INTRODUCCIÒN A EUGENE O´NEILL
Jorge Albistur en un capítulo de su
libro “Literatura del siglo XX” dedica al teatro algunas
consideraciones muy interesantes. Señala que todos sabemos que desde
los tiempos de los griegos la pieza teatral fue un asunto
prioritario de las poéticas, siempre se creyó que eran posible
discernir ciertas reglas que limitasen su libertad. Quizás por haber
crecido en vecindad con las preceptivas, el teatro estuvo siempre en
el centro de las polémicas, y bastaría revisar los siglos clásicos
en Francia y España para apreciar la magnitud de estas
controversias. En el siglo actual, se rinde culto a la libertad. Ya
no se discute si debe respetarse la unidad de lugar, ni la de tiempo,
pero sí se pone en tela de juicio otro aspecto más significativo:
el concepto mismo de la acción dramática.
El teatro ha desarrollado durante los
últimos años del siglo XX un gran desarrollo y una clara
competencia entre el cine y la televisión.
El autor cita las diferentes
concepciones teatrales que representan el amplísimo espectro en
cuanto al teatro de nuestro siglo: el teatro realista , el teatro no
ilusionista, el teatro dentro del teatro, el expresionismo, el teatro
poético o simbólico , el teatro existencialista y el teatro del
absurdo
Sería interesante que el alumno
realizara un breve recorrido por estas diferentes concepciones
teatrales, como la extensión del proyecto no lo permite se sugiere
abordar el libro citado anteriormente Jorge Albistur: Literatura del
siglo XX:.
En cuanto a la ubicación del autor
en el panorama del teatro norteamericano, se señala que extraña
división entre la recepción del público y la de la crítica, esta
última se ha divorciado del gusto de los espectadores y considera a
los dramaturgos más aclamados como taquilleros que sacrifican temas
y formas al interés comercial. Es así que en el caso de muchos
críticos la figura de Eugene O¨Neill (1888 1953) casi no aparece.
Si es cierto que es el teatro
comercial el que retrata costumbres sociales y la protesta contra el
orden social y contra la condiciòn humana es una de las
características del nuevo drama norteamericano. En el caso de
O¨Neill es lo que primero aflora en cada una de sus obras y en todas
las èpocas, la de los dramas marinos, los dramas sobrenaturalistas
y los simbolistas. Técnica y temáticamente el autor está próximo
a sus colegas europeos. El dramaturgo francés jean Tardiue
revitalizará a fines del 40, el drama en un solo acto, como lo hará
el autor en varias de sus obras, entre ellas la que proponemos “Antes
del desayuno”.
Según Wellwarth dicha estructura “ha
sido siempre una especie de cenicienta teatral” ,después del
“entremés”del siglo XVII su período más popular fue el siglo
XIX en que todas las representaciones iban precedidas de una pieza de
un solo acto y a menudo seguida de otras. Generalmente se trataba de
comedias. Nadie las tomaba en serio, ni los empresarios, ni los
intérpretes, ni el público, ni desde luego los autores que solìan
estar muy mal pagos. Se daba por sentado que el prólogo no tenía
otro objeto que proporcionar a los concurrentes celebres la
satisfacciòn de causar expectación con su entrada sin perderse
parte de la atracción principal.
En cuanto a su concepción teatral se
reconócela autor como un expresionista “el drama expresionista
notablemente rico aunque fugaz irradio estìmulos fuera de Europa
especialmente absorbidos por O¨Neill.” Es así que Rodolfo Modern
cita algunos rasgos del expresionismo presente en la obra de este
autor norteamericano:
Personas que actúan en función de
“Tipos”.
Acción sintética y tensa.
Abundancia de monólogos.
Escenografìa expresionista apoyando
la acción dramática.
Presencia de elementos líricas
(misterio, musicalidad)
Resurrección de los viejo unido con
la renovación.
Retorno del género religioso.
