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ROMANTICISMO.
PRE
ROMANTICISMO Y ROMANTICISMO.
El
siglo XVIII fue en cuanto al tema de los períodos literarios, una
época complicada, no hubo ningún estilo que haya ejercido un
dominio homogéneo y prolongado.
Algunos,
casi inaceptablemente, han generalizado las manifestaciones
literarias de dicho siglo con el nombre de “rococó”, concepto de
las artes plásticas que fue considerado como el elemento fundamental
de todos los autores del siglo XVIII.
El
rococó tiene que ser considerado como una de las líneas de fuerza,
uno de los componentes artísticos del siglo XVIII, la expresión de
ciertos aspectos de la sensibilidad y el espíritu de la época.
En
cuanto a sus características podemos citar la visión trágica de la
a vida, el gusto por la naturaleza sencilla y tranquila, escenario de
elegantes y voluptuosas fiestas y de tiernos idilio, concepción de
la vida como un ensueño de felicidad, valorización de la intimidad
en la vida y en el arte, precisismo estilístico, graciosidad,
pulidez, frívola elegancia, erotismo refinado.
El
concepto de pre romanticismo data de las primeras décadas del siglo
XX y fue defendido por Paul Van Tieghem, el concepto abarca las
tendencias estéticas y las manifestaciones de sensibilidad que en el
siglo XVIII se apartan de los cánones neoclásicos, anunciando el
romanticismo, ello no significa que el pre romanticismo sea sólo una
preparación para el romanticismo y que carezca de rasgos propios.
El
pre romanticismo no tiene la homogeneidad de una escuela literaria ni
presenta un concepto sistemático de doctrinas, ello no significa que
carezca de contenido pues aparecen en el siglo XVIII nuevos conceptos
estéticos, temática nueva y nueva sensibilidad. Los países donde
floreció el pre romanticismo fueron Inglaterra (Young, (Night
thouhts),de Richardson, Gray, Macplerson), Alemania con el movimiento
“Sturn
und Drang,
Francia con Diderot, Saint Pierre, Rousseau.
En
cuanto a sus características podemos citar:
La
valorización del sentimiento: el corazón triunfa del racionalismo
ilustracionista y se convierte en al fuente por excelencia de los
valores humanos. La sensibilidad es el más legítimo título de las
almas, la vida moral es regida por el sentimiento y los derechos del
corazón.
La
literatura divulga los secretos de la intimidad humana, sin pudor; es
la primera generación europea de egoísta, los pre románticos crean
una literatura confesionalista, provoca violentas reacciones
afectivas en los lectores de la época, si citamos un ejemplo
encontramos la novela “Werther”
de Goethe publicada en 1774 que originó tras su lectura una ronda de
suicidios en los jóvenes alemanes.
Esta
nueva sensibilidad presenta un carácter tierno y tranquilo, una
suave emoción que provoca el paisaje o un recuerdo, en algunos casos
esto cede a la desesperación y a la angustia, a la agitación
sombría y entonces el poeta se complace en visiones lúgubres,
paisajes nocturnos, agrestes y solitarios-
Se
observa la predilección por los dolorosos presagios, sueños
aciagos, muerte, poesía de la noche y de las tumbas, meditación
sobre la muerte, sepulcros.
El
pre romanticismo presenta una nueva visión del paisaje y de la
naturaleza ya no se trata de más capacidad descriptiva del mundo
exterior como una visión del paisaje: entre la naturaleza y el “yo”
se establecen relaciones afectivas: lagos, árboles, montañas se
asocian a los estados del alma y el escritor vuelca en ellos
emociones y sueños.
A
esta literatura pre romántica se le debe la revelación de la
belleza melancólica del otoño elegíaco y solitario, de hojas
caídas, sol pálido y crepúsculos heridos.
Se
manifiesta un declive de las influencias greco latinas y de las
imposiciones del clasicismo del siglo XVIII.
Se define el
Romanticismo como un vasto movimiento de la cultura europea que
iniciándose en los países nórdicos y progresando hacia el sur y el
Mediterráneo, abarcó durante casi siglo y medio (segunda mitad del
siglo XVIII y el siglo XIX) todo el viejo continente.
En
cuanto al vocablo “romántico” el mismo tiene una historia
compleja, proviene del adverbio latino “romanice” que significaba
a la manera de los romanos, se derivó en francés al vocablo
“romanz” escrito Román (siglo XII) y roman (siglo XVII); la
palabra rommant designó primero la lengua vulgar frente al latín,
pasando a designar cierta especie de composición literaria escrita
en lengua vulgar, cuyos temas consistían en complicadas aventuras
heroicas o galantes.
En
Italia como en Francia, donde el romanticismo es tardío en relación
con las literaturas inglesa y alemana, existen grupos románticos que
se oponen a escritores clásicos, desde 1816 a 1820 respectivamente,
las manifestaciones del romanticismo francés se producen más tarde,
la publicación de “Cromwell” de Víctor Hugo en 1827 y la
batalla de “Hernani” de 1830.
En
cuanto a la literatura alemana el romanticismo se da en oposición al
arte clásico en aquella famosa frase de Goethe (1749 1832) “lo
clásico es la salud, y lo romántico es la enfermedad” oponiendo
así el equilibrio a la agitación. En ese país el romanticismo se
afirma desde fines del siglo XVIII con la revista Athenaeum de 1789.
El
romanticismo presenta una nueva concepción del yo: la teoría
elaborada por la filosofía germánica por Johann
Gottlieb Fichte (1762-1814), y
por Friedrich
Wilhelm Joseph von Schelling
(1775-1854), esta teoría es uno de los elementos dorsales del
romanticismo alemán. Para Fichte el yo constituye la realidad
primordial y absoluta, el yo se afirma así mismo, es un yo absoluto.
Esta
teoría fue tomada erróneamente por los románticos que
identificaron ese yo puro con el yo del individuo, con el genio
individual, para los ellos el espíritu humano constituye una entidad
dotada de actividad, que tiende al infinito, que rompe con los
límites, búsqueda incesante del absoluto, hay una energía del yo y
ansias de absoluto.
El
mundo romántico se opone al mundo humanístico y al
ilustracionista, este nuevo mundo está abierto a lo sobrenatural y
al misterio. Nada de lo que es visible y palpable representa la
realidad verdadera, la realidad auténtica no es perceptible a los
sentidos.
Relacionado
con ello aparece la palabra Sehnsucht,
término alemán que significa “la nostalgia de algo distante” en
el tiempo y en el espacio, el carácter específico del arte
romántico consiste en no alcanzar jamás la perfección, los
personajes románticos se sienten atraídos por un anhelo
indefinible, persiguen un ideal recóndito y distante.
