EL GITANO
EN LA OBRA DE FEDERICO GARCIA LORCA
FELIX HERRERO SALGADO
Escuela Universitaria E.G.B. ZamoraEn 1928 Ernesto Giménez Caballero entrevistaba a Federico García Lorca:
— «Dime más datos para tu solución de herencia.
—Yo no soy gitano.
—¿Qué eres?
—Andaluz, que no es igual, aun cuando todos los andaluces seamos algo gitanos.
Mi gitanismo es un tema literario. Nada más»1.
He querido comenzar mi trabajo con esta entrevista porque desearía acotar desde
el principio tres ideas: Primera: Los gitanos son en Lorca un tema, y un tema de
poeta, no de sociólogo, ni menos de político. Segunda: El tema gitano no le es tema
obsesivo que invada e ilumine toda su obra. Está circunscrito a un período, 1923-
1928, y a un libro, Romancero gitano. Después, algunas lecturas y comentarios
sobre este libro. Y antes, 1921, Poema de cante jondo, libro no abiertamente gitano,
pero en el que se dan todos los elementos del mundo gitano. Tercera: En Lorca es
muy difícil deslindar lo gitano de lo andaluz.
Lorca llega al tema gitano a través del cante. Había crecido en ambiente propicio.
«El padre de Lorca —dice José Monleón— era hombre a quien gustaba reunir
guitarristas y cantaores tras la jornada del campo. Allí se cantaba y se hablaba de
cante. Allí empezaría a oír Federico muchas de las cosas desarrolladas más tarde en
sus famosas conferencias sobre el cante y sobre el duende. Allí conocería las primeras
cosas de los futuros gitanos de su Romancero, las primeras imágenes de su Poema
de cante jondo. Para el niño Federico García Lorca debió quedar muy claro desde
el principio que el cante era cosa seria, una dramaturgia del pueblo gitano-andaluz»2.
También del poeta tenemos testimonio directo de su estimación del cante y de su
contacto con el mundo gitano. El 2 de agosto de 1921, escribe a Adolfo Salazar:
«...estoy aprendiendo a tocar la guitarra; me parece que lo flamenco es una de las
creaciones más gigantescas del pueblo español. Acompaño ya fandangos, peteneras
y er cante de los gitanos, tarantas, bulerías, ramonas. Todas las tardes vienen a
enseñarme El Lombardo (un gitano maravilloso) y Frasquito er de la Fuente (otro
gitano espléndido)»3.
No es ajena a esta afición la sabia dirección de don Manuel de Falla, amigo íntimo
de la familia. Con él organiza en 1922 el Concurso del Cante Jondo en el Centro
Artístico Granadino, y ese mismo año pronuncia su famosa conferencia El Cante
9
jondo (Primitivo cante andaluz), en la que están patentes vivencias personales y un
estudio y conocimiento profundos de la materia.
De esta conferencia me interesa destacar dos puntos, claves en la conexión del
cante, los gitanos y su poesía. El primero: dice Lorca: «Según la versión (del origen
índico de los gitanos), las tribus gitanas, perseguidas por los cien mil hijos del Gran
Tamerlán, huyeron de la India. Veinte años más tarde, estas tribus aparecen en
diferentes pueblos de Europa y entran en España con los ejércitos sarracenos, que
desde la Arabia y el Egipto desembarcaban periódicamente en nuestras costas. Y
estas gentes, llegando a nuestra Andalucía, unieron los viejísimos elementos nativos
con el viejísimo que ellos traían y dieron las definitivas formas a lo que hoy llamamos
'cante jondo'»4. Serían, pues, los gitanos los que aglutinaron los elementos del
milenario cante de Tartesos, el que cantaban las «puellae gaditanae» en Roma, con
los de la legendaria India para conformar la «siguiriya», alma del cante jondo, que
significativamente se adjetiva «gitana».
Segundo: Pero, además, junto a la melodía, están los poemas. Continúa la conferencia:
«Todos los poetas que actualmente nos ocupamos, en más o menos escala,
en la poda y cuidado del demasiado frondoso árbol lírico que nos dejaron los románticos
y los postrománticos, quedamos asombrados ante dichos versos. Las más
íntimas gradaciones del Dolor y de la Pena, puestas al servicio de la expresión más
pura y exacta, laten en los tercetos y cuartetos de la «siguiriya» y sus derivados.