Empleo de pantomimas y marionetas,
farsa y grotesco.
Técnica de sucesión de cuadros y
escenas.
El autor ataca en su obra “una
conciencia fosilizada, muerta en realidad y la autocontemplaciòn de
una burguesìa superficial. La gran tragedia que los personajes
expresan reside precisamente en que la adopción del idealismo
predicado conduce irremediablemente a la desesperación a la locura,
e inclusive a la acción criminal. Es éste el padecimiento de los
personajes o¨neillianos.
Según Jorge Albistur entre las
corrientes menos dóciles a concebir al teatro como espejo de la vida
se cita al expresionismo, lejos del realismo esta modalidad supuso
una estilización de la realidad, es decir su representación con
arreglo a un determinado patrón artístico. Y así como en otras
tendencias se tiende a embellecer todo aquì todo conduce hacia un
feísmo. La exageración, la caricatura, lo que deforma a la figura
original, todo esto surge como consecuencia de la gran crisis alemana
en la primera postguerra.
APROXIMACIÒN A “ANTES DEL
DESAYUNO”
La obra está estructurada en un solo
acto conformado por un largo monólogo. Mrs. Rowland habla y no para
de hablar, poniéndonos al tanto de su situación personal y
conyugal, de las acciones desventuradas de su marido, de la precaria
economía familiar, de la historia de su marido, de la infidelidad
actual que ha descubierto. Estos serian los cinco núcleos temáticos
sobre los que giran sus parlamentos. Señala un crítico que es en,
“Antes del Desayuno”, donde O' Neill resuelve
magistralmente la cuestión del interlocutor al poner a una mujer que
interpela a su marido al que cree semidormido en la cama. Cuando
finalmente descubre la sábana, se da cuenta de que ha estado
discutiendo con un muerto.
El parlamento tiene un doble
destinatario: el público por poner el acento sobre el texto y no
sobre la puesta, el lector y el marido personaje que duerme en la
habitación contigua y que no habla jamás, los únicos sonidos que
nos llegan de él son los gemidos finales.
ANTES DEL DESAYUNO.
Escenario: una pequeña habitación
que sirve a un tiempo de cocina y de comedor en un departamento de la
calle Christopher, en Nueva York. A foro, una puerta que lleva al
vestíbulo. A la izquierda de la puerta, una pileta y una cocina de
gas de dos mecheros Mas allá de la cocina y hacia la pared de la
izquierda, un armario de madera para platos, etc. A la izquierda, dos
ventanas que dan sobre una escalera de emergencia, donde varias
plantas en sus tiestos agonizan en el abandono. Delante de las
ventanas, una mesa cubierta con un hule. Dos sillas con asiento de
caña junto a la mesa. Otra contra la pared, a la derecha de la
puerta de foro. En la pared de la derecha, foro, una puerta que lleva
a una puerta a una alcoba. Más adelante diversas prendas de vestir
de hombre y de mujer penden de unas clavijas. Desde el rincón de la
izquierda, foro, hasta la pared de la derecha, primer término, hay
tendida una cuerda con ropa.
Son aproximadamente las ocho y
media de la mañana de un día hermoso y lleno de sol, a comienzos
del otoño.
La señora Rowland viene de la
alcoba, bostezando, dando aún los últimos toques a un desaliñado
tocado, insertando horquillas en su cabello, recogido en pardusca
masa en lo alto de su cabeza redonda .Es de mediana estatura y
propensa gordura sin líneas, acentuada por su vestido azul,
deformado, humilde y raído. Su rostro es impersonal, de facciones
pequeñas y regulares y ojos extrañamente azules. En sus ojos, su
nariz y su boca débil y rencorosa, hay una expresión atormentada.
Tiene poco más de veinte años pero parece mucho mayor.