En
cuanto al hombre romántico se presenta con un declarado tiranismo,
rebelde, altivo y desdeñoso, en contra de las leyes y los límites,
desafían a la sociedad y a Dios mismo. Prometeo es la figura mítica
que los románticos exaltan con frecuencia, como símbolo de la
condición titánica del hombre.
También
Satán se convirtió en otro símbolo para los románticos,
proclamando la gloria y la grandeza de su desafío al creador. Otros
personajes tomados como símbolos fueron Caín, y Don Juan personaje
del teatro del1600.
En
el hombre fatal del romanticismo vemos muchas características de
Satán: desde la fisonomía (faz pálida, mirada impiadosa) hasta el
temperamento y los rasgos psíquicos y morales (melancolía
indesarraigable, desesperación, rebeldía, inclinación a la
destrucción y al mal.
Otras
veces son las figuras de los poetas geniales, desgraciados y
perseguidos por la sociedad, condenados a la soledad, incomprendidos
por los hombres y que desafían al destino, lo que los poetas exaltan
como símbolo de la aventura titánica del hombre.
Del
fracaso de su aventura, de la imposibilidad de realizar el absoluto
nacen el pesimismo, la melancolía y la desesperación, la búsqueda
de la soledad.
El
mal du siecle, la indefinible enfermedad que les llena de tedio la
vida y les hace desear la muerte expresan el cansancio y la
frustración que resultan de la imposibilidad de realizar el
absoluto.
La
ironía es otro elemento importante del romanticismo, que nace de la
conciencia del carácter antinómico de la realidad y constituye una
actitud de superación por parte del yo, de las contradicciones de la
realidad, del perpetuo conflicto entre lo absoluto y lo relativo. El
arte, exige del creador una actitud de ironía, de distanciamiento,
de superioridad frente a la obra creada.
Se
observan ansias de evasión que provienen de su conflicto con la
sociedad, esa evasión se da al ensueño, a lo fantástico, a la
orgía, a la disipación, al espacio y al tiempo. La evasión al
espacio se reveló en el exotismo que se combinó con el color local,
con la fiel reproducción de los aspectos característicos de un
país; y la evasión en el tiempo condujo a la glorificación de la
Edad media, dejada de lado por el racionalismo ilustracionista, Esta
edad atraía con lo pintoresco de sus usos y costumbres, con el
misterio de sus leyendas y traiciones, con su belleza nostálgica de
sus castillos, con el idealismo de sus tipos humanos más relevantes.
"El arte clásico tenía que reproducir una forma determinada, lo real, y sus imágenes podían identificarse con la idea del artista; el arte romántico tenía que representar o más bien indicar el infinito y cosas intelectuales, y veíase obligado a inspirarse en un sistema de símbolos tradicionales y de parábolas bellas... La imaginación realiza esfuerzos increíbles para expresar con imágenes materiales lo que es puramente intelectual" (H. Heine)
"Estaban seguros aquellos filósofos de que su filosofía había encontrado al fin las verdades eternas... de que habían encerrado el alma en una definición tan perfecta, que había de quedar prisionera en ella para siempre... el racionalismo quiso no considerar en el ser humano más que los valores universales de que era representante; pero al sustraerlo a la autoridad, a la tradición, a la norma venida del exterior, lo desencadenó. El ser humano, sin necesitar otra inspiración que la que le venía de sí mismo, se convertía en dueño de sus acciones... El individuo es libre; el pensamiento es libre; la pasión es libre; la expresión literaria es libre..." (P. Hazard, El pensamiento europeo en el siglo XVIII).
El
romanticismo es una revolución artística, política, social e
ideológica tan importante que todavía hoy viven muchos de sus
principios: libertad, individualismo, democracia, nacionalismo, etc.
Entre 1770 y 1800 "Europa se acostó absolutista y neoclásica y se levantó demócrata y romántica". Gracias a la revolución industrial inglesa (1760-1840), que desarrolla una clase burguesa y sienta las bases del liberalismo; gracias a la revolución francesa (1789), que proclama los principios de libertad, igualdad y fraternidad; gracias igualmente a la revolución americana con su Declaración de Independencia (1776), que hace de los derechos del hombre su centro y establece la república como forma de gobierno y al pueblo como fuente exclusiva del poder; gracias a todos estos hechos la Libertad reemplaza a la tiranía, el poder absoluto se ve limitado y la democracia se erige en ideal de gobierno.
Pero el siglo XVIII no es sólo despotismo ilustrado, racionalismo y neoclasicismo. Conviven con estas tendencias dominantes las corrientes deístas y místicas, y se reivindica también el valor de los sentimientos y de la pasión. Tradicionalmente la valoración de lo irracional y sentimental se otorga al siglo XIX, pero la centuria anterior también asumirá la importancia de estas zonas de la psique humana, como se aprecia en la importancia que el siglo XVIII da a la sublimidad.
Para los clasicistas la belleza depende de las cualidades materiales de los objetos (unidad, variedad, regularidad, orden, proporción, etc.) más que de la sensación que producen éstos en quien los contempla. La belleza, en consecuencia, ha de proporcionar un estado de placer sereno, fruto del orden y la proporción, como ocurre con el arte griego.
Pero también se tuvo en cuenta en el siglo XVIII junto a lo bello lo sublime, que desde la Antigüedad tenía que ver con la emoción. Dice el griego Longinos:
Entre 1770 y 1800 "Europa se acostó absolutista y neoclásica y se levantó demócrata y romántica". Gracias a la revolución industrial inglesa (1760-1840), que desarrolla una clase burguesa y sienta las bases del liberalismo; gracias a la revolución francesa (1789), que proclama los principios de libertad, igualdad y fraternidad; gracias igualmente a la revolución americana con su Declaración de Independencia (1776), que hace de los derechos del hombre su centro y establece la república como forma de gobierno y al pueblo como fuente exclusiva del poder; gracias a todos estos hechos la Libertad reemplaza a la tiranía, el poder absoluto se ve limitado y la democracia se erige en ideal de gobierno.
Pero el siglo XVIII no es sólo despotismo ilustrado, racionalismo y neoclasicismo. Conviven con estas tendencias dominantes las corrientes deístas y místicas, y se reivindica también el valor de los sentimientos y de la pasión. Tradicionalmente la valoración de lo irracional y sentimental se otorga al siglo XIX, pero la centuria anterior también asumirá la importancia de estas zonas de la psique humana, como se aprecia en la importancia que el siglo XVIII da a la sublimidad.
