide estar sus últimos momentos con un traje que siente bendecido por ella y una cinta que le pertenecía, sino también que desea llevarse a la tumba dichas cosas para tenerlas por siempre.
“Un vecino vio el fogonazo y oyó la detonación; pero como  todo permaneció tranquilo, no se cuidó de averiguar lo  ocurrido. A las seis de mañana del siguiente día entró el  criado en la alcoba con una luz, y vio a su amo tendido en  el suelo, bañado en su sangre y con una pistola al lado”
“Cuando el médico llegó al lado del infeliz Werther, le halló  todavía en el suelo y en un estado deplorable. Latía el  pulso aún; pero todos sus miembros estaban paralizados.  Había entrado la bala por encima del ojo derecho,  haciendo saltar los sesos. Le sangraron de un brazo, y  corrió la sangre; todavía respiraba. Unas manchas de  sangre que se veían en el respaldo de su silla indicaban  que consumó el suicidio sentado delante de la mesa donde  escribía y que en las convulsiones de la agonía había  rodado al suelo. Se hallaba tendido boca arriba, cerca de  la ventana, vestido y calzado, con frac azul y chaleco  amarillo.”
Como ya mencionamos la muerte de Werther fue muy detallada y puede apreciarse que él murió de una manera trágica y dolorosa, no se quitó la vida en cualquier lugar sino donde escribió sus cartas, donde expresó a través de ellas todos sus sentimientos y todo lo que le tocó vivir.
Finalmente Werther fue sepultado y algunos de sus deseos fueron cumplidos.
“El anciano juez llegó turbado y conmovido. Abrazó al  moribundo, bañándole el rostro con su llanto. No tardaron  en reunírsele sus hijos mayores, y se arrodillaron junto al  lecho, besando las manos del herido y no pudieron  contener el más intenso dolor..”
“La presencia del juez y las medidas que tomó evitaron todo desorden. Hizo enterrar el cadáver por la noche a las once en el sitio que había indicado..”
“Werther fue conducido por jornaleros al lugar de su  sepultura, sin que le acompañara ningún sacerdote.”

14 de mayo de 2018

6°B1 Filosofia de la compsosición.(Poe)


 
E                                                                 Edgar Allan Poe
(                                                  Boston, 1809 - Baltimore, 1849)

