Acto I
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Habitación blanquísima del interior de la casa de BERNARDA. Muros gruesos. Puertas
en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Silla de
anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Es
verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse el
telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas. Sale la CRIADA.
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CRIADA.- Ya tengo el doble de esas campanas metido entre
las sienes.
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LA PONCIA.- (Sale comiendo chorizo y pan.) Llevan
ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas de todos los pueblos. La
iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la Magdalena.
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CRIADA.- Es la que se queda más sola.
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LA PONCIA.- Era la única que quería al padre. ¡Ay! ¡Gracias
a Dios que estamos solas un poquito! Yo he venido a comer.
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CRIADA.- ¡Si te viera Bernarda!...
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LA PONCIA.- ¡Quisiera que ahora que no come ella, que todas
nos muriéramos de hambre! ¡Mandona! ¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he
abierto la orza de chorizos.
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CRIADA.- (Con tristeza, ansiosa.) ¿Por
qué no me das para mi niña, Poncia?
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LA PONCIA.- Entra y llévate también un puñado de garbanzos.
¡Hoy no se dará cuenta!
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VOZ.- (Dentro.) ¡Bernarda!
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LA PONCIA.- La vieja. ¿Está bien cerrada?
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CRIADA.- Con dos vueltas de llave.
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LA PONCIA.- Pero debes poner también la tranca. Tiene unos dedos
como cinco ganzúas.
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VOZ.- ¡Bernarda!
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LA PONCIA.- (A voces.) ¡Ya viene!
(A la CRIADA.) Limpia bien todo. Si Bernarda no
ve relucientes las cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan.
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CRIADA.- ¡Qué mujer!
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LA PONCIA.- Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de
sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se
le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara. ¡Limpia, limpia ese
vidriado!
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CRIADA.- Sangre en las manos tengo de fregarlo todo.
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LA PONCIA.- Ella, la más aseada; ella, la más decente;
ella, la más alta. ¡Buen descanso ganó su pobre marido!
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(Cesan las campanas.)
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CRIADA.- ¿Han venido todos sus parientes?
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LA PONCIA.- Los de ella. La gente de él la odia. Vinieron a
verlo muerto y le hicieron la cruz.
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CRIADA.- ¿Hay bastantes sillas?
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LA PONCIA.- Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que
murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos
techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea!
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CRIADA.- Contigo se portó bien.
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LA PONCIA.- Treinta años lavando sus sábanas; treinta años
comiendo sus sobras; noches en vela cuando tose; días enteros mirando por la
rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento; vida sin secretos una
con otra, y sin embargo, ¡maldita sea! ¡Mal dolor de clavo le pinche en los
ojos!
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CRIADA.- ¡Mujer!
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LA PONCIA.- Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo
dicen y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza; mis
hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados, pero un día me
hartaré.
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CRIADA.- Y ese día...
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LA PONCIA.- Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le
estaré escupiendo un año entero. «Bernarda, por esto, por aquello, por lo
otro», hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños, que es lo que
es ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. Le quedan
cinco mujeres, cinco hijas feas, que quitando Angustias, la mayor, que es la
hija del primer marido y tiene dineros, las demás, mucha puntilla bordada,
muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia.
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CRIADA.- ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas!
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LA PONCIA.- Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la
tierra de la verdad.
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CRIADA.- Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no
tenemos nada.
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LA PONCIA.- (En la alacena.) Este cristal
tiene unas motas.
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CRIADA.- Ni con el jabón ni con bayetas se le quitan.
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(Suenan las campanas.)
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LA PONCIA.- El último responso. Me voy a oírlo. A mí me
gusta mucho cómo canta el párroco. En el Pater noster subió la voz que parecía un
cántaro de agua llenándose poco a poco; claro es que al final dio un gallo;
pero da gloria oírlo. Ahora que nadie como el antiguo sacristán Tronchapinos.
En la misa de mi madre que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes, y
cuando decía amén era como si un lobo hubiese entrado en la iglesia. (Imitándolo.) ¡Améé-én! (Se
echa a toser.)
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CRIADA.- Te vas a hacer el gaznate polvo.
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LA PONCIA.- ¡Otra cosa hacía polvo yo! (Sale
riendo.)
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(La CRIADA limpia. Suenan las campanas.)
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CRIADA.- (Llevando el canto.) Tin, tin,
tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado!
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MENDIGA.- (Con una niña.) ¡Alabado sea
Dios!
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CRIADA.- Tin, tin, tan. ¡Que nos espere muchos años! Tin,
tin, tan.
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MENDIGA.- (Fuerte y con cierta irritación.) ¡Alabado
sea Dios!
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CRIADA.- (Irritada.) ¡Por siempre!
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MENDIGA.- Vengo por las sobras.
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(Cesan las campanas.)
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CRIADA.- Por la puerta se va a la calle. Las sobras de hoy
son para mí.
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MENDIGA.- Mujer, tú tienes quien te gane. ¡Mi niña y yo
estamos solas!
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CRIADA.- También están solos los perros y viven.
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MENDIGA.- Siempre me las dan.
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CRIADA.- Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entraseis? Ya me
habéis dejado los pies señalados.
(Se van. Limpia.)
Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas de acero,
para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra con un plato
y una cuchara. Ojalá que un día no quedáramos ni uno para contarlo.
(Vuelven a sonar las campanas.)
Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡Venga caja con filos dorados y toalla para
llevarla! ¡Que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María
Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya
no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral!
(Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar mujeres de luto, con
pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar la
escena. La CRIADA, rompiendo a gritar.)
¡Ay Antonio María Benavides, que ya no verás estas paredes ni comerás
el pan de esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te
sirvieron. (Tirándose del cabello.) ¿Y he de vivir
yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir?
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(Terminan de entrar las doscientas mujeres y aparece BERNARDA y sus cinco HIJAS.)
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BERNARDA.- (A la CRIADA.) ¡Silencio!
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CRIADA.- (Llorando.) ¡Bernarda!
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BERNARDA.- Menos gritos y más obras. Debías haber procurado
que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu
lugar.
(La CRIADA se va llorando.)
Los pobres
son como los animales; parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.
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MUJER 1.ª.- Los pobres sienten también sus penas.
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BERNARDA.- Pero las olvidan delante de un plato de
garbanzos.
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MUCHACHA.- (Con timidez.) Comer es
necesario para vivir.
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BERNARDA.- A tu edad no se habla delante de las personas
mayores.
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MUJER 1.ª.- Niña, cállate.
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BERNARDA.- No he dejado que nadie me dé lecciones.
Sentarse. (Se sientan. Pausa. Fuerte.) Magdalena,
no llores; si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has oído?
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MUJER 2.ª.- (A BERNARDA.) ¿Habéis
empezado los trabajos en la era?
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BERNARDA.- Ayer.
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MUJER 3.ª.- Cae el sol como plomo.
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MUJER 1.ª.- Hace años no he conocido calor igual.
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(Pausa. Se abanican todas.)
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BERNARDA.- ¿Está hecha la limonada?
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LA PONCIA.- Sí, Bernarda. (Sale con una gran
bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.)
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BERNARDA.- Dale a los
hombres.
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LA PONCIA.- Ya están tomando en el patio.
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BERNARDA.- Que salgan por donde han entrado. No quiero que
pasen por aquí.
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MUCHACHA.- (A ANGUSTIAS.) Pepe
el Romano estaba con los hombres del duelo.
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ANGUSTIAS.- Allí estaba.
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BERNARDA.- Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A
Pepe no lo ha visto ella ni yo.
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MUCHACHA.- Me pareció...
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BERNARDA.- Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy
cerca de tu tía. A ése lo vimos todas.
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MUJER 2.ª.- (Aparte, en voz baja.) ¡Mala,
más que mala!
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MUJER 3.ª.- (Lo mismo.) ¡Lengua de
cuchillo!
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BERNARDA.- Las mujeres en la iglesia no deben de mirar más
hombre que al oficiante, y ése porque tiene faldas. Volver la cabeza es
buscar el calor de la pana.
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MUJER 1.ª.- (En voz baja.) ¡Vieja lagarta
recocida!
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LA PONCIA.- (Entre
dientes.) ¡Sarmentosa por calentura de varón!
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BERNARDA.- ¡Alabado sea Dios!
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TODAS.- (Santiguándose.) Sea por siempre
bendito y alabado.
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BERNARDA
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¡Descansa
en paz con la santa
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compañia
de cabecera!
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BERNARDA
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Con
el ángel san Miguel
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y
su espada justiciera.
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BERNARDA
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Con
la llave que todo lo abre
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y
la mano que todo lo cierra.
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BERNARDA
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Con
los bienaventurados
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y
las lucecitas del campo.
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BERNARDA
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Con
nuestra santa caridad
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y
las almas de tierra y mar.
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BERNARDA.- Concede el reposo a tu siervo Antonio María
Benavides y dale la corona de tu santa gloria.
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TODAS.- Amén.
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BERNARDA.- (Se pone de pie y canta.) Requiem aeternam
donat eis Domine.
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TODAS.- (De pie y cantando al modo
gregoriano.) Et lux perpetua luce ab eis. (Se santiguan.)
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MUJER 1.ª.- Salud para rogar por su alma.
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(Van desfilando.)
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MUJER 3.ª.- No te faltará la hogaza de pan caliente.
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MUJER 2.ª.- Ni el techo para tus hijas.
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(Van desfilando todas por delante de BERNARDA y saliendo.)
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(Sale ANGUSTIAS por otra puerta que da al patio.)
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MUJER 4.ª.- El mismo trigo de tu casamiento lo sigas
disfrutando.
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LA PONCIA.- (Entrando con una bolsa.) De
parte de los hombres esta bolsa de dineros para responsos.
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BERNARDA.- Dales las gracias y échales una copa de
aguardiente.
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MUCHACHA.- (A MAGDALENA.) Magdalena...
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BERNARDA.- (A MAGDALENA, que inicia el
llanto.) Chiss. (Salen todas. A las que se han
ido.) ¡Andar a vuestras casas a criticar todo lo que habéis
visto! ¡Ojalá tardéis muchos años en pasar el arco de mi puerta!
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LA PONCIA.- No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el
pueblo.
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BERNARDA.- Sí; para llenar mi casa con el sudor de sus
refajos y el veneno de sus lenguas.
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AMELIA.- ¡Madre, no hable usted así!
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BERNARDA.- Es así como se tiene que hablar en este maldito
pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo
de que esté envenenada.
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LA PONCIA.- ¡Cómo han puesto la solería!
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BERNARDA.- Igual que si hubiese pasado por ella una manada
de cabras.
(LA PONCIA limpia
el suelo.)
Niña, dame
el abanico.
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ADELA.- Tome usted. (Le da un abanico redondo
con flores rojas y verdes.)
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BERNARDA.- (Arrojando el abanico al suelo.) ¿Es
éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el
luto de tu padre.
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MARTIRIO.- Tome usted el mío.
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BERNARDA.- ¿Y tú?
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MARTIRIO.- Yo no tengo
calor.
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BERNARDA.- Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años
que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos
cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa
de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el
ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar
sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas.
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MAGDALENA.- Lo mismo me da.
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ADELA.- (Agria.) Si no quieres bordarlas,
irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.