Para los clasicistas la belleza depende de las cualidades materiales de los objetos (unidad, variedad, regularidad, orden, proporción, etc.) más que de la sensación que producen éstos en quien los contempla. La belleza, en consecuencia, ha de proporcionar un estado de placer sereno, fruto del orden y la proporción, como ocurre con el arte griego.
Pero también se tuvo en cuenta en el siglo XVIII junto a lo bello lo sublime, que desde la Antigüedad tenía que ver con la emoción. Dice el griego Longinos:
"lo
sublime es lo que nos emociona por su magnitud y energía superior a
las facultades humanas; la Naturaleza, el cosmos, la grandeza y
profundidad de pensamiento..."
E.
Burke
adapta este concepto al siglo XVIII: la belleza produce placer, y los
objetos que la producen carecen de fuerza y poder de producir terror
o emociones fuertes porque son pequeños y delicados. En cambio, lo
asociado al instinto de conservación (muerte, oscuridad, poder,
energía, etc.) es lo sublime, que produce terror, pero también
deleite si, convertido en objeto artístico inofensivo, no nos
amenaza (por ejemplo, en una representación teatral o en un poema).
Junto a la belleza clásica y serena, los neoclásicos también disfrutaron, pues, de la sublimidad, de las emociones fuertes en el arte, de la Naturaleza majestuosa y sublime, de los motivos fúnebres, macabros o sobrenaturales. Kant lo reflejó muy bien:
Junto a la belleza clásica y serena, los neoclásicos también disfrutaron, pues, de la sublimidad, de las emociones fuertes en el arte, de la Naturaleza majestuosa y sublime, de los motivos fúnebres, macabros o sobrenaturales. Kant lo reflejó muy bien:
"El
aspecto de una cadena de montañas cuyos picos nevados se pierden
entre las nubes, la descripción de una tormenta o la que hace Milton
del reino infernal, nos producen un placer mezclado con terror. El
espectáculo de los prados poblados de flores y los valles surcados
por arroyuelos, y donde pacen los rebaños, nos producen también un
sentimiento agradable, pero plenamente gozoso y amable... La noche es
sublime, el día es bello. Los que poseen el sentimiento de lo
sublime están inclinados hacia los sentimientos elevados de la
amistad, la eternidad, el desprecio del mundo, el silencio de las
noches de verano tachonadas por la temblorosa luz de las estrellas y
la solitaria luna en el horizonte. Lo sublime emociona, lo bello
encanta. Lo sublime terrible, cuando se produce fuera de lo natural,
se convierte en fantástico."
La
Filosofía de la Ilustración replantea gracias a Locke y a
Shaftesbury el status del ser, el cual es reivindicado como el primer
objeto del conocimiento, en tanto que sujeto capaz de dominar la
naturaleza ateniéndose únicamente a la información que transmiten
sus sensaciones para acercarse a la verdad. La revalorización de
nuestros sentidos que llevaron a cabo los pensadores ilustrados
haciendo depender de ellos la certidumbre o incertidumbre de aquello
que se quiere conocer presupone de alguna manera la subjetividad
radical que defienden los románticos. Pero estos últimos rechazaron
las limitaciones que apresaban la actividad del conocimiento guiado
únicamente por la Razón y la experiencia, basándose en la unidad
del hombre, en el hombre como una totalidad, imagen del Universo.
El
Romanticismo arranca de aquel sujeto que la Ilustración reivindica
frente al hombre que el cartesianismo deja en manos del Ser Supremo.
La autonomía del sujeto como primer logro del pensamiento ilustrado
es fundamental para la concepción que el hombre romántico tiene de
sí mismo y en relación a la Naturaleza.
No
obstante, mientras el pensador ilustrado puede descubrir el valor de
la sensibilidad, no hace de ella el núcleo de la existencia humana,
mientras el romántico concibe para sí y en sí mismo un alma que
experiemnta intensamente el amor por la naturaleza, que se consume en
sus emociones y en sus dolores, y que en el fondo siempre se busca a
sí misma en todo lo que hace.
Es
difícil definir qué sea el romanticismo. Su carácter
revolucionario es incuestionable. Supone una ruptura con una
tradición, con un orden anterior y con una jerarquía de valores
culturales y sociales, en nombre de una libertad auténtica. Se
proyecta en todas las artes y constituye la esencia de la modernidad.
Aunque
la unanimidad del movimiento romántico reside en una manera de
sentir y de concebir al hombre, la naturaleza y la vida, cada país
produce un movimiento romántico particular, distinto; incluso cada
romanticismo nacional desarrolla distintas tendencias. En Francia o
en España se suelen distinguir un romanticismo de apariencia
católica y nacional de otro más liberal y materialista. En Alemania
o Inglaterra se diferencia un primer romanticismo de un segundo
movimiento, más maduro y menos teórico.
El
Romanticismo significó un cambio de gusto de la época y de las
teorías estéticas de la creación. Lo moderno frente a lo
neoclásico, simbolizado en lo francés y en la imitación de los
modelos antiguos. Lessing
ataca el teatro francés clasicista, propone imitar a Shakespeare y
crear un drama nacional. Herder
defiende
la existencia de un espíritu nacional ligado al idioma cuyo
desarrollo es la historia de cada país; la manifestación de ese
espíritu en las creaciones del pueblo y en los grandes poetas, sobre
todo en la Edad Media cristiana. Afirma el nacionalismo y el
populismo que Schiller
practicaría en su teatro. En Inglaterra revive el interés por la
mitología y tradiciones medievales escandinavas o celtas (Ossian)
y se cultiva un nuevo sentimiento ante la Naturaleza (Wordsworth
y Coleridge).
Goethe,
en Werther, dibuja el "mal del siglo", y en su Fausto,
busca un sueño imposible de inmortalidad.
F.
Schlegel,
contra la necesidad defendida por los neoclásicos de ajustar la
creación a unas reglas
o leyes, sostiene que la poesía crea sus propias normas pues es
engendrada por la fuerza original invisible de la humanidad. Sigue a
Schiller, que oponía la poesía ingenua y sentimental (moderna) a la
poesía objetiva. Esta tenía por objeto la perfección formal, que
se conseguía a través de sus limitaciones, mientras la moderna y
sentimental subordinaba lo formal al contenido, que era una
aspiración al infinito.
Francia
había representado la vanguardia del Neoclasicismo, y a pesar de las
tempranas manifestaciones que surgen dispersamente en este país y en
Inglaterra preludiando el advenimiento del romanticismo, la
vanguardia romántica nace en Alemania, bajo el principio kantiano
del progreso hacia el infinito de los seres racionales finitos y en
las inmediatas manifestaciones nacionalistas alemanas. Herder habla
de una nueva literatura, moderna, frente a la clásica francesa. La
búsqueda de una identidad nacional se hace coincidir con la
necesidad de impulsar una cultura propia.