No hay nada, absolutamente nada en toda España, ni en estilización, ni en ambiente,
ni en justeza emocional... Ya vengan del corazón de la sierra, ya vengan del naranjal
sevillano o de las armoniosas costas mediterráneas, las coplas tienen un fondo común:
el Amor y la Muerte»5.
Lorca, que viene de su primera y virginal vocación, la música clásica, entra en
la hondura del cante gitano-andaluz para hallar su segunda y definitiva vocación, la
de poeta. Del cante jondo toma la forma escueta y limpia, los temas y el color que
tiñe sus versos: El Amor, la Muerte, la Pena, el «magnífico panteísmo» y el misterio
de las viejas edades, del «primer llanto y del primer beso».
La práctica había precedido a la teoría, porque un año antes, en 1921, había
compuesto Poema de cante jondo. El poeta era consciente de que el libro representaba
una innovación en el mundo contemporáneo de la poesía. Así se lo confesaba a su
amigo Adolfo Salazar: «Ahora pongo los tejadillos de oro al «Poema de cante jondo»,
que publicaré coincidiendo con el concurso. Es una cosa distinta de las suites y llena
de sugestiones andaluzas. Su ritmo es estilizante y popular, y saco a relucir a los
cantaores viejos y a toda la fauna y flora fantástica que llenan estas sublimes
canciones. El Silverio, el Juan Breva, el Loco Mateo, la Parrala, el Filio... ¡y la
Muerte!... El poema comienza con una crepúsculo inmóvil y por él desfilan la
siguiriya, la soleá, la saeta y la petenera. El poema está lleno de gitanos, de velones,
de fraguas, tiene alusiones a Zoroastro. Es la primera cosa de otra orientación mía
y no sé todavía qué decirte de él... ¡pero novedad tiene!... Los poetas españoles
nunca han tocado este tema»6.
Había intuido las posibilidades poéticas del cante viejo elaborándolo desde experiencias
líricas personales, y compuso los poemas que forman el libro teniendo
como base expresiva el empleo intenso de la metáfora y el símbolo.
En Poema de cante jondo están latiendo todos los componentes del mundo gitanoandaluz:
10
— La siguiriya, lo más puro del cante jondo andaluz que «tiene el corazón de
plata y un puñal en la diestra».
— La guitarra, «corazón malherido por cinco espadas».
— La tierra, la «Andalucía del llanto», de «largos caminos rojos»:
«Tierra
vieja
del candil
y la pena...
Tierra
de la muerte sin ojos
y las flechas».
— El puñal:
«Por todas partes
yo
veo el puñal
en el corazón».
— La muerte:
«La muerte
entra y sale
y sale y entra
de la taberna».
— Y los ríos, y las ciudades, y el amor, y la naturaleza.
En Poema de cante jondo —«libro interior que busca la esencia oculta y oscura
del mundo del cante»— Lorca trata el tema gitano indirectamente y por vías estética
y sentimental.
El libro, a la hora de publicarlo, 1931, resultaba demasiado pequeño. Para
alargarlo, Lorca incluyó los diálogos del Teniente Coronel de la Guardia Civil y del
Amargo. Me interesa el primero: «Escena del Teniente Coronel de la Guardia Civil».
Escrito en 1925, cuando el poeta se halla zambullido en la composición del Romancero
gitano, adopta una nueva estructura —el diálogo esperpéntico en prosa—
y aborda directamente el tema gitano. Lorca enfrenta abiertamente dos mundos
sociales: el mundo del gitano —libertad y fantasía— y el mundo burgués, ordenancista,
representado por el Teniente Coronel de la Guardia Civil. El Teniente Coronel
de la Guardia Civil, «alma de tabaco y café con leche», no puede soportar el choque
dialéctico con el gitanillo, «alas para volar», «azufre y rosa en mis labios», y, «pun,
pin, pan», «cae muerto». Lorca acota al final del diálogo: «En el patio del cuartel,
cuatro guardias civiles apalean al gitanillo... Veinticuatro bofetadas, Veinticinco
bofetadas...». Esta es la reacción de la sociedad organizada, el apaleamiento contra
quien construye torres de canela y tiene «anillos y nubes en la sangre». La «guardia
civil caminera» de la canción del gitano apaleado nos introduce en el Romancero
gitano.
