Henrik Ibsen
CASA DE MUÑECAS
DRAMA EN TRES ACTOS
(1879)
Scan:
Risardo
Corrección
: Fiosue
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. MMIV
NOTA PRELIMINAR
Casa de muñecas se
publicó por primera vez en Copenhague, el 4 de diciembre de 1879, apareciendo
sucesivamente otras ediciones hasta llegar a la definitiva, donde no dejaría de
incluirse, por supuesto. Fue traducida desde luego al inglés para Inglaterra y
Norteamérica, al francés, al holandés, al italiano, al portugués, al ruso, al
servio, al español, al alemán, al sueco, al finlandés y al polaco, vertiéndose
después a los demás idiomas.
Comienzan sus
representaciones con el estreno oficial en el Teatro Real, de Copenhague, el 21
de diciembre de 1879; en el Teatro de Crístianía, el 20 de enero de 1880; en el
Teatro Noruego, de Bergen, el 30 del mismo mes, y aquel año, de febrero a mayo,
la divulgaron por toda la nación compañías danesas y noruegas; las de Rasmussen
y Petersen hicieron otro tanto por toda Dinamarca; el 8 de enero de 1880 la
estrenó el Teatro Real, de Estocolmo; el Teatro Finlandés, de Helsingfors, el
25 de enero, y el Teatro Sueco, de la misma capital y de Aabo, dentro del año,
difundiéndola más tarde por toda Suecia; el Teatro de Goteborg, el 13 de marzo.
En Munich la dio a conocer el Residenztheater el 3 del citado mes,
con asistencia de Ibsen, y tiempo adelante se pondría en los principales
teatros de Alemania, Austria, Bohemia, Rusia, Italia, Polonia, Servia, Holanda,
Inglaterra, España, Francia, Australia, Egipto y América del Norte y del Sur. Ha
alcanzado millares y millares de representaciones, y la han interpretado las
actrices mejores del mundo entonces, entre ellas la danesa Betty Hennings, la
alemana Niemann-Raabe, la italiana Eleonora Duse, la francesa Réjane y la
española Catalina Barcena.
Ha suscitado innumerables
críticas de Prensa a raíz de sus estrenos, y estudios en los libros consagrados
a Ibsen. En distintos países, además de Noruega, se han hecho parodias de este
drama.
Varios traductores han osado
añadir un cuarto acto a la obra, y en Alemania se alteró alguna vez el
desenlace, por exigencias de cierta artista, con permiso del autor, como ya se
ha dicho.
PERSONAJES
helmer, abogado.
nora, su esposa.
El
doctor
rank.
krogstad, procurador.
señora
linde, amiga de
Nora.
ana maría, su niñera.
elena, doncella
de los Helmer.
Los
Tres Niños del matrimonio Helmer.
Un Mozo
de cuerda.
La acción, en
Noruega, en casa de los Helmer.
ACTO PRIMERO
Sala acogedora, amueblada
con gusto, pero sin lujo. En el fondo, a la derecha, una puerta conduce a la
antesala, y a la izquierda, otra al despacho de Helmer. Entre ambas, un piano.
En el centro del lateral izquierdo, otra puerta, y más allá, una ventana. Cerca
de la ventana, mesa redonda, con un sofá y varias sillas alrededor. En el
lateral derecho, junto al foro, otra puerta, y en primer término, una estufa de
azulejos (1), con un par de sillones y una mecedora enfrente.
Entre la estufa y la puerta lateral, una mesita. Grabados en las paredes.
Repisa con figuritas de porcelana y otros menudos objetos de arte. Una pequeña
librería con libros encuadernados primorosamente. Alfombra. La estufa está
encendida. Día de invierno.
En la antesala
suena una campanilla; momentos más tarde, se oye abrir la puerta. nora entra en la sala tarareando
alegremente, vestida de calle y cargada de paquetes, que deja sobre la mesita
de la derecha. Por la puerta abierta de la antesala, se ve un Mozo con un árbol
de Navidad y un cesto, todo lo cual entrega a la doncella que ha abierto.
NORA.
Esconde bien el árbol,
Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera hasta esta noche, cuando esté
arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca el portamonedas.) ¿Cuánto
es?
el Mozo.
Cincuenta ore (2).
nora.
Tenga: una corona. No, no;
quédese con la vuelta. (El Mozo da las gracias y se va. nora cierra la puerta. Continúa
sonriendo mientras se quita el abrigo y el sombrero. Luego saca del bolsillo un
cucurucho de almendras y come un par de ellas. Después se acerca cautelosamente
a la puerta del despacho de su marido.) Sí, está en casa. (Se pone a
tararear otra vez según se dirige a la mesita de la derecha.)
helmer.
(Desde
su despacho.)
¿Es mi alondra la que está
gorjeando ahí fuera?
nora.
(A
tiempo que abre unos paquetes.) Sí, es ella.
helmer.
¿Es mi ardilla la que está
enredando?
nora.
¡Sí!
helmer.
¿Hace mucho que ha llegado
mi ardilla?
nora.
Ahora mismo. (Guarda el
cucurucho en el bolsillo y se limpia la boca.)
Ven aquí, mira lo que he
comprado.
helmer.
¡No me interrumpas por el
momento! (Al poco rato abre la puerta y se asoma con la pluma en la mano.) ¿Has
dicho comprado? ¿Todo eso? ¿Aún se ha atrevido el pajarito cantor a tirar el
dinero?
nora.
Torvaldo, este año podemos
excedernos un poco. Es la primera Navidad que no tenemos que andar con apuros.
helmer.
Sí, sí, aunque tampoco
podemos derrochar, ¿sabes?
nora.
Un poquito sí que podremos,
¿verdad? Un poquitín, nada más. Ahora que vas a tener un buen sueldo, y a ganar
muchísimo dinero...
helmer.
Sí, a partir de Año Nuevo.
Pero habrá de pasar un trimestre antes que cobre nada.
nora.
¿Y qué importa eso? Entre
tanto, podemos pedir prestado.
helmer.
¡Nora! (Se acerca a ella,
y bromeando, le tira de una oreja.) ¿Reincides en tu ligereza de
siempre?... Suponte que hoy pido prestadas mil coronas, que tú te las gastas durante
la semana de Navidad, que la Noche Vieja me cae una teja en la cabeza, y me
quedo en el sitio...
nora.
¡Qué horror! No digas esas
cosas.
helmer.
Bueno; pero suponte que
ocurriera. Entonces, ¿qué?
nora.
Si sucediera semejante cosa,
me sería de todo punto igual tener deudas que no tenerlas.
helmer.
¿Y a los que me hubiesen
prestado el dinero?
nora.
¡Quién piensa en ellos! Son
personas extrañas.
helmer.
¡Nora, Nora! Eres una
verdadera mujer. En serio, Nora, ya sabes lo que pienso de todo esto. Nada de deudas,
nada de préstamos. En e] hogar fundado sobre préstamos y deudas se respira una
atmósfera de esclavitud, un no sé qué de inquietante y fatídico que no puede
presagiar sino males. Hasta hoy nos hemos sostenido con suficiente entereza. Y
así seguiremos el poco tiempo que nos queda de lucha.
nora.
En fin, como gustes,
Torvaldo.
helmer.
(Que
va tras ella.)
Bien, bien; no quiero ver a
mi alondra con las alas caídas. ¿Qué, acaba por enfurruñarse mi ardilla? (Saca
su billetero.) Nora, adivina lo que tengo aquí.
nora.
(Volviéndose
rápidamente.) ¡Dinero!
helmer.
Toma, mira. (Entregándole
algunos billetes.) ¡Vaya, si sabré yo lo que hay que gastar en una casa
cuando se acercan las Navidades!
nora.
(Contando.)
Diez, veinte, treinta,
cuarenta... ¡Muchas gracias, Torvaldo! Con esto tengo para bastante tiempo.
helmer.
Así lo espero.
nora.
Sí, sí; ya verás. Pero ven
ya, porque voy a enseñarte todo lo que he comprado. Y además, baratísimo.
Fíjate... aquí hay un sable y un traje nuevo, para Ivar; aquí, un caballo y una
trompeta, para Bob, y aquí, una muñeca con su camita, para Emmy. Es de lo más
ordinario: como en seguida lo rompe... Mira: aquí, unos cortes de vestidos y
pañuelos, para las muchachas. La vieja Ana María se merecía mucho más...
helmer.
Y
en ese paquete, ¿qué hay?
nora.
(Gritando.)
¡No, eso no, Torvaldo! ¡No
lo verás hasta esta noche!
helmer.
Conforme. Pero ahora dime,
manirrota: ¿has deseado algo para ti?
nora.
¿Para mí? ¡Qué importa! Yo
no quiero nada.
helmer.
¡No faltaba más! Anda, dime
algo que te apetezca, algo razonable.
nora.
No sé...
francamente. Aunque sí...
helmer.
¿Qué?
nora.
(Juguetea
con los botones de la chaqueta de su marido, sin mirarle.)
Si insistes en regalarme
algo, podrías... Podrías...
helmer.
Vamos,
dilo.
nora.
(De
un tirón.)
Podrías darme dinero,
Torvaldo. Nada, lo que buenamente quieras, y un día de éstos compraré una cosa.
helmer.
Pero, Nora...
nora.
Sí, Torvaldo; oye, vas a
hacerme ese favor. Colgaré del árbol dinero envuelto en un papel dorado, ¿te
parece bien?
helmer.
¿Cómo se llama ese pájaro
que siempre está despilfarrando?
nora.
Ya, ya; el estornino; lo sé.
Pero vamos a hacer lo que te he dicho, ¿eh, Torvaldo? Así tendré tiempo de
pensar lo que necesite antes. ¿No crees que es lo más acertado?
helmer.
(Sonriendo)
Por supuesto, si
verdaderamente guardaras el dinero que te doy y compraras algo para ti. Pero
luego resulta que vas a gastártelo en la casa o en cualquier cosa inútil, y
después tendré que desembolsar otra vez...
helmer.
¡Qué idea, Torvaldo!...
helmer.
Querida Nora: no
puedes negarlo. (Rodeándole la cintura.) El estornino es encantador,
pero gasta tanto... ¡Es increíble lo que cuesta a un hombre mantener un
estornino!
nora.
¡Qué exageración! ¿Por qué
dices eso? Si yo ahorro todo lo que puedo.
helmer.
(Riendo.)
Eso sí es verdad. Todo lo
que puedes; pero lo que pasa es que no puedes nada.
nora. (Canturrea y sonríe
alegremente.)
¡Si tú supieras lo que tenemos que gastar las
alondras y las ardillas, Torvaldo!
helmer.
Eres una criatura original.
Idéntica a tu padre. Haces verdaderos milagros por conseguir dinero, y en
cuanto lo obtienes, desaparece de tus manos, sin saber nunca adonde ha ido a
parar. En fin, habrá que tomarte tal como eres. Lo llevas en la sangre. Sí, sí,
Nora; no cabe la menor duda de que esas cosas son hereditarias.
nora.
¡Bien me hubiera gustado
heredar ciertas cualidades de papá!
helmer.
Pero si yo te quiero
conforme eres, mi querida alondra. Aunque... Oye, ahora que me fijo..., noto
que tienes una cara..., vamos..., una cara de azoramiento hoy...
nora.
¿Yo?
helmer.
Ya lo creo. ¡Mírame al fondo
de los ojos!
nora.
(Mirándole.)
¿Qué?
helmer.
(La
amenaza con el dedo.)
¿Qué diablura habrá cometido
esta golosa en la ciudad?
nora.
¡Bah, qué ocurrencia!
helmer.
¿No habrá hecho una
escapadita a la confitería?
nora.
No; te lo aseguro, Torvaldo.
helmer.
¿No habrá chupeteado algún
caramelo?
nora.
No, no; ni por asomo.
helmer.
¿Ni siquiera habrá roído un
par de almendras?
nora.
Que no, Torvaldo, que no;
puedes creerme.
helmer.
Pero, mujer, si te lo digo
en broma.
nora.
(Aproximándose
a la mesa de la derecha.)
Comprenderás que no iba a
arriesgarme a hacer nada que te disgustara.
helmer.
No, ya lo sé. Además, ¿no me
lo has prometido?... (Acercándose a ella.) Puedes guardarte tus secretos
de Navidad. Esta noche, cuando se encienda el árbol, supongo que nos
enteraremos de todo.
nora.
¿Te has acordado de invitar
al doctor Rank?
helmer.
No, ni es necesario. De
sobra sabe que cenará con nosotros; está descontado. De todos modos, le
invitaré ahora por la mañana cuando venga. He encargado buen vino. Nora, no
puedes formarte idea de la ilusión que tengo por esta noche.
nora.
Yo también. ¡Cómo se van a
divertir los niños, Torvaldo!
helmer.
¡Ah, qué alegría pensar que
estamos en una posición sólida con un buen sueldo...! ¿No es ya una dicha el
mero hecho de pensar en ello?
nora.
¡Oh, sí! ¡Parece un sueño!
helmer.
¿Te acuerdas de la última
Navidad? Durante tres semanas te encerrabas todas las noches hasta después de
las doce, haciendo flores y otros mil prodigios para el árbol. ¡Uf! fue la
temporada más aburrida que he pasado.
nora.
¡Entonces sí que no me
aburría yo!
helmer.
(Sonriente.)
Pero el resultado fue
bastante lamentable, Nora.
nora.
¡Oh! no dejas de hacerme
burla con lo mismo. ¿Qué culpa tengo yo de que el gato entrase y destrozara
todo?
helmer.
No, claro que no, querida
Nora. Ponías el mayor empeño en alegrarnos a todos, que es lo principal. Pero,
en suma, más vale que hayan pasado los malos tiempos.
nora.
Es verdad; casi me parece
una pesadilla.
helmer.
Ahora ya no hace falta que
me quede aquí solo y aburrido, y tú no tendrás que atormentar más tus queridos
ojos y tus lindas manilas.
nora.
(Palmoteo.)
¿Verdad que no, Torvaldo? Ya
no hace falta. ¡Qué alegría me da oírtelo!
(Cogiéndole del brazo.) Te voy a decir
cómo he pensado que vamos a arreglarnos en cuanto pasen las Navidades... (Suena
la campanilla en la antesala.) ¡Ah! llaman. (Ordena un poco los
muebles.) Ya viene alguien. ¡Qué contrariedad!
helmer.
Acuérdate de que no estoy
para las visitas.
elena. (Desde la puerta de
la antesala.) Señora, es una
señora desconocida...
nora.
Que
pase.
elena.
(A
helmer.)
También acaba de llegar el
señor doctor.
helmer.
¿Ha pasado directamente al
despacho?
elena.
Sí,
señor.
(helmer
entra
en su despacho. La doncella introduce a la señora
linde, en traje de viaje, y cierra la puerta tras ella.)
señora
linde. Buenos días, Nora.
nora.
(Indecisa.)
Buenos
días.
señora
linde. Por lo visto, no me reconoces.
nora.
No..., no sé... ¡Ah!, sí, me
parece... (De pronto, exclama:) ¡Cristina! ¿Eres tú?
señora
linde. Sí, yo soy.
nora.
¡Cristina! ¡Y yo que no te
he reconocido! Pero ¡quién diría que...! (Más bajo.) ¡Cómo has cambiado!
señora
linde. Sí,
seguramente. Hace nueve años largos...
nora.
¿Es posible que haga tanto
tiempo que no nos vemos? Sí, en efecto. ¡Ah! no puedes figurarte qué felices
han sido estos ocho años últimos. ¿Conque ya estás aquí, en la ciudad? ¿Como
has emprendido un viaje tan largo en pleno invierno? Has sido muy valiente.
señora
linde.
Ya ves; acabo de llegar esta
mañana en el vapor.
nora.
Para festejar las Navidades,
naturalmente. ¡Qué bien! ¡Cuánto vamos a divertirnos! Pero quítate el abrigo.
¡Ajajá! Ahora nos sentaremos aquí, con comodidad, al lado de la estufa. No;
mejor es que te sientes en el sillón. Yo me siento en la mecedora. (Cogiéndole
las manos.) ¿Ves? Ya tienes tu cara de antes; era sólo en el primer
momento... De todos modos, estás algo más pálida, Cristina... y quizá un poco
más delgada.
señora
linde. Y muchísimo más vieja, Nora.
nora.
Acaso un poco más madura...,
un poquito, no mucho. (Se para, repentinamente seria.) ¡Qué distraída
soy! ¡Sentada aquí, cotorreando! Mi buena Cristina, ¿puedes perdonarme?
señora
linde.
¿Qué quieres decir, Nora?
nora.
(Bajando
la voz.)
¡Pobre Cristina!
Te has quedado viuda, ¿no?
señora
linde.
Sí, hace ya tres años.
nora.
Lo sabía; lo leí en los
periódicos. ¡Ay, Cristina! tienes que creerme: pensé muchas veces escribirte;
pero lo fui dejando de un día para otro, y por añadidura, siempre había algo
que lo impedía.
señora
linde. Lo comprendo perfectamente.
nora.
Sí, Cristina, me he portado
muy mal. ¡Pobrecita! ¡Cuánto habrás sufrido!... ¿No te ha dejado nada para
vivir?
señora
linde. No.
nora.
¿Y no tienes hijos?
señora
linde. No.
nora.
Así, pues, ¿nada?
señora
linde.
Ni siquiera una pena..., ni
una nostalgia.
nora.
(Mirándola,
incrédula.) Pero Cristina, ¿cómo es posible?
señora
linde. (Sonríe tristemente mientras le acaricia el cabello.) Son cosas que
ocurren a veces, Nora.
nora.
¡Tan sola! Debe de ser
horriblemente triste para ti. Yo tengo tres niños encantadores. Por el momento
no puedes verlos; han salido con la niñera. Vamos, cuéntamelo todo.
señora
linde.
No, no; primero, tú.
nora.
No; te toca empezar a ti.
Hoy no quiero ser egoísta; sólo quiero pensar en tus asuntos. Únicamente voy a
decirte una cosa. ¿Te has enterado de la fortuna que nos ha sobrevenido estos
días?
señora
linde. No. ¿Qué es?
nora.
¡Imagínate! ¡A mi marido le
han nombrado director del Banco de Acciones!
señora
linde.
¿A tu marido? ¡Qué suerte!
nora.
¡Sí, grandísima! ¡Es tan
insegura la posición de un abogado!... Sobre todo cuando no quiere ocuparse más
que de asuntos lícitos... Y como es lógico, así ha hecho Torvaldo, en lo cual
me hallo de completo acuerdo. No puedes figurarte lo contentos que estamos.
Para Año Nuevo tomará posesión, y percibirá un buen sueldo, con muchos
beneficios. Por fin podremos cambiar del todo esta manera de vivir...
enteramente a nuestro gusto. ¡Oh, Cristina, cuan feliz me siento! Es algo
maravilloso eso de poseer mucho dinero y verse libre de preocupaciones,
¿verdad?
señora
linde.
Sí; al menos, debe de ser
una tranquilidad poseer lo necesario.
nora.
No, no sólo lo necesario,
sino dinero en abundancia.
señora
linde. (Sonríe.)
¡Nora, Nora! ¿Todavía no
tienes sentido común? En el colegio eras una malgastadora.
nora.
(Sonríe
a su vez.)
Sí, eso dice aún Torvaldo. (Amenazando
con el dedo.) Pero "Nora, Nora" no es tan loca como suponéis.
Además, no hemos tenido mucho que derrochar, realmente. Los dos nos hemos visto
obligados a .trabajar.
señora
linde. ¿También tú'?
nora.
Sí; nada, pequeñeces:
bordar, hacer ganchillo... (Sin darle importancia.) ¡Qué sé yo!... No
ignorarás que Torvaldo salió del ministerio cuando nos casamos. Tenía pocas
esperanzas de ascenso, y como había de ganar más que antes... Pero el primer
año se abrumó de trabajo. Debía buscarse toda clase de quehaceres, según
comprenderás, y trabajaba día y noche. Pero no pudo resistirlo y cayó
gravemente enfermo. Los médicos declararon indispensable que se marchara al
Mediodía.
señora
linde.
Es cierto. Estuvisteis un
año en Italia...
nora.
Sí, y no creas que fue nada
fácil marcharnos. Justamente acababa de nacer Ivar... Pero había que partir.
Fue un viaje encantador, y gracias a él, Torvaldo salvó la vida. Eso sí, costó
dinero en grande.
señora
linde. Ya lo presumo.
nora.
Unas cuatro mil ochocientas
coronas. Bastante, ¿eh?
señora
linde.
Sí; pero, en casos como ése,
es toda una chiripa poseerlo.
nora.
Porque nos lo dio papá.
señora
linde.
¡Ah!, sí. Fue poco antes de
morir, si mal no recuerdo.
nora.