"Antes
de Dante y Petrarca, el YO yace enquistado bajo la fortaleza de una
ontología tiránica pero consoladora; después de Galileo y
Shakespeare, transcurrida su gran aventura de autorreconocimiento, su
agotadora vitalidad deberá perderse en los distintos caminos del
empirismo, del racionalismo y de la restauración de la metafísica
tradicional. Entre ambos momentos, el hombre -ya hombre moderno- por
primera vez ha alcanzado a ver, con una fecundísima mezcla de
fascinación y terror, la verdadera dimensión de su soledad".
(Rafael Argullol, La razón romántica)
La
Ilustración, heredera del Renacimiento en esto, significó una
reordenación del mundo y un impulso al progreso de las ciencias,
todo ello necesario para acabar con la metafísica, los prejuicios y
la superstición y exponer la relatividad de las costumbres que se
acataban como verdades reveladas. La Ilustración cumplió su misión:
afirmar al hombre, concediéndole el poder de conquistar la
Naturaleza y dominarla en un sueño de progreso hacia la felicidad.
Pero los pensadores ilustrados imponen límites al conocimiento: ante
la imposibilidad de conocer la cosa en sí, sólo se interesan por el
conocimiento de los fenómenos, de la realidad sensible, considerando
que aquello que nuestros sentidos no pueden concebir no tiene ninguna
utilidad.
El
romántico, sin embargo, entiende que en el interior del hombre
actúan distintas fuerzas, y que la esencia de lo humano rebasa la
esfera de lo inconsciente y de lo racional. El romántico, además de
su rebeldía contra el orden del mundo heredado, se opone a la
separación entre razón y sentimiento, entre lo real y lo irreal.
Para
el romántico la Naturaleza no es un objeto, un todo mecánico como
quería Descartes, sino un todo orgánico, vivo. El yo romántico
rechaza formar parte de la Naturaleza como una pieza más de su
engranaje, y, por el contrario, hace constar su individualidad, su
capacidad creadora y transformadora que extrae de sí mismo, de su
interior, y plantea una relación con la Naturaleza como una
comunicación del Uno al Todo, que a la vez desencadena su aspiración
al infinito: "imagínate lo finito bajo la forma de lo infinito
y pensarás al hombre" (F. Schlegel).
El
romántico transforma el instinto en arte y el inconsciente en saber.
Aspira a la fusión del sujeto con la obra artística, del "yo"
en el "no-yo", del Uno con el Todo. Crear significa
aproximarse a su verdad, a la última dimensión del ser.
El
romántico se rebela ante la escisión del hombre moderno entre el Yo
y la alteridad, entre el sujeto y el objeto. El conflicto del hombre
romántico, el "mal del siglo", su crisis religiosa y
existencial es consecuencia de su propia singularidad y de la
imposibilidad de fundir su Yo con la alteridad, con el Todo; de,
siendo finito, desear unirse y transformarse en infinito.
El
romántico hereda del ilustrado el tedio de la civilización, que
produce seres artificiales e insensibles; hereda la admiración hacia
el primitivismo del buen salvaje, estropeado, según Rousseau, por la
cultura y la civilización. Al romántico le asusta el futuro que la
ciencia y el progreso anuncian, y quisiera volver a la plena
integración con la Naturaleza, al árbol de la vida, que existió en
el Paraíso antes de que se interpusiera el árbol de la ciencia.
"¿Queréis
saber la historia abreviada de casi toda nuestra miseria? Es esta.
Existía un hombre natural; se ha introducido dentro de este hombre
un hombre artificial; y se ha suscitado en la caverna una guerra
civil que dura toda la vida. Tan pronto el hombre natural es el más
fuerte, como es derribado por el hombre moral y artificial; y en uno
y en otro caso, el triste monstruo es distendido, atenaceado,
atormentado, extendido sobre la rueda; gimiente sin cesar,
incesantemente desdichado, ya lo transporte y embriague un falso
entusiasmo de gloria o lo encorve y abata una falsa ignominia"
(Diderot).
2.2.1.
Egocentrismo: El alma del hombre es su enemigo interior,
identificable con una obsesión incurable por lo imposible, que priva
del goce de la vida al individuo y hace que ésta le sea adversa. El
alma romántica no es dada desde fuera al individuo, sino que éste
la crea cuando tiene conciencia de sus sentimientos. Convierte al
individuo en singular y universal, de modo que el Universo sólo es
posible concebirlo partiendo del conocimiento de sí mismo, pues el
hombre es la imagen del Macrocosmos.
Este
egocentrismo en gran parte remite a Fichte: el Yo es la única
realidad existente, pues "no hay más objetos que aquellos de
los cuales tienes conciencia. Tú mismo eres tu propio objeto".
Por tanto sólo el Yo es real, es el Absoluto, y la poesía permite
hacer sensible y comunicativa esta experiencia en tanto que es
representación del alma y representación del mundo interior en su
totalidad. El poeta es alma y Universo.
Este
egocentrismo romántico tiene sus raíces en la filosofía kantiana y
en el idealismo trascendental. Kant llevó el centro de gravedad de
la filosofía hacia el interior del propio hombre y valoró el
sentimiento para el acto del conocer. Y Schelling, con su filosofía
de la Naturaleza dio salida a la circularidad destructora de Fichte,
pues el mundo entero se le acababa convirtiendo en un espejo que
eternamente le presentaba al yo su propia soledad.
Schelling liberaba al hombre de encontrarse a sí mismo y sólo a sí mismo en todas partes. Admite la existencia de un mundo exterior opuesto al mundo interior (Yo). La intuición realiza la síntesis entre el Uno ("yo") y el Todo (La Naturaleza). El Yo, el Uno se acerca a ese mundo externo para dialogar con él, coexistir con él y reconciliarse con él. El sistema de Schelling contiene, pues, en una suerte de panteísmo, la proyección del hombre en el infinito. El sujeto cree en una visión de algo que está más allá de la cosa, que puede percibir gracias a una intuición esencial en un ámbito de libertad.
Schelling liberaba al hombre de encontrarse a sí mismo y sólo a sí mismo en todas partes. Admite la existencia de un mundo exterior opuesto al mundo interior (Yo). La intuición realiza la síntesis entre el Uno ("yo") y el Todo (La Naturaleza). El Yo, el Uno se acerca a ese mundo externo para dialogar con él, coexistir con él y reconciliarse con él. El sistema de Schelling contiene, pues, en una suerte de panteísmo, la proyección del hombre en el infinito. El sujeto cree en una visión de algo que está más allá de la cosa, que puede percibir gracias a una intuición esencial en un ámbito de libertad.