Llega
al centro de la habitación y bosteza, desperezándose. Sus
soñolientos se pasean absortos por todo lo que la rodea, con la
irritación propia de aquel para quien un largo sueño no ha
significado un largo descanso. Va con aire cansado hacia la ropa que
cuelga a la derecha y descuelga un delantal. Se lo ciñe a la
cintura, dejando escapar un “maldito sea” cuando el nudo no
obedece a sus torpes dedos. Por fin consigue atarlo y va lentamente
hacia la cocina de gas y enciende uno de los mecheros. Llena la
cafetera en la pileta y la pone sobre la llama. Luego se desploma en
una silla que está junto a la mesa y se pone una mano sobre la
frente, como si le doliera la cabeza. De pronto su rostro se ilumina,
como si recordara algo y mira el armario de los platos; luego dirige
una penetrante mirada hacia la puerta del dormitorio y escucha
atentamente durante unos instantes.
SRA
ROWLAND (en voz baja). -¡Alfred! ¡Alfred! (del cuarto
contiguo no llega respuesta alguna y la señora Rowland prosigue con
tono desconfiado, alzando la voz) No tienes que fingir que estás
dormido. (De la alcoba no llega la menor respuesta y la señora
Rowland, tranquilizada, se levanta y va cautelosamente hacia el
armario. Abre con lentitud una de las puertas, cuidando mucho de no
hacer ruido, y saca de su escondite, detrás de los platos una
botella de ginebra Gordon y un vaso. Al hacerlo mueve el plato de
arriba que tintinea levemente. Al oír esto, la señora Rowland sufre
un sobresalto culpable y mira con malhumorado desafío la puerta del
cuarto contiguo .Con la voz trémula: )
-¡Alfred!
(Después
de una pausa, durante la cual trata de percibir algún sonido, toma
el vaso y se sirve una buena cantidad de ginebra y lo apura; luego,
precipitadamente, repone la botella y el vaso en su escondite. Cierra
el armario con el mismo cuidado con que lo ha abierto y con un gran
suspiro de alivio se deja caer nuevamente en su silla. La gran dosis
de alcohol le ha causado un efecto casi inmediato. Sus facciones se
vuelven más animadas, parece cobrar energías y mira la puerta de la
alcoba con una sonrisa dura y negativa. Sus ojos pasean una rápida
mirada por la habitación y se posan, sobre un saco y un chaleco de
hombre que penden a la derecha. Se encamina cautelosamente hacia la
puerta abierta, y se detiene allí , sin que la vea el que está
dentro, y escucha, tratando de sorprender algún movimiento)
(Llamando,
casi en un susurro.) ¡Alfred!
(Nuevamente
no hay respuesta. Con ágil movimiento, la señora Rowland, descuelga
el saco y el chaleco y vuelve con ellos a su silla. Se sienta y saca
los diversos objetos que contiene cada bolsillo, pero los reintegra
rápidamente a su sitio. Por fin, en el bolsillo interior del chaleco
encuentra una carta)
(Mirando
la letra, se dice lentamente) Lo sabía.
(Abre
la carta y la lee. En el primer momento, su expresión revela odio e
ira, pero a medida que avanza en la lectura hasta acabarla se trueca
en triunfante malignidad. Durante un instante queda muy pensativa.
Luego vuelve a poner la carta en el bolsillo del chaleco, y cuidando
aún de no despertar al durmiente, cuelga nuevamente las prendas en
la misma clavija, va hacia la puerta de la alcoba y atisba)
(Con
voz sonora y chillona) ¡Alfred! (Más fuerte) ¡Alfred!
(Del
cuarto contiguo llega un gemido ahogado que se confunde con un
bostezo.) ¿No te parece que ya se hora de levantarse?
(Volviéndose y regresando a su silla) Ya sé que eres lo
suficientemente haragán para pasarte la vida en la cama. (Se
sienta, mira por la ventana y dice con irritación:) ¿Qué hora
será? Ya no podemos saberlo desde que empeñaste estúpidamente tu
reloj. Era el último objeto de valor que teníamos, y lo sabias.