Sí, Cristina, exactamente.
¡Y pensar que se me hizo imposible ir a cuidarle! Estaba esperando de un día a
otro que naciera Ivar, y también debía preocuparme de mi pobre Torvaldo
moribundo. ¡Padre querido! No volví a verle, Cristina. Es lo más penoso que
hube de pasar desde que me casé.
señora
linde.
Ya sé que le tenías mucho
cariño. ¿De modo que os marchasteis a Italia?
nora.
Sí; contábamos con el
dinero, y los médicos nos apremiaban. Nos marchamos un mes después.
señora
linde.
¿Y volvió tu marido radicalmente
curado?
nora.
Radicalmente.
señora
linde. Luego ¿ese médico...?
nora.
¿Cómo dices?
señora
linde.
Me ha parecido oír a la
doncella que ese señor que entraba conmigo era un doctor...
nora.
¡Ah, sí! Es el doctor Rank;
pero no viene como médico. Es nuestro mejor amigo, y nos hace, cuando menos,
una visita al día. No., Torvaldo no se ha sentido enfermo desde entonces. Los
niños también están muy sanos, igual que yo. (Se levanta de repente,
palmeteando.) ¡Dios mío! ¡Cristina, es una delicia vivir y ser feliz!...
Pero ¡qué torpeza!... No hago más que hablar de mis cosas. (Se sienta en un
taburete junto a cristina, acodándose
en sus propias rodillas.) ¡No
te enfades conmigo!... Dime, ¿es verdad que no querías a tu esposo? Pues ¿por
qué te casaste con él?
señora
linde.
En aquel tiempo aún vivía mi
madre; pero estaba enferma e inválida. Para colmo, debía yo sostener a mis dos
hermanitos. Por tanto, no juzgué oportuno rechazar la oferta.
nora.
Puede que tuvieses razón.
¿Luego era rico?
señora
linde.
Sí, creo que gozaba de buena
posición. Pero sus negocios eran inseguros, ¿sabes? Cuando murió, se vino todo
abajo y no quedó nada.
nora.
¿Y qué hiciste?
señora
linde.
Hube de ingeniarme con una
tiendecita, con un modesto colegio y con lo que pude encontrar. Los tres
últimos años han sido para mí como un largo día de trabajo sin tregua. Pero se
acabó todo, Nora. Mi pobre madre no me necesita ya, y los chicos,
tampoco; tienen sus empleos y pueden mantenerse por sí mismos muy bien.
nora.
¡Qué alivio debes de sentir!
señora
linde.
No, Nora; lo que siento es
un vacío inmenso. ¡No tener nadie a quien consagrarse!... (Se levanta,
intranquila.) Por eso no podía aguantar al cabo en aquel rincón. Aquí debe
de ser más fácil encontrar en qué ocuparse y distraer los pensamientos. Si me
cupiera la fortuna de conseguir un empleo; en una oficina, por ejemplo...
nora.
Pero, Cristina, ¡es tan
fatigoso., y. tú pareces ya tan cansada! Sería mejor para ti que fueses a un
balneario.
señora
linde. (Acercándose a la ventana.) Yo no tengo ningún padre que me pague los gastos,
Nora.
nora.
(Se
levanta.)
¡Mujer, no lo tomes a mal!
señora
linde. (Vuelve hacia ella.)
No, Nora, todo lo contrario.
Eres tú la que no debe enfadarse conmigo. Lo peor de una situación como la mía
es que se torna una tan "agria... No se tiene a nadie por quien trabajar,
y sin embargo, se ve una obligada a valerse de todos. Hay que vivir, y eso nos
hace egoístas... No querrás creerme, pero cuando me has contado vuestro cambio
de posición, me alegraba más por mí que por ti.
nora.
¡Cómo!... ¡Ah!, sí...
comprendo; querrás decir que quizá Torvaldo pueda hacer algo por ti.
señora
linde.
Sí, eso he pensado.
nora.
Y lo hará. Déjalo en mis
manos. ¡Ya verás qué bien voy a prepararlo! Buscaré algo agradable para
predisponerle. ¡Tengo tantas ganas de serte útil!
señora
linde.
Eres muy buena al tomarte
ese interés por mí, Nora. Doblemente buena, pues desconoces los sinsabores y
las amarguras de la vida.
nora.
¿Yo?... ¿Que no conozco...?
señora
linde. (Sonriendo.)
Sí, mujer... Bordar un poco
y labores por el estilo... Eres una niña, Nora.
nora.
(Con
un gesto de orgullo lastimado.)
No debías decirlo en ese
tono de superioridad.
señora
linde. ¿Por qué?
nora.
Eres lo mismo que los demás.
Todos estáis convencidos de que no valgo para nada serio...
señora
linde. ¡Vamos, mujer!
nora.
...de que no he pasado por
dificultades en este mundo.
señora
linde.
Querida Nora, acabas de
contarme todos tus contratiempos...
nora.
¡Bah!..., eso son
pequeñeces. (Baja la voz.) No te he contado lo principal.
señora
linde.
¿Lo principal?... ¿Qué
quieres decir?
nora.
Me crees demasiado
insignificante, Cristina, y no debieras hacerlo. Te sientes orgullosa de haber
trabajado tanto por tu madre.
señora
linde.
Yo no creo insignificante a
nadie. Pero, eso sí, lo confieso..., me siento orgullosa y satisfecha de haber
conseguido que fuesen tranquilos, hasta cierto punto, los últimos días de mi
madre.
nora.
Y también te sientes
orgullosa pensando en lo que has hecho por tus hermanos.
señora
linde. Creo que estoy en mi derecho.
nora.
Lo mismo creo yo. Pues
ahora, Cristina, voy a decirte algo. Yo también tengo de qué sentirme orgullosa
y satisfecha.
señora
linde. No lo dudo. Pero ¿de qué se trata?
nora.
Habla más bajo, no te vaya a
oír Torvaldo. Por nada del mundo conviene que él... No debe saberlo nadie más
que tú.
señora
linde.
Pero, criatura, ¿qué es ello?
nora.
Acércate aquí. (Le hace
sentarse a su lado, en el sofá.) Pues verás... También tengo de qué estar
orgullosa y satisfecha. Fui yo quien salvé la vida a Torvaldo.
señora
linde.
¿Tú?... ¿Que tú le salvaste...?
nora.
Ya te he contado lo del
viaje a Italia. Torvaldo no viviría si no hubiera ido allá...
señora
linde.
Sí, porque tu padre te dio
el dinero necesario...
nora.
(Sonriendo.)
Sí, eso es lo que creen
Torvaldo y todo el mundo; pero...
señora
linde. Pero... ¿qué?
nora.
Papá no nos dio nada. Fui yo
la que busqué el dinero.
señora
linde.
¿Tú? ¿Una suma tan grande?
nora.
Cuatro mil ochocientas
coronas. ¿Qué te parece?
señora
linde.
¿Y cómo te las arreglaste?
¿Te tocó la lotería?
nora.
(Desdeñosamente.)
¡La lotería! (Hace un
gesto despectivo.) De ser así, ¿qué mérito habría tenido?
señora
linde. En ese caso, ¿de dónde las sacaste?
nora. (Canturrea y sonríe enigmáticamente.) ¡Ah!...
¡Trala... lalá!
señora
linde.
No1 creo que lo
consiguieras prestado.
nora.
¡Ah! ¿No?... ¿Y por qué no?
señora
linde.
Porque una mujer casada no
puede pedir prestado sin el consentimiento de su marido.
nora.
(Con
un ademán de orgullo.)
¡Ah! ¿Y cuando se es una
mujer casada que tiene algún sentido de los negocios..., una mujer que sabe
administrarse con un poco de inteligencia?...
señora
linde.
Nora, no me explico lo que
quieres decir...
nora.
Ni es menester. Nadie afirma
que haya pedido el dinero prestado. Lo he podido adquirir de otra manera. (Dejándose
caer en el sofá.) He podido recibirlo de algún admirador. Teniendo un
aspecto tan atractivo como el mío...
señora
linde. ¡Eres una loca!
nora.
Ya no puedes negar que
sientes una curiosidad enorme, Cristina.
señora
linde.
Óyeme, Nora: ¿no habrás obrado
irreflexivamente?
nora.
(Irguiéndose.)
¿Es irreflexivo salvar una
la vida de su marido?
señora
linde.
Lo que estimo irreflexivo es
hacerlo sin que lo supiera él...
nora.
Pero si lo que importaba era que no supiese nada. ¡Vamos!, ¿no comprendes?... No debía enterarse de la gravedad de su estado. Fue a mí a quien vinieron los médicos diciéndome que peligraba su
vida, y que solamente una estancia en el Mediodía podría salvarle. ¡No creas
que al principio no intenté hablarle con diplomacia! Le hice ver lo delicioso
que sería para mí viajar por el extranjero, ni más ni menos que tantas otras
mujeres; con súplicas y lloros, le dije que debía tener en cuenta las
circunstancias en que me encontraba, que había de ser comprensivo y ceder...
Entonces fue cuando insinué que podía pedir un préstamo. Pero al oírme casi se
enfadó, Cristina. Me replicó que era una insensata, y que su deber de esposo le
dictaba no someterse a mis caprichos, como él los llamaba. "Bueno,
bueno—pensé—; de todos modos, hay que salvarte." Y a la postre busqué otra
salida...
señora
linde.
¿Y por tu padre no se enteró
tu marido de que el dinero no procedía de él?
nora.
No, nunca. Papá murió por
aquellas mismas fechas. Yo había pensado hacerle cómplice en el asunto y
rogarle que no revelara nada. Pero ¡estaba tan enfermo!... Por desgracia, no
hubo necesidad.
señora
linde.
¿Y después?... ¿Nunca te has
confiado a tu marido?
nora.
¡No lo quiera Dios! ¿Cómo se
te ocurre tal idea? ¡A él, tan severo para estas cosas! Por lo demás, a
Torvaldo, con su amor propio de hombre, se le haría muy penoso y humillante
saber que me debía algo. Se habrían echado a perder todas nuestras relaciones,
y la felicidad de nuestro hogar terminaría para siempre.
señora
linde.
¿No piensas decírselo jamás?
nora.
(Pensativa,
inicia una sonrisa.)
Sí, acaso alguna
vez..., después de muchos años, cuando no sea yo tan bonita como ahora. ¡No te
rías! Quiero decir que cuando ya no guste tanto a Torvaldo, cuando ya no se
divierta viéndome bailar y disfrazarme y declamar... Entonces sería bueno tener
un cable al que asirme... (Interrumpiéndose.) ¡Bah, qué tonterías! Ese
día no llegará nunca. Vamos a ver, Cristina, ¿qué opinas de mi gran secreto?
¿No entiendes que yo también sirvo para algo?... Puedes creer que el asunto me
ha ocasionado serias preocupaciones. No ha sido nada fácil para mí cumplir mi
compromiso a tiempo. Porque te advierto que en este mundo de los negocios hay
lo que se llaman vencimientos y lo que se llama amortización. ¡Y todo eso es
tan difícil de solucionar! De manera que he tenido que ahorrar un poco de aquí
y otro poco de allí..., de donde he podido, ¿sabes? Del dinero de la casa no
podía economizar mucho, porque Torvaldo tenía que comer bien. Tampoco podía
dejar que los niños fuesen mal vestidos, porque todo lo que me daba para ellos
me parecía intangible, como cosa suya. ¡Angelitos míos!
señora
linde.
¡Pobre Nora! Por ende, tus
necesidades personales han debido de pagar las consecuencias.
nora.
Efectivamente. Era algo que
me correspondía. Cada vez que Torvaldo me daba dinero para mi adorno, sólo
gastaba la mitad. Siempre compraba de lo más barato y corriente. Era una
ventaja que todo me sentara a maravilla; de modo que Torvaldo no ha notado
nada. Pero muchas veces se me hacía demasiado cuesta arriba, Cristina. ¡Es tan
agradable ir bien vestida! ¿Verdad?
señora
linde. ¡Y tanto!
nora.
Asimismo he tenido otras
fuentes de ingresos. El invierno pasado pude encontrar un trabajo de copias. Me
encerraba y escribía todas las noches hasta muy tarde. ¡Oh!, con frecuencia me sentía
muy cansada. A pesar de todo, era un placer trabajar y ganar dinero. Parecía
casi como si fuese un hombre.
señora
linde.
¿Y cuánto has podido
devolver así?
nora.
No sabría decírtelo al
detalle. Es muy difícil llevar cuentas en esta clase de negocios. Sólo sé que
he pagado cuanto me ha sido posible reunir. Muchas veces no se me ocurría ya
qué hacer. (Sonríe.) Entonces me quedaba aquí sentada, ideando que un
señor viejo y rico se había enamorado de mí...
señora
linde.
¡Cómo!... ¿Quién?
nora.
...que se había muerto, y
que, al abrir su testamento, se leía en letras muy grandes: "Todo mi
dinero será pagado al contado inmediatamente a la encantadora señora Nora
Helmer."
señora
linde.
Pero, Nora, ¿qué dices?...
¿De quién estás hablando?
nora.
¿No te das cuenta?... No
existe tal señor; es una cosa que me imaginaba siempre cuando no sabía qué
hacer para encontrar dinero. Pero ¡qué más da! Por mí, ese dichoso señor viejo
puede estar donde le plazca.: no me importan nada él ni su testamento;
ya se acabaron las preocupaciones. (Irguiéndose de repente.) ¡Dios mío!
¡Qué gusto poder pensarlo, Cristina! ¡Sin preocupaciones! ¡Poder sentirse
tranquila, absolutamente tranquila; jugar y alborotar con los niños; tener la
casa preciosa, todo como le gusta a Torvaldo! ¡Y calcular que ya se acerca la
primavera con su cielo azul! Para entonces quizá podamos viajar un poco, volver
a ver el mar. ¡De veras es magnífico vivir y ser feliz!
(Se oye la campanilla en la
antesala.)
señora
linde. (Levantándose.) Llaman; será mejor que me vaya.
nora.
No, quédate. No aguardo a
nadie; de fijo, es para Torvaldo...
elena.
(Desde
la. puerta.)
Perdón, señora; hay un
caballero que desea hablar con el señor abogado...
nora.
Con el señor director,
querrás decir...
elena.
Sí, señora, con el señor director.
Pero como el señor doctor está ahí dentro... no sabía si...
nora.
¿Quién es ese caballero?
krogstad.
(En
la antesala.) Soy yo, señora.
(La señora linde, turbada, se vuelve, estremeciéndose, hacia la
ventana.)
nora.
(Avanza
un paso hacia él, intrigada y dice a media voz:) ¿Usted? ¿Qué hay? ¿Qué
quiere hablar con mi marido?
krogstad.
Nada; asuntos bancarios...
Tengo un modesto empleo en el Banco, y he oído decir que su esposo ha sido
nombrado director...
nora.
Pero ¿es que...?
krogstad.
Negocios a secas, señora, y
nada más.
nora.
Pues haga el favor de entrar
por la puerta del despacho. (Saluda con indiferencia y cierra la puerta de
la antesala; luego se acerca a ver el fuego de la estufa.)
señora
linde. Nora... ¿quién es ese hombre?
nora.
Es
un tal Krogstad..., procurador.
señora
linde. ¡Ah!, ¿es él?
nora.
¿Le conoces?
señora
linde.
Le conocí... hace años. Fue
pasante de procurador de nuestro distrito.
nora.
¡Ah, sí!
Ya recuerdo.
señora
linde.
¡Qué cambiado está!
nora.
Creo que ha sido desdichado en
su matrimonio.
señora
linde. Y ahora es viudo, ¿no?
nora.
Sí, con una caterva de
hijos. ¡Ya se anima el fuego! (Cierra la portezuela de la estufa y retira un
poco la mecedora.)
señora
linde.
Dicen que se dedica a toda
clase de negocios.
nora.
¡Ah! ¿Sí?... Puede ser; no
sé... Pero no pensemos en negocios; es una cosa tan aburrida...
(El doctor rank sale- del
despacho de helmer.)
doctor
rank. (Todavía desde la puerta del despacho.)
No, no; no quiero estorbar.
Prefiero charlar un rato con tu mujer. (Cierra la puerta y repara en la. señora linde.) ¡Ah! perdón. Por las
trazas, también estorbo aquí.
nora.
No, no, de ninguna manera. (Presentando.)
El doctor Rank. La señora Linde.
doctor
rank.
¡Ah! sí. Es un nombre que se
oye mucho en esta casa. Creo que he pasado delante de usted al subir la
escalera.
señora
linde.
Sí; yo subo muy despacio,
porque me canso.
doctor
rank.
Algo de debilidad, al
parecer.
señora
linde. Sólo fatiga.
doctor
rank.
¿Nada más? Y, probablemente,
viene usted a descansar acá yendo de festejo en festejo...
señora
linde.
He venido a buscar trabajo.
doctor
rank.
¿Será ése un remedio eficaz
contra el exceso de fatiga?
señora
linde.
¡Una tiene que vivir,
doctor!
doctor
rank.
Sí, eso opina todo el mundo:
que es necesario vivir.
nora.
¡Vamos, vamos, doctor!
También tendrá usted ganas de vivir.
doctor
rank,
¡Ya lo creo! A pesar de lo
mal que estoy, prefiero seguir sufriendo durante el mayor tiempo posible. Todos
mis pacientes piensan otro tanto. Y lo mismo pasa con los que padecen achaques
morales. En este momento acabo de dejar a uno de esos enfermos morales en el
despacho de Helmer...
señora
linde. (Con voz apagada.) ¡Ah!
nora.
¿A quién se refiere usted?
doctor
rank.
¡Oh!, es un tal Krogstad,
procurador; usted no le conoce. Tiene el carácter podrido hasta las raíces...
Pues a su vez ha osado decir que hay que vivir, como si supusiera una cosa de
máxima importancia.
nora.
¿Sí? Entonces, ¿de qué
quería hablar con Torvaldo?
doctor
rank.
No lo sé a ciencia cierta.
Sólo he oído que se trataba del Banco.
nora.
Yo ignoraba que Krogs... que
el procurador tuviera que ver con el Banco.
doctor
rank.
Sí; le han dado una especie
de empleo. (A la señora linde.) No
estoy al tanto de si por allá, entre ustedes, hay esa clase de hombres que se
debaten afanosos por descubrir podredumbres morales, y en cuanto tropiezan con
un individuo enfermo, le adjudican una buena plaza para tenerle en observación.
Mientras, que se queden fuera los sanos.
señora
linde.
No obstante, los enfermos
son, en realidad, los más necesitados.
doctor
rank. (Encogiéndose de hombros.)
Es ese punto de vista el que
convierte la sociedad en un hospital.
nora.
(Como
abstraída en sus pensamientos y palmeteando.) ¡Ja, ja, ja!
doctor
rank.
¿De qué se ríe usted? ¿Sabe
acaso qué es la sociedad?
nora.
¡Qué me importa la dichosa
sociedad!... Me reía de algo muy distinto... algo verdaderamente gracioso...
Dígame, doctor... Todos los que están empleados en el Banco dependerán desde
ahora de Torvaldo, ¿no es así?
doctor
rank.
¿Y eso la divierte a usted
tanto?
nora.
(Sonríe
y canturrea.)
No me haga caso. (Paseándose.)
Sí que es verdaderamente gracioso pensar que nosotros... que Torvaldo haya
ganado tanto autoridad sobre tanta gente... (Saca del bolsillo un cucurucho
de almendras.) ¿Una almendrita, doctor?
doctor
rank.
¡Cómo! ¿Almendritas? Tenía
entendido que eso era mercancía prohibida aquí.
nora.
Sí; pero éstas me las ha
dado Cristina.
señora
linde. ¿Qué? ¿Yo?...
nora.
¡Vaya, vaya, no te asustes!
¿Qué sabías tú de si Torvaldo me había prohibido comer almendras? Es porque le
da miedo que se me estropeen los dientes, ¿comprendes? Pero por una vez, no hay
cuidado. ¿Verdad, doctor? Tenga. (Le mete una almendra en la boca.) Y
tú, otra, Cristina. Yo también tomaré una, sólo una pequeñita... lo más, dos. (Paseándose.)
Ahora sí que me siento feliz. AJ presente hay una sola cosa que tengo unas
ganas vivísimas de hacer.
doctor
rank.
¡Ah! ¿Sí? ¿Y qué es?
nora.
Es algo que siento unos
deseos irresistibles de decir delante de Torvaldo.
doctor
rank.
¿Y por qué no lo dice?
nora.
No me atrevo... Es una cosa
muy fea.
señora
linde. ¿Fea?
doctor
rank.
En ese caso, no le aconsejo
que lo diga. Aunque, a nosotros, bien podía... ¿Qué es lo que tiene usted
tantas ganas de decir delante de Helmer?
nora.
