8 de abril de 2016

Mecánica popular. Raymond Carver

MECÁNICA POPULAR

Aquel día, temprano, el tiempo cambió y la nieve se deshizo y se volvió agua sucia. Delgados regueros de nieve derretida caían de la pequeña ventana —una ventana abierta a la altura del hombro— que daba al traspatio. Por la calle pasaban coches salpicando. Estaba oscureciendo. Pero también oscurecía dentro de la casa.
Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.
¡Estoy contenta de que te vayas! ¡Estoy contenta de que te vayas!, gritó. ¿Me oyes?
Él siguió metiendo sus cosas en la maleta.
¡Hijo de perra! ¡Estoy contentísima de que te vayas! Empezó a llorar. Ni siquiera te atreves a mirarme a la cara, ¿no es cierto?
Entonces ella vio la fotografía del niño encima de la cama, y la cogió.
Él la miró; ella se secó los ojos y se quedó mirándole fijamente, y después se dio la vuelta y volvió a la sala.
Trae aquí eso, le ordenó él.
Coge tus cosas y lárgate, contestó ella.
Él no respondió. Cerró la maleta, se puso el abrigo, miró a su alrededor antes de apagar la luz. Luego pasó a la sala.
Ella estaba en el umbral de la cocina, con el niño en brazos.
Quiero el niño, dijo él.
¿Estás loco?
No, pero quiero al niño. Mandaré a alguien a recoger sus cosas.
A este niño no lo tocas, advirtió ella.
El niño se había puesto a llorar, y ella le retiró la manta que le abrigaba la cabeza.
Oh, oh, exclamó ella mirando al niño.
Él avanzó hacia ella.
¡Por el amor de Dios!, se lamentó ella. Retrocedió unos pasos hacia el interior de la cocina.
Quiero el niño.
¡Fuera de aquí!
Ella se volvió y trató de refugiarse con el niño en un rincón, detrás de la cocina.
Pero él les alcanzó. Alargó las manos por encima de la cocina y agarró al niño con fuerza.
Suéltalo, dijo.
¡Apártate! ¡Apártate!, gritó ella.
El bebé, congestionado, gritaba. En la pelea tiraron una maceta que colgaba detrás de la cocina.
Él la aprisionó contra la pared, tratando de que soltara al niño. Siguió agarrando con fuerza al niño y empujó con todo su peso.
Suéltalo, repitió.
No, dijo ella. Le estás haciendo daño al niño.
No le estoy haciendo daño.
Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En la oscuridad él trató de abrir los aferrados dedos ella con una mano, mientras con la otra agarraba al niño, que no paraba de chillar, por un brazo, cerca del hombro.
Ella sintió que sus dedos iban a abrirse. Sintió que el bebé se le iba de las manos.
¡No!, gritó al darse cuenta de que sus manos cedían.
Tenía que retener a su bebé. Trató de agarrarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y se echó hacia atrás.
Pero él no lo soltaba.
Él vio que el bebé se le escurría de las manos, y estiró con todas sus fuerzas.
Así, la cuestión quedó zanjada.

                                                   Raymond Carver De: De qué hablamos cuando hablamos de amor.



 
Cuento: «Mecánica popular» de Raymond Carver.

Este relato contiene todos los elementos que caracterizan la literatura de Carver,vidas ordinarias, quebradas por la incomunicación, la cotidianidad, la rutina, la vida hecha de días. El relato ha tenido tres nombres: “Little Things” en I’m calling From,“Mine” en Furious Seasons and Other Stories, y en What We Talk About When We Talk About Love, aparece como “Popular Mechanics”; este último título es el que le conocemos en la traducción al castellano.

Otras palabras sobre el “realismo sucio de Raymond Carver
Raymond Carver no es un autor de «realismo sucio», como se empecina la crítica en etiquetarlo. Raymond Carver no es un autor que se pueda etiquetar, tal como sucede con el mejor Flaubert o Tolstoi. En este libro encontramos ejemplos de maestría narrativa a lo Chéjov, confiriendo importancia al detalle hasta el extremo de que si un clavo aparece en el primer párrafo, el protagonista debe ahorcarse de ese clavo, aunque los clavos de Carver suelen ser la incomunicación, lo tangencial, lo somero, la fugacidad. Pero también acercamientos a la receta borgiana o quiroguiana: «Lleva al personaje de la mano como si no supieras lo que va a ocurrirle, sin ver otra cosa distinta a lo que él ve». Aunque se aprecian también, en las dos vertientes que no son del todo antagónicas, las tres consignas de Cortázar para el relato corto (significación, intensidad y tensión) más los consejos de Poe sobre la unidad de impresión del relato. ¿Qué hace único a Raymond Carver con todo este acervo literario bajo sus pies? La pasmosa facilidad que tiene para graduar la distancia entre él y sus personajes, apenas se mete en su interior y siempre nos enteramos más siguiendo la acción literaria que la psicología desvelada. Y cuando se mete dentro... es para echar a correr. Puede cambiar del narrador protagonista al narrador testigo como si se pasara del rubio al negro (no soy fumador, así que no sé cuán difícil es), un narrador interno
graduado con aparente objetividad nos cuenta todo de sí mismo hablando pestes de terceros, una narradora externa a la historia nos convence de lo que a ella le interesa... para después suicidarse. La sensibilidad que va desplegando en gradaciones, según corresponda a cada personaje elegido, no se detiene en la construcción de personajes esféricos o dimensionados, va tan allá como en El padre, donde se nos narra la historia de la socialización (y se aísla la figura del creador al margen de la sociedad intolerante que no consiente un ápice de libre albedrío, en este caso matriarcal) en solo una página y media, o en Recolectores, donde se explican los rudimentos de la escritura, de la observación, de la utilización del detalle y el objeto pergeñando una gloriosa poética a través de un (aparente) vendedor de aspiradoras y un (aparente) comprador desinteresado; no digamos ya en Gordo, relato que abre el libro, donde se engendra ese proceso empático tan difícil de narrar de forma verosímil en literatura en el que el agresor (o depredador) acaba identificándose con la víctima: hasta el gran Tobías Wolff bebe de estos artificios que tan poco se notan o tan bien diseñados están. Tres rosas amarillas, Catedral o De qué hablamos cuando hablamos de amor son otras tantas obras sublimes que han abierto el camino a la literatura del siglo XXI.




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