Sólo has pensado en empeñar, empeñar, empeñar… Cualquier cosa
con tal de alejar la hora de buscar empleo, cualquier cosa con tal de
no trabajar como un hombre. (Golpea el suelo con el pie
nervosamente, mordiéndose los labios) (Después de una breve pausa)
¡Alfred! Levántate… ¿Me oyes? Quiero hacer esa cama antes de
salir. Estoy harta de que esto esté en desorden por tu culpa.
(Con cierta vengativa satisfacción) Y por cierto que no podremos
quedarnos mucho tiempo aquí, a menos que consigas dinero en alguna
parte. Dios sabe que yo hago lo mío – y más aún yendo a coser a
domicilio todos los días, mientras tú hacer el caballero y
holgazaneas por las tabernas con ese hato de inútiles artistas
Square.
(Breve pausa, durante la cual la
señora Rowland, juega nerviosamente con una taza un platito que
están sobre la mesa)
¿Y dónde conseguirás dinero,
quisiera saber yo? En esta semana tenemos que pagar el alquiler, y ya
saber cómo es el dueño de casa. No nos dejará vivir aquí un solo
minuto más si no lo pagamos puntualmente. Dices que no puedes
conseguir trabajo. Eso es mentira, y tú lo sabes. Nunca lo buscaste,
siquiera. Te pasas los días vagabundeando por ahí, escribiendo
poemas y cuentos estúpidos que nadie quiere comprar… Y me explico
que no quieren comprarlos. Pero advierto que yo siempre puedo
conseguir trabajo y lo consigo; y sólo eso nos salva de morirnos de
hambre.
(Se levanta y va hacia la cocina,
mira la cafetera para ver si el agua hierve y vuelve y se sienta)
Hoy tendrás que conseguir dinero en
alguna parte. Yo no puedo hacerlo todo y no lo haré. Tienes que
recobrar el sentido común. Tienes que pedirlo, mendigarlo, o robarlo
donde sea. (Con desdeñosa risa)
Pero… ¿dónde, quisiera yo saber?
Eres demasiado orgulloso para mendigar y has pedido ya todos los
préstamos posibles, y no tienes valor para robar.
(Después de una pausa,
levantándose irritada.) ¡Por amor de Dios! ¿No te has
levantado todavía? Es muy propio de ti eso de volverte a dormir, o
de fingirlo. (Va hacia la puerta del dormitorio y atisba.) ¡Ah,
te has levantado! Bueno, ya era hora. No tienes por qué mirarme así.
Tus desplantes no me engañan, ya. Te conozco demasiado… mejor de
lo que supones…a ti a tus andanzas. (Alejándose de la puerta,
con tono significativo) Conozco un montón de cosas, querido.
Ahora, no te preocupes de lo que sé. Te lo diré antes de irme, no
te aflijas. (Va hacia el centro del aposento y se detiene allí,
frunciendo el ceño)
(Con tono irritado) ¡Hum!
¡Supongo que más vale preparar el desayuno… y no porque haya
mucho que preparar (Con tono de interrogación) Salvo que
tengas algún dinero…(Hace una pausa esperando una respuesta del
cuarto contiguo, que no llega) ¡Qué pregunta estúpida! (Con
dura risita) A estas horas, yo debiera conocerte mejor ya. Cuando
te fuiste anoche malhumorado, me imaginé qué pasaría. No se te
puede tener la menor confianza. ¡En lindo estado viniste a casa!
Nuestra riña sólo te sirvió de pretexto para mostrarte bestial.
¿De qué te valió empeñar el reloj si sólo querías el dinero
para derrocharlo en whisky?
(Va hacia el armario y saca platos,
tazas, escètera, mientras habla)
¡Apresúrate! Últimamente, gracias a
ti, no tarde mucho en preparar el desayuno. Esta mañana sólo
tenemos pan, manteca y café: y ni siquiera tendrías eso si yo no me
estropeare los dedos cosiendo.