Tengo unas ganas enormes de
gritar: ¡Demonios coronados!
doctor
rank.
Pero ¿está usted loca?
señora
linde. ¡Por Dios, Nora!
doctor
rank. Ya
puede usted decirlo. Aquí viene.
nora.
(Que
esconde el cucurucho.)
¡Chis! (helmer sale del despacho con el
sombrero en la mano y el abrigo colgando del brazo. nora va hacia él.) ¿Qué, por fin has podido
quitártele de encima?
helmer.
Sí; acaba de irse.
nora.
Te voy a presentar; es
Cristina, que ha llegado de fuera.
helmer.
¿Cristina?... Perdón; pero
no sé...
nora.
La señora Linde, Torvaldo;
Cristina Linde...
helmer.
¡Ah, sí! una amiga de la
infancia, supongo.
señora
linde.
Sí; nos conocimos en otro
tiempo.
nora.
Y fíjate: ha hecho este
viaje para poder hablar contigo.
helmer.
¿Qué
oigo?
señora
linde. Vamos... es decir...
nora.
¿Sabes? Cristina entiende
bastante de trabajos de oficina, y ahora tiene mucho interés en ponerse a las
órdenes de un hombre competente, para adquirir más conocimientos...
helmer.
Lo estimo muy acertado,
señora.
nora.
Cuando se enteró de que te
habían nombrado director del Banco...—llegó un telegrama, ¿comprendes?—, se
apresuró a venir aquí. ¿Verdad, Torvaldo, que harás algo por Cristina para
complacerme, eh?
helmer.
No parece del todo
imposible. ¿Es usted viuda quizá?...
señora
linde. Sí.
helmer.
¿Y conoce usted estos
trabajos de oficina?
señora
linde. Bastante.
helmer.
¡Ah! entonces es muy
probable que pueda encontrarle una colocación...
nora.
(Batiendo
palmas.) ¿Lo ves, lo ves?...
helmer.
Llega usted en un momento
oportuno, señora.
señora
linde.
¡Oh! ¿Cómo podría
agradecérselo?...
helmer.
No se preocupe por eso. (Poniéndose
el gabán.) Pero hoy tendrá usted que disculparme...
doctor
rank.
Aguarda; voy contigo. (Busca
su abrigo de pieles y lo calienta ante la estufa.)
nora.
No tardes mucho, Torvaldo.
helmer.
Una hora, nada más.
nora.
¿Te vas tú también,
Cristina?
señora linde.
(Mientras se pone
el abrigo.)
Sí; ahora tengo que buscar
habitación.
helmer.
Pues bajaremos a la calle
juntos.
nora.
(Ayudándola.)
¡Qué lástima que vivamos tan
estrechos! Pero nos es completamente imposible...
señora
linde.
¿En qué estás pensando,
mujer? Adiós, Nora, y gracias por todo.
nora.
Adiós, o hasta luego. Porque
vendrás esta noche, por de contado. Y usted también, doctor. ¡Cómo! ¿Si se
siente usted con bríos?... ¡No faltaba más! Abríguese. (Pasan, charlando, a
la antesala. Se oyen voces de niños fuera, en la escalera.) ¡Ya están aquí,
ya están aquí! (Corre a abrir. La niñera ana
maría viene con los niños.) ¡Entrad, entrad! (Se agacha para
besarlos.) ¡Angelitos míos!... ¿Ves, Cristina? ¿Verdad que son preciosos?
doctor
rank.
Nos os quedéis ahí
hablando., que hay corriente.
helmer.
Venga, señora Linde.
Permanecer aquí ahora es algo que sólo puede resistirlo una madre.
(El doctor rank, helmer y la señora
linde bajan la escalera. ana maría entra con los
niños en el salón, seguida de nora, que cierra la
puerta.)
nora.
¡Tenéis un aspecto
estupendo! ¡Vaya unos colores que traéis! Parecéis manzanas y rosas. (Los niños
le hablan todos a la vez hasta el final del parlamento.) ¿Os habéis
divertido mucho? Así me gusta. ¡Ah! ¿Sí?... ¿Conque has llevado a Emmy y a Bob
en el trineo?... ¡Qué enormidad! ¿A los dos juntos? ¡Sí que eres valiente,
Ivar!... ¡Oh! déjame tenerla un poquito, Ana María. ¡Muñequita mía! (Toma a
la pequeña en brazos y baila con ella.) Sí, sí, Bob; mamá bailará contigo
también. ¡Cómo! ¿Os habéis tirado bolas de nieve? ¡Qué pena no haber estado con
vosotros! No, deja, Ana María; yo misma les quitaré los abrigos. Sí, mujer, me
encanta hacerlo. Entre tanto, pasa ahí; tienes cara de frío. Hay café caliente esperándote.
(ANA maría pasa a la habitación
de la izquierda. nora quita
los abrigos a los niños, desperdigándolos por la escena. Los niños siguen
hablando todos a la vez.) ¿Sí?... ¿Decís que os ha seguido un perro grande,
corriendo detrás de vosotros? Pero no os mordería, ¿en?... No; los perros no
muerden a los muñequitos encantadores como vosotros, ¡Ivar, no toques los
paquetes! ¡Si tú supieras lo que hay dentro!... Una cosa horrenda... ¡Anda,
vamos a jugar! Al escondite... ¿queréis?... Bob se esconderá el primero... ¿O
preferís que me esconda yo?...
(Se ponen a jugar todos,
riendo y alborotando, en el salón y en la biblioteca de la derecha. Por fin, nora se esconde debajo de la mesa. Los niños irrumpen precipitadamente, sin
encontrarla; pero, al oír su risita contenida, se lanzan todos hacia la mesa,
levantando el tapete, y la descubren. Ruidosa alegría. nora sale a gatas como para asustarlos. Mientras, ha llamado alguien a la
puerta, sin que nadie lo note. Se abre la puerta un poco, y aparece krogs-tad. Se detiene un momento en tanto que el juego
continúa.)
krogstad.
Usted perdone, señora...
nora.
(Emite
un grito ahogado, levantándose a medias.) ¡Ah! ¿Qué desea usted?...
krogstad.
Dispénseme. Como la puerta
estaba abierta... Se habrán olvidado de cerrarla.
nora.
(Levantándose.)
No está en casa mi marido,
señor Krogstad.
krogstad.
Ya
lo sé.
nora.
¿A qué viene usted aquí,
pues?
krogstad.
A hablar dos palabras con
usted.
nora.
¿Conmigo?... (A los
niños, en voz baja.) Marchaos con Ana María. ¿Cómo? No, no, el hombre no va
hacer nada malo a mamá. En cuanto se haya ido, volveremos a jugar. (Conduce
a los niños a la habitación de la izquierda y cierra la puerta tras ellos. Con
inquietud, intrigada.) ¿Quería usted hablarme?...
krogstad.
Sí, eso quiero.
nora.
¿Hoy?... Pero si aún no
estamos a primeros de mes...
krogstad.
No, hoy es Nochebuena; y de
usted depende cómo va a pasar estas Navidades...
nora.
Habrá de hacerse cargo. Hoy
no puede de ninguna manera...
krogstad.
Por ahora no vamos a hablar
de eso. Se trata de otra cosa. Me figuro que podrá dedicarme un momento.
nora.
¡Oh! sí, claro, por
supuesto... aunque...
krogstad.
Muy bien. Estaba yo sentado
en el restaurante Olsen, cuando he visto pasar a su marido...
nora.
Sí,
sí.
krogstad.
...con una señora.
nora.
¿Y qué...?
krogstad.
¿Puedo hacerle una pregunta?
¿No era la señora Linde?
nora.
Sí.
krogstad.
¿Acaba de llegar a la
ciudad?
nora.
Sí, ha llegado hoy.
krogstad.
¿Y es amiga íntima de usted?
nora.
Sí; pero no veo qué
relación...
krogstad.
Yo también la conocía.
nora.
Lo
sé.
krogstad.
¿De veras? Así, estará usted
enterada. Me lo suponía. Entonces podré preguntarle con toda franqueza: ¿es
verdad que la señora Linde va a tener un empleo en el Banco?
nora.
Señor Krogstad, ¿cómo se
permite preguntarme eso usted, que es un subordinado de mi marido? Pero, ya que
me lo pregunta, voy a responderle. Es verdad; la señora Linde tendrá una
colocación, y además, soy yo quien ha influido para ello. Ya lo sabe usted,
señor Krogstad.
krogstad.
He
acertado.
nora.
(Paseándose.)
Como puede suponer, una
tiene algo de influencia. No crea que ser mujer no quiere decir que... Cuando
se es un subordinado, señor Krogstad, hay que obrar con un poco de tacto para
no mortificar a una persona que...
krogstad.
¿...que tiene influencia?
nora.
Eso
es.
krogstad.
(Cambiando
de actitud.)
Señora, ¿sería usted tan
amable que empleara su influencia en mi favor?
nora.
¡Cómo! ¿Qué se propone?
krogstad.
¿Sería usted tan amable que
se preocupara de que pueda yo conservar mi empleo en el Banco?
nora.
¿Qué significa esto?...
¿Quién ha pensado en quitarle su empleo?
krogstad.
¡Oh! no hay para qué fingir.
Comprendo muy bien que a su amiga no le guste tropezarse conmigo, y ahora,
además, comprendo a quién debo agradecer mi cesantía.
nora.
Le aseguro que...
krogstad.
Bueno, bueno. En una
palabra, todavía está usted a tiempo de impedirlo.
nora.
Pero, señor Krogstad, si no
tengo ninguna influencia...
krogstad.
¡Ah! ¿No? Pues me parece que
acaba usted de afirmar...
nora.
Sin duda, no he querido
decir que... ¿Cómo puede usted creer que yo tenga tanta influencia con mi
marido?
krogstad.
¡Oh! conozco a su esposo
desde que éramos estudiantes. Y dudo mucho de que el señor director sea más
enérgico que otros maridos.
nora.
Si habla usted
despectivamente de mi esposo, puede ir tomando la puerta.
krogstad.
Es usted valiente, señora.
nora.
Ya no le tengo miedo.
Después de Año Nuevo me veré libre en absoluto.
krogstad.
(Reprimiéndose.)
Óigame, señora. Si hay que
hacerlo, lucharé con todas las armas por mantener mi puesto en el Banco.
nora.
Es de presumir.
krogstad.
No sólo por los ingresos,
que son lo que menos me importa. Por otra cosa que... Bien; se lo diré. Usted
sabrá, indudablemente, como todo el mundo, que hace unos cuantos años cometí
cierta imprudencia...
nora.
Sí; creo que he oído hablar
algo de eso.
krogstad.
El asunto no llegó a los
tribunales, aunque en seguida se me cerraron todos los caminos. Y entonces
emprendí esa clase de negocios que usted no ignora. A algo tenía que agarrarme,
y me atrevo a decir que no he sido peor que otros. Pero hoy necesito
salir de todo eso. Mis hijos ya van siendo mayores, y se impone que recobre mi
reputación. El empleo del Banco representaba para mí el primer escalón, y ahora
resulta que su esposo quiere arrojarme de él para hacerme caer nuevamente en el
fango.
nora.
Pero, por amor de Dios,
señor Krogstad; no está en mis manos ayudarle.
krogstad.
Porque no quiere usted; pero
cuento con medios para obligarla.
nora.
¿Será usted capaz de decir a
mi marido que le debo dinero?
krogstad.
¿Y si lo hiciera?
nora.
Sería una infamia por su
parte. (Con voz rota.) ¡Ese secreto que es mi alegría y mi orgullo...
saberlo él de una manera tan indigna y vergonzosa... saberlo por usted! Me
expondría a los mayores disgustos...
krogstad.
¿Sólo a disgustos?...
nora.
(Con
vehemencia.)
Pero hágalo, si quiere; será
para usted peor... Así, se dará cuenta mi marido de lo despreciable que es
usted, y entonces sí que se quedará sin su empleo.
krogstad.
Acabo de preguntar si no son
más que disgustos familiares lo que usted teme.
nora.
No cabe duda de que, si mi
marido se entera, pagará en el acto el resto de la deuda; y así acabaremos con
usted definitivamente.
krogstad.
(Avanza
un paso hacia ella.) Oiga, señora... ¿es que no tiene usted memoria, o es
que no entiende de negocios? Por lo que veo habré de ponerla al corriente sobre
este particular.
nora.
¡Cómo!
krogstad.
Cuando estaba enfermo su
esposo vino usted a pedirme prestadas cuatro mil ochocientas coronas...
nora.
No conocía a nadie más...
krogstad.
Yo prometí procurarle ese
dinero.
nora.
Y
me lo procuró.
krogstad.
Pero en ciertas
condiciones. Estaba usted entonces tan preocupada con la enfermedad de su
esposo, y tan ansiosa de encontrar dinero para el viaje, que creo que no pensó
bien en los detalles. Y no me parece inoportuno recordárselos. Le prometí
proporcionarle el dinero, contra un recibo que yo mismo había redactado.
nora.
Sí, y lo firmé.
krogstad.
De acuerdo. Pero a
continuación, había yo agregado algunas líneas, por las cuales su padre se
hacía responsable de la deuda. Esas líneas debía firmarlas él mismo.
nora.
¿Qué debía...? Las firmó.
krogstad.
Dejé la fecha en blanco,
para que su padre la pusiera cuando firmase el documento. ¿Se acuerda usted?
nora.
Sí, creo que sí.
krogstad.
Y después le di a usted el
recibo para que lo enviase por correo a su padre. ¿No fue así?
nora.
Así
fue.
krogstad.
Como es natural, lo hizo
usted en seguida, porque, pasados unos cinco o seis días, me devolvió el mismo
documento con la firma de su padre. Y entonces cobró usted el dinero.
nora.
Sí, bien. ¿Y no he ido
pagando con regularidad?
krogstad.
Poco más o menos. Pero,
volviendo a lo de antes... Aquéllos eran tiempos bastante difíciles para usted,
señora...
nora.
Lo
eran, sí.
krogstad.
Y
su padre estaba muy enfermo, creo,
nora.
Muriéndose.
krogstad.
¿Y murió poco después?
nora.
Sí.
krogstad.
Dígame, señora, ¿recuerda
usted, por casualidad, la fecha de la muerte de su padre?
nora.
Papá murió el veintinueve de
septiembre.
krogstad.
Exactamente. Lo sabía. Por
eso mismo (Saca un papel), no acabo de explicarme cierta
particularidad...
nora,
¿Qué particularidad? No
caigo...
krogstad.
Es sorprendente, señora, que
su padre firmara el documento tres días después de su muerte. (nora guarda silencio) ¿Puede
explicármelo usted? (nora. permanece
callada.) También es singular que la fecha dos de octubre y el año, no
estén escritos por la mano de su padre, sino por otra mano que creo
reconocer... Bueno; eso es explicable. Puede que su padre se olvidara de fechar
la firma, y que lo haya hecho cualquiera antes de saber su muerte. En eso no
hay nada malo. Lo que importa es la firma. Me figuro que será auténtica,
¿verdad? Porque supongo que sería su propio padre quien puso su nombre...
nora. (Tras de una corta pausa, levanta desdeñosamente la cabeza y le mira
con resolución.) No, no fue él. Fui yo misma quien escribió el nombre
de papá.
krogstad.
Oiga, señora, ¿se percata
usted de lo grave que es esa confesión?
nora.
¿Por qué, si pronto va usted
a percibir su dinero?...
krogstad.
¿Me permite otra pregunta?
¿Por qué razón no envió usted el papel a su padre?
nora.
Era imposible: ¡estaba papá
tan enfermo! Si le hubiese pedido la firma, también habría tenido que
concretarle en qué se invertiría el dinero. ¿Y cómo iba a decirle, tan enfermo
como estaba, que peligraba la vida de mi marido? Era imposible.
krogstad.
En tal caso, lo mejor para
usted habría sido prescindir de ese viaje al extranjero.
nora.
Era no menos imposible. Ese
viaje iba a traer la salvación de mi marido, y no podía yo desistir de él.
krogstad.
¿Y no se le ocurrió a usted
que estaba cometiendo una estafa en contra mía?
nora.
No podía pararme a pensar en
esas cosas. Para nada me cuidaba de usted. Se me hacía odioso por la frialdad
de los razonamientos que oponía a mis deseos, aun sabiendo el peligro en que
estaba mi marido.
krogstad.
Señora, con toda evidencia
desconoce usted la gravedad de lo que ha hecho. Sólo le diré que lo que hice yo
cuando perdí toda mi posición social no fue ni más ni menos que eso.
nora.
¿Usted? ¿Quiere convencerme
de que ha hecho algún sacrificio por salvar la vida de su mujer?
krogstad.
A las leyes no les importan
los motivos.
nora.
Pues son unas leyes muy
malas.
krogstad.
Malas o no... si yo presento
este documento a las autoridades, será usted condenada por esas leyes.
nora.
Me resisto a creerlo. ¿Acaso
una hija no tiene derecho a evitar a su anciano padre moribundo inquietudes y
disgustos? ¿Acaso una esposa no tiene derecho a salvar la vida de su esposo? Yo
no conozco las leyes a fondo; pero estoy segura de que en algún sitio se dice
que esas cosas están permitidas. ¿Y usted, procurador, no se ha enterado de
ello? Debe de ser bastante mal jurista, señor Krogstad.
krogstad.
Posiblemente. Pero en
negocios como los que median entre usted y yo, espero que concederá que soy bastante
entendido. Bien. Haga lo que quiera, aunque conste que, si me hundo por segunda
vez, irá usted a hacerme compañía. (Saluda y vase.)
nora.
(Se
queda largo rato pensativa.
Levantando la cabeza.)
¡Bah, querrá asustarme! Pero
no soy tan cándida. (Empieza a ordenar la ropa de los niños, que abandona
pronto.) Aunque... ¡No, no es posible! Si lo hice por amor...
Los niños. (A la puerta de la izquierda.) ¡Mamá, se ha
ido el hombre!
nora.
Sí, sí; ya lo sé. Pero no
habléis más de él, ¿habéis oído? ¡Ni a papá!
Los niños.
No, mamá. ¿Jugamos ya?
nora.
No, no; ahora no.
Los niños.
¡Oh, mamá! nos lo habías
prometido.
nora.
Sí; pero ahora no puedo:
tengo mucho que hacer. Andad, marchaos3 hijos míos. (Empujándolos
cariñosamente, cierra la puerta tras ellos. Se sienta en el sofá, toma su labor
y da algunas puntadas, interrumpiéndose luego.) ¡No! (Deja caer su
labor, va a la puerta de la antesala y llama.) ¡Elena! ¡Tráeme el árbol! (Se
acerca a la mesa de la izquierda, abre el cajón y se queda suspensa.) ¡No;
es de todo punto imposible!
elena.
(Con
el árbol.) ¿Dónde lo dejo, señora?
nora.
Aquí en medio.
elena.
¿Hay que traer algo más?
nora.
No, gracias; tengo lo que
necesito. (ELENA sale después de dejar el árbol. nora empieza a arreglarlo.) Hacen falta velas y
flores... ¡Qué persona tan repugnante!... ¡Es absurdo, absurdo! No pasará nada.
El árbol va a quedar precioso... Haré todo lo que quieras, Torvaldo... cantaré
para ti, bailaré para ti... (Entra helmer
con un rollo de papeles bajo el brazo.) ¡Ah! ¿Ya estás aquí?
helmer.
Sí. ¿Ha venido alguien?
nora.
¿Aquí? No.
helmer.
¡Qué extraño! He visto a
Krogstad salir del portal.
nora.
¡Ah! sí, es verdad. Krogstad
ha estado un momento.
helmer.
Nora, te lo conozco en la
cara; ¿a que ha venido a pedirte que me hablaras en su favor?
nora.
Sí.
helmer.
Y debías hacerlo como si
fuese por tu propia iniciativa, ocultándome que había estado aquí. ¿No te lo ha
pedido también?
nora.
Sí, Torvaldo; pero...
helmer.
¡Nora, Nora! ¿Y tú has sido
capaz de eso? ¡Mantener una conversación con semejante individuo, haciéndole
una promesa inclusive! ¡Y encima, decirme una mentira!...
nora.
¿Una mentira?...
helmer.
¿Pues no me has dicho que no
había venido nadie? (Amenazando con el dedo.) No volverá a hacer eso mi
pajarito cantor. Un pajarito cantor debe tener el pico limpio para gorjear sin
desafinaciones. (Cogiéndola por la cintura.) Así ha de ser, ¿no? (Soltándola.)
Y ahora, no hablemos más de ello. (Se sienta delante de la estufa.) ¡Qué
bien se está aquí! (Hojea sus papeles.)
nora.