                                                    Método de composición
      En una nota que en estos momentos tengo a la vista, Charles Dickens dice lo siguiente, refiriéndose a un análisis que efectué del mecanismo de Barnaby Rudge: “¿Saben, dicho sea de paso, que Godwin escribió su Caleb Williams al revés? Comenzó enmarañando la materia del segundo libro y luego, para componer el primero, pensó en los medios de justificar todo lo que había hecho”.
      Se me hace difícil creer que fuera ése precisamente el modo de composición de Godwin; por otra parte, lo que él mismo confiesa no está de acuerdo en manera alguna con la idea de Dickens. Pero el autor de 
Caleb Williams era un autor demasiado entendido para no percatarse de las ventajas que se pueden lograr con algún procedimiento semejante.
      Si algo hay evidente es que un plan cualquiera que sea digno de este nombre ha de haber sido trazado con vistas al desenlace antes que la pluma ataque el papel. Sólo si se tiene continuamente presente la idea del desenlace podemos conferir a un plan su indispensable apariencia de lógica y de causalidad, procurando que todas las incidencias y en especial el tono general tienda a desarrollar la intención establecida.
      Creo que existe un radical error en el método que se emplea por lo general para construir un cuento. Algunas veces, la historia nos proporciona una tesis; otras veces, el escritor se inspira en un caso contemporáneo o bien, en el mejor de los casos, se las arregla para combinar los hechos sorprendentes que han de tratar simplemente la base de su narración, proponiéndose introducir las descripciones, el diálogo o bien su comentario personal donde quiera que un resquicio en el tejido de la acción brinde la ocasión de hacerlo.
      A mi modo de ver, la primera de todas las consideraciones debe ser la de un efecto que se pretende causar. Teniendo siempre a la vista la originalidad (porque se traiciona a sí mismo quien se atreve a prescindir de un medio de interés tan evidente), yo me digo, ante todo: entre los innumerables efectos o impresiones que es capaz de recibir el corazón, la inteligencia o, hablando en términos más generales, el alma, ¿cuál será el único que yo deba elegir en el caso presente?
      Habiendo ya elegido un tema novelesco y, a continuación, un vigoroso efecto que producir, indago si vale más evidenciarlo mediante los incidentes o bien el tono o bien por los incidentes vulgares y un tono particular o bien por una singularidad equivalente de tono y de incidentes; luego, busco a mi alrededor, o acaso mejor en mí mismo, las combinaciones de acontecimientos o de tomos que pueden ser más adecuados para crear el efecto en cuestión.
      He pensado a menudo cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que quisiera y que pudiera describir, paso a paso, la marcha progresiva seguida en cualquiera de sus obras hasta llegar al término definitivo de su realización.
      Me sería imposible explicar por qué no se ha ofrecido nunca al público un trabajo semejante; pero quizá la vanidad de los autores haya sido la causa más poderosa que justifique esa laguna literaria. Muchos escritores, especialmente los poetas, prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de sutil frenesí o de intuición extática; experimentarían verdaderos escalofríos si tuvieran que permitir al público echar una ojeada tras el telón, para contemplar los trabajosos y vacilantes embriones de pensamientos. La verdadera decisión se adopta en el último momento, ¡a tanta idea entrevista!, a veces sólo como en un relámpago y que durante tanto tiempo se resiste a mostrarse a plena luz, el pensamiento plenamente maduro pero desechado por ser de índole inabordable, la elección prudente y los arrepentimientos, las dolorosas raspaduras y las interpolación. Es, en suma, los rodamientos y las cadenas, los artificios para los cambios de decoración, las escaleras y los escotillones, las plumas de gallo, el colorete, los lunares y todos los aceites que en el noventa y nueve por ciento de los casos son lo peculiar del histrión literario.
      Por lo demás, no se me escapa que no es frecuente el caso en que un autor se halle en buena disposición para reemprender el camino por donde llegó a su desenlace.
      Generalmente, las ideas surgieron mezcladas; luego fueron seguidas y finalmente olvidadas de la misma manera.
      En cuanto a mí, no comparto la repugnancia de que acabo de hablar, ni encuentro la menor dificultad en recordar la marcha progresiva de todas mis composiciones. Puesto que el interés de este análisis o reconstrucción, que se ha considerado como un desiderátum en literatura, es enteramente independiente de cualquier supuesto ideal en lo analizado, no se me podrá censurar que salte a las conveniencias si revelo aquí el 
modus operandi con que logré construir una de mis obras. Escojo para ello El cuervo debido a que es la más conocida de todas. Consiste mi propósito en demostrar que ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; y que aquélla avanzó hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático.
      Puesto que no responde directamente a la cuestión poética, prescindamos de la circunstancia, si lo prefieren, la necesidad, de que nació la intención de escribir un poema tal que satisficiera al propio tiempo el gusto popular y el gusto crítico.
      Mi análisis comienza, por tanto, a partir de esa intención.
      La consideración primordial fue ésta: la dimensión. Si una obra literaria es demasiado extensa para ser leída en una sola sesión, debemos resignarnos a quedar privados del efecto, soberanamente decisivo, de la unidad de impresión; porque cuando son necesarias dos sesiones se interponen entre ellas los asuntos del mundo, y todo lo que denominamos el conjunto o la totalidad queda destruido automáticamente. Pero, habida cuenta de que