El pan está duro. Supongo que te
gustará. Tú no te mereces nada mejor, pero no veo por qué he de
sufrir yo. (Yendo hacia la cocina de gas) El café estará
dentro de un momento y no esperes que te lo sirva.
(Repentinamente, con violenta ira)
¿Qué diablos estás haciendo ahora? (Va hacia la puerta y
atisba) Buenos, por lo menos estás casi vestido. Creí que te
habías metido en la cama de nuevo. Eso sería muy propio de ti. ¡Qué
aspecto horrible tienes esta mañana! ¡Aféitate, por amor de Dios!
Pareces un vagabundo. Por algo nadie quiere darte un empleo. No los
culpo…Tu aspecto no es medianamente decente (Va hacia la cocina
de gas) Aquí hay mucha agua caliente. No tienes la menor excusa.
(Toma un tazón y vierte en él un poco de agua de la cafetera.)
Toma.
(Él tiende la mano en procura del
tazón. Se ve una mano sensible, de dedos finos que tiembla, y parte
del agua se derrama sobre el piso)
(La señora Rowland, con tono
insultante) ¡Mira cómo te tiembla la mano! Mas vale que
abandones la bebida. No puedes soportarla. Los hombres como tú son
los mejores candidatos al delírium tremens. ¡Eso sería la gota que
hace desbordar el vaso! (Mirando el piso) Mira como has dejado el
piso… hay colillas y cenizas en toda la habitación. ¿Por qué no
los tiraste sobre un plato? No, no serías lo bastante considerado
para hacerlo. Nunca piensas en mí. Tú no tienes que barrer la
habitación, y eso es todo lo que te importa.
(Toma la escoba y comienza a barrer
malignamente, levantando una nube de polvo. De las habitaciones
interiores llega el rumor de una navaja de afeitar que afilan.)
(Barriendo) ¡Apresúrate! Ya
debe ser casi la hora de que me vaya. Si llegara tarde, me expondría
a perder mi empleo y entonces ya no te podría seguir manteniendo. (Y
al ocurrírsele algo más, agrega sarcásticamente) Y entonces,
tendrías que trabajar o hacer alguna cosa horrible de esa especie
(Barriendo debajo de la mesa). Lo que quiero saber es si
buscarás hoy trabajo o no. Sabes que tu familia no nos seguirá
ayudando. También ellos ya están hartos de ti. (Después de
barrer en silencio durante unos instantes) Estoy cansada de toda
esta vida. Ganas me dan de irme de casa, pero soy demasiado
orgullosa para permitir que te sepan un fracasado… a ti, el hijo
único del millonario Rowland, el egresado de Harvard, el poeta, el
hombre notable del pueblo… ¡Bah! (Con amargura) No serían
muchas las que me envidiarían mi hombre notable si supieran la
verdad. Me gustaría saber una cosa… ¿Qué ha sido nuestro
matrimonio? Aún antes de que tu padre millonario muriera
debiéndole dinero a todo el mundo, nunca derrochaste un solo minuto
con tu esposa. Supongo que a tu entender, yo debía darme por
satisfecha con tu honorable actitud al casarte
conmigo…después de haberme puesto en dificultades. Yo te
avergonzaba ante tus refinados amigos porque mi padre sólo es un
almacenero, eso es lo cierto. Por lo menos es un hombre honrado y tú
no podrías decir lo mismo del tuyo. (Sigue barriendo
enérgicamente hacia la puerta. Se apoya sobre su escoba por un
momento)
Suponías que todos creerían que te
habías visto obligado a casarte conmigo y te compadecerían…
¿verdad? No vacilaste mucho para decirme que me querías y para
hacerme creer en tus mentiras antes de que sucediera aquello… ¿no
es eso? Me hiciste suponer que no querías que tu padre me