(Ocupada
en arreglar el árbol, después de una pausa.) \ Torvaldo!
helmer.
¿Qué?
nora.
Estoy muy ilusionada con el
baile de máscaras de pasado mañana en casa de los Stenborg.
helmer.
Y yo estoy intrigadísimo
pensando en la sorpresa que me preparas.
nora.
¡Oh, qué pesadez!
helmer.
¿Cuál?
nora.
No se me ocurre ningún
disfraz que valga la pena; todo resulta soso y disparatado.
helmer.
¿Ahora sales con ésas?
nora.
(Detrás
del sillón, con los brazos apoyados en el respaldo.) ¿Estás muy
atareado, Torvaldo?
helmer.
Regular.
nora.
¿Qué papeles son ésos?
helmer.
Cosas del Banco.
nora.
¿Ya?
helmer.
El director saliente me ha
dado plenos poderes para introducir los cambios necesarios en el personal y en
la organización de los negocios. Dedicaré la semana de Navidad a hacerlo.
Quiero que para Año Nuevo esté en regla todo.
nora.
Entonces, ¿por eso el pobre
Krogstad...?
helmer.
¡Ejem!...
nora. (Sigue apoyada en el respaldo, mientras le acaricia
el cabello.) Si no estuvieras tan
atareado, querría pedirte un
favor muy grande.
helmer.
Vamos a ver:
¿en qué consiste?
nora.
No hay nadie con un gusto
tan exquisito como tú. ¡Tengo tantos deseos de aparecer bonita en el baile de
máscaras!... Torvaldo, ¿no podrías ocuparte un poco de mí, y elegirme el
disfraz?
helmer.
¡Vaya, vaya! ¿Conque la
testarudita se decide a pedir ayuda, eh?
nora.
Sí, Torvaldo; si no me
ayudas, no se me ocurrirá nada.
helmer.
Bien, bien; lo pensaré. Ya
buscaremos algo.
nora.
¡Qué bueno eres! (Se
dirige de nuevo al árbol.) ¡Cómo lucen las flores encarnadas en el árbol!...
Pero oye, di: ¿es realmente tan grave lo que ha hecho Krogstad?..,
helmer.
Ha falsificado firmas. ¿Te
percatas de lo que representa eso?
nora.
¿No puede haberlo hecho
movido por la necesidad?
helmer.
Sin duda, si no movido por
la irreflexión, igual que muchos otros. Pero yo no tengo tan poco corazón como
para condenar sin piedad a un hombre sólo por un acto de esa índole.
nora.
¿Verdad que no, Torvaldo?
helmer.
Muchos pueden rehabilitarse,
si confiesan de plano su delito y sufren el correspondiente castigo.
nora.
¿Castigo...?
helmer.
Sí; pero Krogstad no ha
seguido ese camino. Se ha valido de trampas y artimañas, y eso es lo que le ha
arruinado moralmente.
nora,
¿Crees que...?
helmer.
Piensa que un hombre así,
con la conciencia de su falta, tiene que mentir, disimular y fingir en todas
partes; tiene que enmascararse hasta en familia, delante de su mujer y de sus
propios hijos. Y lo de que mezcle en ello a sus hijos es lo peor de todo, Nora.
nora.
¿Por qué?
helmer.
Porque una atmósfera
semejante de falsedad contamina irremisiblemente el hogar. Cada vez que
respiran, los hijos se contagian de gérmenes malsanos.
nora.
(Acercándose.)
¿Estás
seguro de eso?
helmer.
¡Claro! Como abogado, lo he
comprobado en numerosas ocasiones. Casi todas las personas depravadas en su
juventud han tenido madres embusteras.
nora.
¿Por qué madres...
precisamente?
helmer.
De ordinario son las madres;
aunque, como es lógico, también los padres influyen en este sentido. Bien lo
saben todos los abogados. Sin embargo, Krogstad ha estado envenenando a sus
hijos año tras año en su propio hogar, con mentiras y simulaciones. Por eso le
considero moralmente arruinado. (Tendiéndole las manos.) Y por eso, mi
querida Nora, vas a prometerme no hablar más en su favor. ¡Dame tu mano! Pero,
mujer, ¿a qué aguardas... qué es eso?... ¡Dámela! Así. Entonces, convenido. Te
aseguro que me hubiera sido absolutamente imposible trabajar con él. Siento un
verdadero malestar físico junto a tales personas.
nora.
(Retira
su mano, y se dirige al otro lado del árbol.)
¡Qué calor se nota aquí! ¡Y
yo que tengo tanto que hacer...!
helmer.
(Se
levanta y recoge sus papeles.)
Voy a echar una ojeada a
esto antes de sentarnos a la mesa. Luego me ocuparé de tu disfraz. ¡Quién sabe
si, a lo mejor, tengo algo dispuesto para colgarlo del árbol, envuelto en un
papel dorado! (Poniéndole una mano sobre la cabeza.) ¡Querido pajarito
cantor! (Entra en su despacho cerrando la puerta.)
nora.
(En
voz baja, luego de un silencio.) ¡No, no es verdad!... ¡Es
imposible!
¡Tiene que ser imposible!...
ana
maría. (A la puerta de la izquierda.)
Los niños piden que su mamá
les permita entrar,
nora.
¡No, no; no les dejes venir
conmigo! Quédate tú con ellos, Ana María.
ana
maría.
Está bien, señora. (Cierra
la puerta.)
nora.
(Pálida
de terror.)
¡Pervertir a mis
hijos!... ¡Envenenar el hogar! (Pausa. Levanta la cabeza.) ¡No, no es
verdad!... ¡No puede serlo!
ACTO SEGUNDO
La misma decoración.
Junto al piano está el árbol de Navidad,
despojado y con las velas consumidas. Sobre el sofá yace el abrigo de Nora.
Ésta, sola en
el salón, se pasea, intranquila, de un lado a otro. Al cabo se detiene frente
al sofá y coge el abrigo.
nora.
(Dejando
el abrigo nuevamente.) ¡Alguien viene!... (Se acerca a la puerta y
escucha.) No, no hay nadie. ¡Quién iba a venir el día de Navidad... ni
mañana tampoco! Peto cuando menos se piense... (Abre la puerta y mira.) Pues
no hay nada en el buzón; está vacío. (Paseándose.) ¡Qué necedad! ¡Claro
que no lo hará!... No es posible que suceda una cosa así. No puede ser. ¡Tengo
tres hijos pequeños!
(ana
maría entra por la puerta de la izquierda, con una caja grande de cartón.)
ana
maría. Por fin encontré la caja del disfraz.
nora.
Gracias; déjala sobre la
mesa.
ana
maría. (Saliendo.) El disfraz necesita bastante arreglo.
nora.
¡Oh, lo haría trizas!
ana
maría.
¡Vamos, señora! Con un poco
de paciencia, puede arreglarse.
nora.
Sí; iré a pedir
a la señora Linde que me ayude.
ana
maría.
¿Salir otra vez? ¿Con el
tiempo que hace?... Va usted a atrapar frío y a ponerse enferma.
nora.
¡Bah! no es eso lo peor que
puede pasarme... ¿Qué hacen los niños?
ana
maría.
Los pobrecitos juegan con
sus regalos; pero...
nora.
¿Preguntan a menudo por mí?
ana
maría.
Como están tan acostumbrados
a jugar con su mamá...
nora.
Sí, Ana María; pero ya no podré
permanecer con ellos tanto como antes.
ana
maría.
Menos mal que los niños se
habitúan a todo.
nora.
¿Crees que olvidarán a su
mamá si se fuera para siempre?...
ana
maría.
¡Qué idea!... ¿Para siempre?
nora.
Dime, Ana María... Muchas
veces me he preguntado cómo fuiste capaz de dejar a tu hija en manos extrañas.
ana
maría.
¡Qué remedio quedaba, si
había que criar a Norita!...
nora.
Bueno; pero ¿cómo pudiste
hacerlo?
ana
maría.
¡Me ofrecían una colocación
tan buena...! Si una muchacha pobre ha tenido un desliz, por fuerza ha de
amoldarse. Porque el infame no quiso hacer nada por mí.
nora.
Pero, de seguro, te habrá
olvidado tu hija.
ana
maría.
¡No, eso sí que no! Me
escribió cuando la confirmaron, y también después, cuando se casó.
nora.
(Abrazándola.)
¡Ana María, fuiste muy buena
madre para mí, cuando yo era pequeña!...
ana
maría.
La pobre Norita no tenía
otra madre que yo...
nora.
Si los niños llegaran a no
tenerla tampoco... estoy convencida de que tú... (Abre la caja.) Ve con
ellos. Ahora tengo que... Ya verás qué guapa voy a ponerme mañana.
ana
maría.
No me cabe duda de que en
todo el baile no habrá otra tan guapa como la señora. (Sale por la puerta de
la izquierda.)
nora.
(Empieza
a sacar las cosas de la caja; pero luego deja todo a un lado.)
Si me atreviese a ir... Sí
estuviera segura de que no venía nadie... Si no ocurriese nada en casa entre
tanto... ¡Qué tontería! No vendrá nadie. ¡Más vale no pensar! Cepillaré el
manguito... ¡Qué bonitos son estos guantes!... Uno, dos, tres... cuatro,
cinco... seis... (Da un grito.) Alguien viene... (Intenta ir hacia la
puerta; pero se para, indecisa. La señora
linde entra por la antesala, donde ha dejado su abrigo.) ¡Ah!...
eres tú, Cristina... No ha venido nadie más, ¿verdad? ¡Cuánto me alegro de que
hayas llegado!
señora
linde.
Me han dicho que habías
estado en casa preguntando por mí.
nora.
Sí, pasaba por allí
casualmente. Quería pedirte que me ayudases a algo. Vamos a sentarnos aquí, en
el sofá. Oye: mañana por la noche hay un baile de máscaras en el piso de arriba,
en casa del cónsul Stenborg, y Torvaldo quiere que me disfrace de pescadera
napolitana y baile la tarantela que aprendí en Capri.
señora
linde.
¡Hola! ¿Conque vas a dar una
función?
nora.
Sí, eso quiere Torvaldo.
Mira, aquí tengo el traje que él encargó confeccionarme allá; pero está tan
estropeado, que francamente, no sé qué hacer...
señora
linde.
No te apures; lo
arreglaremos en seguida. Es sólo el adorno, que se ha descosido por algunos
sitios. ¿Tienes hilo y aguja? ¡Ah! pero si aquí hay todo lo que necesitamos.
nora.
¡Qué buena eres!
señora
linde. (Cosiendo.)
¿De manera que te disfrazas
mañana?... Entonces vendré un momento a verte. Por cierto que se me había
olvidado darte las gracias por la velada tan deliciosa que pasé ayer.
nora.
(Se
levanta y pasea.)
¡Oh! Pues a mí me pareció
que ayer no lo pasamos tan bien como otros años. Debías haber venido a la
ciudad antes, Cristina. Torvaldo se ingenia muy bien para hacer amable y
acogedora la casa.
señora
linde.
Y tú lo mismo... Por algo
eres hija de tu padre. Pero dime: ¿está el doctor Rank siempre tan decaído como
ayer?
nora.
No; ayer lo estaba más que
de ordinario. El pobre se encuentra gravemente enfermo. Padece una tuberculosis
de la medula, ¿sabes?... Su padre era un hombre detestable que tenía queridas,
y otras cosas peores,.. Debido a eso, el hijo fue enfermizo desde su niñez.
señora
linde. (Dejando la labor.)
Pero, Nora, criatura, ¿cómo
te enteras de semejantes cosas?
nora.
(Paseándose.)
¡Oh!... Cuando una ha tenido
tres niños, recibe a veces la visita de ciertas señoras... que son casi médicos
y dan determinados detalles.
señora
linde. (Vuelve a su labor. Breve silencio.)
¿Viene aquí el doctor Rank a
diario?
nora.
Todos los días. Es el mejor
amigo de la infancia de Torvaldo, y también muy buen amigo mío. Le consideramos
como de la familia.
señora
linde.
Pero ¿es un hombre
verdaderamente sincero?... Vamos, quiero decir que si le gusta adular.
nora.
No; todo lo contrario. ¿Cómo
has pensado eso?
señora
linde.
Ayer, cuando me lo
presentaste, me afirmó que había oído aquí frecuentemente mi nombre, y luego me
di cuenta de que tu marido no tenía ni la menor noción de quién era yo. Dime,
¿cómo podía, entonces, el doctor Rank...?
nora.
Pues es muy sencillo,
Cristina. Torvaldo siente tal adoración por mí, que quiere que sea sólo para
él, como dice. Figúrate que al principio se ponía medio celoso sin más que
oírme hablar de los seres queridos de mi familia. Desde entonces, como es
natural., dejé de hacerlo. Pero con el doctor Rank hablo a menudo de estas
cosas; a él le gusta oírme.
señora
linde.
Escucha, Nora: en muchos
aspectos eres todavía una niña, y como yo soy bastante mayor que tú y tengo un
poco más de experiencia, entiendo que puedo darte un consejo: deberías cortar
con el doctor Rank.
nora.
¿Cortar? ¿Qué?
señora
linde.
Esas relaciones. Por
ejemplo, ayer me hablaste de un admirador rico, que iba a proporcionarte
dinero...
nora.
Sí, te hablé de uno; pero no
existe, por desgracia... ¿Qué más?
señora
linde.
¿Tiene fortuna
el doctor?
nora.
Si.
señora
linde. ¿Y familia?
nora.
No,
familia no; pero...
señora
linde.
¿Y viene aquí todos los
días?
nora.
Sí, ya te lo he
dicho.
señora
linde.
¿Y cómo es posible que un
hombre tan correcto llegue a ese extremo?
nora.
No
te comprendo.
señora
linde.
¡Vamos, Nora! Es inútil
disimular. ¿Crees que yo no he deducido quién te prestó las cuatro mil
ochocientas coronas?
nora.
Pero ¿has perdido el juicio?
¿Eres capaz de creer tal cosa? ¡Un amigo que viene aquí todos los días!
¡Figúrate qué situación tan violenta!
señora
linde.
¿Conque de veras no es él?
nora.
No, te aseguro que no. Ni
siquiera se me ha pasado por la imaginación... Por otra parte, en aquella
época, él no tenía dinero para prestar a nadie; heredó después.
señora
linde.
Ha sido una suerte para ti,
querida Nora.
nora.
No, jamás se me habría
ocurrido... y eso que estoy segura en absoluto de que si se lo pidiera...
señora
linde. Pero no lo harás, por supuesto.
nora.
Por supuesto que no. Además,
no creo que sea necesario. Sin embargo, estoy bien persuadida de que si yo
hablara con el doctor Rank...
señora
linde.
¿A espaldas de tu marido?...
nora.
Tengo que salir de esta
situación, aunque sea a espaldas suyas. Es indispensable.
señora
linde.
Eso te decía yo ayer;
pero...
nora.
(Paseándose.)
Un hombre puede arreglar esos
asuntos mucho mejor que una mujer...
señora
linde.
Si aludes al marido, sí.
nora.
¡Niñerías! (Se detiene.) Cuando
se han pagado todas las deudas, devuelven el recibo, ¿no es verdad?
señora
linde. Por de contado.
nora.
Y ya se puede romper en cien
mil pedazos el maldito papel... arrojándolo al fuego.
señora
linde. (La mira con fijeza, deja la labor y se levanta lentamente.) Nora, tú me
ocultas algo.
nora.
¿En qué lo notas?
señora
linde.
Desde ayer por la mañana ha
sobrevenido alguna novedad. Nora, ¿qué te ha pasado?
nora. (Volviéndose hacia ella.)
¡Cristina! (Escuchando.) ¡Chis!
Ha llegado Torvaldo. Anda, ve con los niños por el momento. Torvaldo no puede
ver coser... Di a Ana María que te ayude.
señora
linde. (Mientras recoge algunas de las prendas.) Está bien; pero no pienso marcharme de aquí hasta que
hayamos hablado sin rodeos. (Vase por la puerta de la izquierda,
al mismo tiempo
que helmer entra por
la de la antesala.)
nora.
(Yendo
hacia él.)
¡Con qué impaciencia te
esperaba, Torvaldo!
helmer.
¿Era la costurera?
nora.
No; era Cristina. Está
ayudándome a arreglar el traje. Ya verás qué bien voy a quedar.
helmer.
Sí; ¿no he tenido una buena idea?
nora.
¡Magnífica! Pero yo a mi vez
tengo el mérito de procurar complacerte.
helmer.
(Acariciándole
el mentón.)
¿Mérito... por complacer a
tu marido?... Bueno, bueno, locuela; ya sé que no es eso lo que querías decir.
Pero no deseo estorbarte más, porque irás a probarte, supongo.
nora.
¿Y tú irás a trabajar?
helmer.
Sí. (Le enseña un rollo
de papeles.) Mira: he estado en el Banco... (Se dirige a. su despacho.)
nora.
¡Torvaldo!
helmer.
(Deteniéndose.)
¿Qué?
nora.
Si tu ardillita te pidiera
encarecidamente una cosa...
helmer.
¿Qué
cosa?
nora.
¿La harías?
helmer.
Primero necesito saber de
qué se trata, como es natural.
nora.
Si quisieras ser tan bueno y
complacerme, la ardillita brincaría de gozo...
helmer.
¡Vaya! Dime qué es.
nora.
Tu alondra cantaría por toda
la casa...
helmes.
¡Oh! eso ya lo hace mi
alondra de continuo.
nora.
Haría la sílfide y bailaría
para ti a la luz de la luna, Torvaldo.
helmer.
Nora, espero que no
insistirás en lo que pretendías esta mañana.
nora. (Aproximándose.)
Sí, Torvaldo... ¡Te lo pido
por favor!
helmer.
¿Y te atreves a volver a
hablarme de ese asunto?
nora.
Anda, sé complaciente. Deja
que continúe Krogstad en el Banco.
helmer.
Pero, querida Nora, si ya he
destinado ese puesto a la señora Linde.
nora.
Sí, has sido muy amable;
pero puedes despedir a otro empleado en lugar de Krogstad.
helmer.
¡Eres de lo más testaruda!
¿Crees que yo, porque le hayas prometido irreflexivamente interceder en favor
suyo...?
nora.
Si no es por eso, Torvaldo.
Es por ti. Tú mismo me has dicho que ese hombre escribe en los peores
periódicos. Puede hacerte muchísimo daño. Le tengo miedo...
helmer.
Sí, ya comprendo. Te
acuerdas de lo que pasó en otra época, ¿no?
nora.
¿Qué quieres decir?
helmer.
Me figuro que piensas en tu
padre.
nora.
Sí, ciertamente; no olvides
lo que escribieron en los periódicos personas viles, diciendo verdaderas
atrocidades de él. Si no llega a enviarte el ministerio para hacer
indagaciones, y si no hubieras sido tan benévolo con él, estoy convencida de
que habrían acabado por destituirle.
helmer.
Querida Nora, hay una gran
diferencia entre tu padre y yo. Tu padre no era realmente un funcionario
inatacable. Yo, sí, y espero seguir siéndolo en tanto que conserve mi puesto.
nora.
¡Oh! nadie sabe lo que son
capaces de inventar las malas lenguas. Y ahora que podríamos vivir tan
tranquilos y tan felices en nuestro apacible hogar... tú, yo y los niños... Por
eso te pido con tanto ahínco...
helmer.
Pues justamente porque eres
tú la que intercedes por él, me es imposible acceder. Ya saben en el Banco que
voy a despedirle; si llegara a hacerse público que el nuevo director se había
dejado influir por su mujer...
nora.
¿Y
qué?
helmer.
Te veo venir; lo importante
es que la tozudilla se salga con la suya... ¿Debería ponerme en ridículo
delante de todo el personal... permitir pensar a la gente que me dejo llevar de
cualquiera? Créeme: muy pronto habría de tocar las consecuencias. Por
añadidura, existe otra razón que no hace posible la permanencia de Krogstad en
el Banco mientras yo sea director.
nora.
¿Cuál?
helmer.
Hasta cierto punto, habría
podido pasar por alto su tara moral...
nora.
Sí, ¿eh, Torvaldo?
helmer.
Máxime habiendo oído que es
un empleado bastante apto. Pero le conozco desde que éramos jóvenes. Nos liga
una de esas amistades hechas a la ligera y que después resultan muy molestas en
la vida. Para decírtelo con franqueza, nos tuteamos. Y el descarado tiene la
desfachatez de no disimularlo delante de otras personas. Por el contrario, cree
que eso le da derecho a emplear un tono familiar conmigo, y a cada momento se
recrea diciéndome: "Oye, Helmer..." Te aseguro que eso me molesta en
alto grado. Consigue hacerme insoportable mi situación en el Banco.
nora.