coeteris paribus, ningún poeta puede renunciar a todo lo que contribuye a servir su propósito, queda examinar si acaso hallaremos en la extensión alguna ventaja, cual fuere, que compense la pérdida de unidad aludida. Por el momento, respondo negativamente. Lo que solemos considerar un poema extenso en realidad no es más que una sucesión de poemas cortos, es decir, de efectos poéticos breves. Es inútil sostener que un poema no es tal sino en cuanto eleva el alma y te reporta una excitación intensa: por una necesidad psíquica, todas las excitaciones intensas son de corta duración. Por eso, al menos la mitad del "Paraíso perdido" no es más que pura prosa: hay en él una serie de excitaciones poéticas salpicadas inevitablemente de depresiones. En conjunto, la obra toda, a causa de su extensión excesiva, carece de aquel elemento artístico tan decisivamente importante: totalidad o unidad de efecto.
      En lo que se refiere a las dimensiones hay, evidentemente, un límite positivo para todas las obras literarias: el límite de una sola sesión. Ciertamente, en ciertos géneros de prosa, como 
Robinson Crusoe, no se exige la unidad, por lo que aquel límite puede ser traspasado: sin embargo, nunca será conveniente traspasarlo en un poema. En el mismo límite, la extensión de un poema debe hallarse en relación matemática con el mérito del mismo, esto es, con la elevación o la excitación que comporta; dicho de otro modo, con la cantidad de auténtico efecto poético con que pueda impresionar las almas. Esta regla sólo tiene una condición restrictiva, a saber: que una relativa duración es absolutamente indispensable para causar un efecto, cualquiera que fuere.
      Teniendo muy presentes en mí ánimo estas consideraciones, así como aquel grado de excitación que nos situaba por encima del gusto popular y por debajo del gusto crítico, concebí ante todo una idea sobre la extensión idónea para el poema proyectado: unos cien versos aproximadamente. En realidad cuenta exactamente ciento ocho.
      Mi pensamiento se fijó seguidamente en la elevación de una impresión o de un efecto que causar. Aquí creo que conviene observar que, a través de este trabajo de construcción, tuve siempre presente la voluntad de lograr una obra universalmente apreciable.
      Me alejaría demasiado de mi objeto inmediato presente si me entretuviese en demostrar un punto en que he insistido muchas veces: que lo bello es el único ámbito legítimo de la poesía. Con todo, diré unas palabras para presentar mi verdadero pensamiento, que algunos amigos míos se han apresurado demasiado a disimular. El placer a la vez más intenso, más elevado y más puro no se encuentra —según creo— más que en la contemplación de lo bello. Cuando los hombres hablan de belleza no entienden precisamente una cualidad, como se supone, sino una impresión: en suma, tienen presente la violenta y pura elevación del alma —no del intelecto ni del corazón— que ya he descrito y que resulta de la contemplación de lo bello. Ahora bien, yo considero la belleza como el ámbito de la poesía, porque es una regla evidente del arte que los efectos deben brotar necesariamente de causas directas, que los objetos deben ser alcanzados con los medios más apropiados para ello —ya que ningún hombre ha sido aún bastante necio para negar que la elevación singular de que estoy tratando se halle más fácilmente al alcance de la poesía. En cambio, el objeto verdad, o satisfacción del intelecto, y el objeto pasión, o excitación del corazón, son mucho más fáciles de alcanzar por medio de la prosa aunque, en cierta medida, queden también al alcance de la poesía.
      En resumen, la verdad requiere una precisión, y la pasión una familiaridad (los hombres verdaderamente apasionados me comprenderán) radicalmente contrarias a aquella belleza, que no es sino la excitación -debo repetirlo- o el embriagador arrobamiento del alma.
      De todo lo dicho hasta el presente no puede en modo alguno deducirse que la pasión ni la verdad no puedan ser introducidas en un poema, incluso con beneficio para éste; ya que pueden servir para aclarar o para potenciar el efecto global, como las disonancias por contraste. Pero el auténtico artista se esforzará siempre en reducirlas a un papel propicio al objeto principal que se pretenda, y además en rodearlas, tanto como pueda, de la nube de belleza que es atmósfera y esencia de la poesía. En consecuencia, considerando lo bello como mi terreno propio, me pregunté entonces: ¿cuál es el tono para su manifestación más alta? Éste había de ser el tema de mi siguiente meditación. Ahora bien, toda la experiencia humana coincide en que ese tono es el de la tristeza. Cualquiera que sea su parentesco, la belleza, en su desarrollo supremo, induce a las lágrimas, inevitablemente, a las almas sensibles. Así, pues, la melancolía es el más idóneo de los tonos poéticos.
      Una vez determinados así la dimensión, el terreno y el tono de mi trabajo, me dediqué a la busca de alguna curiosidad artística e incitante, que pudiera actuar como clave en la construcción del poema: de algún eje sobre el que toda la máquina hubiera de girar; empleando para ello el sistema de la introducción ordinaria. Reflexionando detenidamente sobre todos los efectos de arte conocidos o, más propiamente, sobre todo los medios de efecto —entendiendo este término en su sentido escénico—, no podía escapárseme que ninguno había sido empleado con tanta frecuencia como el estribillo. La universalidad de éste bastaba para convencerme acerca de su intrínseco valor, evitándome la necesidad de someterlo a un análisis. En cualquier caso, yo no lo consideraba sino en cuanto susceptible de perfeccionamiento; y pronto advertí que se encontraba aún en un estado primitivo. Tal como habitualmente se emplea, el estribillo no sólo queda limitado a las composiciones líricas, sino que la fuerza de la impresión que debe causar depende del vigor de la monotonía en el sonido y en la idea. Solamente se logra el placer mediante la sensación de identidad o de repetición. Entonces yo resolví variar el efecto, con el fin de acrecentarlo, permaneciendo en general fiel a la monotonía del sonido, pero alterando continuamente el de la idea: es decir, me propuse causar una serie continua de efectos nuevos con una serie de variadas aplicaciones del estribillo, dejando que éste fuese casi siempre parecido.