2.2.2.
La Libertad: El reino de la libertad absoluta es el ideal romántico,
el principio de toda ética romántica: libertad formal en el arte,
entendida como necesidad del individuo para explorarse y explorar el
mundo exterior, y para lograr la comunicación del Uno con el Todo,
en una marcha progresiva hacia la infinitud.
El
romántico se concibe como un ser libre, el cual se manifiesta como
un querer ser y un buscador de la verdad. No puede aceptar leyes ni
sumisión a ninguna autoridad. Muchos románticos heredaron la crisis
de la conciencia europea que la Ilustración provocó al cuestionar,
en nombre de la razón, los dogmas religiosos.
La
libertad, como el infinito, es más una aspiración que una realidad.
A través de ella cree el romántico poder superar los límites del
Yo y reconciliar sujeto con objeto.
2.2.3.
El amor y la muerte: El romántico asocia amor y muerte, como ocurre
en el Werther de Goethe. El amor atrae al romántico como vía de
conocimiento, como sentimiento puro, fe en la vida y cima del arte y
la belleza. Pero el amor acrecienta su sed de infinito. En el objeto
del amor proyecta una dimensión más de esta fusión del Uno y el
Todo, que es su principal objetivo. Pero no alcanzará la armonía en
el amor.
El
romántico ama el amor por el amor mismo, y éste le precipita a la
muerte y se la hace desear, descubriendo en ella un principio de
vida, y la posibilidad de convertir la muerte en vida: la muerte de
amor es vida, y la vida sin amor es muerte.
En
el amor romántico hay una aceptación de la autodestrucción, de la
tragedia, porque en el amor se deposita la esperanza en un renacer,
en la armonía del Uno y el Todo. En el amor se encarna toda la
rebeldía romántica: "Todas las pasiones terminan en tragedia,
todo lo que es limitado termina muriendo, toda poesía tiene algo de
trágico" (Novalis). En la muerte, el alma romántica encuentra
la liberación de la finitud.
2.2.4.
La religión de los románticos:
Las
posturas románticas acerca de la religión son variadas. No
obstante, en general la creencia no la fundan los románticos en
ninguna norma establecida, en ninguna moral instituida, sino en un
sentimiento interior y en una intuición esencial de lo divino que
conduce a una unión mística con Dios.
Lo que hay de esencialmente nuevo en la religión de los románticos, sobre todo en Alemania, es este sentimiento interior. El intercambio o comunicación entre el individuo y el universo denota una vida superior, y la primera condición de la vida moral. La conciencia de pertenecer a un todo, de formar parte de él desde la propia individualidad, conlleva una responsabilidad moral.
Lo que hay de esencialmente nuevo en la religión de los románticos, sobre todo en Alemania, es este sentimiento interior. El intercambio o comunicación entre el individuo y el universo denota una vida superior, y la primera condición de la vida moral. La conciencia de pertenecer a un todo, de formar parte de él desde la propia individualidad, conlleva una responsabilidad moral.
Para
todos los románticos no existe Dios fuera del mundo y del hombre, y
debemos actuar motivados por el entusiasmo y el amor ("sintiéndose
lleno de Dios", F. Schlegel), una comunicación directa entre el
hombre y la Naturaleza, el hombre y Dios, el Uno y el Todo.
2.3. Nacionalismo romántico y Literatura
2.3. Nacionalismo romántico y Literatura
La
reivindicación del espíritu nacional (Volkgeist), la manifestación
de ese espíritu en las creaciones del pueblo y en los grandes poetas
y la oposición al clasicismo francés favoreció el cultivo de
literaturas nacionales modernas o románticas.
El
Romanticismo en literatura significa libertad, en la elección de la
forma y en la elección del contenido. Se trata de una literatura
revolucionaria por cuanto supone la liquidación de la norma clásica
y la enemiga de los neoclasicistas. En Francia se dio la más cruenta
batalla entre clásicos y románticos.
Si
bien la poesía vio la aparición de nuevas formas como el lied
alemán, la balada o el poema dramático, es en el teatro donde se
producen los mayores cambios respecto a la normativa neoclasicista.
El drama nuevo exige una libertad que sólo se había alcanzado en la
obra de Shakespeare, y en casi todos los países europeos es producto
entre otros factores de un desarrollo del espíritu nacional y
nacionalista que propugna la necesidad de suprimir la influencia
extranjera y la importación del programa clásico procedente de
Francia, y de crear una literatura nacional. De ahí que los temas
históricos y nacionales desempeñen en este nuevo drama un papel de
suma importancia, en la medida que se reivindica la propia identidad.
Frente
a las unidades que los clásicos defendían como necesarias para
componer un drama, los románticos consideran que cada tema impone
reglas particulares. Es decir que la forma debe ser orgánica y no
mecánica. Los temas los prefieren históricos y que expresen los
derechos de los oprimidos. Shakespeare, Lope de Vega, Calderón o
Schiller pasan a ser los modelos invocados.
La
nueva novela se convierte en un medio de describir sensaciones y
pasiones, y se crea la novela histórica, cuyo maestro fue Walter
Scott. El protagonista frecuentemente es el doble del autor, el cual
penetra en su interior y describe sus sentimientos, al igual que
recrea lo maravilloso, lo exótico o la aventura. Werther, de Goethe,
fue para los románticos el modelo bajo la forma una novela-diario
que penetra en la interioridad del personaje, comunica sus
sentimientos, y los hace universales.
El
rasgo distintivo del movimiento romántico es su arraigo en lo
subjetivo. El centro, el principio de organización es el sujeto,
concebido como Yo individual. Y la función del romanticismo en la
formación de la cultura burguesa fue representar la subjetividad
como Yo individual, de forma que los lectores interpretaran su
existencia inmediata desde el punto de vista de un esquema que
distingue al sujeto que percibe y desea del mundo físico y
social que lo rodea, esto es, el Yo frente al no-Yo.
Los románticos convirtieron al sujeto individual en el punto de vista desde el que había de considerarse el mundo, por lo que tuvo este movimiento un carácter profundamente introspectivo. De modo que el verdadero tema de la literatura o el arte romántico no suele ser el tema externo, sino la vida psicológica íntima. El espacio psíquico se hace cada vez más profundo y abismal.
Una consecuencia de su postura determinadamente individualista fue que el universo podía reflejarse dentro de un sujeto individual. Y el arte, como capacidad de inventar, es paradigmático de la capacidad del hombre de introducir la existencia misma en su mente y reescribirla de acuerdo con las imágenes del deseo. El poeta romántico define, crea y transforma en sus textos la realidad y da vida al yo definidor y creativo. El centro dominante y volitivo de la conciencia que rehace la existencia en los textos románticos es la "imagen del deseo" proyectada por el poema..