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MAGDALENA.- Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me
voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y
días dentro de esta sala oscura.
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BERNARDA.- Eso tiene ser mujer.
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MAGDALENA.- Malditas sean las mujeres.
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BERNARDA.- Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir
con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para
el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.
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(Sale ADELA.)
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VOZ.- ¡Bernarda! ¡Déjame salir!
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BERNARDA.- (En voz alta.) ¡Dejadla ya!
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(Sale la CRIADA.)
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CRIADA.- Me ha costado mucho sujetarla. A pesar de sus
ochenta años, tu madre es fuerte como un roble.
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BERNARDA.- Tiene a quién parecerse. Mi abuelo fue igual.
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CRIADA.- Tuve durante el duelo que taparle varias veces la
boca con un costal vacío porque quería llamarte para que le dieras agua de
fregar siquiera, para beber, y carne de perro, que es lo que ella dice que tú
le das.
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MARTIRIO.- ¡Tiene mala intención!
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BERNARDA.- (A la CRIADA.) Dejadla
que se desahogue en el patio.
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CRIADA.- Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes
de amatista; se los ha puesto, y me ha dicho que se quiere casar.
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(Las HIJAS ríen.)
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BERNARDA.- Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al
pozo.
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CRIADA.- No tengas miedo que se tire.
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BERNARDA.- No es por eso... Pero desde aquel sitio las
vecinas pueden verla desde su ventana.
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(Sale la CRIADA.)
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MARTIRIO.- Nos vamos a cambiar de ropa.
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BERNARDA.- Sí, pero no el pañuelo de la cabeza.
(Entra ADELA.)
¿Y
Angustias?
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ADELA.- (Con intención.) La he visto
asomada a las rendijas del portón. Los hombres se acaban de ir.
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BERNARDA.- ¿Y tú a qué fuiste también al portón?
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ADELA.- Me llegué a ver si habían puesto las gallinas.
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BERNARDA.- ¡Pero el duelo de los hombres habría salido ya!
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ADELA.- (Con intención.) Todavía estaba
un grupo parado por fuera.
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BERNARDA.- (Furiosa.) ¡Angustias!
¡Angustias!
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ANGUSTIAS.- (Entrando.) ¿Qué manda usted?
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BERNARDA.- ¿Qué mirabas y a quién?
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ANGUSTIAS.- A nadie.
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BERNARDA.- ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con
el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre? ¡Contesta! ¿A
quién mirabas?
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(Pausa.)
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ANGUSTIAS.- Yo...
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BERNARDA.- ¡Tú!
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ANGUSTIAS.- ¡A nadie!
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BERNARDA.- (Avanzando y golpeándola.) ¡Suave!
¡Dulzarrona!
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LA PONCIA.- (Corriendo.) ¡Bernarda,
cálmate! (La sujeta.)
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(ANGUSTIAS llora.)
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BERNARDA.- ¡Fuera de aquí todas!
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(Salen.)
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LA PONCIA.- Ella lo ha hecho sin dar alcance a lo que
hacía, que está francamente mal. Ya me chocó a mí verla escabullirse hacia el
patio. Luego estuvo detrás de una ventana oyendo la conversación que traían
los hombres, que, como siempre, no se puede oír.
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BERNARDA.- A eso vienen a los duelos. (Con
curiosidad.) ¿De qué hablaban?
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LA PONCIA.- Hablaban de Paca la Roseta. Anoche ataron a su
marido a un pesebre y a ella se la llevaron en la grupa del caballo hasta lo
alto del olivar.
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BERNARDA.- ¿Y ella?
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LA PONCIA.- Ella, tan conforme. Dicen que iba con los
pechos fuera y Maximiliano la llevaba cogida como si tocara la guitarra. ¡Un
horror!
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BERNARDA.- ¿Y qué pasó?
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LA PONCIA.- Lo que tenía que pasar. Volvieron casi de día.
Paca la Roseta traía el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza.
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BERNARDA.- Es la única mujer mala que tenemos en el pueblo.
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LA PONCIA.- Porque no es de aquí. Es de muy lejos. Y los
que fueron con ella son también hijos de forasteros. Los hombres de aquí no
son capaces de eso.
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BERNARDA.- No; pero les gusta verlo y comentarlo y se
chupan los dedos de que esto ocurra.
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LA PONCIA.- Contaban muchas cosas más.
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BERNARDA.- (Mirando a un lado y otro con cierto
temor.) ¿Cuáles?
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LA PONCIA.- Me da vergüenza referirlas.
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BERNARDA.- ¿Y mi hija las oyó?
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LA PONCIA.- ¡Claro!
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BERNARDA.- Ésa sale a sus tías; blancas y untuosas y que
ponían los ojos de carnero al piropo de cualquier barberillo. ¡Cuánto hay que
sufrir y luchar para hacer que las personas sean decentes y no tiren al monte
demasiado!
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LA PONCIA.- ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer!
Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya debe tener mucho más de los
treinta.
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BERNARDA.- Treinta y nueve justos.
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LA PONCIA.- Figúrate. Y no ha tenido nunca novio...
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BERNARDA.- (Furiosa.) ¡No ha tenido novio
ninguna ni les hace falta! Pueden pasarse muy bien.
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LA PONCIA.- No he querido ofenderte.
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BERNARDA.- No hay en cien leguas a la redonda quien se
pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase. ¿Es que
quieres que las entregue a cualquier gañán?
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LA PONCIA.- Debías irte a otro pueblo.
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BERNARDA.- Eso. ¡A venderlas!
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LA PONCIA.- No, Bernarda, a cambiar... Claro que en otros
sitios ellas resultan las pobres.
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BERNARDA.- ¡Calla esa lengua atormentadora!
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LA PONCIA.- Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no
tenemos confianza?
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BERNARDA.- No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más!
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CRIADA.- (Entrando.) Ahí está don Arturo,
que viene a arreglar las particiones.
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BERNARDA.- Vamos. (A la CRIADA.) Tú
empiezas a blanquear el patio. (A LA PONCIA.) Y
tú ve guardando en el arca grande toda la ropa del muerto.
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LA PONCIA.- Algunas cosas las podíamos dar.
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BERNARDA.- Nada, ¡ni un botón! Ni el pañuelo con que le
hemos tapado la cara. (Sale lentamente y al salir vuelve la
cabeza y mira a sus CRIADAS.)
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(Las CRIADAS salen después. Entran AMELIA y MARTIRIO.)
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AMELIA.- ¿Has tomado la medicina?
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MARTIRIO.- ¡Para lo que me va a servir!
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AMELIA.- Pero la has tomado.
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MARTIRIO.- Yo hago las cosas sin fe, pero como un reloj.
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AMELIA.- Desde que vino el médico nuevo estás más animada.
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MARTIRIO.- Yo me siento lo mismo.
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AMELIA.- ¿Te fijaste? Adelaida no estuvo en el duelo.
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MARTIRIO.- Ya lo sabía. Su novio no la deja salir ni al
tranco de la calle. Antes era alegre; ahora ni polvos se echa en la cara.
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AMELIA.- Ya no sabe una si es mejor tener novio o no.
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MARTIRIO.- Es lo mismo.
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AMELIA.- De todo tiene la culpa esta crítica que no nos
deja vivir. Adelaida habrá pasado mal rato.
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MARTIRIO.- Le tiene miedo a nuestra madre. Es la única que
conoce la historia de su padre y el origen de sus tierras. Siempre que viene
le tira puñaladas en el asunto. Su padre mató en Cuba al marido de su primera
mujer para casarse con ella. Luego aquí la abandonó y se fue con otra que
tenía una hija y luego tuvo relaciones con esta muchacha, la madre de
Adelaida, y se casó con ella después de haber muerto loca la segunda mujer.
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AMELIA.- Y ese infame, ¿por qué no está en la cárcel?
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MARTIRIO.- Porque los hombres se tapan unos a otros las
cosas de esta índole y nadie es capaz de delatar.
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AMELIA.- Pero Adelaida no tiene culpa de esto.
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MARTIRIO.- No. Pero las cosas se repiten. Yo veo que todo
es una terrible repetición. Y ella tiene el mismo sino de su madre y de su
abuela, mujeres las dos del que la engendró.
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AMELIA.- ¡Qué cosa más grande!
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MARTIRIO.- Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde
niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir los bueyes y levantar los
costales de trigo entre voces y zapatazos y siempre tuve miedo de crecer por
temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y
fea y los ha apartado definitivamente de mí.
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AMELIA.- ¡Eso no digas! Enrique Humanas estuvo detrás de ti
y le gustabas.
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MARTIRIO.- ¡Invenciones de la gente! Una vez estuve en
camisa detrás de la ventana hasta que fue de día porque me avisó con la hija
de su gañán que iba a venir y no vino. Fue todo cosa de lenguas. Luego se
casó con otra que tenía más que yo.
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AMELIA.- ¡Y fea como un demonio!
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MARTIRIO.- ¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos les
importa la tierra, las yuntas, y una perra sumisa que les dé de comer.
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AMELIA.- ¡Ay!
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(Entra MAGDALENA.)
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MAGDALENA.- ¿Qué hacéis?
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MARTIRIO.- Aquí.
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AMELIA.- ¿Y tú?
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MAGDALENA.- Vengo de correr las cámaras. Por andar un poco.
De ver los cuadros bordados de cañamazo de nuestra abuela, el perrito de
lanas y el negro luchando con el león, que tanto nos gustaba de niñas.
Aquélla era una época más alegre. Una boda duraba diez días y no se usaban
las malas lenguas. Hoy hay más finura, las novias se ponen de velo blanco
como en las poblaciones y se bebe vino de botella, pero nos pudrimos por el
qué dirán.
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MARTIRIO.- ¡Sabe Dios lo que entonces pasaría!
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AMELIA.- (A MAGDALENA.) Llevas
desabrochados los cordones de un zapato.
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MAGDALENA.- ¡Qué más da!
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AMELIA.- Te los vas a pisar y te vas a caer.
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MAGDALENA.- ¡Una menos!
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MARTIRIO.- ¿Y Adela?
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MAGDALENA.- ¡Ah! Se ha puesto el traje verde que se hizo
para estrenar el día de su cumpleaños, se ha ido al corral, y ha comenzado a
voces: «¡Gallinas! ¡Gallinas, miradme!». ¡Me he tenido que reír!
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AMELIA.- ¡Si la hubiera visto madre!
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MAGDALENA.- ¡Pobrecilla! Es la más joven de nosotras y
tiene ilusión. Daría algo por verla feliz.
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(Pausa. ANGUSTIAS cruza la escena con unas toallas en la mano.)
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ANGUSTIAS.- ¿Qué hora es?
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MAGDALENA.- Ya deben ser las doce.
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ANGUSTIAS.- ¿Tanto?
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AMELIA.- Estarán al caer.
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(Sale ANGUSTIAS.)
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MAGDALENA.- (Con
intención.) ¿Sabéis ya la cosa?
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AMELIA.- No.
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MAGDALENA.- ¡Vamos!
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MARTIRIO.- No sé a qué te refieres...
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MAGDALENA.- Mejor que yo lo sabéis las dos. Siempre cabeza
con cabeza como dos ovejitas, pero sin desahogarse con nadie. ¡Lo de Pepe el
Romano!