      Habiendo ya fijado estos puntos, me preocupé por la naturaleza de mi estribillo: puesto que su aplicación tenía que ser variada con frecuencia, era evidente que el estribillo en cuestión había de ser breve, pues hubiera sido una dificultad insuperable variar frecuentemente las aplicaciones de una frase un poco extensa. Por supuesto, la facilidad de variación estaría proporcionada a la brevedad de una frase. Ello me condujo seguidamente a adoptar como estribillo ideal una única palabra. Entonces me absorbió la cuestión sobre el carácter de aquella palabra. Habiendo decidido que habría un estribillo, la división del poema en estancias resultaba un corolario necesario, pues el estribillo constituye la conclusión de cada estrofa. No admitía duda para mí que semejante conclusión o término, para poseer fuerza, debía ser necesariamente sonora y susceptible de un énfasis prolongado: aquellas consideraciones me condujeron inevitablemente a la 
o larga, que es la vocal más sonora, asociada a la r, porque ésta es la consonante más vigorosa.
      Ya tenía bien determinado el sonido del estribillo. A continuación era preciso elegir una palabra que lo contuviese y, al propio tiempo, estuviese en el acuerdo más armonioso posible con la melancolía que yo había adoptado como tono general del poema. En una búsqueda semejante, hubiera sido imposible no dar con la palabra 
nevermore (nunca más). En realidad, fue la primera que se me ocurrió.
      El siguiente fue éste: ¿cual será el pretexto útil para emplear continuamente la palabra 
nevermore? Al advertir la dificultad que se me planteaba para hallar una razón válida de esa repetición continua, no dejé de observar que surgía tan sólo de que dicha palabra, repetida tan cerca y monótonamente, había de ser proferida por un ser humano: en resumen, la dificultad consistía en conciliar la monotonía aludida con el ejercicio de la razón en la criatura llamada a repetir la palabra. Surgió entonces la posibilidad de una criatura no razonable y, sin embargo, dotada de palabra: como lógico, lo primero que pensé fue un loro; sin embargo, éste fue reemplazado al punto por un cuervo, que también está dotado de palabra y además resulta infinitamente más acorde con el tono deseado en el poema.
      Así, pues, había llegado por fin a la concepción de un cuervo. ¡El cuervo, ave de mal agüero!, repitiendo obstinadamente la palabra 
nevermore al final de cada estancia en un poema de tono melancólico y una extensión de unos cien versos aproximadamente. Entonces, sin perder de vista el superlativo o la perfección en todos los puntos, me pregunté: entre todos los temas melancólicos, ¿cuál lo es más, según lo entiende universalmente la humanidad? Respuesta inevitable: ¡la muerte! Y, ¿cuándo ese asunto, el más triste de todos, resulta ser también el más poético? Según lo ya explicado con bastante amplitud, la respuesta puede colegirse fácilmente: cuando se alíe íntimamente con la belleza. Luego la muerte de una mujer hermosa es, sin disputa de ninguna clase, el tema más poético del mundo; y queda igualmente fuera de duda que la boca más apta para desarrollar el tema es precisamente la del amante privado de su tesoro.
      Tenía que combinar entonces aquellas dos ideas: un amante que llora a su amada perdida. Y un cuervo que repite continuamente la palabra 
nevermore.No sólo tenía que combinarlas, sino además variar cada vez la aplicación de la palabra que se repetía: pero el único medio posible para semejante combinación consistía en imaginar un cuervo que aplicase la palabra para responder a las preguntas del amante. Entonces me percaté de la facilidad que se me ofrecía para el efecto de que mi poema había de depender: es decir, el efecto que debía producirse mediante la variedad en la aplicación del estribillo.
      Comprendí que podía hacer formular la primera pregunta por el amante, a la que respondería el cuervo: 
nevermore; que de esta primera pregunta podía hacer una especie de lugar común, de la segunda algo menos común, de la tercera algo menos común todavía, y así sucesivamente, hasta que por último el amante, arrancado de su indolencia por la índole melancólica de la palabra, su frecuente repetición y la fama siniestra del pájaro, se encontrase presa de una agitación supersticiosa y lanzase locamente preguntas del todo diversas, pero apasionadamente interesantes para su corazón: unas preguntas donde se diesen a medias la superstición y la singular desesperación que halla un placer en su propia tortura, no sólo por creer el amante en la índole profética o diabólica del ave (que, según le demuestra la razón, no hace más que repetir algo aprendido mecánicamente), sino por experimentar un placer inusitado al formularlas de aquel modo, recibiendo en el nevermore siempre esperado una herida reincidente, tanto más deliciosa por insoportable.
      Viendo semejante facilidad que se me ofrecía o, mejor dicho, que se me imponía en el transcurso de mi trabajo, decidí primero la pregunta final, la pregunta definitiva, para la que el 
nevermore sería la última respuesta, a su vez: la más desesperada, llena de dolor y de horror que concebirse pueda.
      Aquí puedo afirmar que mi poema había encontrado su comienzo por el fin, como debieran comenzar todas las obras de arte: entonces, precisamente en este punto de mis meditaciones, tomé por vez primera la pluma, para componer la siguiente estancia:

¡Profeta! Aire, ¡ente de mal agüero! ¡Ave o demonio, pero profeta siempre!
Por ese cielo tendido sobre nuestras cabezas, por ese Dios que ambos adoramos,
di a esta alma cargada de dolor si en el Paraíso lejano
podrá besar a una joven santa que los ángeles llaman Leonor,
besar a una preciosa y radiante joven que los ángeles llaman Leonor.
El cuervo dijo: “¡Nunca más!”


      
Sólo entonces escribí esta estancia: primero, para fijar el grado supremo y poder de este modo, más fácilmente, variar y graduar, según su gravedad y su importancia, las preguntas anteriores del amante; y en segundo término, para decidir definitivamente el ritmo, el metro, la extensión y la disposición general de la estrofa, así como graduar las que debieran anteceder, de modo que ninguna aventajase a ésta en su efecto rítmico. Si, en el trabajo de composición que debía subseguir, yo hubiera sido tan imprudente como para escribir estancias más vigorosas, me hubiera dedicado a debilitarlas, conscientemente y sin ninguna vacilación, de modo que no contrarrestasen el efecto de crescendo.
      Podría decir también aquí algo sobre la versificación. Mi primer objeto era, como siempre, la originalidad. Una de las cosas que me resultan más inexplicables del mundo es cómo ha sido descuidada la originalidad en la versificación. Aun reconociendo que en el ritmo puro exista poca posibilidad de variación, es evidente que las variedades en materia de metro y estancia son infinitas: sin embargo, durante siglos, ningún hombre hizo nunca en versificación nada original, ni siquiera ha parecido desearlo.
      Lo cierto es que la originalidad -exceptuando los espíritus de una fuerza insólita- no es en manera alguna, como suponen muchos, cuestión de instinto o de intuición. Por lo general, para encontrarla hay que buscarla trabajosamente; y aunque sea un positivo mérito de la más alta categoría, el espíritu de invención no participa tanto como el de negación para aportarnos los medios idóneos de alcanzarla.
      Ni qué decir tiene que yo no pretendo haber sido original en el ritmo o en el metro de 
El cuervo. El primero es troqueo; el otro se compone de un verso octómetro acataléctico, alternando con un heptámetro cataléctico que, al repetirse, se convierte en estribillo en el quinto verso, y finaliza con un tetrámetro cataléctico. Para expresarme sin pedantería, los pies empleados, que son troqueos, consisten en una sílaba larga seguida de una breve; el primer verso de la estancia se compone de ocho pies de esa índole; el segundo, de siete y medio; el tercero, de ocho; el cuarto, de siete y medio; el quinto, también de siete y medio; el sexto, de tres y medio. Ahora bien, si se consideran aisladamente cada uno de esos versos habían sido ya empleados, de manera que la originalidad de El cuervo consiste en haberlos combinado en la misma estancia: hasta el presente no se había intentado nada que pudiera parecerse, ni siquiera de lejos, a semejante combinación. El efecto de esa combinación original se potencia mediante algunos otros efectos inusitados y absolutamente nuevos, obtenidos por una aplicación más amplia de la rima y de la aliteración.
      El punto siguiente que considerar era el modo de establecer la comunicación entre el amante y el cuervo: el primer grado de la cuestión consistía, naturalmente, en el lugar. Pudiera parecer que debiese brotar espontáneamente la idea de una selva o de una llanura; pero siempre he estimado que para el efecto de un suceso aislado es absolutamente necesario un espacio estrecho: le presta el vigor que un marco añade a la pintura. Además, ofrece la ventaja moral indudable de concentrar la atención en un pequeño ámbito; ni que decir tiene que esta ventaja no debe confundirse con la que se obtenga de la mera unidad de lugar.
      En consecuencia, decidí situar al amante en su habitación, en una habitación que había santificado con los recuerdos de la que había vivido allí. La habitación se describiría como ricamente amueblada: con objeto de satisfacer las ideas que ya expuse acerca de la belleza, en cuanto única tesis verdadera de la poesía.
      Habiendo determinado así el lugar, era preciso introducir entonces el ave: la idea de que ésta penetrase por la ventana resultaba inevitable. Que al amante supusiera, en el primer momento, que el aleteo del pájaro contra el postigo fuese una llamada a su puerta era una idea brotada de mi deseo de aumentar la curiosidad del lector, obligándole a aguardar; pero también del deseo de colocar el efecto incidental de la puerta abierta de par en par por el amante, que no halla más que oscuridad, y que por ello puede adoptar en parte la ilusión de que el espíritu de su amada ha venido a llamar... Hice que la noche fuera tempestuosa, primero para explicar que el cuervo buscase la hospitalidad; también para crear el contraste con la serenidad material reinante en el interior de la habitación.
      Así, también, hice posarse el ave sobre el busto de Palas para establecer el contraste entre su plumaje y el mármol. Se comprende que la idea del busto ha sido suscitada únicamente por el ave; que fuese precisamente un busto de Palas se debió en primer lugar a la relación íntima con la erudición del amante y en segundo término a causa de la propia sonoridad del nombre de Palas.
      Hacia mediados del poema, exploté igualmente la fuerza del contraste con el objeto de profundizar la que sería la impresión final. Por eso, conferí a la entrada del cuervo un matiz fantástico, casi lindante con lo cómico, al menos hasta donde mi asunto lo permitía. El cuervo penetra con un tumultuoso aleteo.