No sientes nada de lo que
estás hablando.
helmer.
¡Ah! ¿No?... ¿Por qué no?
nora.
Porque ésas son razones mezquinas.
helmer.
¿Qué dices?... ¿Mezquinas?
¿Me crees mezquino?
nora.
No; todo lo contrario,
Torvaldo, y por eso precisamente...
helmer.
Da lo mismo. Dices que mis
razones son mezquinas; luego debo de serlo yo. ¿Mezquino? ¡Ah! ¿Sí?... Pues ha
llegado el momento de poner fin a todo esto. (Dirigiéndose a la puerta de la
antesala.) ¡Elena!
nora.
Pero ¿qué vas a hacer?
helmer.
(Buscando
entre sus papeles.) Adoptar
una resolución. (Entra la doncella.) Toma esta carta y entrégala en
seguida a un mozo para que la lleve, ¡deprisa! Las señas están en el sobre.
Aquí tienes dinero.
elena.
Bien, señor. (Se marcha
con la carta.)
helmer.
(Conforme
recoge los papeles.) Ahora verás; señora terca.
nora.
(Sin
aliento.)
Torvaldo... ¿Qué contiene
esa carta?
helmer.
La cesantía de Krogstad.
nora.
¡Recupérala, Torvaldo!
Todavía estás a tiempo. ¡Hazlo por mí, por ti, por los niños! Óyeme,
Torvaldo... ¡hazlo! Tú no sabes lo que puede esto acarrearnos.
helmer.
Ya es tarde.
nora.
Sí, demasiado tarde.
helmer.
Nora, te perdono esa
angustia que experimentas, aunque, en el fondo, constituye para mí un insulto.
¡Sí, lo es! ¿Acaso no constituye un insulto pensar que yo podía temer la
venganza de un pobre abogaducho sin escrúpulos? Pero te perdono, a pesar de
todo, porque eso demuestra el gran cariño que sientes por mí. (Abrazándola.)
Así tiene que ser, querida Nora, pase lo que pase. Créeme que, cuando
verdaderamente hace falta, me asisten fuerzas y valor. Ya verás cómo soy lo
bastante hombre para llevar todo sobre mis hombros.
nora.
(Alarmada.)
¿Qué intentas decir con eso?
helmer.
Todo, he dicho todo...
nora.
(Firmemente.)
No
puedo consentirlo.
helmer.
Bien; pues compartiremos la
carga... como marido y mujer. Es lo que se impone. (Acariciándola.) ¿Estás
contenta ahora? Vamos, vamos, no pongas esos ojos de paloma asustada. Si no son
más que figuraciones sin fundamento. Ahora debías dedicarte a tocar la
tarantela y ensayar con la pandereta. Yo me confinaré en el despacho del fondo
y cerraré la otra puerta para no oír nada: así puedes mover todo el ruido que
quieras. (Volviéndose desde el umbral.) Y cuando venga Rank le dices
dónde puede encontrarme. (Le hace un saludo con la cabeza, entra en su
despacho y cierra tras sí.)
nora.
(Loca
de angustia, se queda como clavada en el sitio, y murmura.) ¡Sería capaz de hacerlo! ¡Sí, lo hará!... Lo hará, a pesar de todo...
¡No! ¡Eso, jamás, todo antes que eso!... ¡Serenidad...! ¡Un recurso!... (Campanillazo.) El
doctor Rank... ¡Antes cualquier cosa! ¡Sea lo que sea! (Se pasa la mano por
la cara, recobrándose, y va a abrir la puerta de la antesala. Se ve al doctor rank colgando su abrigo de
pieles. Empieza a oscurecer.) Buenas tardes, doctor. Le he reconocido por
la manera de llamar. No entre ahora a ver a Torvaldo; creo que está muy
ocupado.
doctor
rank. ¿Y
usted?
nora.
(A
la vez que el doctor entra en la sala y ella cierra la puerta.) Ya sabe que
para usted siempre tengo un momento.
doctor
rank.
Muy agradecido. Pienso
aprovecharme de ello todo el tiempo que pueda.
nora.
¿Cómo todo el tiempo que
pueda?
doctor
rank.
Sí. ¿Le asusta eso?
nora.
Es un modo de expresarse
bastante extraño. ¿Aguarda algún acontecimiento?
doctor
rank.
El acontecimiento previsto
desde larga fecha. Pero no creía que viniera tan pronto.
nora.
(Cogiéndole
del brazo.)
¿Qué ha llegado a saber? No
puede negarse a decírmelo, doctor.
doctor
rank. (Se sienta al lado de la estufa.)
La cosa va de mal en peor.
No tiene remedio.
nora.
(Con
un suspiro de alivio.) ¿Se refiere a
usted?...
doctor
rank.
¿A quién iba a referirme? Ya
es inútil que me engañe a mí mismo. Soy el más desdichado de mis pacientes,
señora Helmer. Estos últimos días he hecho un balance general de mi estado
interior. Es una efectiva bancarrota. Dentro de un mes, probablemente, estaré
pudriéndome en el cementerio.
nora.
¡Oh, qué manera de hablar!...
doctor
rank.
No es para menos. Aun así,
lo peor serán los horrores que habré de pasar antes. Sólo me resta por hacer un
examen; en cuanto lo haya hecho, sabré, poco más o menos, cuándo empezará la
descomposición. Quiero decirle una cosa: Helmer, con su carácter delicado,
tiene una verdadera aversión a todo lo que es repugnante. No quiero verle a mi
cabecera...
nora.
Pero,
doctor...
doctor
rank.
No quiero que venga. Le
cerraría mi puerta. Tan pronto como esté seguro del desastre, enviaré a usted
mi tarjeta, marcada con una cruz negra, y así se enterará de que ha empezado la
catástrofe.
nora.
¡Hoy está usted tremendo! ¡Y
yo que tenía tanta necesidad de verle de buen humor!...
doctor
rank.
¿Con la muerte a dos
pasos?... ¿Y debiendo pagar así por otro? ¿Es eso justo?... Y en casi todas la
familias se da esa represalia inexorable...
nora.
(Se
tapa los oídos.)
Está usted diciendo
bobadas... ¡Vamos, anímese!
doctor
rank.
Sí, a fe mía, es algo como
para animarse, ¡Mi inocente espina dorsal teniendo que purgar las culpas de los
alegres días que pasó mi padre cuando era teniente!...
nora.
(Junto
a la mesa de la izquierda.)
Así, pues, ¿le gustaban
mucho los espárragos y el foie gras?
doctor
rank.
Sí, y las trufas.
nora.
Las trufas eran de rigor. Y
también las ostras, ¿no?
doctor
rank.
Sí, las ostras,
indudablemente.
nora.
Y para colmo, aquellas
cantidades de oporto y champaña... Es una lástima que todas esas cosas tan
buenas perjudiquen a la espina dorsal.
doctor
rank.
Sobre todo cuando perjudican
a una espina dorsal que jamás las disfrutó.
nora.
En efecto, eso es lo más
triste.
doctor rank.
(Mirándola fijamente.) ¿Eh?...
nora.
(Después
de una pausa.) ¿Por qué sonríe usted?
doctor
rank.
No; es usted la que ha sonreído.
nora.
No; ha sido usted, doctor.
doctor
rank. (Se levanta.)
La encuentro más bromista de
lo que sospechaba.
nora.
Es que hoy estoy dispuesta a
hacer locuras.
doctor
rank. Así
parece.
nora.
(Poniéndole
las manos sobre los hombros.) Querido doctor, no me avengo a que se muera
usted, abandonándonos a Torvaldo y a mí.
doctor
rank.
Es una ausencia que olvidará
usted sin tardanza.
nora.
(Le
mira con angustia.) ¿Usted
cree?...
doctor rank.
Se contraen nuevas
amistades, y después...
nora.
¿Que se contraen nuevas
amistades?
doctor
rank.
Eso harán usted y Helmer no
bien haya desaparecido yo. Usted, por su parte, advierto que ya está empezando.
¿A qué venía aquí anoche la señora Linde?
nora.
¡Hombre, no irá usted a
tener celos de la pobre Cristina!...
doctor
rank.
Sí, los tengo. Va a ser mi
sucesora en esta casa. Cuando yo falte, esa mujer...
nora.
¡Chis!... No hable tan alto,
está ahí dentro.
doctor
rank.
¿Hoy también?... ¿Lo ve usted?
nora.
Sólo ha venido a arreglar mi
traje. ¡Dios mío, qué desatinado está usted!... (Sentándose en el sofá.) Sea
bueno, doctor; ya verá mañana lo bien que voy a bailar. Entonces podrá figurarse
que no lo hago sino por usted... y por Torvaldo, naturalmente. (Saca varios
objetos de la caja.) Siéntese aquí, doctor; le voy a enseñar una cosa.
doctor rank. (Sentándose.) ¿Qué es?
nora.
Mire.
doctor
rank. Medias
de seda.
nora.
Color carne. ¿No son bonitas?
Ahora está demasiado oscuro; pero mañana... No, no; no le dejaré ver más que el
pie. Aunque, al fin y al cabo... vea toda la media.
doctor rank. ¡Hum!
nora.
¿Por qué pone usted esa cara
de incertidumbre? ¿Acaso cree que no me van a sentar bien?
doctor
rank.
No tengo ninguna razón
fundada para opinar sobre ese particular...
nora.
(Mirándole
un momento.)
¿No le da vergüenza?... (Le
golpea ligeramente en una oreja con una de las medias.) ¡Tome, por malo! (Envuelve
las medias de nuevo.)
doctor
rank.
¿Y qué más maravillas iba
usted a enseñarme?
nora.
Ya no le enseño nada más,
por atrevido. (Revuelve en la caja canturreando.)
doctor
rank. (Luego de un breve silencio.)
Cuando estoy aquí sentado
con usted, no puedo comprender... no, no me cabe en la cabeza... lo que habría
sido de mí si no hubiera venido a esta casa.
nora.
(Sonríe.)
Por lo visto, lo pasa usted
agradablemente entre nosotros.
doctor
rank. (Bajando la voz, con la mirada fija
en el vacío.) ¡Y tener
que abandonarlo todo!...
nora.
¡Tonterías! ¡Qué ha de
abandonar usted!
doctor
rank.
¡Y no dejar siquiera la más
leve señal de gratitud!... A lo sumo, un vacío pasajero... un sitio vacante que
podrá ocupar el primero que llegue.
nora.
¿Y si ahora le pidiera yo
algo?...
doctor
rank. ¿Qué?
nora.
Una
gran prueba de amistad...
doctor
rank. ¿Nada
menos?
nora.
Quiero decir que si yo le
pidiera un favor inmenso...
doctor
rank.
¿Me proporcionará usted por
una vez esa gran alegría?
nora.
Pero si no se imagina lo que
es.
doctor
rank.
Pues bien: dígamelo.
nora.
No puedo, doctor; es
demasiado ¿comprende? Un consejo, una ayuda y un servicio...
doctor
rank.
Mejor que mejor. No acierto
a comprender en qué consiste. Pero, por Dios, ¡hable!... ¿No merezco su
confianza?
nora.
Usted, más que nadie. Sé de
sobra que es mi mejor y más fiel amigo. Por eso voy a decírselo. Verá usted,
doctor; tiene que ayudarme a evitar una cosa. Le consta lo mucho que me quiere
Torvaldo quien no dudaría un momento en dar su vida por mí...
doctor
rank. (Inclinándose hacia ella.) Nora, ¿cree usted tal vez
que él es el único...?
nora. (Ligeramente agitada.) ¡Cómo!
doctor
rank.
¿...el único que con gusto
daría por usted la vida?
nora.
(Tristemente.)
Pero
¿usted...?
doctor
rank.
Me he jurado a mí mismo que
lo sabría usted antes de desaparecer yo. Y nunca hubiera hallado mejor ocasión
que ésta... Sí, Nora, ya lo sabe. Y también sabe que puede confiar en mí como
en nadie.
nora. (Levantándose, con
toda tranquilidad.) Déjeme pasar.
doctor rank. (Dejándole paso,
pero sin levantarse.) Nora...
nora. (Desde la
puerta de la
antesala.)
¡Elena, trae una lámpara! (Acercándose
a la estufa.) ¡Ah! querido doctor, eso está muy mal por su parte...
doctor
rank. (Se levanta.)
¿Está mal haberla querido
más que a nadie?
nora.
No, sino habérmelo dicho. No
había ninguna necesidad...
doctor
rank.
¿Qué insinúa usted?... ¿Lo
sabía? (Entra la doncella con la lámpara, la deja encima de la mesa y vase.)
Nora, señora, permítame preguntarle si lo sabía.
nora.
Ignoro si lo sabía o no...
No puedo decírselo... ¿Cómo ha sido usted tan torpe, doctor? ¡Con lo bien que
iba todo!
doctor
rank.
En fin, por lo menos al
presente tiene usted la seguridad de que estoy a su disposición en cuerpo y
alma. ¿Quiere hablar sin ambages?
nora.
(Mirándole.)
¿Después de lo que ha pasado?
doctor
rank.
Se lo ruego, dígame qué hay.
nora.
Ya no puedo decirle nada.
doctor
rank.
Sí, sí; no me castigue de
ese modo. Déjeme hacer por usted cuanto sea humanamente posible.
nora.
Ya no puede usted hacer nada
por mí... Por lo demás, presiento que no necesitaré ayuda al cabo. Verá cómo
todo han sido alucinaciones mías. (Se sienta en la mecedora, afrontándole,
sonriente.) ¡Pues sí que es usted un caballero, doctor! ¿No se abochorna
ahora, con la luz encendida?
doctor
rank.
No; sinceramente, no. Pero ¿será
cuestión de que me marche... para siempre?
nora.
Ni por asomo. Tiene que
seguir viniendo como antes. Sabe muy bien que Torvaldo no puede pasarse sin
usted.
doctor
rank.
Bueno; pero...
¿y usted?
nora.
¿Yo?... Se me antoja todo
tan agradable cuando usted viene...
doctor
rank.
Eso mismo me ha inducido a
caer en el error. Es usted un enigma para mí. Muchas veces he tenido la
impresión de que estaba usted tan a gusto en mi compañía como en la de Helmer.
nora.
Sí, porque verá, a ciertas
personas se les tiene más cariño, y no obstante, se prefiere la compañía de
otras.
doctor
rank.
Sí, hay algo de verdad en lo
que dice.
nora.
Cuando estaba yo en casa a
quien más quería era a papá, evidentemente. Pero mi mayor diversión era poder
hacer una escapadilla al cuarto de las muchachas; no me amonestaban nunca, y
además, siempre hablaban entre sí de cosas muy divertidas.
doctor rank.
¡Ah! ¿De suerte que he sustituido a las muchachas ?...
nora.
(Se
levanta repentinamente y va hacia él.) ¡Oh, doctor! No es eso lo
que quería decir... Pero debe comprender que me pasa con Torvaldo lo mismo que
con papá.
elena.
(Que
entra por la antesala.)
Señora... (Secretea con
ella un momento y le entrega una tarjeta.)
nora. (Mirando la tarjeta.)
¡Ah! (Se la guarda en el
bolsillo.)
doctor
rank.
¿Algún contratiempo?
nora.
No, no, nada; es
solamente... mi vestido nuevo...
doctor
rank.
¡Cómo! Pero
si está ahí.
nora.
¡Ah! sí, ése; pero es otro
que he encargado... No quiero que lo sepa Torvaldo...
doctor rank.
¡Ya!... ¿Conque era ése el gran secreto?
nora.
Pues claro. Pase usted a ver
a Torvaldo; está en el despacho del fondo. Y procure distraerle mientras
tanto...
doctor
rank.
Esté usted tranquila, que no
se me escapará. (Entra en el despacho.)
nora.
(A
la doncella.)
¿Y está esperando en la
cocina?
elena.
Sí, señora; ha venido por la
escalera de servicio...
nora.
¿No le has dicho que tenía
visita?
elena.
Sí; pero ha sido en balde.
nora.
¿No ha querido marcharse?
elena.
No; dice que no se irá hasta
haber hablado con la señora.
nora.
Bueno; hazle que pase, pero
con cautela... No se lo digas a nadie, Elena; es una sorpresa para el señor.
elena.
Sí, sí, comprendo. (Base.)
nora.
Ya ha llegado el momento
fatal. Tenía que ser... No, no; no puede ser. (Echa el pestillo a la. puerta
del despacho. elena, que
vuelve, abre la de la antesala, dando paso a krogstad, y la cierra. krogstad viste abrigo y gorro de pieles. nora avanza hacia él.) Hable
bajo; mi marido está en casa.
krogstad.
¡Oh!... Es igual.
nora,
¿Qué desea usted de mí?
krogstad.
Un
pormenor.
nora.
Dése prisa. ¿Qué es?
krogstad.
Sabrá usted que he recibido
la cesantía.
nora.
No pude evitarlo, señor
Krogstad. He defendido con el mayor empeño su causa, pero en vano.
krogstad.
¿Tan poco la quiere a usted
su esposo? Conoce a lo que puedo exponerla, y con todo, se atreve...
nora.
¿Cómo supone usted que él
está al corriente?
krogstad.
La verdad es que no lo
supongo. No creo que mi buen Torvaldo Helmer tenga valor...
nora.
Señor Krogstad, le exijo
respeto para mi marido.
krogstad.
Eso es... todo el respeto
que se merece. Pero., en vista de que oculta usted ese asunto con tanto
interés, me tomo la libertad de presumir que está mejor informada que ayer de
la importancia de lo que hizo.
nora.
Mejor que hubiera podido ser
por usted.
krogstad.
Sin duda; un jurista tan
malo como yo...
nora.
¿Qué desea usted de mí?
krogstad.
Nada; sólo ver cómo se
encontraba, señora Helmer. He estado todo el día pensando en usted. También un
hombre indeseable como yo tiene un poco de eso que llaman corazón.
nora.
Demuéstrelo, pues, y piense
en mis hijos.
krogstad.
¿Es que usted y su marido
han pensado en los míos?... Pero ya no importa. Simplemente, quería decirle que
no tome este asunto demasiado en serio. Por ahora no pienso presentar ninguna
denuncia contra usted.
nora.
No, ¿verdad? Lo sabía.
krogstad.
Todo puede arreglarse
amistosamente, sin tener que mezclar a otras personas; todo puede quedar entre
nosotros.
nora.
No conviene que se entere
nunca mi marido.
krogstad.
¿Cómo va usted a impedirlo?
¿Puede pagar acaso el resto de la deuda?
nora.
No; ahora mismo, no.
krogstad.
¿O quizá ha encontrado medio
de conseguir el dinero uno de estos días?
nora.
No; medio que quiera
emplear, ninguno.
krogstad.
Tampoco le hubiera servido
de nada. Ni por todo el dinero del mundo le devolvería el papel.
nora.
Entonces, explíqueme cómo
quiere utilizarlo.
krogstad.
No quiero más que
conservarlo, tenerlo como garantía para protegerme. A ningún extraño llegará el
menor rumor de ello. De modo que si ha adoptado usted alguna resolución
desesperada...
nora.
Sí, la he adoptado.
krogstad.
...si ha
pensado abandonar su
hogar...
nora.
Lo he pensado.
krogstad.
...o algo peor todavía...
nora.
Pero ¿cómo puede usted saberlo?
krogstad.
...deseche esas ideas.
nora.
¿Y por qué sabe usted que
las tengo?
krogstad.
Casi todos las tenemos al
principio. Yo mismo las tuve; pero confieso que me faltó valor...
nora.
(Con
voz ahogada.) A mí también.
krogstad.
(Tranquilizado.)
Sí, ¿eh? ¿A usted también le
falta valor?...
nora.
Sí.
krogstad.
En suma3 sería
una verdadera estupidez. Pasada la primera tempestad conyugal... Aquí en el
bolsillo llevo una carta para su esposo...
nora.
¿Y le cuenta usted todo?
krogstad.
En los términos más suaves.
nora.
(Precipitadamente.)
No quiero que vea esa carta.
Rómpala. Ya daré con un medio de pagarle.
krogstad.
Perdone usted, señora; pero
me parece que acabo de decirle...
nora.
Si no hablo del dinero que
le debo. Dígame la cantidad que va a exigir a mi marido, y yo la buscaré.
krogstad.
No exijo ningún dinero a su
esposo.
nora.
Pues
¿qué se propone usted?
krogstad.
Se lo diré. Deseo
rehabilitarme, señora; deseo prosperar, y su esposo va a ayudarme. Hace año y
medio que no he cometido ningún acto deshonroso. Durante todo este tiempo he
luchado contra las circunstancias más adversas. Me contentaría con volver a
subir poco a poco. Ahora me han despedido, y no me conformo sólo con que me
admitan otra vez por misericordia. Le re-repito que deseo prosperar. Quiero
volver al Banco... tener un cargo más importante. Quiero que su marido cree un
empleo para mí...
nora.