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MARTIRIO.- ¡Ah!
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MAGDALENA.- (Remedándola.) ¡Ah! Ya se
comenta por el pueblo. Pepe el Romano viene a casarse con Angustias. Anoche
estuvo rondando la casa y creo que pronto va a mandar un emisario.
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MARTIRIO.- Yo me alegro. Es buen mozo.
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AMELIA.- Yo también. Angustias tiene buenas condiciones.
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MAGDALENA.- Ninguna de las dos os alegráis.
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MARTIRIO.- ¡Magdalena! ¡Mujer!
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MAGDALENA.- Si viniera por el tipo de Angustias, por
Angustias como mujer, yo me alegraría; pero viene por el dinero. Aunque
Angustias es nuestra hermana, aquí estamos en familia y reconocemos que está
vieja, enfermiza, y que siempre ha sido la que ha tenido menos méritos de
todas nosotras. Porque si con veinte años parecía un palo vestido, ¡qué será
ahora que tiene cuarenta!
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MARTIRIO.- No hables así. La suerte viene a quien menos la
aguarda.
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AMELIA.- ¡Después de todo dice la verdad! ¡Angustias tiene
todo el dinero de su padre, es la única rica de la casa y por eso ahora que
nuestro padre ha muerto y ya se harán particiones vienen por ella!
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|
MAGDALENA.- Pepe el Romano tiene veinticinco años y es el
mejor tipo de todos estos contornos. Lo natural sería que te pretendiera a
ti, Amelia, o a nuestra Adela, que tiene veinte años, pero no que venga a
buscar lo más oscuro de esta casa, a una mujer que, como su padre, habla con
las narices.
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MARTIRIO.- ¡Puede que a él le guste!
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MAGDALENA.- ¡Nunca he podido resistir tu hipocresía!
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MARTIRIO.- ¡Dios me valga!
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(Entra ADELA.)
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MAGDALENA.- ¿Te han visto ya las gallinas?
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ADELA.- ¿Y qué queríais que hiciera?
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AMELIA.- ¡Si te ve nuestra madre te arrastra del pelo!
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ADELA.- Tenía mucha ilusión con el vestido. Pensaba
ponérmelo el día que vamos a comer sandías a la noria. No hubiera habido otro
igual.
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MARTIRIO.- Es un vestido precioso.
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ADELA.- Y que me está muy bien. Es lo mejor que ha cortado
Magdalena.
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MAGDALENA.- ¿Y las gallinas qué te han dicho?
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ADELA.- Regalarme unas cuantas pulgas que me han
acribillado las piernas.
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(Ríen.)
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MARTIRIO.- Lo que puedes hacer es teñirlo de negro.
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MAGDALENA.- Lo mejor que puedes hacer es regalárselo a Angustias
para la boda con Pepe el Romano.
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ADELA.- (Con emoción contenida.) Pero
Pepe el Romano...
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AMELIA.- ¿No lo has oído decir?
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ADELA.- No.
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MAGDALENA.- ¡Pues ya lo sabes!
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ADELA.- ¡Pero si no puede ser!
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MAGDALENA.- ¡El dinero lo puede todo!
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ADELA.- ¿Por eso ha salido detrás del duelo y estuvo
mirando por el portón? (Pausa.) Y ese hombre es
capaz de...
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MAGDALENA.- Es capaz de todo.
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(Pausa.)
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MARTIRIO.- ¿Qué piensas, Adela?
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ADELA.- Pienso que este luto me ha cogido en la peor época
de mi vida para pasarlo.
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MAGDALENA.- Ya te acostumbrarás.
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ADELA.- (Rompiendo a llorar con ira.) No
me acostumbraré. Yo no puedo estar encerrada. No quiero que se me pongan las
carnes como a vosotras; no quiero perder mi blancura en estas habitaciones;
mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle. ¡Yo
quiero salir!
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(Entra la CRIADA.)
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MAGDALENA.- (Autoritaria.) ¡Adela!
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CRIADA.- ¡La pobre! Cuánto ha sentido a su padre... (Sale.)
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MARTIRIO.- ¡Calla!
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AMELIA.- Lo que sea de una será de todas.
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(ADELA se
calma.)
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MAGDALENA.- Ha estado a punto de oírte la criada.
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(Aparece la CRIADA.)
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CRIADA.- Pepe el Romano viene por lo alto de la calle.
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(AMELIA, MARTIRIO y MAGDALENA corren
presurosas.)
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MAGDALENA.- ¡Vamos a verlo!
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(Salen rápidas.)
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CRIADA.- (A ADELA.) ¿Tú no
vas?
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ADELA.- No me importa.
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CRIADA.- Como dará la vuelta a la esquina, desde la ventana
de tu cuarto se verá mejor. (Sale.)
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(ADELA queda
en escena dudando; después de un instante se va también rápida hasta su
habitación. Salen BERNARDA y LA PONCIA.)
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BERNARDA.- ¡Malditas particiones!
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LA PONCIA.- ¡Cuánto dinero le queda a Angustias!
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BERNARDA.- Sí.
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LA PONCIA.- Y a las otras bastante menos.
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BERNARDA.- Ya me lo has dicho tres veces y no te he querido
replicar. Bastante menos, mucho menos. No me lo recuerdes más.
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(Sale ANGUSTIAS muy compuesta de cara.)
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BERNARDA.- ¡Angustias!
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ANGUSTIAS.- Madre.
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BERNARDA.- ¿Pero has tenido valor de echarte polvos en la
cara? ¿Has tenido valor de lavarte la cara el día de la muerte de tu padre?
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ANGUSTIAS.- No era mi padre. El mío murió hace tiempo. ¿Es
que ya no lo recuerda usted?
|
|
BERNARDA.- Más debes a este hombre, padre de tus hermanas,
que al tuyo. Gracias a este hombre tienes colmada tu fortuna.
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|
ANGUSTIAS.- ¡Eso lo teníamos que ver!
|
|
BERNARDA.- Aunque fuera por decencia. ¡Por respeto!
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|
ANGUSTIAS.- Madre, déjeme usted salir.
|
|
BERNARDA.- ¿Salir? Después que te hayas quitado esos polvos
de la cara. ¡Suavona! ¡Yeyo! ¡Espejo de tus tías! (Le quita
violentamente con un pañuelo los polvos.) ¡Ahora, vete!
|
|
LA PONCIA.- ¡Bernarda, no seas tan inquisitiva!
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BERNARDA.- Aunque mi madre esté loca, yo estoy en mis cinco
sentidos y sé perfectamente lo que hago.
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|
(Entran todas.)
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|
MAGDALENA.- ¿Qué pasa?
|
|
BERNARDA.- No pasa nada.
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|
MAGDALENA.- (A ANGUSTIAS.) Si
es que discuten por las particiones, tú que eres la más rica te puedes quedar
con todo.
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|
ANGUSTIAS.- Guárdate la lengua en la madriguera.
|
|
BERNARDA.- (Golpeando en el suelo.) No os
hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo. ¡Hasta que salga de esta casa
con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro!
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|
|
|
(Se oyen unas voces y entra en escena MARÍA JOSEFA, la madre de BERNARDA,
viejísima, ataviada con flores en la cabeza y en el pecho.)
|
|
|
MARÍA JOSEFA.- Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de
lo que tengo quiero que sea para vosotras. Ni mis anillos ni mi traje negro
de moaré. Porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna! Bernarda, dame
mi gargantilla de perlas.
|
|
BERNARDA.- (A la CRIADA.) ¿Por
qué la habéis dejado entrar?
|
|
CRIADA.- (Temblando.) ¡Se me escapó!
|
|
MARÍA JOSEFA.- Me escapé porque me quiero casar, porque
quiero casarme con un varón hermoso de la orilla del mar, ya que aquí los
hombres huyen de las mujeres.
|
|
BERNARDA.- ¡Calle usted, madre!
|
|
MARÍA JOSEFA.- No, no me callo. No quiero ver a estas
mujeres solteras, rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón, y yo me
quiero ir a mi pueblo. Bernarda, yo quiero un varón para casarme y para tener
alegría.
|
|
BERNARDA.- ¡Encerradla!
|
|
MARÍA JOSEFA.- ¡Déjame salir, Bernarda!
|
|
|
|
(La CRIADA coge a MARÍA JOSEFA.)
|
|
|
BERNARDA.- ¡Ayudarla vosotras!
|
|
|
|
(Todas arrastran a la vieja.)
|
|
MARÍA JOSEFA.- ¡Quiero irme de aquí! ¡Bernarda! ¡A casarme
a la orilla del mar, a la orilla del mar!
ACTO II
|
|
Habitación blanca del interior de la casa de BERNARDA. Las puertas de la
izquierda dan a los dormitorios. Las HIJAS de BERNARDA están
sentadas en sillas bajas cosiendo. MAGDALENA borda. Con
ellas está LA PONCIA.
|
|
ANGUSTIAS.- Ya he cortado la tercera sábana.
|
MARTIRIO.- Le corresponde a Amelia.
|
MAGDALENA.- Angustias. ¿Pongo también las iniciales de
Pepe?
|
ANGUSTIAS.- (Seca.) No.
|
MAGDALENA.- (A voces.) Adela, ¿no
vienes?
|
AMELIA.- Estará echada en la cama.
|
LA PONCIA.- Ésta tiene algo. La encuentro sin sosiego,
temblona, asustada como si tuviese una lagartija entre los pechos.
|
MARTIRIO.- No tiene ni más ni menos que lo que tenemos
todas.
|
MAGDALENA.- Todas, menos Angustias.
|
ANGUSTIAS.- Yo me encuentro bien y al que le duela que
reviente.
|
MAGDALENA.- Desde luego que hay que reconocer que lo
mejor que has tenido siempre es el talle y la delicadeza.
|
ANGUSTIAS.- Afortunadamente, pronto voy a salir de este
infierno.
|
MAGDALENA.- ¡A lo mejor no sales!
|
MARTIRIO.- Dejar esa conversación.
|
ANGUSTIAS.- Y además, ¡más vale onza en el arca que ojos
negros en la cara!
|
MAGDALENA.- Por un oído me entra y por otro me sale.
|
AMELIA.- (A LA PONCIA.) Abre
la puerta del patio a ver si nos entra un poco de fresco.
|
|
(La CRIADA lo hace.)
|
|
MARTIRIO.- Esta noche pasada no me podía quedar dormida
por el calor.
|
AMELIA.- Yo tampoco.
|
MAGDALENA.- Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo
negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas.
|
LA PONCIA.- Era la una
de la madrugada y subía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía
estaba Angustias con Pepe en la ventana.
|
MAGDALENA.- (Con ironía.) ¿Tan tarde?