No hizo ni la menor reverencia, no se detuvo, no vaciló ni un minuto;
pero con el aire de un señor o de una dama, colgóse sobre la puerta de mi habitación.


      
En las dos estancias siguientes, el propósito se manifiesta aun más:
Entonces aquel pájaro de ébano, que por la gravedad de su postura y la severidad
de su fisonomía inducía a mi triste imaginación a sonreír:
“Aunque tu cabeza”, le dije, “no lleve ni capote ni cimera,
ciertamente no eres un cobarde, lúgubre y antiguo cuervo partido de las riberas de la noche.
¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la noche plutónica!”
El cuervo dijo: “¡Nunca más!”.


Me maravilló que aquel desgraciado volátil entendiera tan fácilmente la palabra,
si bien su respuesta no tuvo mucho sentido y no me sirvió de mucho;
porque hemos de convenir en que nunca más fue dado a un hombre vivo
el ver a un ave encima de la puerta de su habitación,
a un ave o una bestia sobre un busto esculpido encima de la puerta de su habitación,
llamarse un nombre tal como “¡Nunca más!”.


      
Preparado así el efecto del desenlace, me apresuro a abandonar el tono fingido y adoptar el serio, más profundo: este cambio de tono se inicia en el primer verso de la estancia que sigue a la que acabo de citar:
Mas el cuervo, posado solitariamente en el busto plácido, no profirió..., etc.