sobornara, como trató de hacerlo. Pero ya sé a qué atenerme. Por
algo he vivido tanto tiempo contigo. (Sombriamente) Es una
suerte que nuestro pobre hijo naciera muerto, después de todo. ¡Qué
padre hubieras sido! (Permanece en silencio, y cavilando
hoscamente durante un instante, luego prosigue con una serie de
salvaje alegría)
Pero no soy la única que tiene que
agradecerte su desdicha. Hay, por lo menos otra, y ésa no puede
tener esperanzas de casarse contigo ahora. (Asoma la cabeza al
cuarto contiguo) ¿.Qué me dices de Helen? (Retrocede del
vano de la puerta con un sobresalto, algo asustada)
¡No me mires así! Sí, he leído esa
carta. ¿Y qué? Tenía derecho a leerla. Soy tu esposa. Y sé todo
lo que hay que saber, de modo que no me mientas: No tienes por qué
mirarme así. Ya no podrás intimidarme con esos aires de hombre
superior. Si no fuese por mí, te irías sin desayunarte esta mañana
(Vuelva a dejar la escoba en el rincón y dice, con tono
gimoteante:) Nunca me agradeciste en lo más mínimo lo que he
hecho. (Va hacia la cocina de gas y echa el café en la cafetera)
El café está listo. No te esperaré. (Vuelve a sentarse)
(Después de una pausa, llevándose
la mano a la cabeza, malhumorada) ¡Cómo me duele la cabeza esta
mañana! Es una vergüenza que deba irme a trabajar todo el día en
una habitación asfixiante, en este estado. Y no iría si fueras un
hombre. Debiera ser yo quien pasara el día tendida en la cama, y no
tú. Bien sabes lo enferma que he estado en este último año; y
sin embargo cuando tomo alguna pequeñez para levantarme el ánimo,
me lo echas en cara. Ni siquiera quisiste dejarme tomar ese tónico
que compré en la farmacia. (Con risa cruel) Sé que te
alegraría verme muerta y que no te estorbara; entonces podrías
correr detrás de esas muchachas estúpidas que te creen maravilloso
e incomprendido… Esa Helen y las demás.(Del cuarto contiguo
llega una agua exclamación de dolor)
(Con satisfacción) ¡Claro!
¡Ya sabía yo que te cortarías! Eso te servirá de lección. Bien
sabes que no debes pasarte las noches vagabundeando por ahí y
bebiendo, con tus nervios en tan deplorables condiciones (Va hacia
la puerta y se asoma a la otra habitación)
¿Por qué estás tan pálido? ¿Por
qué te mirar así, fijamente, en el espejo? ¡Por amor de Dios!
¡Quítate esa sangre de la cara! (Con un escalofrío) Es
horrible. (Con tono de alivio) Bueno, ya estás mejor. Nunca
he podido soportar el espectáculo de la sangre (Se aparta un poco
de la puerta) Más vale que renuncies a afeitarte solo y vayas a
una peluquería. Tu mano tiembla horriblemente. ¿Por qué me miras
así? (Se aleja de la puerta) ¿Todavía estás furioso
conmigo a causa de esa carta? (Desafiante) Pues yo tenía
derecho a leerla. Soy tu esposa. (Va hacia la silla y
vuelve a sentarse. Después de una pausa) Hace tiempo que estoy
enterada deque tienes una aventura. Tus débiles pretextos de que te
pasabas el tiempo en la biblioteca no me engañaron. Y después de
todo… ¿quién es esa Helen? ¿Una de esas artistas? ¿O también
escribe poemas? A juzgar por tu carta lo parece. Apostaría a que te
dijo que tus cosas eran lo mejor que se había escrito en el mundo, y
que te lo creíste como un imbécil. ¿Es joven y linda? También yo
era joven y linda cuando me engañaste con tu palabrería poética;
pero la vida contigo la consume pronto a cualquiera. ¡Las que he
pasado!