¿A qué hora se fue?
|
ANGUSTIAS.- Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste?
|
AMELIA.- Se iría a eso de la una y media.
|
ANGUSTIAS.- ¿Sí? ¿Tú por qué lo sabes?
|
AMELIA.- Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca.
|
LA PONCIA.- Pero si yo lo sentí marchar a eso de las
cuatro.
|
ANGUSTIAS.- No sería él.
|
LA PONCIA.- Estoy segura.
|
AMELIA.- A mí también me pareció.
|
MAGDALENA.- ¡Qué cosa más rara!
|
|
(Pausa.)
|
|
LA PONCIA.- Oye, Angustias: ¿qué fue lo que te dijo la
primera vez que se acercó a la ventana?
|
ANGUSTIAS.- Nada. ¡Qué me iba a decir! Cosas de
conversación.
|
MARTIRIO.- Verdaderamente es raro que dos personas que no
se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios.
|
ANGUSTIAS.- Pues a mí no me chocó.
|
AMELIA.- A mí me daría no sé qué.
|
ANGUSTIAS.- No, porque cuando un hombre se acerca a una
reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen, que se le va a decir
que sí.
|
MARTIRIO.- Bueno; pero él te lo tendría que decir.
|
ANGUSTIAS.- ¡Claro!
|
AMELIA.- (Curiosa.) ¿Y cómo te lo dijo?
|
ANGUSTIAS.- Pues nada: «Ya sabes que ando detrás de ti,
necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú si me das la conformidad».
|
AMELIA.- ¡A mí me da vergüenza de estas cosas!
|
ANGUSTIAS.- Y a mí, pero hay que pasarlas.
|
LA PONCIA.- ¿Y habló más?
|
ANGUSTIAS.- Sí, siempre habló él.
|
MARTIRIO.- ¿Y tú?
|
ANGUSTIAS.- Yo no hubiera podido. Casi se me salió el
corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche con un
hombre.
|
MAGDALENA.- Y un hombre tan guapo.
|
ANGUSTIAS.- No tiene mal tipo.
|
LA PONCIA.- Esas cosas pasan entre personas ya un poco
instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano... La primera vez que mi
marido Evaristo el Colín vino a mi ventana... Ja, ja, ja.
|
AMELIA.- ¿Qué pasó?
|
LA PONCIA.- Era muy oscuro. Lo vi acercarse y al llegar
me dijo: «Buenas noches». «Buenas noches», le dije yo, y nos quedamos
callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces
Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo
con voz muy baja: «¡Ven que te tiente!».
|
|
(Ríen todas.)
|
|
|
(AMELIA se
levanta corriendo y espía por una puerta.)
|
|
AMELIA.- ¡Ay!, creí que llegaba nuestra madre.
|
MAGDALENA.- ¡Buenas nos hubiera puesto!
|
|
(Siguen riendo.)
|
|
AMELIA.- Chissss... ¡Que nos van a oír!
|
LA PONCIA.- Luego se portó bien. En vez de darle por otra
cosa le dio por criar colorines hasta que se murió. A vosotras, que sois
solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre, a los quince días
de boda, deja la cama por la mesa y luego la mesa por la tabernilla, y la
que no se conforma se pudre llorando en un rincón.
|
AMELIA.- Tú te conformaste.
|
LA PONCIA.- ¡Yo pude con él!
|
MARTIRIO.- ¿Es verdad que le pegaste algunas veces?
|
LA PONCIA.- Sí, y por poco si le dejo tuerto.
|
MAGDALENA.- ¡Así debían ser todas las mujeres!
|
LA PONCIA.- Yo tengo la
escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los
colorines con la mano del almirez.
|
|
(Ríen.)
|
|
MAGDALENA.- Adela, niña, no te pierdas esto.
|
AMELIA.- Adela.
|
|
(Pausa.)
|
|
MAGDALENA.- Voy a ver. (Entra.)
|
LA PONCIA.- Esa niña está mala.
|
MARTIRIO.- Claro, no duerme apenas.
|
LA PONCIA.- ¿Pues qué hace?
|
MARTIRIO.- ¡Yo qué sé lo que hace!
|
LA PONCIA.- Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared
por medio.
|
ANGUSTIAS.- La envidia la come.
|
AMELIA.- No exageres.
|
ANGUSTIAS.- Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo
mirar de loca.
|
MARTIRIO.- No habléis de locos. Aquí es el único sitio
donde no se puede pronunciar esta palabra.
|
|
(Sale MAGDALENA con ADELA.)
|
|
MAGDALENA.- Pues ¿no estabas dormida?
|
ADELA.- Tengo mal cuerpo.
|
MARTIRIO.- (Con intención.) ¿Es que no
has dormido bien esta noche?
|
ADELA.- Sí.
|
MARTIRIO.- ¿Entonces?
|
ADELA.- (Fuerte.) ¡Déjame ya!
¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi
cuerpo lo que me parece!
|
MARTIRIO.- ¡Sólo es interés por ti!
|
ADELA.- Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo?
Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me
preguntarais dónde voy!
|
CRIADA.- (Entra.) Bernarda os llama.
Está el hombre de los encajes.
|
|
(Salen.)
|
|
|
(Al salir, MARTIRIO mira fijamente a ADELA.)
|
|
ADELA.- ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos,
que son frescos, y mis espaldas para que te compongas la joroba que tienes,
pero vuelve la cabeza cuando yo paso.
|
|
(Se va MARTIRIO.)
|
|
LA PONCIA.- ¡Que es tu hermana y además la que más te
quiere!
|
ADELA.- Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi
cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y siempre: «¡Qué lástima de
cara!», «¡Qué lástima de cuerpo, que no vaya a ser para nadie!». ¡Y eso no!
Mi cuerpo será de quien yo quiera.
|
LA PONCIA.- (Con
intención y en voz baja.) De Pepe el Romano. ¿No es eso?
|
ADELA.- (Sobrecogida.) ¿Qué dices?
|
LA PONCIA.- Lo que digo, Adela.
|
ADELA.- ¡Calla!
|
LA PONCIA.- (Alto.) ¿Crees que no me he
fijado?
|
ADELA.- ¡Baja la voz!
|
LA PONCIA.- ¡Mata esos pensamientos!
|
ADELA.- ¿Qué sabes tú?
|
LA PONCIA.- Las viejas vemos a través de las paredes.
¿Dónde vas de noche cuando te levantas?
|
ADELA.- ¡Ciega debías estar!
|
LA PONCIA.- Con la cabeza y las manos llenas de ojos
cuando se trata de lo que se trata. Por mucho que pienso no sé lo que te
propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda con la luz encendida y la
ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu
hermana?
|
ADELA.- ¡Eso no es verdad!
|
LA PONCIA.- No seas como los niños chicos. ¡Deja en paz a
tu hermana, y si Pepe el Romano te gusta, te aguantas!
(ADELA llora.)
Además, ¿quién dice que no te puedes casar con él? Tu hermana
Angustias es una enferma. Ésa no resiste el primer parto. Es estrecha de
cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo que se morirá. Entonces Pepe
hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra: se casará con la más
joven, la más hermosa, y ésa eres tú. Alimenta esa esperanza, olvídalo, lo
que quieras, pero no vayas contra la ley de Dios.
|
ADELA.- ¡Calla!
|
LA PONCIA.- ¡No callo!
|
ADELA.- Métete en tus cosas, ¡oledora!, ¡pérfida!
|
LA PONCIA.- Sombra tuya
he de ser.
|
ADELA.- En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar
a tus muertos, buscas como una vieja marrana asuntos de hombres y mujeres
para babosear en ellos.
|
LA PONCIA.- ¡Velo! Para
que las gentes no escupan al pasar por esta puerta.
|
ADELA.- ¡Qué cariño tan grande te ha entrado de pronto
por mi hermana!
|
LA PONCIA.- No os tengo ley a ninguna, pero quiero vivir
en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja!
|
ADELA.- Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima
de ti, que eres una criada; por encima de mi madre saltaría para apagarme
este fuego que tengo levantado por piernas y boca. ¿Qué puedes decir de mí?
¿Que me encierro en mi cuarto y no abro la puerta? ¿Que no duermo? ¡Soy más
lista que tú! Mira a ver si puedes agarrar la liebre con tus manos.
|
LA PONCIA.- No me desafíes, Adela, no me desafíes. Porque
yo puedo dar voces, encender luces y hacer que toquen las campanas.
|
ADELA.- Trae cuatro mil bengalas amarillas y ponlas en
las bardas del corral. Nadie podrá evitar que suceda lo que tiene que
suceder.
|
LA PONCIA.- ¡Tanto te gusta ese hombre!
|
ADELA.- ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su
sangre lentamente.
|
LA PONCIA.- Yo no te puedo oír.
|
ADELA.- ¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero ya soy
más fuerte que tú!
|
|
(Entra ANGUSTIAS.)
|
|
ANGUSTIAS.- ¡Siempre
discutiendo!
|
LA PONCIA.- Claro. Se empeña que con el calor que hace
vaya a traerle no sé qué de la tienda.
|
ANGUSTIAS.- ¿Me compraste el bote de esencia?
|
LA PONCIA.- El más caro. Y los polvos. En la mesa de tu
cuarto los he puesto.
|
|
(Sale ANGUSTIAS.)
|
|
ADELA.- ¡Y chitón!
|
LA PONCIA.- ¡Lo veremos!
|
|
(Entran MARTIRIO, AMELIA y MAGDALENA.)
|
|
MAGDALENA.- (A ADELA.) ¿Has
visto los encajes?
|
AMELIA.- Los de Angustias para sus sábanas de novia son
preciosos.
|
ADELA.- (A MARTIRIO, que trae unos
encajes.) ¿Y éstos?
|
MARTIRIO.- Son para mí. Para una camisa.
|
ADELA.- (Con sarcasmo.) Se necesita
buen humor.
|
MARTIRIO.- (Con intención.) Para verlo
yo. No necesito lucirme ante nadie.
|
LA PONCIA.- Nadie le ve a una en camisa.
|
MARTIRIO.- (Con intención y mirando a ADELA.) ¡A
veces! Pero me encanta la ropa interior. Si fuera rica la tendría de
holanda. Es uno de los pocos gustos que me quedan.
|
LA PONCIA.- Estos encajes son preciosos para las gorras
de niños, para mantehuelos de cristianar. Yo nunca pude usarlos en los
míos. A ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener
crías, vais a estar cosiendo mañana y tarde.
|
MAGDALENA.- Yo no pienso dar una puntada.
|
AMELIA.- Y mucho menos criar niños ajenos. Mira tú cómo
están las vecinas del callejón, sacrificadas por cuatro monigotes.
|
LA PONCIA.- Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí
se ríe y se oyen porrazos!
|
MARTIRIO.- Pues vete a servir con ellas.
|
LA PONCIA.- No. Ya me ha tocado en suerte este convento.
|
|
(Se oyen unos campanillos lejanos, como a través de varios muros.)
|
|
MAGDALENA.- Son los hombres que vuelven del trabajo.
|
LA PONCIA.- Hace un minuto dieron las tres.
|
MARTIRIO.- ¡Con este sol!
|
ADELA.- (Sentándose.) ¡Ay, quién
pudiera salir también a los campos!
|
MAGDALENA.- (Sentándose.) ¡Cada clase
tiene que hacer lo suyo!
|
MARTIRIO.- (Sentándose.) ¡Así es!
|
AMELIA.-
(Sentándose.) ¡Ay!
|
LA PONCIA.- No hay alegría como la de los campos en esta
época. Ayer de mañana llegaron los segadores. Cuarenta o cincuenta buenos
mozos.
|
MAGDALENA.- ¿De dónde son este año?
|
LA PONCIA.- De muy lejos. Vinieron de los montes.
¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y arrojando piedras! Anoche
llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con un
acordeón, y quince de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Yo
los vi de lejos. El que la contrataba era un muchacho de ojos verdes,
apretado como una gavilla de trigo.
|
AMELIA.- ¿Es eso cierto?
|
ADELA.- ¡Pero es posible!
|
LA PONCIA.- Hace años vino otra de éstas y yo misma di
dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan estas cosas.
|
ADELA.- Se les perdona todo.
|
AMELIA.- Nacer mujer es el mayor castigo.
|
MAGDALENA.- Y ni nuestros ojos siquiera nos pertenecen.
|
|
(Se oye un cantar lejano que se va acercando.)
|
|
LA PONCIA.- Son ellos. Traen unos cantos preciosos.
|
AMELIA.- Ahora salen a segar.
|
CORO
|
|
|
Ya
salen los segadores
|
|
|
|
|
en
busca de las espigas;
|
|
|
|
|
se
llevan los corazones
|
|
|
|
|
de
las muchachas que miran.
|
|
|
|
|
|
|
(Se oyen panderos y carrañacas. Pausa. Todas oyen en un silencio
traspasado por el sol.)
|
|
AMELIA.- ¡Y no les importa el calor!
|
MARTIRIO.- Siegan entre llamaradas.
|
ADELA.- Me gustaría segar para ir y venir. Así se olvida
lo que nos muerde.
|
MARTIRIO.- ¿Qué tienes tú que olvidar?
|
ADELA.- Cada una sabe sus cosas.
|
MARTIRIO.- (Profunda.) ¡Cada una!
|
LA PONCIA.- ¡Callar! ¡Callar!
|
CORO
|
|
(Muy
lejano.)
|
|
Abrir
puertas y ventanas
|
|
|
|
|
las
que vivís en el pueblo,
|
|
|
|
|
el
segador pide rosas
|
|
|
|
|
para
adornar su sombrero.
|
|
|
|
|
|
LA PONCIA.- ¡Qué canto!
|
MARTIRIO
|
|
(Con
nostalgia.)
|
|
Abrir
puertas y ventanas
|
|
|
|
|
las
que vivís en el pueblo...
|
|
|
|
|
|
ADELA
|
|
(Con
pasión.)
|
|
...
el segador pide rosas
|
|
|
|
|
para
adornar su sombrero.
|
|
|
|
|
|
|
(Se va alejando el cantar.)
|
|
LA PONCIA.- Ahora dan vuelta a la esquina.
|
ADELA.- Vamos a verlos por la ventana de mi cuarto.
|
LA PONCIA.- Tened cuidado con no entreabrirla mucho,
porque son capaces de dar un empujón para ver quién mira.
|
|
(Se van las tres. MARTIRIO queda sentada en la silla baja con la cabeza entre
las manos.)
|
|
AMELIA.- (Acercándose.) ¿Qué te pasa?
|
MARTIRIO.- Me sienta mal el calor.
|
AMELIA.- ¿No es más que eso?
|
MARTIRIO.- Estoy deseando que llegue noviembre, los días
de lluvias, las escarchas, todo lo que no sea este verano interminable.
|
AMELIA.- Ya pasará y volverá otra vez.
|
MARTIRIO.- ¡Claro! (Pausa.) ¿A
qué hora te dormiste anoche?
|
AMELIA.- No sé. Yo duermo como un tronco. ¿Por qué?
|
MARTIRIO.- Por nada, pero me pareció oír gente en el
corral.
|
AMELIA.- ¿Sí?
|
MARTIRIO.- Muy tarde.
|
AMELIA.- ¿Y no tuviste miedo?
|
MARTIRIO.- No. Ya lo he oído otras noches.
|
AMELIA.- Debiéramos tener cuidado. ¿No serían los
gañanes?
|
MARTIRIO.- Los gañanes llegan a las seis.
|
AMELIA.- Quizá una mulilla sin desbravar.
|
MARTIRIO.- (Entre dientes y llena de segunda
intención.) Eso, ¡eso!, una mulilla sin desbravar.
|
AMELIA.- ¡Hay que prevenir!
|
MARTIRIO.- No. No. No digas nada, puede ser un barrunto
mío.
|
AMELIA.- Quizá. (Pausa. AMELIA inicia
el mutis.)
|
MARTIRIO.- Amelia.
|
AMELIA.- (En la puerta.) ¿Qué?
|
|
(Pausa.)
|
|
MARTIRIO.- Nada.
|
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(Pausa.)
|
|
AMELIA.- ¿Por qué llamaste?
|
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(Pausa.)
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MARTIRIO.- Se me escapó. Fue sin darme cuenta.
|
|
(Pausa.)
|
|
AMELIA.- Acuéstate un poco.
|
ANGUSTIAS.- (Entrando furiosa en escena, de modo
que haya un gran contraste con los silencios anteriores.) ¿Dónde
está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de
vosotras lo tiene?
|
MARTIRIO.- Ninguna.
|
AMELIA.- Ni que Pepe fuera un san Bartolomé de plata.
|
ANGUSTIAS.- ¿Dónde está el retrato?
|
|
(Entran LA PONCIA, MAGDALENA y ADELA.)
|
|
ADELA.- ¿Qué retrato?
|
ANGUSTIAS.- Una de vosotras me lo ha escondido.
|
MAGDALENA.- ¿Tienes la desvergüenza de decir esto?
|
ANGUSTIAS.- Estaba en mi cuarto y ya no está.
|
MARTIRIO.- ¿Y no se habrá escapado a medianoche al
corral? A Pepe le gusta andar con la luna.
|
ANGUSTIAS.- ¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo
contaré.
|
LA PONCIA.- ¡Eso no, porque aparecerá! (Mirando
a ADELA.)
|
ANGUSTIAS.- ¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo tiene!
|
ADELA.- (Mirando a MARTIRIO.) ¡Alguna!
¡Todas menos yo!
|
MARTIRIO.- (Con intención.) ¡Desde
luego!
|
BERNARDA.- (Entrando.) ¡Qué escándalo
es éste en mi casa y en el silencio del peso del calor! Estarán las vecinas
con el oído pegado a los tabiques.
|
ANGUSTIAS.- Me han quitado el retrato de mi novio.
|
BERNARDA.- (Fiera.) ¿Quién? ¿Quién?
|
ANGUSTIAS.- ¡Éstas!
|
BERNARDA.- ¿Cuál de vosotras? (Silencio.) ¡Contestarme! (Silencio.
A PONCIA.) Registra los cuartos, mira por las camas.
Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a soñar! (A ANGUSTIAS.)
¿Estás segura?
|
ANGUSTIAS.- Sí.
|
BERNARDA.- ¿Lo has buscado bien?
|
ANGUSTIAS.- Sí, madre.
|
|
(Todas están de pie en medio de un embarazoso silencio.)
|
|
BERNARDA.- Me hacéis al final de mi vida beber el veneno
más amargo que una madre puede resistir. (A PONCIA.) ¿No
lo encuentras?
|
LA PONCIA.- (Saliendo.) Aquí está.
|
BERNARDA.- ¿Dónde lo has encontrado?
|
LA PONCIA.- Estaba...
|
BERNARDA.- Dilo sin temor.
|
LA PONCIA.- (Extrañada.) Entre las
sábanas de la cama de Martirio.
|
BERNARDA.- (A MARTIRIO.) ¿Es
verdad?
|
MARTIRIO.- ¡Es verdad!
|
BERNARDA.- (Avanzando y golpeándola.) Mala
puñalada te den, ¡mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios!
|
MARTIRIO.- (Fiera.) ¡No me pegue usted,
madre!
|
BERNARDA.- ¡Todo lo que quiera!
|
MARTIRIO.- ¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted!
|
LA PONCIA.- No faltes a tu madre.
|
ANGUSTIAS.- (Cogiendo a BERNARDA.) Déjala.
¡Por favor!
|
BERNARDA.- Ni lágrimas te quedan en esos ojos.
|
MARTIRIO.- No voy a llorar para darle gusto.
|
BERNARDA.- ¿Por qué has cogido el retrato?
|
MARTIRIO.- ¿Es que yo no puedo gastar una broma a mi
hermana? ¿Para qué lo iba a querer?
|
ADELA.- (Saltando llena de celos.) No
ha sido broma, que tú nunca has gustado jamás de juegos. Ha sido otra cosa
que te reventaba en el pecho por querer salir. Dilo ya claramente.
|
MARTIRIO.- ¡Calla y no me hagas hablar, que si hablo se
van a juntar las paredes unas con otras de vergüenza!
|
ADELA.- ¡La mala lengua no tiene fin para inventar!
|
BERNARDA.- ¡Adela!
|
MAGDALENA.- Estáis locas.
|
AMELIA.- Y nos apedreáis con malos pensamientos.
|
MARTIRIO.- Otras hacen cosas más malas.
|
ADELA.- Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las
lleve el río.
|
BERNARDA.- ¡Perversa!
|
ANGUSTIAS.- Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se
haya fijado en mí.
|
ADELA.- ¡Por tus
dineros!
|
ANGUSTIAS.- ¡Madre!
|
BERNARDA.- ¡Silencio!
|
MARTIRIO.- Por tus marjales y tus arboledas.
|
MAGDALENA.- ¡Eso es lo justo!
|
BERNARDA.- ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir,
pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de odio habéis
echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas
para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se
enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí!
(Salen. BERNARDA se sienta desolada. LA PONCIA está
de pie arrimada a los muros. BERNARDA reacciona, da un
golpe en el suelo y dice:)
¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda: acuérdate que ésta es tu
obligación.
|
LA PONCIA.- ¿Puedo hablar?
|
BERNARDA.- Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien
una extraña en el centro de la familia.
|
LA PONCIA.- Lo visto, visto está.
|
BERNARDA.- Angustias tiene que casarse en seguida.
|
LA PONCIA.- Claro; hay que retirarla de aquí.
|
BERNARDA.- No a ella. ¡A él!
|
LA PONCIA.- Claro. A él hay que alejarlo de aquí. Piensas
bien.
|
BERNARDA.- No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se
deben pensar. Yo ordeno.
|
LA PONCIA.- ¿Y tú crees que él querrá marcharse?
|
BERNARDA.- (Levantándose.) ¿Qué imagina
tu cabeza?
|
LA PONCIA.- Él, ¡claro!, se casará con Angustias.
|
BERNARDA.- Habla, te conozco demasiado para saber que ya
me tienes preparada la cuchilla.
|
LA PONCIA.- Nunca pensé que se llamara asesinato al
aviso.
|
BERNARDA.- ¿Me tienes que prevenir algo?
|
LA PONCIA.- Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo: abre
los ojos y verás.
|
BERNARDA.- ¿Y verás qué?
|
LA PONCIA.- Siempre has sido lista. Has visto lo malo de
las gentes a cien leguas; muchas veces creí que adivinabas los
pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega.
|
BERNARDA.- ¿Te refieres a Martirio?
|
LA PONCIA.- Bueno, a Martirio... (Con
curiosidad.) ¿Por qué habrá escondido el retrato?
|
BERNARDA.- (Queriendo ocultar a su hija.) Después
de todo, ella dice que ha sido una broma. ¿Qué otra cosa puede ser?
|
LA PONCIA.- ¿Tú crees así? (Con
sorna.)