El Yo representado por el texto romántico es, por tanto, inevitablemente, el sujeto autor en el proceso de construirse a sí mismo: el esfuerzo de sobrepasar la conciencia de sí alienante mediante los poderes de la imaginación, es decir, el poder mental de introspección y reconstrucción del mundo externo.
Esa búsqueda, a través del arte, de un Yo independiente y ordenador genera el sentimiento romántico y la ironía romántica: la sinceridad romántica apasionada proclama que el arte puede ser equivalente a la experiencia, mientras que la ironía romántica juega con la laguna que hay entre arte y experiencia.
Así, pues, el texto romántico anima al lector a confundir al verdadero escritor-persona con el sujeto narrador o el sujeto de la acción creado por el texto (confesionalismo): el Yo lírico o el protagonista, de modo que se tiene a identificar el arte con la vida.
Pero la obra romántica podía leerse también como imagen del deseo colectivo, de una subjetividad generalizada y no sólo como autorrepresentación de un individuo. Esa relativa apertura de la obra desaparece en los sucesores del romanticismo de finales del siglo XIX, para quienes el Yo íntimo se había desvinculado no sólo de su actividad externa sino también de cualquier modo de deseo transindividual.
La estructura del Yo romántico se puede resumir en tres arquetipos interrelacionados a los que correspondían casi todos los héroes o imágenes poéticas: el transgresor prometeico de las barreras del deseo; el individuo superior y alienado socialmente; y la conciencia fragmentada.
Los románticos convirtieron al sujeto individual en el punto de vista desde el que había de considerarse el mundo, por lo que tuvo este movimiento un carácter profundamente introspectivo. De modo que el verdadero tema de la literatura o el arte romántico no suele ser el tema externo, sino la vida psicológica íntima. El espacio psíquico se hace cada vez más profundo y abismal.
Una consecuencia de su postura determinadamente individualista fue que el universo podía reflejarse dentro de un sujeto individual. Y el arte, como capacidad de inventar, es paradigmático de la capacidad del hombre de introducir la existencia misma en su mente y reescribirla de acuerdo con las imágenes del deseo. El poeta romántico define, crea y transforma en sus textos la realidad y da vida al yo definidor y creativo. El centro dominante y volitivo de la conciencia que rehace la existencia en los textos románticos es la "imagen del deseo" proyectada por el poema..
El Yo representado por el texto romántico es, por tanto, inevitablemente, el sujeto autor en el proceso de construirse a sí mismo: el esfuerzo de sobrepasar la conciencia de sí alienante mediante los poderes de la imaginación, es decir, el poder mental de introspección y reconstrucción del mundo externo.
Esa búsqueda, a través del arte, de un Yo independiente y ordenador genera el sentimiento romántico y la ironía romántica: la sinceridad romántica apasionada proclama que el arte puede ser equivalente a la experiencia, mientras que la ironía romántica juega con la laguna que hay entre arte y experiencia.
Así, pues, el texto romántico anima al lector a confundir al verdadero escritor-persona con el sujeto narrador o el sujeto de la acción creado por el texto (confesionalismo): el Yo lírico o el protagonista, de modo que se tiene a identificar el arte con la vida.
Pero la obra romántica podía leerse también como imagen del deseo colectivo, de una subjetividad generalizada y no sólo como autorrepresentación de un individuo. Esa relativa apertura de la obra desaparece en los sucesores del romanticismo de finales del siglo XIX, para quienes el Yo íntimo se había desvinculado no sólo de su actividad externa sino también de cualquier modo de deseo transindividual.
La estructura del Yo romántico se puede resumir en tres arquetipos interrelacionados a los que correspondían casi todos los héroes o imágenes poéticas: el transgresor prometeico de las barreras del deseo; el individuo superior y alienado socialmente; y la conciencia fragmentada.
3.1.
El Yo prometeico
Además
de basar el mapa de la psique en los contornos del deseo, los
románticos hicieron del deseo el núcleo de una figura arquetípica
del Yo. Vinculada a Prometeo y Lucifer, esta figura proporcionaba una
identidad, un centro, al impulso apetecedor y su lucha contra un
mundo que se resiste (Yo frente a no-Yo). La rebelión romántica es
un tipo de Yo prometeico; la energía irrefrenable del deseo del
rebelde, que reclama libertad y poder, hace estallar todo tipo de
barreras, políticas, estéticas, físicas y morales. Lord Byron, que
fusiona vida y literatura, resume la coincidencia de lo erótico y lo
político del prometeísmo romántico.
El mito prometeico también arroja aspectos negativos: el Titán, Lucifer, por su rebeldía son condenados al castigo y al dolor eternos. Del mismo modo, el sujeto del deseo romántico inextinguible padece una fiebre fatal, pues el deseo nunca alcanzará su objetivo de fusión con el objeto. De modo que el sujeto romántico del deseo, representado como rebelde contra las limitaciones del mundo objetivo, fracasa siempre en su intento de imponer su propia imagen a la realidad.
Pero esta desilusión revela que las ilusiones infinitas son inherentes al espíritu humano, y que la distancia entre la desmesura de su esperanza y los límites de la posibilidad es la medida de la dignidad y grandeza del hombre.
A Byron el fracaso histórico de la Revolución Francesa, y el fracaso personal de la aspiración prometeica le lleva a la ironía, mientras que los demás poetas románticos ingleses subliman el deseo no satisfecho mediante una construcción imaginativa del Yo poético.
El esquema tradicional Edén-caída y redención equivale a la tríada romántica Naturaleza-conciencia de sí-imaginación: la redención por la imaginación significa la unión con la Naturaleza y la vuelta al Edén perdido.
H. Bloom estudia esta tríada desde el punto de vista del deseo: deseo-frustración-elevación del deseo a un nivel superior. Prometeo es el poeta como héroe en la primera fase de la búsqueda, marcado por un compromiso con la revolución política, social y literaria. Surge una crisis durante la cual se renuncia a la voluntad de poder sobre el mundo externo y el yo se vuelve hacia su interior, buscando un modo de trascender sus limitaciones. En la fase final, el deseo es plenamente absorbido por la imaginación triunfante, lo que completa una dialéctica de amor que une a la imaginación con su novia, que es la Naturaleza como creación imaginativa.
Este paradigma identifica lo femenino con el objeto de los poderes creativos.