Lorca elabora gozosamente, pero trabajosamente, el Romancero gitano. Con la
efusión propia de su carácter comunica a sus amigos el largo proceso de gestación:
cinco años. A Melchor Fernández Almagro: «He trabajado bastante y estoy terminando
una serie de romances gitanos que son por completo de mi gusto»7. «También
11
te mando este romance gitano nuevo, «Romance gitano de la luna luna de los
gitanos». Mi idea es hacer un romancero gitano»8. A su hermano Francisco: «El
romancero gitano quisiera reservarlo y hacer un libro sólo de romances. Estos días
he hecho algunos, como el de Preciosa y el «Prendimiento de Antoñito el Camborio».
Son interesantísimos9. A Jorge Guillen: «Ahora trabajo mucho. Estoy terminando
el Romancero gitano». Nuevos temas y nuevas sugestiones»10. Al mismo: «No quiero
dejar de enviarte este fragmento del «Romance de la Guardia Civil española» que
compongo estos días... Una vez terminado este romance, y el «Romance de la gitana
Santa Olalla de Mérida», daré por terminado el libro. Será bárbaro»11.
Entusiasmo, esfuerzo y gitanos, gitanos, gitanos. Federico está entusiasmado
con el tema. Da a conocer los romances en cartas, en revistas y en lecturas-representaciones.
Los amigos y los amigos de los amigos saben los romances de memoria,
y, juego peligroso, comienzan a identificar a agonista con creador. Empieza a circular
el mito de gitanería del poeta. Este reacciona. A principios del 27 dice a Guillen:
«Estoy dispuesto a dar mi cuota para «Verso y Prosa». Encantado... Pero mandaros
algo no puedo. Más adelante. Y desde luego no serán romances gitanos. Me va
molestando un poco mi mito de gitanería. Confunden mi vida y mi carácter... Además
el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educación y de poeta salvaje
que tú sabes bien que yo no soy»12. Y a José Bergamín, por las mismas fechas: «A
ver si nos reunimos este año y dejas de considerarme como un gitano, mito que
sabes lo mucho que me perjudica»13.
Reacción visceral, vano empeño. Había creado un personaje de tan recia contextura
que llenaba el verso, lo inundaba y arrasaba consigo al creador. (La inundación
llegó, tenía que llegar, hasta la Residencia de Estudiantes, y salió en forma de título
humorístico de película). Lorca se quedó con el marbete de gitano de por vida. Tan
difícil sería la tarea de borrarlo como querer hacer volver ya a los estrechos límites
del verso a Antoñito el Camborio o a los altos barandales de la luna a la niña amarga
y a los dos compadres. Algunas citas: Arturo Serrano en El Sol, 15 de mayo de
1932: «Sin proponérselo tal vez, quizá sin darse cuenta, un fino andaluz y un gracioso
gitano son acaso los más destacados poetas de su generación: Rafael Alberti y
Federico García Lorca». Y R. Aguirre Ibáñez, en El Adelanto, mayo de 1932: «Había
que resucitar —dice— el cante «jondo»... y para ello, nadie mejor, ni con más
autoridad ni más sensibilidad, que un músico como Falla, gaditano, de la Andalucía
blanca y salada del Puerto de Santa María, y un poeta como Lorca, gitano, granadino,
verde y negro como un faraón de la raza»14. Y finalmente, ya en 1936, en comentario
a un recital del poeta en el Ateneo guipuzcoano: «El recio poeta de la gitanería glosó
sus poesías contenidas en el Romancero, faro de nuevas fórmulas»15.
La consecuencia del tópico hiriente es fulminante. En carta a J. Guillen, finales
de 1926, escribe: «Una vez terminado este romance y el «Romance del martirio de
la gitana Santa Olalla de Mérida», daré por terminado el libro... Después no tocaré
¡jamás!, ¡jamás! este tema»16 (Curioso: un poeta da por terminado el ciclo temático
que aborda en un libro antes de haberlo publicado).
Romancero gitano es secuencia y consecuencia de Poema de cante jondo. En
éste había poetizado el alma, las esencias dramáticas del cante jondo, o lo que es
lo mismo, del alma gitana, del alma andaluza. Ahora siente la necesidad de revestir
esas almas de un cuerpo: de Antoñito el Camborio, de Soledad Montoya, de la
monja gitana, de la Guardia Civil.