|
BERNARDA.- (Enérgica.) No lo creo. ¡Es
así!
|
LA PONCIA.- Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la
vecina de enfrente, ¿qué sería?
|
BERNARDA.- Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo.
|
LA PONCIA.- (Siempre con crueldad.) Bernarda:
aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no
has dejado a tus hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas lo que tú
quieras. ¿Por qué no la dejaste casar con Enrique Humanas? ¿Por qué el
mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste recado que no viniera?
|
BERNARDA.- ¡Y lo haría mil veces! ¡Mi sangre no se junta
con la de los Humanas mientras yo viva! Su padre fue gañán.
|
LA PONCIA.- ¡Y así te va a ti con esos humos!
|
BERNARDA.- Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los
tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen.
|
LA PONCIA.- (Con odio.) No me lo
recuerdes. Estoy ya vieja. Siempre agradecí tu protección.
|
BERNARDA.- (Crecida.) ¡No lo parece!
|
LA PONCIA.- (Con odio envuelto en
suavidad.) A Martirio se le olvidará esto.
|
BERNARDA.- Y si no lo olvida peor para ella. No creo que
ésta sea la «cosa muy grande» que aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso
quisieras tú! Y si pasa algún día, estate segura que no traspasará las
paredes.
|
LA PONCIA.- Eso no lo sé yo. En el pueblo hay gentes que
leen también de lejos los pensamientos escondidos.
|
BERNARDA.- ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas
camino del lupanar!
|
LA PONCIA.- ¡Nadie puede conocer su fin!
|
BERNARDA.- ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El
lupanar se queda para alguna mujer ya difunta.
|
LA PONCIA.- ¡Bernarda, respeta la memoria de mi madre!
|
BERNARDA.- ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos!
|
|
(Pausa.)
|
|
LA PONCIA.- Mejor será que no me meta en nada.
|
BERNARDA.- Eso es lo que debías hacer. Obrar y callar a
todo. Es la obligación de los que viven a sueldo.
|
LA PONCIA.- Pero no se puede. ¿A ti no te parece que Pepe
estaría mejor casado con Martirio o..., ¡sí!, con Adela?
|
BERNARDA.- No me parece.
|
LA PONCIA.- Adela. ¡Ésa es la verdadera novia del Romano!
|
BERNARDA.- Las cosas no son nunca a gusto nuestro.
|
LA PONCIA.- Pero les cuesta mucho trabajo desviarse de la
verdadera inclinación. A mí me parece mal que Pepe esté con Angustias, y a
las gentes, y hasta al aire. ¡Quién sabe si se saldrán con la suya!
|
BERNARDA.- ¡Ya estamos otra vez!... Te deslizas para
llenarme de malos sueños. Y no quiero entenderte, porque si llegara al alcance
de todo lo que dices te tendría que arañar.
|
LA PONCIA.- ¡No llegará la sangre al río!
|
BERNARDA.- Afortunadamente mis hijas me respetan y jamás
torcieron mi voluntad.
|
LA PONCIA.- ¡Eso sí! Pero en cuanto las dejes sueltas se
te subirán al tejado.
|
BERNARDA.- ¡Ya las bajaré tirándoles cantos!
|
LA PONCIA.- ¡Desde luego eres la más valiente!
|
BERNARDA.- ¡Siempre gasté sabrosa pimienta!
|
LA PONCIA.- ¡Pero lo que son las cosas! A su edad. ¡Hay
que ver el entusiasmo de Angustias con su novio! ¡Y él también parece muy
picado! Ayer me contó mi hijo mayor que a las cuatro y media de la
madrugada, que pasó por la calle con la yunta, estaban hablando todavía.
|
BERNARDA.- ¡A las cuatro y media!
|
ANGUSTIAS.- (Saliendo.) ¡Mentira!
|
LA PONCIA.- Eso me contaron.
|
BERNARDA.- (A ANGUSTIAS.) ¡Habla!
|
ANGUSTIAS.- Pepe lleva más de una semana marchándose a la
una. Que Dios me mate si miento.
|
MARTIRIO.- (Saliendo.) Yo también lo
sentí marcharse a las cuatro.
|
BERNARDA.- ¿Pero lo viste con tus ojos?
|
MARTIRIO.- No quise asomarme. ¿No habláis ahora por la
ventana del callejón?
|
ANGUSTIAS.- Yo hablo por la ventana de mi dormitorio.
|
|
(Aparece ADELA en la puerta.)
|
|
MARTIRIO.- Entonces...
|
BERNARDA.- ¿Qué es lo que pasa aquí?
|
LA PONCIA.- ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe
estaba a las cuatro de la madrugada en una reja de tu casa.
|
BERNARDA.- ¿Lo sabes seguro?
|
LA PONCIA.- Seguro no se sabe nada en esta vida.
|
ADELA.- Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a
todas.
|
BERNARDA.- ¡Yo sabré enterarme! Si las gentes del pueblo
quieren levantar falsos testimonios, se encontrarán con mi pedernal. No se
hable de este asunto. Hay a veces una ola de fango que levantan los demás
para perdernos.
|
MARTIRIO.- A mí no me gusta mentir.
|
LA PONCIA.- Y algo habrá.
|
BERNARDA.- No habrá nada. Nací para tener los ojos
abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera.
|
ANGUSTIAS.- Yo tengo derecho de enterarme.
|
BERNARDA.- Tú no tienes derecho más que a obedecer. Nadie
me traiga ni me lleve. (A LA PONCIA.) Y
tú te metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a dar un paso sin
que yo lo sienta!
|
CRIADA.- (Entrando.) En lo alto de la calle
hay un gran gentío y todos los vecinos están en sus puertas.
|
BERNARDA.- (A PONCIA.) ¡Corre
a enterarte de lo que pasa!
(Las mujeres corren para salir.)
¿Dónde vais? Siempre os supe mujeres ventaneras y rompedoras de su
luto. ¡Vosotras, al patio!
|
|
(Salen y sale BERNARDA. Se oyen rumores lejanos. Entran MARTIRIO y ADELA,
que se quedan escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta de
salida.)
|
|
MARTIRIO.- Agradece a la casualidad que no desaté mi
lengua.
|
ADELA.- También hubiera hablado yo.
|
MARTIRIO.- ¿Y qué ibas a
decir? ¡Querer no es hacer!
|
ADELA.- Hace la que puede y la que se adelanta. Tú
querías, pero no has podido.
|
MARTIRIO.- No seguirás mucho tiempo.
|
ADELA.- ¡Lo tendré todo!
|
MARTIRIO.- Yo romperé tus abrazos.
|
ADELA.- (Suplicante.) ¡Martirio,
déjame!
|
MARTIRIO.- ¡De ninguna!
|
ADELA.- ¡Él me quiere para su casa!
|
MARTIRIO.- ¡He visto cómo te abrazaba!
|
ADELA.- Yo no quería. He sido como arrastrada por una
maroma.
|
MARTIRIO.- ¡Primero muerta!
|
|
(Se asoman MAGDALENA y ANGUSTIAS. Se siente crecer el
tumulto.)
|
|
LA PONCIA.- (Entrando con BERNARDA.) ¡Bernarda!
|
BERNARDA.- ¿Qué ocurre?
|
LA PONCIA.- La hija de la Librada, la soltera, tuvo un
hijo no se sabe con quién.
|
ADELA.- ¿Un hijo?
|
LA PONCIA.- Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo
metió debajo de unas piedras, pero unos perros con más corazón que muchas
criaturas lo sacaron, y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en
el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la
calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres
corriendo dando unas voces que estremecen los campos.
|
BERNARDA.- Sí, que vengan todos con varas de olivo y
mangos de azadones, que vengan todos para matarla.
|
ADELA.- No, no. Para matarla, no.
|
MARTIRIO.- Sí, y vamos a salir también nosotras.
|
BERNARDA.- Y que pague la que pisotea la decencia.
|
|
(Fuera se oye un grito de mujer y un gran rumor.)
|
|
ADELA.- ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras!
|
MARTIRIO.- (Mirando a ADELA.) ¡Que
pague lo que debe!
|
BERNARDA.- (Bajo el arco.) ¡Acabad con
ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su
pecado!
|
ADELA.- (Cogiéndose el vientre.) ¡No!
¡No!
|
BERNARDA.- ¡Matadla! ¡Matadla!
|
|
(Telón.)
|
|
ACTO III
|
|
Cuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la
casa de BERNARDA. Es de noche. El decorado ha de ser de una perfecta
simplicidad. Las puertas iluminadas por la luz de los interiores dan un
tenue fulgor a la escena.
|
|
|
En el centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo BERNARDA y sus HIJAS. LA
PONCIA las sirve. PRUDENCIA está sentada aparte.
|
|
|
Al levantarse el telón hay un gran silencio, interrumpido por el
ruido de platos y cubiertos.
|
|
PRUDENCIA.- Ya me voy. Os he hecho una visita
larga. (Se levanta.)
|
BERNARDA.- Espérate, mujer. No nos vemos nunca.
|
PRUDENCIA.- ¿Han dado el último toque para el rosario?
|
LA PONCIA.- Todavía no.
|
|
(PRUDENCIA se
sienta.)
|
|
BERNARDA.- ¿Y tu marido cómo sigue?
|
PRUDENCIA.- Igual.
|
BERNARDA.- Tampoco lo vemos.
|
PRUDENCIA.- Ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó
con sus hermanos por la herencia no ha salido por la puerta de la calle.
Pone una escalera y salta las tapias y el corral.
|
BERNARDA.- Es un verdadero hombre. ¿Y con tu hija?
|
PRUDENCIA.- No la ha perdonado.
|
BERNARDA.- Hace bien.
|
PRUDENCIA.- No sé qué te diga. Yo sufro por esto.
|
BERNARDA.- Una hija que desobedece deja de ser hija para
convertirse en una enemiga.
|
PRUDENCIA.- Yo dejo que el agua corra. No me queda más
consuelo que refugiarme en la iglesia, pero como me estoy quedando sin
vista tendré que dejar de venir para que no jueguen con una los chiquillos.
(Se oye un gran golpe dado en los muros.)
¿Qué es
eso?
|
BERNARDA.- El caballo garañón, que está encerrado y da
coces contra el muro. (A voces.) ¡Trabadlo y
que salga al corral! (En voz baja.) Debe tener
calor.
|
PRUDENCIA.- ¿Vais a echarle las potras nuevas?
|
BERNARDA.- Al amanecer.
|
PRUDENCIA.- Has sabido acrecentar tu ganado.
|
BERNARDA.- A fuerza de dinero y sinsabores.
|
LA PONCIA.- (Interrumpiendo.) Pero
tiene la mejor manada de estos contornos. Es una lástima que esté bajo de
precio.
|
BERNARDA.- ¿Quieres un poco de queso y miel?
|
PRUDENCIA.- Estoy desganada.
|
|
(Se oye otra vez el golpe.)
|
|
LA PONCIA.- ¡Por Dios!
|
PRUDENCIA.- Me ha retemblado dentro del pecho.
|
BERNARDA.- (Levantándose furiosa.) ¿Hay
que decir las cosas dos veces? ¡Echadlo que se revuelque en los montones de
paja! (Pausa, y como hablando con los gañanes.) Pues
cerrad las potras en la cuadra, pero dejadlo libre, no sea que nos eche
abajo las paredes. (Se dirige a la mesa y se sienta otra
vez.) ¡Ay, qué vida!
|
PRUDENCIA.- Bregando como un hombre.
|
BERNARDA.- Así es.