El mito prometeico también arroja aspectos negativos: el Titán, Lucifer, por su rebeldía son condenados al castigo y al dolor eternos. Del mismo modo, el sujeto del deseo romántico inextinguible padece una fiebre fatal, pues el deseo nunca alcanzará su objetivo de fusión con el objeto. De modo que el sujeto romántico del deseo, representado como rebelde contra las limitaciones del mundo objetivo, fracasa siempre en su intento de imponer su propia imagen a la realidad.
Pero esta desilusión revela que las ilusiones infinitas son inherentes al espíritu humano, y que la distancia entre la desmesura de su esperanza y los límites de la posibilidad es la medida de la dignidad y grandeza del hombre.
A Byron el fracaso histórico de la Revolución Francesa, y el fracaso personal de la aspiración prometeica le lleva a la ironía, mientras que los demás poetas románticos ingleses subliman el deseo no satisfecho mediante una construcción imaginativa del Yo poético.
El esquema tradicional Edén-caída y redención equivale a la tríada romántica Naturaleza-conciencia de sí-imaginación: la redención por la imaginación significa la unión con la Naturaleza y la vuelta al Edén perdido.
H. Bloom estudia esta tríada desde el punto de vista del deseo: deseo-frustración-elevación del deseo a un nivel superior. Prometeo es el poeta como héroe en la primera fase de la búsqueda, marcado por un compromiso con la revolución política, social y literaria. Surge una crisis durante la cual se renuncia a la voluntad de poder sobre el mundo externo y el yo se vuelve hacia su interior, buscando un modo de trascender sus limitaciones. En la fase final, el deseo es plenamente absorbido por la imaginación triunfante, lo que completa una dialéctica de amor que une a la imaginación con su novia, que es la Naturaleza como creación imaginativa.
Este paradigma identifica lo femenino con el objeto de los poderes creativos.
3.2.
El Yo solitario: la alienación
La
alienación es para Bloom un aspecto fundamental del Yo romántico.
El ejemplo central de los arquetipos románticos es el solitario, el
hombre alienado de todos y de él mismo por una conciencia de sí
excesiva.
Esta versión del Yo exagera la distinción Yo no-Yo. El Yo se define en los términos de su diferencia de la realidad externa: su profunda sensibilidad contra la insensibilidad del mundo (social o natural), sus aspiraciones ansiosas contra la presencia bruta de la realidad. Mientras el Yo prometeico se centra en el deseo en relación a su objeto, el Yo solitario está construido en el espacio vacío inevitable que hay entre ambos.
En la poesía inglesa, la alienación del sujeto solitario suele presentarse en relación a la naturaleza, pero en el continente europeo el mundo del que está alienado tiende a ser el mundo social e histórico.
El Werther socialmente inadaptado de Goethe es uno de los primeros ejemplos del modo de subjetividad alienado y consciente de sí encarnado en el solitario. En Francia, el René de Chateaubriand caracteriza el mal du siècle típico del romántico alienado, la insatisfacción dolorosa de la edad moderna.
El sujeto se aparta del mundo histórico que lo rodea, representándose como víctima de una sociedad hostil y como alma superior que rechaza la impropiedad de la sociedad. El Yo que padece el mal du siècle se sume en la introspección, pues su fascinación con el juego interior de la fantasía, el impulso y la emoción compensa el dolor de su frustración y su soledad.
Refiriéndose a la Francia posrrevolucionaria, se caracteriza el mal du siècle del siguiente modo:
Esta versión del Yo exagera la distinción Yo no-Yo. El Yo se define en los términos de su diferencia de la realidad externa: su profunda sensibilidad contra la insensibilidad del mundo (social o natural), sus aspiraciones ansiosas contra la presencia bruta de la realidad. Mientras el Yo prometeico se centra en el deseo en relación a su objeto, el Yo solitario está construido en el espacio vacío inevitable que hay entre ambos.
En la poesía inglesa, la alienación del sujeto solitario suele presentarse en relación a la naturaleza, pero en el continente europeo el mundo del que está alienado tiende a ser el mundo social e histórico.
El Werther socialmente inadaptado de Goethe es uno de los primeros ejemplos del modo de subjetividad alienado y consciente de sí encarnado en el solitario. En Francia, el René de Chateaubriand caracteriza el mal du siècle típico del romántico alienado, la insatisfacción dolorosa de la edad moderna.
El sujeto se aparta del mundo histórico que lo rodea, representándose como víctima de una sociedad hostil y como alma superior que rechaza la impropiedad de la sociedad. El Yo que padece el mal du siècle se sume en la introspección, pues su fascinación con el juego interior de la fantasía, el impulso y la emoción compensa el dolor de su frustración y su soledad.
Refiriéndose a la Francia posrrevolucionaria, se caracteriza el mal du siècle del siguiente modo:
"Ocurrió
algo importante [la R. Francesa] que conmovió las mentes y los
corazones, que dio un rumbo nuevo a las energías. Y entonces, en el
escenario de las antiguas hazañas, se estableció un mundo medio
acabado. Algunos hombres se habían establecido, satisfechos,
dominantes, complacientes. Pero la juventud, por el contrario, se
aferraba al recuerdo de algo intenso".
Cuando
el prometeísmo de un momento revolucionario pasado pareció
fraudulento, una de las salidas que le quedaba a la nueva generación
era construir un Yo que pusiera de relieve la diferencia entre un
mundo histórico decepcionante y una interioridad que protegiera la
intensidad incluso a costa de un culto insano a la infelicidad, a la
insatisfacción.
Esta construcción del Yo, sin embargo, no permitía ninguna trascendencia mediante la imaginación, al negar la posibilidad de unidad entre el Yo y el mundo. El sujeto conserva sólo los deseos y las energias frustradas, condenado a la insatisfacción y la dispersión.
Como ocurre en el Don Juan de Byron, la definición del Yo poético desde el punto de vista de la alienación conduce a la ironía romántica como modo estético, de la misma forma en que un Yo prometeico que se niegue a renunciar al deseo tiende a adoptar el concepto romántico de la imaginación.
Una construcción de la relación sujeto-objeto que esté fundada en la separación, la distancia, la irrealización, se convierte en una conciencia irónica en el momento en que trata de trascender la autocompasión. Parafraseando a Schlegel, así se explica la aparición de la conciencia irónica:
Esta construcción del Yo, sin embargo, no permitía ninguna trascendencia mediante la imaginación, al negar la posibilidad de unidad entre el Yo y el mundo. El sujeto conserva sólo los deseos y las energias frustradas, condenado a la insatisfacción y la dispersión.