12
Lorca, que siempre lleva consigo un comentarista y un crítico de su propia obra,
define el libro y su contenido: «El libro es un retablo de Andalucía con gitanos,
caballos, arcángeles, planetas, con su brisa judía, con su brisa romana, con ríos,
crímenes, con la nota vulgar del contrabandista y la nota celeste de los niños desnudos
de Córdoba que se burlan de San Rafael. Un libro donde apenas si está expresada
la Andalucía que se ve, pero donde está temblando la que no se ve... Un libro
antipintoresco, antifolklórico, antiflamenco. Donde no hay ni una chaquetilla corta
ni un traje de torero, ni un sombrero plano, ni una pandereta, donde las figuras
sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje (grande y
oscuro como un cielo de estío), un solo personaje que es la Pena...»17.
Da la razón de llamarlo gitano: «El libro en conjunto, aunque se llama gitano,
es el poema de Andalucía, y lo llamo gitano, porque el gitano es lo más elevado,
lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y
el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza universal»18.
Lorca —aclara él mismo— no se refiere a «los gitanos sucios y harapientos, ni
a esas gentes que van por los pueblos y roban», sino a esas «diez familias desde
Jerez a Cádiz» que sorbieron en los comienzos del siglo XV, con la avidez del
neófito, el espíritu de la tierra milenaria andaluza, la fusionaron con su alma índica
y la han sabido guardar con el celo propio de las razas marginadas e incontaminables.
El gitano lorquiano es, pues, un guardador de esencias, de esencias que implican
una forma de ser y estar andaluzas.
No todo el libro es gitano. «El Romancero gitano» —declaraba el poeta en 1931
a Gil Benumeya— no es gitano más que un trozo al principio. Es en esencia un
retablo andaluz de todo el andalucismo. Al menos como yo lo veo. Es un canto
andaluz en que los gitanos sirven de estribillo. Reúno todos los elementos poéticos
locales y les pongo la etiqueta más fácilmente visible. Romances de varios personajes
aparentes que tienen un solo personaje esencial: Granada»19.
Sin embargo, aunque el poeta quiera ser en esta ocasión restrictivo —no olvidemos
que se halla bajo los efectos del pleno fervor del mito de gitanería—, la
realidad es que el mundo gitano llena y contagia todo el libro. Unos poemas, por
personaje y ambiente, son abiertamente gitanos; otros, pocos, quedan envueltos en
la atmósfera gitana del libro.
Veamos ahora los elementos del tema gitano y su tratamiento.
La mayoría de los romances de Romancero gitano tienen dos componentes: uno
real, anecdótico, y otro mítico. Esto, que es la tesis del libro de Gustavo Correa,
ya lo dijo el poeta: «Desde los primeros versos se nota que el mito está mezclado
con el elemento que podríamos llamar realista, aunque no lo es, puesto que al contacto
con el plano mágico se torna más misterioso e indescifrable, como el alma misma
de Andalucía, lucha y drama del veneno del Oriente del andaluz con la geometría
y el equilibrio que impone lo romano, lo bélico»20. La parte anecdótica revela,
comenta Correa, «lo que podríamos llamar vida, pasión y muerte del gitano del
Romancero»21. La parte mítica conforma con sus elementos fabuladores una nueva
realidad.
El libro comienza con el «Romance de la luna luna de los gitanos», «mito —en
palabras del poeta— de la luna sobre tierras de danza dramática, Andalucía interior
concentrada y religiosa». La anécdota, muerte de un niño gitano en la fragua; el
elemento mitificador, la luna personificada en una mujer bailarina de danza ritual y
13
mágica; y todos los instrumentos creadores de una atmósfera agitanada: nardo, fragua,
collares, anillos; y los gitanos: al fondo, por el olivar, «bronce y sueño»; en la
fragua, llanto y gritos. Así, trascendiendo la frustración de una vida sesgada en la
niñez, entra la Muerte, universal, y toma posesión desde el primer verso, en el
Romancero gitano.
«Preciosa y el aire» —«mito de playa tartesa..., donde todo, drama o danza,
está sostenido por una aguja inteligente de burla e ironía»— inicia la galería de
gitanas. Preciosa, nombre de claras resonancias cervantinas, con su inocencia y su
música excita las apetencias sexuales del viento. Sexo y violencia, de la mano del
mito, entran también en el Romancero.