(ADELA se
levanta de la mesa.)
¿Dónde
vas?
|
ADELA.- A beber agua.
|
BERNARDA.- (En alta voz.) Trae un jarro
de agua fresca. (A ADELA.) Puedes
sentarte.
|
|
(ADELA se
sienta.)
|
|
PRUDENCIA.- Y Angustias, ¿cuándo se casa?
|
BERNARDA.- Vienen a pedirla dentro de tres días.
|
PRUDENCIA.- ¡Estarás contenta!
|
ANGUSTIAS.- ¡Claro!
|
AMELIA.- (A MAGDALENA.) Ya has
derramado la sal.
|
MAGDALENA.- Peor suerte que tienes no vas a tener.
|
AMELIA.- Siempre trae mala sombra.
|
BERNARDA.- ¡Vamos!
|
PRUDENCIA.- (A ANGUSTIAS.) ¿Te
ha regalado ya el anillo?
|
ANGUSTIAS.- Mírelo usted. (Se lo
alarga.)
|
PRUDENCIA.- Es precioso. Tres perlas. En mi tiempo las
perlas significaban lágrimas.
|
ANGUSTIAS.- Pero ya las cosas han cambiado.
|
ADELA.- Yo creo que no. Las cosas significan siempre lo
mismo. Los anillos de pedida deben ser de diamantes.
|
PRUDENCIA.- Es más propio.
|
BERNARDA.- Con perlas o sin ellas, las cosas son como uno
se las propone.
|
MARTIRIO.- O como Dios dispone.
|
PRUDENCIA.- Los muebles me han dicho que son preciosos.
|
BERNARDA.- Dieciséis mil reales he gastado.
|
LA PONCIA.- (Interviniendo.) Lo mejor
es el armario de luna.
|
PRUDENCIA.- Nunca vi un mueble de éstos.
|
BERNARDA.- Nosotras tuvimos arca.
|
PRUDENCIA.- Lo preciso es que todo sea para bien.
|
ADELA.- Que nunca se sabe.
|
BERNARDA.- No hay motivo para que no lo sea.
|
|
(Se oyen lejanísimas unas campanas.)
|
|
PRUDENCIA.- El último toque. (A ANGUSTIAS.) Ya
vendré a que me enseñes la ropa.
|
ANGUSTIAS.- Cuando usted quiera.
|
PRUDENCIA.- Buenas noches nos dé Dios.
|
BERNARDA.- Adiós, Prudencia.
|
LAS CINCO A LA VEZ.- Vaya usted con Dios.
|
|
(Pausa. Sale PRUDENCIA.)
|
|
BERNARDA.- Ya hemos comido.
|
|
(Se levantan.)
|
|
ADELA.- Voy a llegarme hasta el portón para estirar las
piernas y tomar un poco de fresco.
|
|
(MAGDALENA se
sienta en una silla baja retrepada contra la pared.)
|
|
AMELIA.- Yo voy contigo.
|
MARTIRIO.- Y yo.
|
ADELA.- (Con odio contenido.) No me voy
a perder.
|
AMELIA.- La noche quiere compañía.
|
|
(Salen.)
|
|
|
(BERNARDA se
sienta y ANGUSTIAS está arreglando la mesa.)
|
|
BERNARDA.- Ya te he dicho que quiero que hables con tu
hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar.
|
ANGUSTIAS.- Usted sabe que ella no me quiere.
|
BERNARDA.- Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no
me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar. ¿Lo
entiendes?
|
ANGUSTIAS.- Sí.
|
BERNARDA.- Pues ya está.
|
MAGDALENA.- (Casi dormida.) Además, ¡si
te vas a ir antes de nada! (Se duerme.)
|
ANGUSTIAS.- Tarde me parece.
|
BERNARDA.- ¿A qué hora terminaste anoche de hablar?
|
ANGUSTIAS.- A las doce y media.
|
BERNARDA.- ¿Qué cuenta Pepe?
|
ANGUSTIAS.- Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre
como pensando en otra cosa. Si le pregunto qué le pasa, me contesta: «Los
hombres tenemos nuestras preocupaciones».
|
BERNARDA.- No le debes preguntar. Y cuando te cases,
menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos.
|
ANGUSTIAS.- Yo creo, madre, que él me oculta muchas
cosas.
|
BERNARDA.- No procures descubrirlas, no le preguntes y,
desde luego, que no te vea llorar jamás.
|
ANGUSTIAS.- Debía estar contenta y no lo estoy.
|
BERNARDA.- Eso es lo mismo.
|
ANGUSTIAS.- Muchas veces
miro a Pepe con mucha fijeza y se me borra a través de los hierros, como si
lo tapara una nube de polvo de las que levantan los rebaños.
|
BERNARDA.- Ésas son cosas de debilidad.
|
ANGUSTIAS.- ¡Ojalá!
|
BERNARDA.- ¿Viene esta noche?
|
ANGUSTIAS.- No. Fue con su madre a la capital.
|
BERNARDA.- Así nos acostaremos antes. ¡Magdalena!
|
ANGUSTIAS.- Está dormida.
|
|
(Entran ADELA, MARTIRIO y AMELIA.)
|
|
AMELIA.- ¡Qué noche más oscura!
|
ADELA.- No se ve a dos pasos de distancia.
|
MARTIRIO.- Una buena noche para ladrones, para el que
necesita escondrijo.
|
ADELA.- El caballo garañón estaba en el centro del
corral, ¡blanco! Doble de grande, llenando todo lo oscuro.
|
AMELIA.- Es verdad. Daba miedo. Parecía una aparición.
|
ADELA.- Tiene el cielo unas estrellas como puños.
|
MARTIRIO.- Ésta se puso a mirarlas de modo que se iba a
tronchar el cuello.
|
ADELA.- ¿Es que no te gustan a ti?
|
MARTIRIO.- A mí las cosas de tejas arriba no me importan
nada. Con lo que pasa dentro de las habitaciones tengo bastante.
|
ADELA.- Así te va a ti.
|
BERNARDA.- A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo.
|
ANGUSTIAS.- Buenas noches.
|
ADELA.- ¿Ya te acuestas?
|
ANGUSTIAS.- Sí. Esta noche no viene Pepe. (Sale.)
|
ADELA.- Madre: ¿por qué cuando se corre una estrella o
luce un relámpago se dice:
|
|
|
Santa
Bárbara bendita,
|
|
|
|
que
en el cielo estás escrita
|
|
|
|
con
papel y agua bendita?
|
|
|
|
|
BERNARDA.- Los antiguos sabían muchas cosas que hemos
olvidado.
|
AMELIA.- Yo cierro los ojos para no verlas.
|
ADELA.- Yo, no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre
lo que está quieto y quieto años enteros.
|
MARTIRIO.- Pero estas cosas nada tienen que ver con
nosotros.
|
BERNARDA.- Y es mejor no pensar en ellas.
|
ADELA.- ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme
hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo.
|
BERNARDA.- Pero hay que acostarse. ¡Magdalena!
|
AMELIA.- Está en el primer sueño.
|
BERNARDA.- ¡Magdalena!
|
MAGDALENA.- (Disgustada.) ¡Déjame en
paz!
|
BERNARDA.- ¡A la cama!
|
MAGDALENA.- (Levantándose malhumorada.) ¡No
la dejáis a una tranquila! (Se va refunfuñando.)
|
AMELIA.- Buenas noches. (Se va.)
|
BERNARDA.- Andar vosotras también.
|
MARTIRIO.- ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de
Angustias?
|
BERNARDA.- Fue de viaje.
|
MARTIRIO.- (Mirando a ADELA.) ¡Ah!
|
ADELA.- Hasta mañana. (Sale.)
|
|
(MARTIRIO bebe
agua y sale lentamente, mirando hacia la puerta del corral.)
|
|
LA PONCIA.- (Saliendo.) ¿Estás todavía aquí?
|
BERNARDA.- Disfrutando este silencio y sin lograr ver por
parte alguna «la cosa tan grande» que aquí pasa, según tú.
|
LA PONCIA.- Bernarda, dejemos esa conversación.
|
BERNARDA.- En esta casa no hay un sí ni un no. Mi
vigilancia lo puede todo.
|
LA PONCIA.- No pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus
hijas están y viven como metidas en alacenas. Pero ni tú ni nadie puede
vigilar por el interior de los pechos.
|
BERNARDA.- Mis hijas tienen la respiración tranquila.
|
LA PONCIA.- Eso te importa a ti, que eres su madre. A mí,
con servir tu casa tengo bastante.
|
BERNARDA.- Ahora te has vuelto callada.
|
LA PONCIA.- Me estoy en
mi sitio y en paz.
|
BERNARDA.- Lo que pasa es que no tienes nada que decir.
Si en esta casa hubiera hierbas ya te encargarías de traer a pastar las
ovejas del vecindario.
|
LA PONCIA.- Yo tapo más de lo que te figuras.
|
BERNARDA.- ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de
la mañana? ¿Siguen diciendo todavía la mala letanía de esta casa?
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LA PONCIA.- No dicen nada.
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BERNARDA.- Porque no pueden. Porque no hay carne donde
morder. A la vigilancia de mis ojos se debe esto.
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LA PONCIA.- Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus
intenciones. Pero no estés segura.
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BERNARDA.- ¡Segurísima!
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LA PONCIA.- A lo mejor, de pronto, cae un rayo. A lo
mejor, de pronto, un golpe te para el corazón.
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BERNARDA.- Aquí no pasa nada. Ya estoy alerta contra tus
suposiciones.
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LA PONCIA.- Pues mejor para ti.
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BERNARDA.- ¡No faltaba más!
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CRIADA.- (Entrando.) Ya terminé de
fregar los platos. ¿Manda usted algo, Bernarda?
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BERNARDA.- (Levantándose.) Nada. Voy a
descansar.
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LA PONCIA.- ¿A qué hora quieres que te llame?
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BERNARDA.- A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se
va.)
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LA PONCIA.- Cuando una no puede con el mar lo más fácil
es volver las espaldas para no verlo.
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CRIADA.- Es tan orgullosa que ella misma se pone una
venda en los ojos.
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LA PONCIA.- Yo no puedo hacer nada. Quise atajar las
cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves este silencio? Pues hay una
tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a todas. Yo he
dicho lo que tenía que decir.
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CRIADA.- Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe
la fuerza que tiene un hombre entre mujeres solas.
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LA PONCIA.- No es toda la culpa de Pepe el Romano. Es
verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela y ésta está loca por él,
pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un hombre es un
hombre.
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CRIADA.- Hay quien cree que habló muchas veces con Adela.
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LA PONCIA.- Es verdad. (En voz baja.) Y
otras cosas.
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CRIADA.- No sé lo que va a pasar aquí.
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LA PONCIA.- A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta
casa de guerra.
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CRIADA.- Bernarda está aligerando la boda y es posible
que nada pase.
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LA PONCIA.- Las cosas se han puesto ya demasiado maduras.
Adela está decidida a lo que sea y las demás vigilan sin descanso.
