26 de julio de 2018

4°4 Crítica al poema La casada infiel.


                   El antihéroe cínico de Lorca:
La casada infiel o el sabotaje mítico de un romancero
                                                         Miguel AMORES FÚSTER

Abordado como texto tético, creemos que el análisis del romance de La casada
infiel no tendría mucho más recorrido que el de evidenciar que el texto propone un
modelo de mundo regido por un machismo explícito y exacerbado. En efecto, en el
poema se narra cómo una mujer casada, con el único objetivo aparente de saciar su
lujuria, engaña a un gitano «legítimo» para que mantenga un encuentro sexual con
él y que éste, obligado por su código de honor, no puede sino complacerla para
luego darse cuenta de que ha sido engañado y que en realidad nunca tuvo opción de
comportarse de una forma honorable. A ello habría que añadir que sólo hace referencia
a la mujer mediante figuras retóricas que proyectan una imagen de ella exclusivamente
en términos de objeto de sexualidad, y finalmente no es menor el
hecho de que, tras haber tenido lugar el encuentro sexual, y aparentemente tras conocer
el engaño sufrido, el gitano legítimo decide, siempre en arreglo a su particular
código de honor, no sólo no enamorarse, sino además ofrecer una compensación
material (un costurero) a la mujer, lo que desplaza su consideración moral de libidinosa
o promiscua, intuido ya desde el título, al de prostituta en el sentido más estricto
de la palabra. En su libro Religiosidad y moralidad de los gitanos en España, Fernando Jordán
afirma que la sociedad gitana tradicional se caracteriza por presentar rasgos esencialmente
clánicos debido a que sus fundamentos esenciales son la preeminencia de
la familia y la solidez de lazos de sangre:
La organización social está fundada en la solidaridad del clan familiar, que es paralela
a una forma de justicia basada en la fidelidad a la raza y a la tradición […],
la única ley que acatan es la que emana desde dentro del mismo pueblo; teniendo
como fundamento de conducta el respeto a los «viejos» y el bien común del
clan23.
Con todo ello en cuenta, sostiene Jordán que entre los gitanos el concepto de
adulterio es muy distinto al de los payos, a un tiempo mucho más severo y mucho
más laxo. La razón es que en la sociedad gitana tradicional el adulterio no se limita
al acto de infidelidad matrimonial cometido por un casado con otra persona, casada
ésta o no, sino que también se puede hablar de adulterio ante el encuentro de los
gitanos solteros, dado la enorme importancia social que se concede a que las mujeres
jóvenes lleguen vírgenes al matrimonio, hasta el punto de que un error de dia-gnóstico de la «ajuntaora» podía tener aparejado el castigo de que se le rebanara un
brazo. Así, y dentro de esta legalidad gitana tradicional a la que en todo momento se
refiere Jordán, el adulterio es el peor delito que puede cometer un gitano tras los
crímenes de sangre, la injuria a los muertos y el estupro; tanto es así que la ley gitana
tradicional permitiría al marido burlado y a sus parientes varones matar al hombre
que ha cometido adulterio, y en caso de que éste no fuera ajusticiado, tanto él
como la mujer infiel sufrirían destierro o cuanto menos el ostracismo del conjunto
de la comunidad, incluidos los de su propio linaje

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