Segundo romance de mujer: la estampa de una monja gitana que borda alhelíes,
prisionera en el «silencio de cal y mirto» de su convento. Para algún crítico hay un
posible tema social: enfrentamiento entre el sedentarismo impuesto a los gitanos y
su ansia inconformista de libertad. Lorca comentaba en Impresiones y paisajes: Estas
enclaustradas «son esencias rotas de amor y maternidad... El convento es como un
enorme corazón frío que guardara en su seno a las almas que huyeron de los pecados
capitales»22. El poema habla de juegos de luz y de fantasía, de caballistas, de rumores
íntimos y sordos, de corazones de azúcar y yerbaluisa, que perfilan el mundo interior
de la gitana, en concreto, y del gitano en general. Choque de la imaginación, de
los sueños de libertad contra tantos muros de conventos y contra tantos ríos puestos
en pie.
En contraposición, la gitana del «Romance de la casada infiel» es el deseo sexual
hecho realidad en la aventura amorosa de una noche «ardiente y marchosa». Lorca
decía que el romance, «gracioso de forma e imagen», era superficial, pura anécdota
andaluza. Sin embargo, vertió sobre las carnes de la lozana andaluza sus piropos
preferidos del repertorio gitano: pechos de jacinto, cutis de cristal de luna, muslos
como peces, potra de nácar. El sexo se hace mito en el Romancero.
Soledad Montoya, agonista del «Romance de la pena negra», es la gitana lorquiana
más profunda. El poeta ha elegido conscientemente, sabiamente el nombre,
Soledad (qué bellamente glosado por otro andaluz, José María Pemán: «si con tres
sílabas basta / para decir el vacío / del alma que está sin alma / So-le-dad»), y el
apellido, Montoya, de rancia reciedumbre gitana. Y se ha recreado sensualmente en
su descripción: «Cobre amarillo, su carne / huele a tabaco y a sombra. / Yunques
ahumados sus pechos / gimen canciones redondas». En Soledad Montoya simboliza
el poeta la frustración individual —«Soledad, qué pena tienes» — , pero, trascendida
ésta, Soledad Montoya encarna el personaje esencial del Romancero gitano, la Pena
negra de los gitanos —«¡Oh pena de los gitanos!» — . Lorca ya la define en el
romance: pura y profunda. Pero, además, en varias ocasiones tuvo comentarios
esclarecedores: En Romancero gitano «no hay más que un solo personaje... que es
la Pena, que se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles..., que
es un sentimiento más celeste que terrestre, pena andaluza que es una lucha de la
inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y no puede comprender». Pena
que es «la razón del pueblo andaluz. No es angustia..., ni es dolor..., es un ansia
sin objeto, es un amor agudo a la nada»23.
Luis Rosales, en Andalucía del llanto, define la esencia de este misterioso personaje,
andaluz y gitano: «La pena es la consecuencia del afincamiento andaluz en
soledad y en desplazamiento en busca de sí mismo. Pena soterrada, la verdadera
tierra de la tierra andaluza. La pena es la religión del campo andaluz, el estado
14
normal de su sensibilidad, el agua, la sombra y el árbol, los angustiados en su sitio.
Es la pena del ser y no puede esfumarse en la niebla del llanto»24.
La niña amarga de «Romance sonámbulo» —«Cara fresca, negro pelo». «Verde
carne, pelo verde»—, envuelta en una atmósfera de panteísmo y misterio —barco
y caballo, luna y monte, higuera y pitas agrias, mar amarga—, personifica, en sus
altas barandales, un doble tema universal: la frustración y la muerte.
Anunciación de los Reyes —«morena de maravilla», «bien lunada y mal vestida
»— es, como se ha señalado, la única gitana feliz del Romancero. Tiene la alegría
de la felicidad familiar y el gozo de la fecundidad: «Dios te salve, Anunciación, /
Madre de cien dinastías».
En «Romance de la luna luna» se inicia la galería de gitanos. Lorca talla a cincel
carne y espíritu, con todas las connotaciones de la raza: «Por el olivar venían, /
bronce y sueño, los gitanos, / las cabezas levantadas / y los ojos entornados».
