26 de octubre de 2015

6°AÑO. NUEVA UNIDAD. VANGUARDIAS HISPANOAMERICANAS. CESAR VALLEJO


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CÉSAR VALLEJO  Perú (1892-1938)
INTRODUCCIÒN A “LOS HERALDOS NEGROS”

El libro aparece en Lima a mediados del 1919, si bien la portada reza 1918. Apenas llegado a la capital Vallejo, entabló amistad con Abraham Valdelomar quien le prometió un prólogo para su libro, prólogo que nunca fue escrito. En espera del mismo, el autor demora su publicación. Esta circunstancia ha dado lugar a suponer que él mismo sustituye aquel prólogo inexistente por las palabras del Evangelio que inician el poemario “qui potest capere capiat”. El otro hecho relacionado con esa demora es en la publicación es la inclusión de dos poemas motivados por la muerte de la madre; ocurrida en agosto de1918 se trata de los poemas “los pasos lejanos” y”Enereida”:
Los heraldos negros” está dividido en seis secciones precedidas por el poema inicial que da título al libro y el acápite “qui potest capere capiat”.
El orden de las secciones es la siguiente:
Los heraldos negros (poema introductorio que da nombre al libro)
  • PLAFONES ÀGILES
  • BUZOS
  • DE LA TIERRA
  • NOSTALGIAS IMPERIALES
  • TRUENOS
  • CANCIONES DE HOGAR.


El título del libro, modernista por simbolista, evoca, sin duda mensajeros nefastos, por esa asociación que el color negro tiene en nuestra cultura occidental con luctuoso, en última instancia con la misma muerte.
En la elección de la palabra “heraldos” resulta evidente la influencia de Rubén Darío ya que ambos recurren a la expresión “heraldos” con el sentido de mensajero, y se apoyen en el símbolo, el del color, para sugerir posibles interpretaciones. De ahí que la intuición nos lleva a suponer que los poemas contenidos en libro de vallejo sean portadores de significados dolorosos, pesimistas, en algunos casos una visión nostálgica del mundo, desesperanzada de Dios, o de la existencia misma, del amor especialmente.


                                        LOS HERALDOS NEGROS.

 Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos,
como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza,
como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

EL PAN NUESTRO. 

 Se bebe el desayuno... Húmeda tierra
de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno... La mordaz cruzada
de una carreta que arrastrar parece
una emoción de ayuno encadenada!

Se quisiera tocar todas las puertas,
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas
que a un golpe de luz
volaron desclavadas de la Cruz!

Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día dánoslo,
Señor...!

Todos mis huesos son ajenos;
yo talvez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!

Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón...!

                                                                    De: Los heraldos negros. 1919

POEMA 28
 He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros;
porque estánse en su casa. Así que gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de esas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglusión; el dulce,
hiel; afeite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.
                                                                                         De: Trilce. 1922.

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