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CRIADA.- ¿Y Martirio también?
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LA PONCIA.- Ésa es la peor. Es un pozo de veneno. Ve que
el Romano no es para ella y hundiría el mundo si estuviera en su mano.
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CRIADA.- ¡Es que son malas!
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LA PONCIA.- Son mujeres sin hombre, nada más. En estas
cuestiones se olvida hasta la sangre. ¡Chisss! (Escucha.)
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CRIADA.- ¿Qué pasa?
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LA PONCIA.- (Se levanta.) Están
ladrando los perros.
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CRIADA.- Debe haber pasado alguien por el portón.
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(Sale ADELA en enaguas blancas y corpiño.)
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LA PONCIA.- ¿No te habías acostado?
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ADELA.- Voy a beber agua. (Bebe en un vaso
de la mesa.)
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LA PONCIA.- Yo te suponía dormida.
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ADELA.- Me despertó la
sed. Y vosotras, ¿no descansáis?
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CRIADA.- Ahora.
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(Sale ADELA.)
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LA PONCIA.- Vámonos.
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CRIADA.- Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja
descansar en todo el día.
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LA PONCIA.- Llévate la luz.
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CRIADA.- Los perros están como locos.
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LA PONCIA.- No nos van a dejar dormir.
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(Salen.)
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(La escena queda casi a oscuras. Sale MARÍA JOSEFA con una oveja
en los brazos.)
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MARÍA JOSEFA
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Ovejita,
niño mío,
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vámonos
a la orilla del mar.
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La
hormiguita estará en su puerta,
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yo
te daré la teta y el pan.
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Bernarda,
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cara
de leoparda.
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Magdalena,
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cara
de hiena.
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¡Ovejita!
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Meee,
meeee.
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Vamos
a los ramos del portal de Belén.
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Ni
tú ni yo queremos dormir;
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la
puerta sola se abrirá
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y
en la playa nos meteremos
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en
una choza de coral.
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Bernarda,
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cara
de leoparda.
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Magdalena,
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cara
de hiena.
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¡Ovejita!
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Meee,
meeee.
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Vamos
a los ramos del portal de Belén.
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(Se
va cantando.)
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(Entra ADELA. Mira a un lado y otro con sigilo y desaparece por la
puerta del corral. Sale MARTIRIO por otra puerta y queda
en angustioso acecho en el centro de la escena. También va en enaguas. Se
cubre con un pequeño mantón negro de talle. Sale por enfrente de ella MARÍA
JOSEFA.)
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MARTIRIO.- Abuela, ¿dónde va usted?
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MARÍA JOSEFA.- ¿Vas a abrirme la puerta? ¿Quién eres tú?
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MARTIRIO.- ¿Cómo está aquí?
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MARÍA JOSEFA.- Me escapé. ¿Tú quién eres?
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MARTIRIO.- Vaya a acostarse.
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MARÍA JOSEFA.- Tú eres Martirio, ya te veo. Martirio,
cara de martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño? Yo he tenido éste.
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MARTIRIO.- ¿Dónde cogió esa oveja?
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MARÍA JOSEFA.- Ya sé que es una oveja. Pero ¿por qué una
oveja no va a ser un niño? Mejor es tener una oveja que no tener nada.
Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena.
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MARTIRIO.- No dé voces.
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MARÍA JOSEFA.- Es verdad. Está todo muy oscuro. Como
tengo el pelo blanco crees que no puedo tener crías, y sí, crías y crías y
crías. Este niño tendrá el pelo blanco y tendrá otro niño y éste otro, y
todos con el pelo de nieve, seremos como las olas, una y otra y otra. Luego
nos sentaremos todos y todos tendremos el cabello blanco y seremos espuma.
¿Por qué aquí no hay espumas? Aquí no hay más que mantos de luto.
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MARTIRIO.- Calle, calle.
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MARÍA JOSEFA.- Cuando mi vecina tenía un niño yo le
llevaba chocolate y luego ella me lo traía a mí y así siempre, siempre,
siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. Yo tengo
que marcharme, pero tengo miedo que los perros me muerdan. ¿Me acompañarás
tú a salir al campo? Yo quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas
y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños chiquitos y los hombres
fuera sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas lo
queréis. Pero él os va a devorar porque vosotras sois granos de trigo. No
granos de trigo. ¡Ranas sin lengua!
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MARTIRIO.- Vamos. Váyase a la cama. (La
empuja.)
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MARÍA JOSEFA.- Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad?
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MARTIRIO.- De seguro.
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MARÍA JOSEFA
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(Llorando.)
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Ovejita,
niño mío.
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Vámonos
a la orilla del mar.
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La
hormiguita estará en su puerta,
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yo
te daré la teta y el pan.
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(MARTIRIO cierra
la puerta por donde ha salido MARÍA JOSEFA y se dirige a
la puerta del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos más.)
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MARTIRIO.- (En voz baja.) Adela. (Pausa.
Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela!
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(Aparece ADELA. Viene un poco despeinada.)
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ADELA.- ¿Por qué me buscas?
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MARTIRIO.- ¡Deja a ese hombre!
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ADELA.- ¿Quién eres tú para decírmelo?
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MARTIRIO.- No es ése el sitio de una mujer honrada.
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ADELA.- ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
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MARTIRIO.- (En voz alta.) Ha llegado el
momento de que yo hable. Esto no puede seguir así.
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ADELA.- Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza
para adelantarme. El brío y el mérito que tú no tienes. He visto la muerte
debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me
pertenecía.
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MARTIRIO.- Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has
atravesado.
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ADELA.- Vino por el dinero, pero sus ojos los puso
siempre en mí.
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MARTIRIO.- Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará
con Angustias.
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ADELA.- Sabes mejor que yo que no la quiere.
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MARTIRIO.- Lo sé.
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ADELA.- Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí.
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MARTIRIO.- (Despechada.) Sí.
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ADELA.- (Acercándose.) Me quiere a mí.
Me quiere a mí.
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MARTIRIO.- Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me
lo digas más.
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ADELA.- Por eso procuras que no vaya con él. No te
importa que abrace a la que no quiere; a mí, tampoco. Ya puede estar cien
años con Angustias, pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú
lo quieres también, lo quieres.
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MARTIRIO.- (Dramática.) ¡Sí! Déjame
decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me
rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!
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ADELA.- (En un arranque y abrazándola.) Martirio,
Martirio, yo no tengo la culpa.
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MARTIRIO.- ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos.
Mi sangre ya no es tuya. Aunque quisiera verte como hermana, no te miro ya
más que como mujer. (La rechaza.)
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ADELA.- Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que
ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de
la orilla.
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MARTIRIO.- ¡No será!
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ADELA.- Ya no aguanto el horror de estos techos después
de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo
el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los
que dicen que son decentes, y me pondré la corona de espinas que tienen las
que son queridas de algún hombre casado.
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MARTIRIO.- ¡Calla!
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ADELA.- Sí. Sí. (En voz baja.) Vamos
a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias, ya no me importa, pero
yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga
en gana.
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MARTIRIO.- Eso no pasará mientras yo tenga una gota de
sangre en el cuerpo.
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ADELA.- No a ti, que eres débil; a un caballo encabritado
soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique.
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MARTIRIO.- No levantes esa voz que me irrita. Tengo el
corazón lleno de una fuerza tan mala, que, sin quererlo yo, a mí misma me
ahoga.
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ADELA.- Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha
debido dejar sola en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te
hubiera visto nunca.
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(Se oye un silbido y ADELA corre a la puerta, pero MARTIRIO se
le pone delante.)
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MARTIRIO.- ¿Dónde vas?
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ADELA.- ¡Quítate de la puerta!
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MARTIRIO.- ¡Pasa si puedes!
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ADELA.- ¡Aparta! (Lucha.)
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MARTIRIO.- (A voces.) ¡Madre, madre!
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(Aparece BERNARDA. Sale en enaguas, con un mantón negro.)
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BERNARDA.- Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no
poder tener un rayo entre los dedos!
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MARTIRIO.- (Señalando a ADELA.) ¡Estaba
con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
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BERNARDA.- ¡Ésa es la cama de las mal nacidas! (Se
dirige furiosa hacia ADELA.)
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ADELA.- (Haciéndole frente.) ¡Aquí se
acabaron las voces de presidio! (ADELA arrebata
un bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la
vara de la dominadora. No dé usted un paso más. En mí no manda nadie más
que Pepe.
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MAGDALENA.- (Saliendo.) ¡Adela!
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(Salen LA PONCIA y ANGUSTIAS.)
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ADELA.- Yo soy su
mujer. (A ANGUSTIAS.) Entérate tú y ve
al corral a decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está,
respirando como si fuera un león.
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ANGUSTIAS.- ¡Dios mío!
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BERNARDA.- ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale
corriendo.)
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(Sale detrás MARTIRIO. Aparece AMELIA por el fondo, que mira
aterrada con la cabeza sobre la pared.)
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ADELA.- ¡Nadie podrá conmigo! (Va a
salir.)
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ANGUSTIAS.- (Sujetándola.) De aquí no
sales con tu cuerpo en triunfo. ¡Ladrona! ¡Deshonra de nuestra casa!
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MAGDALENA.- ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca
más!
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(Suena un disparo.)
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BERNARDA.- (Entrando.) Atrévete a
buscarlo ahora.
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MARTIRIO.- (Entrando.) Se acabó Pepe el
Romano.
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ADELA.- ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale
corriendo.)
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LA PONCIA.- ¿Pero lo habéis matado?
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MARTIRIO.- No. Salió corriendo en su jaca.
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BERNARDA.- No fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar.
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MAGDALENA.- ¿Por qué lo has dicho entonces?
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MARTIRIO.- ¡Por ella! Hubiera volcado un río de sangre
sobre su cabeza.
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LA PONCIA.- Maldita.
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MAGDALENA.- ¡Endemoniada!
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BERNARDA.- Aunque es mejor así.
(Suena un golpe.)
¡Adela,
Adela!
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LA PONCIA.- (En la puerta.) ¡Abre!
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BERNARDA.- Abre. No creas que los muros defienden de la
vergüenza.
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CRIADA.- (Entrando.) ¡Se han levantado
los vecinos!
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BERNARDA.- (En voz baja como un rugido.) ¡Abre,
porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en
silencio.) ¡Adela! (Se retira de la
puerta.) ¡Trae un martillo!
(LA PONCIA da
un empujón y entra. Al entrar da un grito y sale.)
¿Qué?
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LA PONCIA.- (Se lleva las manos al
cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin!
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(Las HERMANAS se echan hacia atrás. La CRIADA se
santigua. BERNARDA da un grito y avanza.)
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LA PONCIA.- ¡No entres!
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BERNARDA.- No. ¡Yo no! Pepe: tú irás corriendo vivo por
lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha
muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como una doncella. ¡Nadie
diga nada! Ella ha muerto virgen. Avisad que al amanecer den dos clamores
las campanas.
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MARTIRIO.- Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
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BERNARDA.- Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla
cara a cara. ¡Silencio! (A otra HIJA.) ¡A
callar he dicho! (A otra HIJA.) ¡Las
lágrimas cuando estés sola! Nos hundiremos todas en un mar de luto. Ella,
la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído?
¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!
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(Telón.)
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