(Va hacia la cocina de gas y retira
el café) El desayuno está listo. (Con una mirada de desdén)
¡El desayuno! (Se sirve una taza de café y deja la
cafetera sobre la mesa) Se te enfriará el café. ¿Qué
estás haciendo? ¿Afeitándote, todavía? ¡Por amor de Dios! Más
vale que renuncies a eso. Una de estas mañanas te harás un buen
tajo. (Se corta pan y lo hunta con manteca. Durante los párrafos
siguientes, come y bebe su café)
Tendré que irme corriendo, apenas
concluya de comer. Uno de nosotros tiene que trabajar (Irritada)
¿Vas a buscar trabajo hoy o no? Seguramente, alguno de tus
refinados amigos te ayudaría si te creyera realmente tan talentoso.
Pero supongo que todos ellos prefieren oírte hablar. (Se queda
sentada en silencio, durante un minuto).
Lo siento por esa Helen, sea quien
sea. ¿No tienes ninguna consideración por los demás? ¿Qué dirá
su familia? Veo que ella la menciona en su carta. ¿Qué hará?
¿Alumbrar al niño… o ir a ver a uno de esos médicos? Linda
situación, hay que confesarlo. ¿Dónde conseguiría el dinero?
(Espera una respuesta a esta andanada de preguntas)
Hum…No me digas nada sobre ésa…
¿verdad? ¡Tanto me da! Después de todo, no lo lamento por ella…
Sabía que estaba haciendo. A juzgar por su carta, no es una
colegiala como lo era yo. ¿Sabe que estás casado? Claro que debe
saberlo. Todos tus amigos están enterados de tu infortunado
matrimonio. Sé que te compadecerán, pero no conocen mi versión del
asunto. Hablarían de otro modo si la conociesen.
(Está demasiado ocupada comiendo
para seguir hablando, durante un segundo o dos)
Esa Helen debe ser una buena pieza,
si sabe que eres casado. ¿Qué esperaba? ¿Qué yo te concediera el
divorcio y te dejara casarte con ella? ¿Cree que soy lo bastante
chiflada para eso…después de todas las que me hiciste pasar? ¡Por
cierto que no! Y tú no podrías conseguir el divorcio de mí y bien
lo sabes. Nadie podrá decir jamás que yo he hecho algo malo.
(Apura el resto de su café)
Ella merece sufrir, es todo lo que
puedo decirte. Te diré lo que pienso: creo que tu Helen no pasa de
ser una vulgar trotacalles. Esa es mi opinión. (Del cuarto
contiguo llega un sofocado gemido).
¿Has vuelto a cortarte? Bien merecido
lo tienes (Se levanta y se quita el delantal) Bueno, tengo que
irme sin demora. (Malhumorada) ¡Vaya una vida la que llevo!
No soportaré por más tiempo tu haraganería. (Oye algo y hace
una pausa, escuchando atentamente) ¡Eso es! ¡Has volcado toda
el agua! No digas que no. La oigo gotear por el piso (Una vaga
aprensión aparece en su rostro) ¡Alfred! ¿Por qué no me
contestas?
(Va lentamente hacia la otra
habitación. Se oye caer una silla y algo se desploma pesadamente en
el suelo. La señora Rowland se detiene, temblando de pánico y
exclama:
¡Alfred! ¡Alfred! ¡Contéstame!
¿Qué has hecho caer? ¿Estás borracho todavía? (Incapaz de
soportar la tensión ni por un momento más, se lanza hacia la puerta
del dormitorio)
¡Alfred!
(Se detiene en el umbral, mirando
el suelo del cuarto interior, transfigurada de horror. Luego lanza un
salvaje alarido y corre hacia la otra puerta, hace girar la llave y
la abre frenéticamente de par en par. Y se precipita al vestíbulo
gritando como una loca)
TELÓN.
EUGENE
O´NEILL
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