En «Reyerta de gitanos» sobre el elemento anecdótico —querella entre familias
rivales gitanas— se tejen los mitos de la sangre y la muerte. El gitano tiene nombre:
Juan Antonio el de Montilla; hermoso por la tragedia de la muerte: «su cuerpo lleno
de lirios / y una granada en sus sienes». Lorca trata aquí un tema social; él mismo
lo apunta: «esa lucha social sorda, latente, en Andalucía y España». Los romanos
y los cartagineses de toda nuestra historia triste, con toda la violencia de las navajas,
la sangre, los caballos enfurecidos y el toro de la reyerta; aunque metáforas y símbolos
eleven el tema a categoría estética.
Los dos compadres del «Romance sonámbulo», que atraviesan el romance en
busca de los altos barandales, representan el tema social del gitano perseguido: sangre
y lágrimas.
Lorca retrata el tipo del gitano juncal —gracia, hermosura y altivez— en el
arcángel S. Gabriel y en Antoñito el Camborio.
S. Gabriel, que es palma, emperador, lucero y biznieto de la Giralda, ha arrancado
del poeta, que se recrea, la descripción perfecta de la guapura viril:
Un bello niño de junco,
anchos hombros, fino talle,
piel de nocturna manzana,
boca triste y ojos grandes,
nervio de plata caliente,
ronda la desierta calle.
Sus zapatos de charol
rompen las dalias del aire.
Lorca presenta a Antoñito el Camborio como «uno de los héroes más netos»,
«gitano verdadero, incapaz del mal». Eleva a rango mítico en los dos romances a
un gitano de Chauchina, pueblo próximo a Fuentevaqueros, tratante de ganados, con
fama de buen jinete y mejor bebedor, a quien encontraron muerto una mañana en
un sendero; se había clavado, al caer del caballo, la navaja que llevaba a la cintura.
Encarna en él el orgullo de la raza: «Antonio Torres Heredia, / hijo y nieto de
Camborios»; el garbo, la marchosidad y la hermosura: «Moreno de verde luna, /
anda despacio y marchoso. / Sus empavonados bucles / le brillan entre los ojos»..
15
En los dos gitanos se cifra la exaltación de la raza, la libertad, el coraje, el orgullo
y la prestancia del pueblo gitano.
El tema del gitano y la Guardia Civil es el más polémico y visceral del Romancero
gitano. Por supuesto que Lorca conocía las relaciones conflictivas de ambos. Vivía
en una región en que por razones históricas, económicas y sociales los enfrentamientos
de las Fuerzas del Orden Público, casi siempre la Guardia Civil, con payos
o gitanos eran muy frecuentes. En carta de febrero de 1926 escribe a su hermano
Francisco, que residía temporalmente en Francia: «Hice una espléndida excursión a
las Alpujarras llegando hasta el riñon. El país está gobernado por La Guardia Civil.
Un cabo de Carataúnas a quien molestaban los gitanos, para hacer que se fueran los
llamó al cuartel y con las tenazas de la lumbre les arrancó un diente a cada uno
diciéndoles: «Si mañana están aquí caerá otro». Naturalmente, los pobres gitanos
mellados tuvieron que emigrar a otro sitio. Esta Pascua en Cañar un gitanillo de
catorce años robó cinco gallinas al alcalde. La Guardia Civil le ató un madero a los
brazos y lo pasearon por las calles del pueblo, dándole fuertes correazos y obligándole
a cantar en alta voz. Me lo contó un niño que vio pasar la comitiva desde la escuela.
Su relato tenía un agrio realismo conmovedor. Todo esto es de una crueldad insospechada...
y de un fuerte sabor fernandino»25.
A estos relatos ajenos hay que añadir los comentarios sobre el tema de don
Fernando de los Ríos, su maestro y amigo, y las propias vivencias personales. Esto,
unido a su carácter sentimental y a su naturaleza granadina —«Yo creo que el ser
de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos»26—, crea en
el poeta una voluntad de benevolencia hacia el gitano y de indiferencia o aversión
hacia la Guardia Civil que pasa, tamizado por la intención estética, a los poemas
del Romancero. Este sentimiento, o resentimiento, es, nada más, uno de los varios
elementos afectivos del libro, no es su esencia, que hay que buscar en la voluntad
creadora de una obra de arte.
