EL
SPLEEN DE PARIS.
A
ARSÈNE HOUSSAYE
Mi
querido amigo, le envío una obrita que no
tiene
ni pies ni cabeza porque aquí todo es pies y
cabeza
a la vez, alternativa y recíprocamente. Con-
sidere
las admirables comodidades que ofrece a to-
dos
esta combinación, a usted, a mí y al lector. Po-
demos
cortar donde queremos, yo mi ensueño, us-
ted
el manuscrito y el lector su lectura, porque no
supedito
su esquiva voluntad al hilo interminable de
una
intriga superflua. Sustraiga una vértebra y los
dos
trozos de esta tortuosa fantasía se unirán sin
esfuerzo.
Córtelo en muchos fragmentos y verá que
cada
cual puede existir separado. Con la esperanza
de
que algunos de estos pedazos sean lo bastante
vívidos
para gustarle y divertirlo, me atrevo a dedi-
carle
la serpiente entera.
Tengo
una pequeña confesión que hacerle. Hoje-
ando
por lo menos una vigésima vez el famoso
Gaspard
et la Nuit de Aloysius Bretrand (¿acaso un
libro
que conocemos usted yo y algunos amigos no
tiene
todo el derecho a ser llamado famoso?) se me
ocurrió
intentar algo parecido y aplicar a la de-
scripción
de la vida moderna -mejor dicho, una vida
moderna
y más abstracta- el procedimiento que él
aplicó
a la pintura de la vida antigua, tan extraña-
mente
pintoresca.
¿Quién
no ha soñado el milagro de una prosa
poética,
musical, sin ritmo y sin rima, tan flexible y
contrastada
que pudiera adaptarse a los movimien-
tos
líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoña-
ción
y a los sobresaltos de la conciencia?
Esta
obsesión nace de frecuentar las grandes ciu-
dades,
del entrecruzamiento de sus incontables rela-
ciones.
También usted, mi querido amigo, trató de
traducir
en canción el grito estridente del vidriero y de
expresar
en prosa lírica sus desoladoras resonancias
cuando
atraviesan las altas brumas de la calle y lle-
gan
a las buhardillas.
A
decir verdad, temo que mi celo no me haya
traído
felicidad. Apenas iniciado el trabajo me di
cuenta
de que estaba muy lejos de mi misterioso y
brillante
modelo y que además hacía algo -si puede
llamarse
algo a esto- singularmente diferente. Este
accidente
enorgullecería a cualquier otro, pero hu-
milla
profundamente a un espíritu para quien el más
grande
honor del poeta es cumplir exactamente con
lo
que había proyectado hacer.
Su
muy afectuoso
C.
B.
C
H A R L E S B A U D E L A I R E
XII
LAS
MULTITUDES
Sumergirse
en la multitud no es para todos: gozar
de
la muchedumbre es un arte; una francachela de
vitalidad
a expensas del género humano y sólo pue-
de
dársele uno al que el hada inspiró desde la cuna
el
gusto del disfraz y la máscara, el desprecio por el
domicilio
y la pasión por viajar.
Multitud,
solitud: términos iguales y convertibles
para
el poeta activo y fecundo. Quien no sabe po-
blar
su soledad, tampoco sabe estar solo en medio
de
una muchedumbre atareada.
El
poeta disfruta de ese incomparable privilegio,
porque
puede ser él mismo y otro, según su vol-
untad.
Como almas errantes que buscan un cuerpo,
entra
cuando quiere en el personaje de cada quien.
Sólo
para él, todo está disponible y si ciertos sitios
parecen
estarle vedados es que a su criterio no vale
la
pena visitarlos.
El
paseante solitario y pensativo obtiene una sin-
gular
ebriedad en la comunión universal. El que
desposa
fácilmente a la multitud conoce febriles ale-
grías,
de las que eternamente se verá privado el
egoísta,
cerrado como un cofre, y el perezoso, en-
quistado
como un molusco. El adopta todas las
profesiones,
todas las dichas y todas las miserias que
la
circunstancia le presenta.
Lo
que los hombres llaman amor es demasiado
pequeño,
demasiado restringido y demasiado débil,
comparado
con la inefable orgía, la santa prostitu-
ción
del alma que se da entera, poesía y caridad, a lo
que
imprevistamente aparece, al desconocido que pasa
A
veces es bueno enseñarle a los felices de este
mundo,
más no sea para humillar un instante su
estúpido
orgullo, que hay una felicidad superior a la
suya,
más vasta y más refinada. Los fundadores de
colonias,
los pastores de pueblos, los sacerdotes mi-
sioneros
exiliados en el fin del mundo, sin duda algo
conocen
de esas misteriosas embriagueces; y, en el
seno
de la vasta familia que su genio creó, a veces
deben
reírse de quienes los compadecen por su
suerte,
tan agitada, y por su vida, tan casta.
De:
El Spleen de París. (Poemas en prosa)
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