12 de septiembre de 2016

6° El spleen de París. Poema 12 "Las multitudes" (Poemas en prosa)

EL SPLEEN DE PARIS.
A ARSÈNE HOUSSAYE
Mi querido amigo, le envío una obrita que no
tiene ni pies ni cabeza porque aquí todo es pies y
cabeza a la vez, alternativa y recíprocamente. Con-
sidere las admirables comodidades que ofrece a to-
dos esta combinación, a usted, a mí y al lector. Po-
demos cortar donde queremos, yo mi ensueño, us-
ted el manuscrito y el lector su lectura, porque no
supedito su esquiva voluntad al hilo interminable de
una intriga superflua. Sustraiga una vértebra y los
dos trozos de esta tortuosa fantasía se unirán sin
esfuerzo. Córtelo en muchos fragmentos y verá que
cada cual puede existir separado. Con la esperanza
de que algunos de estos pedazos sean lo bastante
vívidos para gustarle y divertirlo, me atrevo a dedi-
carle la serpiente entera.
Tengo una pequeña confesión que hacerle. Hoje-
ando por lo menos una vigésima vez el famoso
Gaspard et la Nuit de Aloysius Bretrand (¿acaso un
libro que conocemos usted yo y algunos amigos no
tiene todo el derecho a ser llamado famoso?) se me
ocurrió intentar algo parecido y aplicar a la de-
scripción de la vida moderna -mejor dicho, una vida
moderna y más abstracta- el procedimiento que él
aplicó a la pintura de la vida antigua, tan extraña-
mente pintoresca.
¿Quién no ha soñado el milagro de una prosa
poética, musical, sin ritmo y sin rima, tan flexible y
contrastada que pudiera adaptarse a los movimien-
tos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoña-
ción y a los sobresaltos de la conciencia?
Esta obsesión nace de frecuentar las grandes ciu-
dades, del entrecruzamiento de sus incontables rela-
ciones. También usted, mi querido amigo, trató de
traducir en canción el grito estridente del vidriero y de
expresar en prosa lírica sus desoladoras resonancias
cuando atraviesan las altas brumas de la calle y lle-
gan a las buhardillas.
A decir verdad, temo que mi celo no me haya
traído felicidad. Apenas iniciado el trabajo me di
cuenta de que estaba muy lejos de mi misterioso y
brillante modelo y que además hacía algo -si puede
llamarse algo a esto- singularmente diferente. Este
accidente enorgullecería a cualquier otro, pero hu-
milla profundamente a un espíritu para quien el más
grande honor del poeta es cumplir exactamente con
lo que había proyectado hacer.
Su muy afectuoso
C. B.

C H A R L E S   B A U D E L A I R E
XII
LAS MULTITUDES
Sumergirse en la multitud no es para todos: gozar
de la muchedumbre es un arte; una francachela de
vitalidad a expensas del género humano y sólo pue-
de dársele uno al que el hada inspiró desde la cuna
el gusto del disfraz y la máscara, el desprecio por el
domicilio y la pasión por viajar.
Multitud, solitud: términos iguales y convertibles
para el poeta activo y fecundo. Quien no sabe po-
blar su soledad, tampoco sabe estar solo en medio
de una muchedumbre atareada.
El poeta disfruta de ese incomparable privilegio,
porque puede ser él mismo y otro, según su vol-
untad. Como almas errantes que buscan un cuerpo,
entra cuando quiere en el personaje de cada quien.
Sólo para él, todo está disponible y si ciertos sitios
parecen estarle vedados es que a su criterio no vale
la pena visitarlos.
El paseante solitario y pensativo obtiene una sin-
gular ebriedad en la comunión universal. El que
desposa fácilmente a la multitud conoce febriles ale-
grías, de las que eternamente se verá privado el
egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, en-
quistado como un molusco. El adopta todas las
profesiones, todas las dichas y todas las miserias que
la circunstancia le presenta.
Lo que los hombres llaman amor es demasiado
pequeño, demasiado restringido y demasiado débil,
comparado con la inefable orgía, la santa prostitu-
ción del alma que se da entera, poesía y caridad, a lo
que imprevistamente aparece, al desconocido que pasa
A veces es bueno enseñarle a los felices de este
mundo, más no sea para humillar un instante su
estúpido orgullo, que hay una felicidad superior a la
suya, más vasta y más refinada. Los fundadores de
colonias, los pastores de pueblos, los sacerdotes mi-
sioneros exiliados en el fin del mundo, sin duda algo
conocen de esas misteriosas embriagueces; y, en el
seno de la vasta familia que su genio creó, a veces
deben reírse de quienes los compadecen por su
suerte, tan agitada, y por su vida, tan casta.



De: El Spleen de París. (Poemas en prosa) 1969

No hay comentarios:

Publicar un comentario