      
A partir de este momento, el amante ya no bromea; ya no ve nada ficticio en el comportamiento del ave. Habla de ella en los términos de una triste, desgraciada, siniestra, enjuta y augural ave de los tiempos antiguos y siente los ojos ardientes que le abrasan hasta el fondo del corazón. Esa transición de su pensamiento y esa imaginación del amante tienen como finalidad predisponer al lector a otras análogas, conduciendo el espíritu hacia una posición propicia para el desenlace, que sobrevendrá tan rápida y directamente como sea posible. Con el desenlace propiamente dicho, expresado en el jamás del cuervo en respuesta a la última pregunta del amante —¿encontrará a su amada en el otro mundo?—, puede considerarse concluido el poema en su fase más clara y natural, la de simple narración. Hasta el presente, todo se ha mantenido en los límites de lo explicable y lo real.
      Un cuervo ha aprendido mecánicamente la única palabra 
jamás; habiendo huido de su propietario, la furia de la tempestad le obliga, a medianoche, a pedir refugio en una ventana donde aún brilla una luz: la ventana de un estudiante que, divertido por el incidente, le pregunta en broma su nombre, sin esperar respuesta. Pero el cuervo, al ser interrogado, responde con su palabra habitual, nunca más: palabra que inmediatamente suscita un eco melancólico en el corazón del estudiante; y éste, expresando en voz alta los pensamientos que aquella circunstancia le sugiere, se emociona ante la repetición del jamás.El estudiante se entrega a las suposiciones que el caso le inspira; mas el ardor del corazón humano no tarda en inclinarle a martirizarse, así mismo y también por una especie de superstición a formularle preguntas que la respuesta inevitable, el intolerable “nunca más”, le proporcione la más horrible secuela de sufrimiento, en cuanto amante solitario. La narración en lo que he designado como su primera fase o fase natural, halla su conclusión precisamente en esa tendencia del corazón a la tortura, llevada hasta el último extremo: hasta aquí, no se ha mostrado nada que pase los límites de la realidad.
      Pero, en los temas manejados de esta manera, por mucha que sea la habilidad del artista y mucho el lujo de incidentes con que se adornen, siempre quedan cierta rudeza y cierta desnudez que dañan la mirada de la persona sensible. Dos elementos se exigen eternamente: por una parte, cierta suma de complejidad, dicho con mayor propiedad, de combinación; por otra cierta cantidad de espíritu sugestivo, algo así como una vena subterránea de pensamiento, invisible e indefinido. Esta última cualidad es la que le confiere a la obra de arte el aire opulento que a menudo cometemos la estupidez de confundir con el ideal. Lo que transmuta en prosa —y prosa de la más baja estofa—, la pretendida poesía de los que se denominan trascendentalistas, es justamente el exceso en la expresión del sentido que sólo debe quedar insinuado, la manía de convertir la corriente subterránea de una obra en la otra corriente, visible en la superficie.
      Convencido de ello, añadí las dos estancias que concluyen el poema, porque su calidad sugestiva había de penetrar en toda la narración antecedente. La corriente subterránea del pensamiento se muestra por primera vez en estos versos:

Arranca tu pico de mi corazón y precipita tu espectro lejos de mi puerta.
El cuervo dijo: “Nunca más”.


      
Quiero subrayar que la expresión “de mi corazón” encierra la primera expresión poética. Estas palabras, con la correspondiente respuesta, jamás,disponen el espíritu a buscar un sentido moral en toda la narración que se ha desarrollado anteriormente.
      Entonces el lector comienza a considerar el cuervo como un ser emblemático pero sólo en el último verso de la última estancia puede ver con nitidez la intención de hacer del cuervo el símbolo del recuerdo fúnebre y eterno.

Y el cuervo, inmutable, sigue instalado, siempre instalado
sobre el busto plácido de Palas, justo encima de la puerta de mi habitación;
y sus ojos parecen los ojos de un demonio que medita;
y la luz de la lámpara, que le chorrea encima, proyecta su sombra en el suelo;
y mi alma, fuera del círculo de aquella sombra que yace flotando en el suelo,
no podrá elevarse ya más, ¡nunca más!