¡Eso no lo hará en la vida!
krogstad.
Lo hará; le conozco... No se
atreverá a protestar. Y cuando yo lo haya logrado, ya verá usted... Antes de un
año seré la mano derecha del director. Quien dirigirá el Banco será Nils
Krogstad, y no Torvaldo Helmer.
nora.
¡Eso no sucederá jamás!
krogstad.
¿Tal vez intenta usted...?
nora.
Ahora sí que tengo valor
para ello.
krogstad.
¡Oh! no crea que me asusta.
Una mujer tan mimada como usted...
nora.
¡Ya lo verá, ya lo verá!
krogstad.
¿Debajo del hielo quizá? ¿En
el fondo frío y sombrío?... Y más tarde, por la primavera, volver a la
superficie, desfigurada., desconocida, sin cabello...
nora.
No me asusta usted tampoco.
krogstad.
Ni usted a mí. Esas cosas no
se hacen, señora Helmer. Además, ¿para qué?... De todos modos, la tengo en mi
bolsillo.
nora.
¿Después, cuando yo ya
no...?
krogstad.
Olvida usted que su memoria
estará entonces en mis manos. (NORA le mira, atónita.) Oiga; ya se lo he
advertido. ¡Nada de tonterías! En cuanto Helmer reciba mi carta, espero tener
noticias de él. Y recuerde que es su propio esposo quien me ha obligado a dar
este paso. No se lo perdonaré nunca. Adiós, señora. (Vase por la puerta de
la antesala.)
nora.
(Que
entreabre la puerta y escucha.) Se va.
No ha dejado la carta. No, no sería posible... (Abriendo la puerta poco a poco.) ¿Qué es
eso? Se ha detenido. No se va. ¿Será que se arrepiente? ¿O será...? (Se oye
caer una carta en el buzón, y luego, los pasos de krogstad que se pierden por la escalera. nora, tras de ahogar un grito, vuelve
corriendo al soja. Pausa corla.) En el buzón. (Se acerca sigilosamente a
la puerta de la sala.) ¡Ahí está!... ¡Torvaldo, Torvaldo... no hay
salvación para nosotros!
señora
linde. (Entrando con el vestido por la puerta de la izquierda.) No se puede
arreglar más. ¿Quieres probártelo?
nora.
(Con
voz ronca.) Cristina, ven aquí.
señora
linde. (Dejando el vestido en el soja.) ¿Qué te pasa? Pareces
trastornada...
nora.
Ven aquí.
¿Ves esa carta?...
Ahí; mira por la abertura del buzón.
señora
linde. Sí, ya la veo.
nora.
Esa carta es de Krogstad.
señora
linde.
¡Nora!... ¿Fue
Krogstad quien te prestó el dinero?
nora.
Sí. Y a la postre Torvaldo
va a enterarse de todo.
señora
linde.
Créeme, Nora; es lo mejor
para vosotros dos.
nora.
Pero hay
más aún: he
falsificado una firma...
señora
linde.
¡Por amor de Dios!... ¿Qué dices?
nora.
Ahora sólo voy a decirte una
cosa, Cristina: quiero que me sirvas de testigo.
señora
linde.
¿De testigo? ¿Qué es lo
que...?
nora.
Si me volviera loca... lo
cual muy bien puede acontecer...
señora
linde. ¡Nora!
nora.
O si sobreviniese alguna
desgracia que me impidiera estar presente...
señora
linde. Nora, Nora, ¿has perdido la razón?
nora.
Si hubiese alguien que
quisiera cargar con toda la culpa, ¿comprendes?...
señora
linde.
Sí; pero ¿cómo se te puede
ocurrir...?
nora.
Entonces actúa de testigo de
que no es verdad, Cristina. No he perdido la razón; estoy en mi pleno juicio.
Te digo que nadie ha sabido nada. Yo sola lo hice todo. Acuérdate bien.
señora
linde. Descuida. Pero no comprendo...
nora.
¿Cómo has de comprenderlo?
Va a realizarse un milagro.
señora
linde. ¿Un milagro?
nora.
Sí, un milagro. Pero es tan
terrible... No debe suceder eso por nada del mundo.
señora
linde.
Voy a hablar con Krogstad
sin demora.
nora.
No vayas; es capaz de
hacerte cualquier canallada.
señora
linde.
Hubo un tiempo en que habría
hecho por mí lo que fuese.
nora.
¿Eh?
señora
linde. ¿Dónde vive?
nora.
¡Oh, yo qué sé!... ¡Ah, sí! (Buscando
en el bolsillo.) Aquí tengo su
tarjeta. Pero la carta... ¡la carta!
helmer. (Llama a
la puerta de su
despacho.) ¡Nora!
nora. (Con un grito
de espanto.) ¿Qué pasa? ¿Qué quieres?
helmer.
Bien, bien; no te asustes.
Si no vamos a entrar; has cerrado la puerta... ¿Estás probándote?
nora.
Sí... sí, estoy probándome.
Ya verás qué bien voy a resultar, Torvaldo.
señora
linde. (Después de leer la tarjeta.) Vive aquí al lado, en la
esquina.
nora.
Sí; pero es inútil. No hay
escape. La carta está en el buzón.
señora
linde.
¿Y tiene la llave tu marido?
nora.
Sí, siempre.
señora
linde.
Krogstad ha de buscar un
pretexto cualquiera para reclamar la carta antes que sea leída...
nora.
Pero da la casualidad de que
a esta hora es cuando Torvaldo acostumbra...
señora
linde.
Entretenle mientras voy.
Volveré lo antes que pueda. (Sale a toda prisa por la antesala.)
nora.
(Abriendo
la puerta de helmer y mirando.) \ Torvaldo!
helmer.
(Desde
dentro.)
¡Ya era tiempo de que
pudiese uno entrar en su propio salón!.., Ven, Rank, vamos a ver... (A la
puerta.) Pero ¿qué es esto?
nora.
¿Qué, Torvaldo?
helmer.
Rank me había anunciado una
magnífica exhibición del disfraz...
doctor
rank. (A la puerta también.) Así lo había entendido; pero, al
parecer, me he
equivocado.
nora.
Hasta mañana nadie me verá
en todo mi esplendor.
helmer.
Querida Nora, ¡qué mala cara
tienes! ¿Es que has estado ensayando demasiado el baile?
nora.
No, no he ensayado todavía.
helmer.
Pues no habrá más remedio...
nora.
Sí, Torvaldo, efectivamente.
Pero no puedo hacer nada sin tu ayuda: lo he olvidado todo.
helmer.
Pronto lo recordaremos.
nora.
Oye, Torvaldo: vas a
ocuparte de mí. ¿Me lo prometes? Estoy tan inquieta... Esta noche tienes que
dedicármela por completo. Nada de negocios, ni siquiera una letra. ¿Eh,
Torvaldo?
helmer.
Te lo prometo. Esta noche
estoy a tu disposición... duendecillo. ¡Hum! el caso es que... antes voy a... (Se
dirige hacia la puerta de la antesala.)
nora.
¿Qué vas a hacer?
helmer.
Sólo a mirar si han llegado
cartas.
nora.
No, no,
Torvaldo, no vayas.
helmer.
¿Por
qué?
nora.
Por favor, Torvaldo... No
hay nada.
helmer.
Déjame mirar. (Intenta
salir. nora se sienta al
piano y toca los primeros acordes de la tarantela. helmer se detiene a la puerta.) ¡Ah!...
nora.
No podré bailar mañana si no
quieres ensayar conmigo.
helmer.
(Acercándose
a ella.)
¿Tanto miedo tienes, querida
Nora?
nora.
Sí, un miedo atroz. Déjame
ensayar al instante; todavía hay tiempo antes de ponernos a la mesa. Siéntate
al piano y toca, Torvaldo. Corrígeme y aconséjame como de costumbre.
helmer.
Con sumo gusto, ya que es tu
voluntad. (Se sienta al piano.)
nora.
(Saca
de la caja una pandereta y un mantón multicolor. Se lo pone nerviosamente y
de un salto se planta en medio de la habitación, gritando:) ¡Ahora toca ya!
Voy a bailar.
(helmer
toca
y nora baila; el doctor
rank permanece al lado de helmer, mirándola.)
helmer.
(Tocando.)
¡Más despacio, más despacio!
nora.
No puedo.
helmer.
No bailes tan de prisa,
Nora.
nora.
Así tiene que ser
exactamente.
helmer.
(Para.)
No,
no; así no.
nora.
(Ríe
y agita la pandereta.) ¿No te lo había dicho?
doctor
rank.
Déjame tocar a mí.
helmer.
(Levantándose.)
Sí, hazlo. Así
podré enseñarla mejor. (El doctor
rank se sienta al piano y empieza a tocar. nora baila con creciente excitación. helmer, junto a la estufa, la corrige
a menudo durante el baile; pero ella parece no oír. Se le suelta el cabello,
cayéndole por los hombros, mientras sigue bailando sin hacer caso. Entra la señora linde.)
señora
linde. (Se queda atónita a la puerta.) ¡Ah!
nora.
(Sin
cesar de bailar.)
¡Nos sorprendes en pleno
holgorio, Cristina!
helmer.
Pero, querida Nora, bailas
como si te fuese en ello la vida...
nora.
Y así es, ni más ni menos.
helmer.
Para, Rank; esto es un
frenesí. ¡Para, te digo! (El doctor
rank deja de tocar y nora se
detiene al punto. helmer le
dice:) Jamás lo hubiera creído. Has olvidado todo lo que te enseñé.
nora.
(Tirando
la pandereta.) Pues ya ves.
helmer.
¡Vaya si necesitas
ensayarlo!
nora.
¡Claro! Ya has visto si lo
necesito. Me enseñarás hasta el último momento. ¿Me lo prometes, Torvaldo?
helmer.
Puedes
contar con ello, de fijo.
nora.
Hoy y mañana no vas a pensar
más que en mí. No quiero que abras una carta siquiera... ni aun el buzón.
helmer.
¡Vamos! todavía tienes miedo
a ese individuo...
nora.
Sí; también es algo de eso.
helmer.
Nora, lo estoy viendo en tu
cara: hay una carta suya.
nora.
No lo sé; me lo figuro...
Pero no vas a leer una cosa así ahora... Nada desagradable ha de interponerse
entre nosotros hasta que todo haya acabado.
doctor
rank. (En voz baja, a helmer.)
No debes contrariarla.
helmer.
(.Abrazando
a nora por la cintura.)
Se hará lo que quiere la
niña... Pero mañana por la noche, en cuanto hayas bailado...
nora.
Quedarás en libertad.
elena. (Desde la
puerta de la derecha.) La señora
está servida.
nora.
Tráenos champaña, Elena.
elena.
Bien, señora. (Sale.)
helmer.
¡Anda, anda! ¿Conque tenemos
gran fiesta, eh?
nora.
Fiesta y champaña hasta que
llegue la aurora. (Llamando a la doncella.) Y unas cuantas almendras,
Elena... mejor dicho, muchas... ¡por una vez!
helmer.
(Cogiéndole
las manos.)
¡Basta ya de inquietudes! Sé
mi alondrita de siempre...
nora.
Sí, Torvaldo, sí. Pero sal
un momento, y usted también, doctor. Cristina, ¿quieres ayudarme a que me
arregle el pelo?
doctor
rank. (Por lo bajo, mientras salen.) ¿No será que
esperáis... algo?
helmer.
No, no; nada de eso. No es
más que el miedo infantil de que te he hablado.
(Vanse los dos por la
derecha.)
nora.
¿Qué?
señora
linde. Se ha marchado al campo.
nora.
Lo he
adivinado en tu
cara.
señora
linde.
Vuelve mañana por la noche;
le he puesto unas líneas.
nora.
Mejor habría sido que no lo
hicieses. No hay que evitar nada. En el fondo, es una verdadera alegría esto de
estar esperando algo maravilloso.
señora
linde. ¿Qué esperas?
nora.
¡Oh! tú no puedes
comprenderlo. Ve con ellos. En seguida iré yo. (La señora linde pasa al comedor. nora hace un esfuerzo para dominarse
y mira su reloj.) Las cinco. De aquí a medianoche quedan siete horas. Y
luego, veinticuatro horas hasta la próxima medianoche. Entonces habré terminado
de bailar la tarantela... Veinticuatro y siete, treinta y una. Tengo treinta y
una horas de vida.
helmer.
(A
la puerta de la derecha.) Pero ¿no viene la alondra?
nora.
(Precipitándose
hacia él con los brazos abiertos.) ¡Aquí la tienes!
ACTO TERCERO
La misma decoración. La
mesa, con el sofá y las sillas ha sido trasladada al centro.
Sobre ella, una lámpara encendida. La puerta de la antesala está abierta. Se
oye música de baile procedente del piso superior.
La señora linde, sentada junto a la mesa, hojea distraídamente
un libro. Hace un esfuerzo para leer; pero parece que no puede concentrarse. De
cuando en cuando escucha con atención hacia la puerta.
señora
linde. (Mirando su reloj.)
Aún no... y ya ha pasado la
hora. Con tal que... (Escucha de nuevo.) ¡Aquí está! (Sale a la
antesala y abre con cuidado la puerta del piso. Se oyen pasos por la escalera.
En voz baja.) Pase. No, no hay nadie.
krogstad.
(A
la puerta.)
He encontrado una carta suya
en casa. ¿Qué quiere decir eso?
señora
linde.
Es indispensable que hable
con usted.
krogstad.
¿Sí? ¿Y tiene que ser en
esta casa precisamente?
señora
linde.
Donde vivo es imposible: mi
habitación no tiene entrada independiente. Pase usted; estamos los dos solos:
las muchachas duermen y los Helmer asisten a un baile en el piso de arriba.
krogstad.
¿Conque los Helmer están de
baile esta noche? ¿De veras?
señora
linde. ¿Por qué no?
krogstad.
Es
cierto.
señora
linde.
Bueno, Krogstad; vamos a
hablar.
krogstad.
¿Tenemos algo de qué hablar
nosotros?
señora
linde. Mucho.
krogstad.
No lo hubiera creído.
señora
linde.
Es que usted jamás me ha
comprendido bien.
krogstad.
No había nada que
comprender; esas cosas son muy corrientes en la vida; una mujer sin corazón se
quita de encima a un hombre, cuando se le depara algo más ventajoso.
señora
linde.
¿Cree usted que no tengo
corazón? ¿Cree que rompí nuestras relaciones sin pensar?
krogstad.
¡Ah!
¿No?
señora
linde.
Krogstad, ¿ha creído usted
eso, en efecto?
krogstad.
Si no es así, ¿por qué me
escribió usted como lo hizo?
señora
linde.
No podía hacer otra cosa.
Resuelta a romper con usted, estimé deber mío arrancar de su corazón todos sus
sentimientos hacia mí.
krogstad.
(Apretando
los puños.)
¿De manera que fue así? ¡Y
todo... por dinero!
señora
linde.
No debe olvidar que yo tenía
una madre inválida y dos hermanos pequeños. No podíamos aguardarle a usted,
Krogstad; sus esperanzas eran tan lejanas...
krogstad.
Puede ser; pero, aun así, no
tenía usted derecho a rechazarme por otro.
señora
linde.
No sé. Muchas veces me lo he
preguntado.
krogstad.
(Más bajo.)
Cuando la perdí, fue como si
desapareciera bajo mis pies la tierra firme. Míreme ahora: soy un náufrago
agarrado a una tabla.
señora
linde. Puede estar cerca su salvación.
krogstad.
Cerca estaba; pero vino
usted a ponerse por medio.
señora
linde.
Yo no sabía nada, Krogstad.
Hasta hoy no me he enterado de que es a usted a quien voy a sustituir en el
Banco.
krogstad.
Lo creo, puesto que usted lo
dice. Pero ahora que lo sabe, ¿no piensa retirarse?
señora
linde.
No, porque no sería de ningún
provecho para usted.
krogstad.
¿Provecho?... Yo que usted,
lo haría, de todos modos.
señora
linde.
He aprendido a proceder con
sensatez. La vida y la amarga necesidad me lo han enseñado.
krogstad.
Pues a mí me ha enseñado la
vida a no creer en frases.
señora
linde.
Y le ha enseñado la vida una
cosa muy sensata. Pero en hechos creerá usted, ¿no?
krogstad.
¿Qué quiere
usted insinuar?
señora
linde.
Me ha dicho que se
encontraba como un náufrago agarrado a una tabla.
krogstad.
Tenía mis razones para hablar
así.
señora
linde.
Yo también soy un náufrago
agarrado a una tabla. No cuento con nadie por quien sufrir, con nadie a quien
consagrarme.
krogstad.
Usted misma lo ha querido.
señora
linde. No podía elegir.
krogstad.
En fin, ¿qué más?
señora
linde.
Krogstad: ¿y si estos dos
náufragos se unieran en la misma tabla?
krogstad.
¿Qué dice usted?
señora
linde.
Dos náufragos en la misma
tabla están mejor que cada uno en la suya.
krogstad.
¡Cristina!
señora
linde.
¿Por qué cree usted que he
venido a la ciudad?
krogstad.
¿Habrá pensado usted en mí?
señora
linde.
He de trabajar para soportar
la vida. He trabajado siempre desde que tengo uso de razón, y ésta ha sido mi
mayor y única alegría. Pero ahora me encuentro sola en el mundo, sola en
absoluto y abandonada. Trabajar para una misma no produce alegría. Krogstad,
búsqueme alguien por quien poder trabajar...
krogstad.
No la creo a usted. Eso no
es sino generosidad exaltada de mujer que quiere sacrificarse.
señora
linde.
¿Me ha visto usted exaltada
alguna vez?
krogstad.
¿Sería usted verdaderamente
capaz de hacer lo que dice?
señora
linde. Sí.
krogstad.
Dígame: ¿conoce usted bien
mi pasado?
señora
linde. Sí.
krogstad.
¿Y sabe cómo me consideran
aquí?
señora
linde.
Me parece haberle entendido
hace poco que presume que conmigo habría sido otro hombre.
krogstad.
De eso estoy bien seguro.
señora
linde.
¿Y no podrá serlo
todavía?...
krogstad.
¡Cristina!... ¿Ha
reflexionado despacio lo que dice?... ¡Sí, lo veo en su cara!... ¿Tendrá usted
valor...?
señora
linde.
Necesito alguien a quien
servir de madre. Sus hijos están tan necesitados de una... Nosotros también nos
necesitamos el uno al otro. Krogstad, creo en su buen fondo... Con usted me
atrevo a afrontarlo todo.
krogstad.
(Cogiéndole
las manos.)
Gracias, gracias., Cristina...
Ahora sabré rehabilitarme... ¡Ah! pero me olvidaba...
señora
linde. (Escuchando.)
¡Chis!... ¡La tarantela!...
¡Váyase, váyase!
krogstad.
¿Por qué?... ¿Qué pasa?...
señora
linde.
¿Oye esa música? Cuando haya
acabado, volverán...
krogstad.
Sí, ya me voy. Todo es
inútil. Usted desconoce, naturalmente, el paso que he dado contra los Helmer.
señora
linde.
No, Krogstad; estoy
enterada.
krogstad.
Y a pesar de eso, ¿tiene
usted valor para...?
señora
linde.
Comprendo perfectamente
hasta qué extremos lleva la desesperación a un hombre como usted.
krogstad.
¡Ah! si pudiera deshacer lo
que he hecho...
señora
linde.
Puede deshacerlo; su carta
sigue aún en el buzón.
krogstad.
¿Está usted segura?
señora.
linde.
Por completo; pero...
krogstad.
(Con
una mirada inquisitiva.)
¿Será eso la explicación de
todo?... Usted quiere salvar a su amiga, no importa cómo. Haría mejor en
decírmelo francamente. ¿Es así?
señora
linde.
Krogstad, cuando una persona
se ha vendido una vez por salvar a alguien, no reincide.
krogstad.
Le pediré que me devuelva la
carta.
señora
linde. ¡No, no!
krogstad.
¡Pues no faltaba más!
Aguardaré a que baje Helmer y le diré que tiene que devolverme la carta... que
sólo trata de mi cesantía... y que no debe leerla...
señora
linde.
No, Krogstad; no pida usted
esa carta.
krogstad.
Vamos, dígame: ¿no fue en
realidad ésa la razón por la cual me citó aquí?
señora
linde.
Sí, con el sobresalto del
primer momento... Pero han pasado veinticuatro horas, y durante ese tiempo he
sido testigo de cosas increíbles en esta casa. Helmer debe enterarse de todo.
Es indispensable una explicación entre los dos; tantos pretextos y ocultaciones
tienen que desaparecer de una vez.
krogstad.