Como ocurre en el Don Juan de Byron, la definición del Yo poético desde el punto de vista de la alienación conduce a la ironía romántica como modo estético, de la misma forma en que un Yo prometeico que se niegue a renunciar al deseo tiende a adoptar el concepto romántico de la imaginación.
Una construcción de la relación sujeto-objeto que esté fundada en la separación, la distancia, la irrealización, se convierte en una conciencia irónica en el momento en que trata de trascender la autocompasión. Parafraseando a Schlegel, así se explica la aparición de la conciencia irónica:
"El
sujeto de la ironía romántica es el hombre aislado, alienado, que
se ha convertido en el objeto de su propia reflexión y cuya
conciencia de sí le ha privado de su capacidad de actuar. Aspira
nostálgicamente a la unidad y a la infinidad: el mundo se le
presenta como dividido y finito... En un acto de reflexión
crecientemente expansivo trata de establecer un punto de vista más
allá de sí mismo y de resolver en el ámbito de la ficción la
tensión que se da entre él mismo y el mundo. No puede superar la
negatividad de su situación mediante un acto en el que se produzca
la reconciliación del logro finito con la aspiración infinita".
Los
procesos de conciencia utilizados por el Yo alienado construido como
irónico tienen una función análoga a la de la imaginación en el
caso del Yo prometeico. Ambos sirven a la aspiración del Yo por
escapar de los dilemas de su relación con el no-Yo, pero con la
siguiente diferencia: la imaginación busca la ilusión de totalidad
y de reconciliación, mientras que la ironía hace de la regresión
potencialmente infinita la auto diferenciación, la base de la
libertad creativa del Yo: Don Juan llama la atención sobre su propio
carácter ficticio.
3.3.
El sujeto dividido
Los
románticos conceptuaron el Yo como un desdoblamiento rousseniano en
un Yo social y un Yo profundo. La individualidad, y especialmente el
Yo no social más profundo -las "cavernas del espíritu de
Shelley- es el punto de partida inevitable para una literatura
romántica. Buscando la base del Yo irreductible, los románticos
emprendieron procesos mentales apartados del control de la conciencia
racional, experimentados como "diferentes".
Gran parte de la literatura romántica adopta la forma de un diálogo íntimo, de comunicación con la capacidad inventiva del espíritu. Por tanto, el Yo poético que puede trascender las fronteras de lo subjetivo y lo objetivo mediante su actividad creativa está construido como diálogo de dos entidades: la mente consciente y las fuerzas inconscientes de la fantasía. Para unos esa otridad interna era fuente de placer como actividad creativa totalizadora (Wordsworth), pero para otros era fuente de locura (Nerval) ante la imposibilidad de una identidad personal.
El Yo doble de los románticos conduce a una interrogación radical de la identidad del Yo: de la identidad que se centraría y ordenaría el cosmos.
Gran parte de la literatura romántica adopta la forma de un diálogo íntimo, de comunicación con la capacidad inventiva del espíritu. Por tanto, el Yo poético que puede trascender las fronteras de lo subjetivo y lo objetivo mediante su actividad creativa está construido como diálogo de dos entidades: la mente consciente y las fuerzas inconscientes de la fantasía. Para unos esa otridad interna era fuente de placer como actividad creativa totalizadora (Wordsworth), pero para otros era fuente de locura (Nerval) ante la imposibilidad de una identidad personal.
El Yo doble de los románticos conduce a una interrogación radical de la identidad del Yo: de la identidad que se centraría y ordenaría el cosmos.
Las
actitudes románticas se siguen manifestando en literatura, música,
pintura, etc. El término se sigue utilizando y sus connotaciones han
evolucionado, a veces banalizándolo.
El
advenimiento de la modernidad está contenido en el
Romanticismo, por cuanto este supuso una regeneración o una
reconstrucción frente a la decadencia estética del Neoclasicismo.
Pero el Romanticismo no sólo supuso la irrupción de la modernidad a
principios del siglo XIX, sino la creación de la esencia de lo
moderno incluso tal como se entiende hoy día, por cuanto legitimó
la libertad de la forma artística, concibió al hombre como una
unidad en el seno de una unidad superior, y le hizo aspirar al
infinito mediante la reconciliación de su mundo interior con el
mundo exterior. Todo el arte actual deriva en cierto modo de la
revolución que supuso el Romanticismo.
La clave unificadora del complejo fenómeno que es el romanticismo radica en que éste invierte el orden de aproximación humana a la realidad. El individuo modela el mundo, lo interior condiciona lo exterior sin admitir nada que de fuera constriña el Yo. Libertad interior, libertad, meta suprema.
Esta libertad ha presidido el proceso libertador del mundo actual hasta hoy mismo: liberación del individuo frente a la sociedad, de la mujer frente al hombre, de la región frente a la nación, de la colonia frente a la metrópoli y del obrero frente al burgués. Liberación en la palabra, admitiendo lo vulgar y aun lo soez. Liberación en la religión, admitiendo la convivencia de cultos. Liberación en la educación, permitiendo el desarrollo de la personalidad.
Pero toda esta liberación tiene un precio, que suele ser un hondo sentimiento de soledad y vacío. Romper con un orden, con una seguridad, con una obediencia lleva consigo ese doloroso desgarramiento en que el individuo se encuentra de pronto consigo mismo, sin nadie más. Aquí radica sin duda el pesimismo, la angustia, la melancolía, el "mal del siglo" con su insatisfacción imposible de colmar, que tan admirablemente expresaron los románticos y tras ellos sigue expresando la cultura occidental moderna.
La clave unificadora del complejo fenómeno que es el romanticismo radica en que éste invierte el orden de aproximación humana a la realidad. El individuo modela el mundo, lo interior condiciona lo exterior sin admitir nada que de fuera constriña el Yo. Libertad interior, libertad, meta suprema.
Esta libertad ha presidido el proceso libertador del mundo actual hasta hoy mismo: liberación del individuo frente a la sociedad, de la mujer frente al hombre, de la región frente a la nación, de la colonia frente a la metrópoli y del obrero frente al burgués. Liberación en la palabra, admitiendo lo vulgar y aun lo soez. Liberación en la religión, admitiendo la convivencia de cultos. Liberación en la educación, permitiendo el desarrollo de la personalidad.
Pero toda esta liberación tiene un precio, que suele ser un hondo sentimiento de soledad y vacío. Romper con un orden, con una seguridad, con una obediencia lleva consigo ese doloroso desgarramiento en que el individuo se encuentra de pronto consigo mismo, sin nadie más. Aquí radica sin duda el pesimismo, la angustia, la melancolía, el "mal del siglo" con su insatisfacción imposible de colmar, que tan admirablemente expresaron los románticos y tras ellos sigue expresando la cultura occidental moderna.
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