Creo que Arturo Barea vio claro el simbolismo del tema y la intencionalidad del
escritor: «Lorca nunca presentó la Guardia Civil como un mecanismo político-social.
Sin embargo, todas sus referencias incidentales a la «Benemérita» surgen del mismo
pozo oscuro del miedo popular. Su tema es sólo el duelo entre el guardia civil y el
contrabandista..., pero cada encuentro entre gitanos, eternamente ingenuos, aventureros
y valientes hasta en sus más pequeñas vanidades, se convierte en un choque
entre la sombría violencia organizada y la libertad humana, generosa y alegre»27.
Símbolo y representación, mas también elemento y fuerza necesaria, la Guardia
Civil, para conformar el mundo lorquiano, épico y dramático, forjado, a veces, por
el erotismo, y, casi siempre, por la violencia, la destrucción y la muerte. Podría
aducirse el valioso testimonio de Melchor Fernández Almagro, buen amigo y cumplido
conocedor de la obra y el pensamiento del poeta: «Por lo mismo que el gitano
incorpora formas reales, proyecta sombra. Ya sabemos cuál: la Guardia Civil. Luchan
la navaja y el màuser, como en el fondo mítico de todos los abolengos pelean dioses
y titanes. No hay héroes sin antagonista. La Benemérita es la gran posibilidad de
que ha partido Federico García Lorca para conferir rango épico a la gitanería de
cédula andaluza, logrando así una nueva y genial alegoría de las fuerzas naturales
en lucha perenne»28.
La Guardia Civil se asoma al Romancero gitano en «Preciosa y el aire». Los
carabineros, «que guardan las blancas torres / donde viven los ingleses», son ele-
16
mentos decorativos, espectadores del ataque lujurioso del viento-hombrón a la asustada
gitanilla del pandero.
En «Reyerta», los «señores guardias civiles» son comparsa del juez, y testigos
de que «aquí pasó lo de siempre: / han muerto cuatro romanos / y cinco cartagineses».
Orden subvertido, presencia del orden establecido.
En «Romance sonámbulo», la Guardia Civil, que viene persiguiendo a los dos
compadres desde los Puertos de Cabra, entra en el texto para poner una nota prosaica
y vinosa a esa sinfonía de misterio y tragedia que modulan la luna, la noche íntima
y la gitana «con ojos de fría plata: «Guardias civiles borrachos / en la puerta golpeaban
».
Lorca perfiló dos personalidades en Antoñito el Camborio; de igual forma trazó
dos comportamientos de la Guardia Civil. En el «Predimiento», la voz de la estirpe
se revuelve en la tumba, y grita la falta de virilidad de los nuevos gitanos y el odio
ancestral de la raza a los civiles:
«Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros...
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo».
En la «Muerte...», se apagan los fusiles de los puertos de Cabra, y se da silencio
a la sangre y a los viejos cuchillos. Ahora es el gitano, en la ronda de la muerte,
el que llama al poeta, su hacedor, y a la Guardia Civil, la ya única posible vengadora
contra los cuatro Heredias de Benamejí: «¡Ay, Federico García, / llama a la Guardia
Civil!».
El «Romance de la Guardia Civil española» es el. primero y único romance que
tiene como personaje principal a la Guardia Civil. Ya no se trata de unos carabineros
que —¡todo es posible en Granada!— «duermen guardando»; ni de unos guardias
civiles, devotos de Baco, que «a las nueve de la noche... beben limonada todos»;
ni de alguacilillos del juez de guardia. Aquí llega la máquina de la destrucción y la
muerte:
«Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinte y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por las carreteras...»
En la conferencia sobre el Romancero gitano, Lorca introducía así la lectura de
este romance: «Pero ¿qué ruido de cascos y correas se escucha por Jaén y por las
17
sierras de Almería? Es que viene la Guardia Civil. Este es el tema fuerte del libro
y el más difícil por increíblemente antipoético. Sin embargo, no lo es»29.
La crítica ha diversificado sus opiniones sobre el romance. Para Francisco Umbral
—la cita es de segunda mano— se trataría del poema español más directamente
político. Para Miguel García-Posada, «la primera gran creación poética en que, si
no la revolución, sí es la represión implacable la que se manifiesta rotundamente...