¡Ea! si usted se atreve a
tomarlo por su cuenta... Pero se puede hacer una cosa, y ahora mismo...
señora
linde.
¡Dése prisa! ¡Váyase,
váyase!... Ha terminado la música; ya no estamos seguros ni un momento más...
krogstad.
La espero abajo.
señora
linde.
Conforme; puede acompañarme
hasta la puerta de mi casa.
krogstad.
¡Jamás en mi vida he sido
tan indeciblemente feliz! (Vase, dejando abierta la puerta de la antesala.)
señora
linde. (Arregla un poco la habitación, y prepara su abrigo y su sombrero.)
¡Qué giro han tomado las
cosas! Ya tengo por quién trabajar... por quién vivir... un hogar al que llevar
un poco de calor... ¡Claro que lo haré!... Pero ¿no bajan todavía?... (Escuchando.) ¡Ah! ya vienen. Me
pondré el abrigo. (Se pone el abrigo y el sombrero.) (Óyense las
voces de los helmer y el
ruido de la llave en la cerradura. Entra helmer
trayendo casi a la fuerza a nora.
Esta aparece vestida con el traje italiano y
un gran mantón
negro sobre los hombros. helmer
viste de frac y
va cubierto con
un dominó negro también.)
nora.
(Desde
la puerta, resistiéndose.) No, no, no;
aquí no. Quiero subir otra vez.
No quiero marcharme
tan temprano.
helmer.
Pero, mi querida Nora...
nora.
Te lo pido por favor,
Torvaldo. ¡Te lo suplico!... ¡Solamente una hora!
helmer.
Ni un minuto, Norita. Ya
sabes lo convenido. Vamos adentro; estás enfriándote aquí. (A despecho de la
resistencia de nora, la
conduce suavemente al salón.)
señora
linde. Buenas noches.
nora.
¡Cristina!
helmer.
¡Cómo, señora Linde! ¿Usted
aquí, tan tarde?
señora
linde.
Sí, perdón; ¡tenía tantas
ganas de ver a Nora disfrazada!
nora.
¿Has estado aquí
aguardándome?
señora
linde.
Sí. Desgraciadamente, no
pude venir a tiempo; cuando llegué, ya habías subido, y por mi parte, no quería
irme sin verte.
helmer.
(Quitando
a nora el chal.)
Mírela bien. Creo que vale
la pena. ¿No está maravillosa, señora Linde?
señora
linde. Sí que está muy guapa.
helmer.
Encantadora de bonita,
¿verdad? Esa ha sido también la opinión de todo el mundo en la fiesta. Pero es
terriblemente testaruda. ¿Cómo remediarlo? Figúrese que he tenido que emplear
la fuerza para traerla conmigo.
nora.
¡Ah! Torvaldo, vas a
arrepentirte de no haberme concedido media hora siquiera.
helmer.
Ya lo oye usted, señora. Ha
bailado su tarantela con un éxito loco... por cierto, bien merecido, a pesar de
que en la interpretación ha hecho demasiados alardes de naturalidad; vamos,
algunos más de los estrictamente necesarios, según las exigencias del arte.
Pero, en suma, lo principal es que ha tenido éxito, un éxito rotundo. ¿Cómo iba
yo a consentirle que permaneciese allí más tiempo? Hubiera echado a perder todo
el efecto, ¡y eso sí que no!... Cogí del brazo a la encantadora chiquilla de
Capri: una vuelta por la sala, una inclinación a cada lado, y como dicen las
novelas, se desvaneció la bella aparición. En los desenlaces siempre conviene el
efecto, señora; pero no puedo inculcar esto a Nora. ¡Uf, qué calor hace aquí! (Tira
el dominó sobre una silla y abre la puerta de su despacho.)
¡Cómo! ¿No hay luz?... ¡Ah!
sí, claro. Usted dispense. (Entra y enciende dos bujías.)
nora.
(Sofocada,
cuchicheando.) ¿Qué hay?
señora
linde. (En voz baja.) He hablado con él.
nora.
¿Y
qué?
señora
linde.
Nora... debes
decírselo todo a tu
marido.
nora.
(Con
acento desmayado.) Lo sabía...
señora
linde.
No tienes que temer nada de
Krogstad; pero debes hablar.
nora.
No hablaré.
señora
linde.
En ese caso, hablará la
carta por ti.
nora.
Gracias, Cristina; ahora ya
sé lo que tengo que hacer.
¡Chis!... ¡Cállate!
helmer.
(De
vuelta.)
¿Qué, señora: la ha admirado
usted a su sabor?
señora
linde.
Sí, y ahora voy a
despedirme.
helmer.
¿Ya?... ¿Es suya esta labor?
señora
linde. (Recogiéndola.) Gracias; por poco la olvido.
helmer.
¿De modo que hace usted
punto?
señora
linde. Un poco.
helmer.
Debería usted bordar en vez
de hacer punto.
señora
linde. ¿Sí? ¿Por qué?
helmer.
Es mucho más bonito. Mire:
se tiene la labor en la mano izquierda y luego, con la mano derecha, se lleva
la aguja, haciendo una ligera curva. ¿No es así?...
señora
linde. Sí, tal vez...
helmer.
Mientras que hacer punto
resulta siempre antiestético. Mire: los brazos pegados al cuerpo, las agujas
subiendo y bajando... parece un trabajo de chinos... ¡Oh, qué estupendo
champaña nos han servido!
señora
linde.
¡Vaya! Nora, buenas noches:
y no seas tan terca.
helmer.
¡Bien dicho, señora Linde!
señora
linde. Buenas noches, señor director.
helmer (Acompañándola a
la puerta.)
Buenas noches, buenas
noches; espero que llegará bien a su casa. Yo, por supuesto, con mucho gusto...
Pero como está tan cerca... Buenas noches, buenas noches. (La señora linde sale. helmer cierra la puerta y vuelve a
entrar.) ¡Por fin nos la hemos quitado de encima! ¡Qué mujer más
fastidiosa!
nora.
¿No estás
muy cansado, Torvaldo?
helmer.
No, ni por asomo.
nora.
¿No tienes sueño tampoco?
helmer.
Nada. Al contrario, me
siento muy animado. ¿Y tú?... Tú sí que tienes cara de sueño.
nora.
Sí, estoy muy cansada. En
seguida me dormiré.
helmer.
¿No ves cómo tenía razón
para no querer que nos quedásemos más tiempo en el baile?
nora.
¡Oh! Tú siempre tienes razón
en todo.
helmer.
(Le
da un beso en la frente.)
Ya empieza a hablar la
alondra como una persona. Dime: ¿Te fijaste en lo animado que estaba Rank esta
noche?
nora.
¡Ah! ¿Sí?... No he llegado a
hablar con él.
helmer.
Yo apenas le he hablado
tampoco. Pero hace mucho tiempo que no le veía de tan buen humor. (La mira
un rato y se acerca.) ¡Qué alegría estar de regreso en casa, solo
contigo!... ¡Oh, qué mujercita tan linda y tan deliciosa!
nora.
¡No me mires así, Torvaldo!
helmer.
¿Es que
no puedo mirar
mi más caro tesoro, toda
esta hermosura que es mía y nada más que mía?
nora.
(Corriéndose
al otro lado de la mesa.) No me hables así esta noche...
helmer.
(Mientras
la sigue.)
¡Cómo se nota que aún te
bulle la tarantela en la sangre! ¡Y eso te hace más seductora...! ¡Escucha! Ya
se van los invitados. (Bajando la voz.) Nora... pronto quedará toda la
casa en silencio.
nora.
Sí, eso espero.
helmer.
¿Verdad, querida Nora?...
¡Oh! cuando estamos en una fiesta... ¿sabes por qué te hablo tan poco, por qué
permanezco lejos de ti, lanzándote sólo alguna que otra mirada a hurtadillas?
¿Sabes por qué?... Porque entonces me imagino que eres mi amor secreto, mi
joven y hermosa prometida, y que nadie sospecha lo que hay entre nosotros dos.
nora.
Sí, ya sé que todos tus
pensamientos son para mí.
helmer.
Y al marcharnos, cuando echo
el chal sobre tus delicados hombros juveniles, alrededor de esta nuca divina...
me imagino que eres mi joven desposada, que volvemos de la boda, que por vez
primera te traigo a mi hogar... que al cabo estoy solo contigo, enteramente
solo contigo, mi tierna hermosura temblorosa. Durante toda esta noche no he
tenido otro deseo que tú. Cuando te vi hacer como que perseguías, seducías y
provocabas bailando la tarantela, empezó a hervirme la sangre, no pude resistir
más, y por eso te hice salir tan de prisa.
nora.
Vete,
Torvaldo. Déjame. No seas así.
helmer.
¿A qué viene esa actitud?
¿Estás bromeando conmigo, Norita? Conque no quieres, ¿eh? ¿Acaso no soy tu
marido?
(Se oye llamar a la puerta
exterior.)
nora.
(Se
estremece.) ¿Has oído?
helmer.
(Pasando
a la antesala.) ¿Quién es?
doctor rank. (Desde fuera.)
Soy yo. ¿Puedo entrar un instante?
helmer.
(Molesto,
en voz baja.)
¡A quién se le ocurre...!
¿Qué querrá ahora? (Sube la voz.) Aguarda un momento. (Abre la
puerta.) Es una atención eso de que no pases ante nuestra puerta sin
llamar.
doctor
rank.
Me ha parecido oír tu voz y
se me ha antojado entrar a haceros una visita. (Pasea una ojeada en torno
suyo.) ¡Ah, éste es el hogar familiar y querido! ¡Qué agradable y qué
acogedor! ¡Sois felices!
helmer.
Pues a tu vez parecías
pasarlo muy a gusto ahí arriba.
doctor
rank.
¡Magníficamente! ¿Y por qué
no divertirme? ¿Por qué no disfrutarlo todo en este mundo? Por lo menos, todo
lo que se pueda, y mientras se pueda. El vino era excelente...
helmer.
En particular, el champaña.
doctor
rank.
¿Tú también lo has notado?
Es asombrosa la cantidad que he ingerido.
nora.
Torvaldo no ha bebido menos
champaña esta noche.
doctor rank. ¿Sí?
nora.
Sí, y después se pone tan
alegre...
doctor rank.
¡Diantre! ¿Por qué no va uno a pasar una velada agradable tras de un día bien
empleado?
helmer.
Hoy, por desgracia, no me
atrevo a ufanarme de que haya sido bien empleado el día.
doctor
rank. Yo
sí, ¿sabes?
nora.
Doctor, hoy, de seguro, ha
estado usted haciendo alguna investigación científica...
doctor
rank. Sí,
justamente.
helmer.
¡Hombre! ¡Norita, hablando
de investigaciones científicas!
nora.
¿Y puedo felicitarle por el
resultado?
doctor
rank. Ya
lo creo.
nora.
Entonces, ¿fue bueno?
doctor
rank.
El mejor posible, tanto para
el médico como para el paciente: la certidumbre.
nora. (Precipitadamente, en
tono escrutador.) ¿La
certidumbre?
doctor
rank.
Una certidumbre absoluta.
Después de todo, ¿por qué no iba a permitirme pasar una noche alegre?
nora.
Ha hecho usted muy bien,
doctor.
helmer.
Lo mismo digo, siempre que
no pagues las consecuencias el día de mañana.
doctor
rank.
Todo se paga en esta vida.
nora.
Doctor... ¿le gustan a usted
mucho los bailes de máscaras?
doctor
rank.
Sí, cuando abundan los
trajes divertidos,..
nora.
Oiga: ¿de qué vamos a
disfrazarnos usted y yo para el próximo baile?
helmer.
¡Qué caprichosa! ¿Ya estás
pensando en el próximo baile?
doctor
rank.
¿Usted y yo?... Pues verá:
usted irá de mascota...
helmer.
Ahora falta ver cómo
concibes un disfraz de mascota.
doctor
rank.
Deja a tu mujer presentarse
tal como va todos los días...
helmer.
¡Bravo! Pero ¿y tú, no has
pensado cómo vas a ir?
doctor
rank.
Sí, amigo mío; ya lo tengo
pensado.
helmer.
¿Cómo?
doctor
rank.
En el próximo baile de máscaras
yo seré invisible.
helmer.
¡Qué idea tan cómica!
doctor
rank.
Existe un sombrerazo
negro... ¿No has oído hablar del sombrero que hace invisible? (1). Cuando te lo
pones no hay quien te vea.
helmer. (Disimulando una
sonrisa.) Eso sí, no
cabe duda.
doctor
rank.
Pero olvidaba enteramente a
qué he venido. Helmer, dame un puro, uno de tus habanos negros.
helmer.
(Le
ofrece la cigarrera.) Con mucho gusto.
doctor
rank. (Tomando un cigarro y cortándole la punta.) Gracias.
nora. (Prende una cerilla.) Permítame que se lo
encienda.
Muchas gracias. (NORA acerca
la cerilla para darle lumbre.) Y ahora... ¡adiós!
helmer.
Adiós, adiós, amigo mío.
nora.
Descanse bien, doctor Rank.
doctor
rank.
Agradezco sus
buenos deseos.
nora.
Deséeme usted
otro tanto.
doctor
rank.
¿A usted? Puesto que lo
quiere... descanse bien. Y gracias por la lumbre. (Saluda y vase.)
helmer.
(Con
voz templada.) Ha bebido bastante.
nora.
Es posible. (helmer saca sus llaves del bolsillo
y se dirige a la antesala.) Torvaldo... ¿qué vas a hacer?
helmer.
Quiero vaciar el buzón, está
muy lleno; no va a haber sitio para los periódicos mañana por la mañana...
nora.
¿Vas a trabajar esta noche?
helmer.
Ya sabes que no... Pero ¿qué
es esto? Alguien ha andado en la cerradura.
nora.
¿En la
cerradura?
helmer.
¿Qué podrá ser? No paso a
creer que las muchachas... Aquí hay un trozo de horquilla... ¡Nora, es tuya!
nora.
(Azorada.)
Habrán sido los niños...
helmer.
Tienes que quitarles esa
costumbre. ¡Hum! Ya he conseguido abrirlo. (Saca el contenido, y llama hacia
la cocina.) ¡Elena... Elena! Apaga esta lámpara del vestíbulo. (Vuelve a
entrar en el salón, cerrando la puerta de la antesala, con las cartas en la
mano.) Mira, ya ves qué montón... (Examinando los sobres.) ¿Qué hay
aquí?
nora.
(Junto
a la ventana.)
¡La carta! ¡No, Torvaldo, no!
helmer.
Dos tarjetas de... Rank.
nora.
¿De Rank?
helmer.
(Leyéndolas.)
"Rank, doctor en
medicina." Estaban encima de todo. Las habrá echado al marcharse.
nora.
¿Tienen algo
escrito?
helmer.
Hay una cruz encima del
nombre. Míralo. ¡Qué ocurrencia! Es como si anunciara su propia muerte.
nora.
Es lo que hace exactamente.
helmer.
¿Qué? ¿Sabes algo? ¿Te ha
dicho algo?...
nora.
Sí. Esas tarjetas indican
que se ha despedido de nosotros. Quiere encerrarse para morir.
helmer.
¡Pobre amigo mío! Sospechaba
que iba a faltarme dentro de muy poco tiempo. Pero ¡tan pronto!... Y va a
esconderse como un animal herido.
nora.
Si ha de suceder, más vale
que sea sin palabras. ¿Verdad, Torvaldo?
helmer.
(Pensando.)
¡Estaba tan
unido a nosotros!... Me cuesta trabajo creer que vayamos a perderle. Con sus
achaques y su retraimiento constituía como el fondo sombrío de nuestra
resplandeciente felicidad... Al fin y al cabo, quizá sea lo mejor... Para él,
al menos. (Se detiene.) Y puede que asimismo para nosotros, Nora. Ahora
nos debemos exclusivamente el uno al otro. (La abraza.) ¡Oh, adorada
mujercita! Parece que nunca te estrecharé bastante. Figúrate, Nora... muchas
veces desearía que te amenazase un peligro inminente para poder arriesgar mi
vida, mi sangre y todo por ti...
nora.
(Desasiéndose,
con voz firme, decidida.) Lee las cartas, Torvaldo.
helmer.
No, no; esta noche, no.
Quiero estar contigo, mi adorada mujercita.
nora.
¿Con la idea de la muerte de
tu amigo?...
helmer.
Tienes razón. Nos ha
afectado a los dos. Se ha interpuesto entre nosotros una cosa aborrecible: la
imagen de la muerte y de la disolución. Hemos de deshacernos de ella. Hasta
entonces... nos retiraremos cada cual por su lado.
nora.
(Abrazándose
a su cuello.)
¡Buenas noches, Torvaldo...
buenas noches!
helmer. (Besándola en
la {rente.)
¡Buenas noches, pajarito
cantor! Que descanses, Nora. Voy a leer las cartas. (Pasa a su despacho con
la correspondencia, cerrando la puerta.)
nora.
(Tantea
en torno suyo con ojos extraviados, coge el dominó de helmer y se envuelve en él, mientras murmura, con voz ronca
y entrecortada.)
¡No volver a verle jamás!
¡Jamás, jamás, jamás! (Echándose el chal por la cabeza.) ¡Y a los
niños... no volveré a verlos nunca tampoco!... ¡Oh! el agua helada... y
negra... ¡Ah! ¡Si todo hubiera pasado ya!... Ahora la abre, la estará
leyendo... No, no, todavía no. ¡Adiós, Torvaldo!... ¡Adiós, hijos míos!
(Se lanza hacia la antesala;
pero en el mismo instante, helmer abre
violentamente la puerta de su despacho, y aparece con una. carta desplegada en
la mano.)
helmer.
¡Nora!
nora. (Profiriendo un grito
agudo.) ¡Ah!
helmer.
¿Qué significa esto?...
¿Sabes lo que dice esta carta?
nora.
Sí, lo sé. ¡Deja que me
marche! ¡Déjame salir!
helmer.
¿Adonde vas? (Reteniéndola.)
nora. (Intentando desprenderse.) No debes salvarme, Torvaldo.
helmer (Retrocede, tambaleándose.)
¡Luego es verdad lo que
dice! ¡Dios mío! ¡No es posible!...
nora.
Es verdad. Te he amado sobre
todas las cosas.
helmer.
¡No más ridiculeces!
nora.
(Dando
un paso hacia él.) ¡ Torvaldo!...
helmer.
¡Desgraciada!... ¿Qué has hecho?
nora.
Déjame marchar. Tú no vas a
llevar el peso de mi falta. No debes hacerte responsable de mi culpa.
helmer.
¡Basta de comedias! (Cierra
con llave la puerta de la antesala.) Te quedarás aquí a rendirme cuentas.
¿Comprendes lo que has hecho? ¡Respóndeme! ¿Lo comprendes ?...
nora.
(Mirándole
fija, con una expresión creciente de rigidez.) Sí; ahora es cuando realmente empiezo a
comprender...
helmer.
(Paseándose.)
¡Qué horrible despertar1!
¡Durante ocho años... ella, que era mi alegría, mi orgullo... una hipócrita...
una impostora... peor aún, una criminal!... ¡Oh, Dios! ¡Qué abismo de
monstruosidad hay en todo esto! ¡Qué bajeza! (NORA continúa mirándole fija,
sin hablar. Deteniéndose ante ella.) Debía haber presentido lo que iba a
ocurrir. Con la ligereza de principios de tu padre... Tú los has heredado.
Falta de religión, falta de moral, falta de sentido del deber... ¡Oh! bien
castigado estoy por mi indulgencia para su conducta. Por ti lo hice, y así me
correspondes.
nora.
Sí,
así.
helmer.
Has destruido toda mi
felicidad. Has arruinado todo mi porvenir... ¡Oh! da espanto pensarlo. Estoy en
manos de un hombre sin conciencia que puede hacer de mí cuanto quiera, exigirme
lo que sea, sin que yo me atreva a rechistar. ¡Y tener que hundirme tan
miserablemente por culpa de una mujer indigna!
nora.
Cuando yo desaparezca del
mundo, serás libre.
helmer.
Déjate de frases huecas. Tu
padre tenía también una provisión de frases parecidas a mano. ¿De qué me
serviría que abandonaras el mundo? De nada. En todo caso, puede hacerse público
el asunto, y entonces sospecharán que yo estaba enterado de tu delito. Hasta
pueden creer que te apoyé... que te induje a cometerlo. ¡Y pensar que esto te
lo debo agradecer a ti! ¡A ti, a quien he mimado hasta la exageración durante
toda nuestra vida matrimonial! ¿Comprendes ya el daño que me has hecho?
nora. (Con fría
tranquilidad.) Sí.
helmer.
Es algo tan increíble, que
no me cabe en la cabeza. Hemos de adoptar una resolución. ¡Quítate ese
dominó!... ¡Que te lo quites, digo!... Tengo que satisfacerle en una forma u
otra. Hay que ahogar el asunto, sea como sea... En cuanto a ti y a mí, haremos
como si nada hubiese cambiado. Sólo a los ojos de los demás, por supuesto.
Seguirás aquí, en casa, como es lógico. Pero no te será permitido educar a los
niños; no me atrevo a confiártelos... ¡Ah, tener que decírselo a quien tanto he
amado y a quien todavía...! ¡Vaya! esto debe acabar. Desde hoy no se trata ya de
nuestra felicidad; se trata exclusivamente de salvar los restos, los despojos,
las apariencias... (Suena la campanilla, y helmer se estremece.) ¿Qué será? ¡Tan tarde!... Sólo
faltaría que... ¿Acaso habrá ese hombre...? ¡Escóndete, Nora! Diré que estás enferma.
(nora
no
se mueve. helmer
se
dirige a abrir la puerta.)
elena.
(A
medio vestir, en la antesala.) Ha llegado una carta para la señora.
helmer.
Dámela. (Coge la cana, y
cierra la puerta.) Sí, es de él. Pero no te la entregaré; quiero leerla yo
mismo.
nora.
Léela.
helmer.
(Acercándose
a la lámpara.)
Casi no tengo valor para
ello. Quizá estemos perdidos tú y yo... No; he de saberlo. (Rompe
precipitadamente el sobre, lee algunas líneas, examina un papel adjunto, y
lanza un grito de alegría.) ¡Nora! (NORA le mira, interrogante.) ¡Nora!...
No; voy a volver a leerlo... Sí, eso es. ¡Estoy salvado! ¡Nora, estoy salvado!
nora.
¿Y
yo?
helmer.
Tú igual, naturalmente; los
dos estamos salvados, tú y yo. Te devuelve el recibo. Dice que se arrepiente...
Un cambio feliz en su vida... Bueno; ¡qué importa lo que diga! ¡Estamos
salvados, Nora! Ya nadie puede hacerte nada... ¡Ah! Nora... primero hay que
desentenderse de todas estas abominaciones. Vamos a ver... (Echa una ojeada
al recibo.) No, no quiero verlo; supondré que todo ha sido una
pesadilla. (Rompe las dos cartas y el recibo, arrojándolo lodo a la estufa,
y contempla cómo arden los pedazos.) ¡Ea!
se acabó todo... ¡Oh, qué tres días más horribles has debido de pasar, Nora!
nora.
Sí; durante estos tres días
he sostenido una lucha atroz,
helmer.
¡Lo que habrás sufrido, sin
ver otra salida que...! ¡No! olvidemos todos estos sinsabores. Sólo debemos
alegrarnos y repetir de continuo: "Ya pasó, ya pasó"... Pero, mujer,
Nora, óyeme; parece que no has comprendido... ¡Vamos! ¿Qué es eso... esa cara
tan compungida?... ¡Oh! ya comprendo ¡pobrecita! No puedes creer que te haya
perdonado. Créelo, Nora; te lo juro: estás de todo punto perdonada. Bien sé que
lo has hecho por amor a mí.
nora.
Así
es.
helmer.
Me has amado como una esposa
debe amar a su marido. Únicamente te faltó discernimiento en la elección de
medios. ¿Crees que te quiero menos por eso, porque no sabes conducirte a ti
misma?... No tienes más que apoyarte en mí, y te guiaré. Dejaría yo de ser un
hombre si tu incapacidad de mujer no te hiciera el doble de atractiva a mis
ojos. Olvida las duras palabras que te he dirigido en el primer arrebato,
cuando creía que todo iba a derrumbarse sobre mí. Te he perdonado, Nora; te
juro que te he perdonado.
nora.
Agradezco tu
perdón. (Vase por la
derecha.)
helmer.
No; quédate. (Siguiéndola
con la mirada.) ¿Qué haces en la alcoba?
nora.
(Desde
dentro.) Quitándome el disfraz.
helmer.
(A
la puerta.)
Sí, está bien; procura
tranquilizarte, y reponerte, pajarito asustado. Descansa tranquila; yo tengo
alas lo bastante grandes para cobijarte. (Paseándose, sin alejarse de la
puerta.) ¡Oh, que hogar tan tranquilo y acogedor! Aquí estás segura; te
guardaré como a una paloma perseguida a quien hubiese sacado sana y salva de
las garras del gavilán. Lograré tranquilizar tu pobre corazón palpitante. Poco
a poco lo conseguiré, Nora, créeme. Mañana lo verás todo de otra manera. Pronto
tornará todo a ser como antes, y no habrá necesidad de repetirte que te he
perdonado, porque, sin duda, lo advertirás por ti misma. ¿Cómo puedes pensar
que se me pasara por la imaginación repudiarte ni recriminarte por nada? ¡Ah!
Nora, no conoces la bondad de un verdadero hombre. ¡Le es tan dulce perdonar a
su propia mujer cuando lo hace de corazón! Es como si fuese dos veces suya,
como si hubiera vuelto a traerla al mundo, y ya no ve en ella sólo su mujer,
sino también su hija. Eso es lo que vas a ser para mí desde hoy, criatura
inexperta. No temas nada, Nora; sé franca conmigo; y yo supliré tu voluntad y
tu conciencia... Pero ¿qué es eso? ¿No te acuestas? ¿Te has cambiado de ropa?
nora. (Que entra
vestida de diario.)
Sí, Torvaldo,
me he cambiado
de ropa.
helmer.
¿Por qué? ¿A esta hora, tan tarde?
nora.
Esta noche no pienso dormir.
helmer.
Pero, querida Nora...
nora.
(Mirando
su reloj.)
Aún no es muy tarde.
Siéntate, Torvaldo. Vamos a hablar. (Se sienta a un lado de la mesa.)
helmer.
Nora... ¿qué pasa? Esa cara
tan grave...
nora.
Siéntate; va a ser largo.
Tengo mucho que decirte.
helmer. (Sentándose frente a
ella.)
Me inquietas, Nora. No acabo
de comprenderte.
nora.
No; eso es realmente lo que
pasa: no me comprendes. Y yo nunca te he comprendido tampoco... hasta esta
noche. No, no me interrumpas. Vas a escuchar todo lo que yo te diga... Vamos a
ajustar nuestras cuentas, Torvaldo.
helmer.
¿Qué entiendes por eso?
nora.
(Después
de un corto intervalo.) Estamos aquí sentados uno frente a otro. ¿No te extraña una anomalía?
helmer.
¿Qué?
nora.
Llevamos ocho años casados.
¿No te percatas de que hoy es la primera vez que tú y yo, marido y mujer,
hablamos con seriedad?
helmer.
¿Qué quieres decir?
nora.
¡Ocho años... más todavía!
Desde que nos conocimos no hemos tenido una sola conversación seria.
helmer.
¿Es que debía yo hacerte
confidente de mis preocupaciones; que tú, a pesar de todo, no podías ayudarme a
resolver?
nora.
No me refiero a
preocupaciones. Estoy diciéndote que nunca hemos hablado en serio, que nunca
hemos intentado llegar juntos al fondo de las cosas.
helmer.
Pero, querida Nora, ¿te
habría interesado hacerlo?
nora.
De eso mismo se trata. Tú no
me has comprendido jamás. Se han cometido muchos errores conmigo, Torvaldo.
Primeramente, por parte de papá, y luego, por parte tuya.
helmer.
¡Cómo! ¿Por parte de
nosotros dos... que te hemos querido más que nadie?
nora. (Haciendo un gesto negativo
con la cabeza.)
Nunca me quisisteis. Os
resultaba divertido encapricharos por mí, nada más.
helmer.
Pero, Nora, ¿qué palabras son ésas?
nora.
La pura verdad, Torvaldo.
Cuando vivía con papá, él me manifestaba todas sus ideas y yo las seguía. Si
tenía otras diferentes, me guardaba muy bien de decirlo, porque no le habría
gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo ni más ni menos que yo con
mis muñecas. Después vine a esta casa contigo...
helmer.
¡Qué términos empleas para
hablar de nuestro matrimonio!...
nora. (Sin inmutarse.)
Quiero decir que pasé de
manos de papá a las tuyas. Tú me formaste a tu gusto, y yo participaba de él...
o lo fingía... no lo sé con exactitud; creo que más bien lo uno y lo otro. Cuando
ahora miro hacia atrás, me parece que he vivido aquí como una pobre... al día.
Vivía de hacer piruetas para divertirte, Torvaldo. Como tú querías. Tú y papá
habéis cometido un gran error conmigo: sois culpables de que no haya llegado a
ser nunca nada.
helmer.
¡Qué injusta y desagradecida
eres, Nora! ¿No has sido feliz aquí?
nora.
No, nunca. Creí serlo; pero
no lo he sido jamás.
helmer.
¿No... que no
has sido feliz?...
nora.
No; sólo estaba alegre, y
eso es todo. Eras tan bueno conmigo... Pero nuestro hogar no ha sido más que un
cuarto de recreo. He sido muñeca grande en esta casa, como fui muñeca pequeña
en casa de papá. Y a su vez los niños han sido mis muñecos. Me divertía que
jugaras conmigo, como a los niños verme jugar con ellos. He aquí lo que ha sido
nuestro matrimonio, Torvaldo.
helmer.
Hay algo de verdad en lo que
dices... aunque muy exagerado. Pero desde hoy todo cambiará; ya han pasado los
tiempos de jugar y ha llegado la hora de la educación.
nora.
¿La educación de quién? ¿La
mía o la de los niños?
helmer.
La tuya y la de los niños,
Nora.
nora.
¡Ay! Torvaldo, tú no eres
capaz de educarme, de hacer de mí la esposa que necesitas.
helmer.
¿Y me lo dices tú?
nora.
¿Y yo... qué preparación
tengo para educar a los niños?
helmer.
¡Nora!
nora.
¿No has dicho tú mismo hace
un momento que es una misión que no te atreves a confiarme?...
helmer.
Estaba excitado... ¿Cómo
puedes reparar en eso?
nora.
...Y tenías razón sobrada.
Es una labor superior a mis fuerzas. Hay otra de la que debo ocuparme antes. Debo
procurar educarme a mí misma. Tú no eres capaz de ayudarme en esta tarea. Para
ello necesito estar sola. Y por esa razón voy a dejarte.
helmer.
(Se
levanta de un brinco.) ¿Qué dices?
nora.
Necesito estar completamente
sola para orientarme sobre mí misma y sobre lo que me rodea. No puedo quedarme
más contigo.
helmer.
¡Nora, Nora!
nora.
Quiero marcharme en el acto.
Supongo que Cristina me dejará pasar la noche en su casa...
helmer.
¿Has perdido el juicio?...
¡No te lo permito! ¡Te lo prohíbo!...
nora.
Después de lo que ha pasado,
es inútil que me prohíbas algo. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero nada, ni
ahora ni nunca.
helmer.
¿Qué locura es ésa?
nora.
Mañana salgo para mi casa...
es decir, para mi tierra. Allí me será más fácil encontrar un empleo.
helmer.
¡Qué ciega estás, criatura
sin experiencia!
nora.
Ya procuraré adquirir
experiencia, Torvaldo.
helmer.
¡Abandonar tu hogar, tu
marido, tus hijos!... ¿Y no piensas en el qué dirán?
nora.
No puedo pensar en esos
detalles. Sólo sé que es indispensable para mí.
helmer.
¡Oh, es odioso! ¡Traicionar
así los deberes más sagrados!
nora.
¿A qué llamas tú los deberes
más sagrados?
helmer.
¿Habrá que decírtelo? ¿No
son tus deberes con tu marido y tus hijos?
nora.
Tengo otros deberes no menos
sagrados.
helmer.
No los tienes. ¿Qué deberes
son ésos?
nora.
Mis
deberes conmigo misma.
helmer.
Ante todo eres esposa y
madre.
nora.
Ya no creo en eso. Creo que
ante todo soy un ser humano, igual que tú... o, al menos, debo intentar
serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, y que algo así está
escrito en los libros. Pero ahora no puedo conformarme con lo que dicen los
hombres y con lo que está escrito en los libros. Tengo que pensar por mi cuenta
en todo esto y tratar de comprenderlo.
helmer.
Pero ¿no se te alcanza cuál
es tu puesto en tu propio hogar? ¿No tienes un guía infalible para estos
dilemas? ¿No tienes la religión?
nora.
¡Ay, Torvaldo! No sé lo que
es la religión.
helmer.
¿Cómo que no?
nora.
Sólo sé lo que me dijo el
pastor Hansen cuando me preparaba para la confirmación. Dijo que la religión
era esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, examinaré también
ese asunto. Y veré si era cierto lo que decía el pastor, o cuando menos, si era
cierto para mí.
helmer.
¡Oh, es inaudito en una
mujer tan joven!... Pero, si la religión no puede guiarte, déjame explorar tu
conciencia. Porque supongo que tendrás algún sentido moral. ¿Os es que tampoco
lo tienes? ¡Responde!..
nora.
No sé qué responder,
Torvaldo. Lo ignoro. Estoy desorientada por completo en estas cuestiones. Lo
único que sé es que tengo una opinión distinta del todo a la tuya. También he
llegado a saber que las leyes no son como yo pensaba; pero no atino a colegir
que estas leyes sean justas, ¡Cómo no va a tener una mujer derecho a evitar una
molestia a su anciano padre moribundo, ni a salvar la vida de su marido! ¡No
puedo creerlo!
helmer.
Hablas como una niña. No
comprendes nada de la sociedad en que vivimos.
nora.
No, de fijo. Pero ahora
quiero tratar de comprenderlo y averiguar a quién asiste la razón, si a la
sociedad o a mí.
helmer.
Estás enferma, Nora; tienes
fiebre, y casi temo que no te rija la cabeza.
nora.
Jamás me he sentido tan
despejada y segura como esta noche.
helmer.
¿Y con esa lucidez y esa
seguridad abandonas a tu marido y a tus hijos?
nora.
Sí.
helmer.
Entonces no hay más que una
explicación posible.
nora.
¿Cuál?
helmer.
Que ya no me amas.
nora.
No, en efecto.
helmer.
¡Nora!... ¿Y me lo dices
así?
nora.
Lo lamento, Torvaldo, porque
has sido siempre bueno conmigo... Pero no lo puedo remediar; ya no te amo.
helmer. (Haciendo esfuerzos
por dominarse.) Por lo visto,
también de eso
estás perfectamente convencida...
nora.
Sí, perfectamente, y por eso
no quiero quedarme aquí ni un instante más.
helmer.
¿Y puedes razonarme cómo he
perdido tu amor?
nora.
Con toda sencillez. Ha sido
esta noche, al ver que no se realizaba el milagro esperado. Entonces comprendí
que no eras el hombre que yo me imaginaba.
helmer.
Precisa algo más.
nora.
He esperado durante ocho
años con paciencia. De sobra sabía, Dios mío, que los milagros no se realizan
tan a menudo. Por fin llegó el momento angustioso, y me dije con toda certeza:
"Ahora va a venir el milagro." Cuando la carta de Krogstad estaba en
el buzón, no supe ni aun figurarme que pudieras doblegarte a las exigencias de
ese hombre. Estaba firmemente persuadida de que le dirías: "Vaya usted a
contárselo a todo el mundo." Y cuando hubiera sucedido eso...
helmer.
¡Como!... ¿Cuándo yo hubiera
entregado a mi propia esposa a la vergüenza y a la deshonra...?
nora.
...Cuando hubiera sucedido
eso, tenía la absoluta seguridad de que te habrías presentado a hacerte
responsable de todo, diciendo: "Yo soy el culpable."
helmer.
¡Nora!
nora.
¿Vas a añadir que yo jamás
habría aceptado un sacrificio semejante? Claro que no. ¿Pero de qué habrían
valido mis afirmaciones al lado de las tuyas?... Era ése el milagro que
esperaba con tanta angustia. Y para evitarlo quería acabar con mi vida.
helmer.
Nora, por ti hubiese
trabajado con alegría día y noche, hubiese soportado penalidades y privaciones.
Pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.
nora.
Lo han
hecho millares de mujeres.
helmer.
¡Oh! Hablas y piensas como
una chiquilla.
nora.
Puede ser. Pero tú no
piensas ni hablas como el hombre a quien yo pueda unirme. Cuando te has
repuesto del primer sobresalto, no por el peligro que me amenazaba, sino por el
riesgo que corrías tú; cuando ha pasado todo, era para ti como si no hubiese
ocurrido nada. Volví a ser tu alondra, tu muñequita a la que tenías que llevar
con mano más suave aún, ya que había demostrado ser tan frágil y endeble... (Levantándose.)
Torvaldo, en ese mismo instante me he dado cuenta de que había vivido ocho
años con un extraño. Y de que había tenido tres hijos con él... ¡Oh, no puedo
pensar en ello siquiera! Me dan tentaciones de despedazarme...
helmer.
(Sordamente.)
Lo veo... lo veo. En
realidad, se ha abierto entre nosotros un abismo... Pero ¿no esperas, Nora, que
pueda colmarse?
nora.
Tal como soy ahora, no puedo
ser una esposa para ti.
helmer.
Puedo transformarme yo...
nora.
Quizá... si te quitan tu muñeca.
helmer.
¡Separarme..., separarme de
ti! No, no, Nora; no acierto a formularme esa idea.
nora. (Saliendo por la puerta de la derecha.)
Razón de más para que así
sea. (Vuelve con el abrigo puesto y un maletín, que deja sobre una silla,
cerca de la mesa.)
helmer.
¡Nora, Nora; todavía no!
Aguarda a mañana.
nora.
(Poniéndose
el abrigo.)
No debo pasar la noche en
casa de un extraño.
helmer.
Pero ¿no podemos vivir
juntos como hermanos?...
nora. (Atándose el sombrero.)
Demasiado sabes que eso no
duraría mucho... (Se envuelve en el chal.) Adiós, Torvaldo. No quiero
ver a los niños. Sé que están en manos mejores que las mías. Dada mi situación,
no puedo ser una madre para ellos.
helmer.
Pero ¿algún día, Nora...
algún día...?
nora.
¿Cómo voy a saberlo? Si
hasta ignoro lo que va a ser de mí...
helmer.
Pero eres mi esposa, sea de
ti lo que sea.
nora.
Escucha, Torvaldo. He oído
decir que, según las leyes, cuando una mujer abandona la casa de su marido,
como yo lo hago, está él exento de toda obligación con ella. De cualquier modo,
te eximo yo. No debes quedar ligado por nada., como tampoco quiero quedarlo yo.
Ha de existir plena libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo.
Dame el mío.
helmer.
¿También eso?
nora.
Sí.
helmer.
Aquí lo
tienes.
nora.
Bien. Ahora todo ha acabado.
Toma las llaves. Las muchachas están al corriente de cuanto respecta a la
casa... mejor que yo. Mañana, cuando me haya marchado, vendrá Cristina a
recoger lo que traje de mi casa. Quiero que me lo envíen.
helmer.
¡Todo ha terminado! Nora,
¿no pensarás en mí nunca más?
nora.
Seguramente, pensaré a
menudo en ti, en los niños, en la casa.
helmer.
¿Puedo escribirte, Nora?
nora.
¡No, jamás! Te lo prohíbo.
helmer.
O por lo menos, enviarte...
nora.
Nada, nada.
helmer.
...ayudarte, en caso de que
lo necesites.
nora.
He dicho que no, pues no
aceptaría nada de un extraño.
helmer.
Nora... ¿no seré ya más que
un extraño para ti?
nora.
(Recogiendo
su maletín.)
¡Ah, Torvaldo! Tendría que
realizarse el mayor de los milagros.
helmer.
Dime
cuál.
nora.
Tendríamos que
transformarnos los dos hasta el extremo de... ¡Ay, Torvaldo! ¡No creo ya en los
milagros!
helmer.
Pero yo sí quiero creer en
ellos. Di: ¿transformarnos hasta el extremo de...?
nora.
...hasta el extremo de que
nuestra unión llegara a convertirse en un verdadero matrimonio. Adiós. (Vase
por la. antesala.)
helmer.
(Desplomándose
en una silla, cerca de la puerta, oculta el rostro entre las manos.)
¡Nora, Nora! (Mira en
tomo suyo, y se levanta.)
Nada. Ha desaparecido para siempre.
(Con un rayo de
esperanza.) ¡Él mayor
de los milagros!... (Se oye
abajo la puerta
del portal al cerrarse.)
FIN de "casa
de muñecas"
(1) En Noruega está bastante extendido el uso de estas estufas,
llamadas suecas, con un metro de diámetro y dos de altura.
(2) Cincuenta céntimos