La imaginación, el juego, la libertad, son sacrificados por la ley de una civilización
siniestra... Hay que esperar al «Guernica» picassiano para encontrar otro testimonio
artístico semejante de masacre»30 (Yo añadiría: tiene un antecedente en las pinturas
negras de Goya y en esa máquina de la muerte ciega que son los «Fusilamientos del
tres de mayo»).
Otras opiniones ponen el énfasis no en las dimensiones socio-políticas del romance,
sino en su vertiente esteticista: el poeta ante todo y sobre todo, quiso hacer
una obra de arte.
Pedro Salinas examina el romance desde la perspectiva de su idea de que el
Romancero gitano configura «un mundo luminoso y enigmático, sometido a un
poder único y sin rival: la muerte». Y así escribe: «Inventa Lorca en el «Romance
de la Guardia Civil» una de las más fabulosas urbes de confitería y de tragedia,
juego y sino, artificio y misericordia. Ciudad de la fiesta la titula. Pero ya se presenta,
presagiante, un caballo:
Un caballo malherido
llamaba a todas las puertas.
Y luego la Guardia Civil, símbolo aquí de la fuerza destructora, que arrasa las
torres de canela y las inocentes alegrías. Ni siquiera esta ciudad, obra de la imaginación,
se evade de la fatalidad de la muerte. La visión de la vida y de lo humano,
que en Lorca luce y se trasluce en la muerte»31.
Interesa conocer otros comentarios de Lorca sobre este romance. El 8 de noviembre
de 1926 escribe a Jorge Guillen: «No quiero dejar de enviarte este fragmento
del «Romance de la Guardia Civil» que compongo estos días. Lo empecé hace dos
años... ¿recuerdas? [sigue parte del romance]. Hasta aquí llevo hecho. Ahora llega
la Guardia Civil y destruye la ciudad. Luego se van los guardias civiles al cuartel
y allí brindan con anís Cazalla por la muerte de los gitanos. Las escenas del saqueo
serán preciosas. A veces sin que se sepa por qué se convertirán en centuriones
romanos. Este romance será larguísimo, pero de los mejores. La apoteosis final de
la Guardia Civil es emocionante»32 (Huelga advertir que el poeta acortó el romance.
Y así nos quedamos sin saber cómo lucirían los civiles de soldados romanos).
Para mí es incuestionable que Lorca está haciendo literatura, esencialmente literatura,
y no sociología, y menos política. Entre otras razones, porque, como dice
López-Morillas, «Lorca no es poeta de ideas, sino de mitos». Tal vez creó un poema
político, pero sería «malgré lui». Vuelvo al texto anterior: «Las escenas del saqueo
serán preciosas»: la frase es elocuente por sí misma. Aunque no sea necesario, cabría
añadir lo que Lorca, herido en su aristocrática dignidad, repetía insistentemente:
«Los gitanos son un tema y nada más. Yo podría ser lo mismo poeta de agujas de
coser o de paisajes hidráulicos»33. El poeta exagera. No le eran lo mismo los gitanos
que las agujas y los paisajes por muy de coser e hidráulicos que fueran. Hay un
18
poso en el corazón y en la mente del poeta, como ya he apuntado, formado de
profundo conocimiento, de convivencia aunque fuera ocasional, de compasión, de
experiencias del mundo gitano y de amor a la raza, que está latiendo en Romancero
gitano y, en especial, en este romance. Esto también se lo dijo a Jorge Guillen: «En
esta parte del romancero procuro armonizar lo mitológico gitano con lo puramente
vulgar de los días presentes y el resultado es extraño, pero creo que de belleza
nueva»34. Y esto también lo dice el poeta en el romance que comentamos:
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te ve y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente;
juego de luna y arena.
Y termino. Federico García Lorca escribió Romancero gitano, «el libro de poesía
—en opinión de Pedro Salinas— más sonado y triunfal del siglo XX». Y lo escribió
con materiales —vida, pasión y muerte de una raza marginada— que en otra pluma
habrían degenerado en pura bazofia costumbrista. Lorca, catador de raíces, buceador
en los viejos misterios de los siglos y las razas, alma de grandísimo poeta, los
dignifica, y, trascendiéndolos, los eleva a mitos de la estirpe gitana y de la humanidad:
Pena y muerte, sexo y amor, frustración y violencia, libertad y represión, y hermosura,
soberbia y altivez de una raza.